miércoles, 16 de septiembre de 2020

HISTORIAS DE VIDA,


El nerd arrogante y obsesivo que devino en filántropo global
A través de la fundación que dirige junto a su esposa, el creador de Microsoft se convirtió en un gran impulsor de iniciativas sanitarias, lucha contra el Covid-19 incluida

Si alguien hubiese dicho, veinte años atrás, que
Bill Gates (64) se iba a transformar en el mayor filántropo de Estados Unidos (y, posiblemente, del mundo), nadie lo habría creído. Es que, durante los años noventa, elcofundadordelaempresade software Microsoft (con la que convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo) se forjó una imagen de nerd arrogante y emprendedor despiadado, capaz de controlar y desacreditar a sus empleados en igual medida y empujar a la renuncia a su único socio y gran amigo de la infancia, Paul Allen.
La historia secreta sobre cómo Bill Gates se hizo rico | Creadores
Sin embargo, hoy su historia se cuenta con un nuevo enfoque. Es que se convirtió en uno de los protagonistas de la gran hazaña de 2020, todavía irresuelta: encontrar la cura al Covid-19. Para ello, Gates ya destinó 100 millones de dólares para financiar los establecimientos donde se elaboren las siete vacunas con más chances de éxito, al tiempo que difunde los beneficios de la cuarentena, exhorta al G20 a donar dinero para los esfuerzos de la ciencia y responde preguntas de la gente sobre la pandemia en foros online.
Su conexión con el coronavirus es tan fuerte que hasta hay quienes creen que podría ser un invento suyo. Sucede que, en marzo de 2015, Gates habló en un evento TED: “Si algo mata a millones de personas en las próximas décadas, no serán misiles, sino microbios. No estamos listos para la próxima pandemia. Prepararnos para ella debería ser una prioridad absoluta”. Cinco años más tarde, esa charla se convirtió en el te lo avisé más grande de la historia y, también, en el disparador de las teorías conspirativas más descabelladas.
Bill Gates viene estudiando las pandemias hace años: él mismo se definió como “un fanático de la inmunología”, obsesionado por resolver las cuentas pendientes de la humanidad (salud global, educación, energía, agricultura, cambio climático). En un giro impensado para el chico rico, caprichoso y geek que supo ser, esta manía lo transformó en un filántropo sin parangón, líder de la fundación privada más grande del planeta, a la que ya le inyectó unos US$36.000 millones de su propia billetera para alcanzar objetivos tan diversos como desarrollar un reactor nuclear limpio y seguro o erradicar enfermedades de la pobreza como la poliomielitis, la tuberculosis y la malaria.
Biografía] Bill Gates, la fascinante historia del emprendedor más rico del  mundo | Tentulogo
Su impacto es tan profundo que hasta inspiró un nuevo concepto: el filantrocapitalismo, término acuñado por el exeditor de The Economist Matthew Bishop y el economista Michael Green. El concepto alude a los millonarios que hacen inversiones sociales; es decir, que eligen concienzudamente adónde destinan sus donaciones, aplicando el mismo análisis que harían frente a un nuevo negocio: ¿qué chances hay de maximizar la inversión?, ¿qué riesgos estamos tomando y cuál es la ganancia en juego?, ¿cómo podemos aprovechar la data pura y dura para alcanzar el éxito? Algunos filantrocapitalistas son Bono, Sting, Richard Branson y George Soros. Pero Gates, que no solo firma los cheques sino que se involucra de lleno en cada proyecto que elige financiar, llevó la definición a otro nivel.
Nace un genio
Yo fuí a EGB.Los años 60's y 70's.Bill Gates y Steve Jobs.|yofuiaegb La  EGB. Recuerdos de los años 60 y 70. Memories of 60's and 70's.

Nacido en octubre de 1955, William Henry Gates III fue el segundo de los tres hijos de una típica familia acomodada de Seattle. Su padre fue un exitoso abogado y su madre, reconocida tanto por su trabajo voluntario como por haber sido una de las primeras mujeres en integrar directorios de bancos y empresas. Bill tuvo una infancia privilegiada, con clases semanales de tenis, vacaciones de esquí en el invierno y visitas a la iglesia protestante de su barrio cada domingo. Pero era sobre todo un introvertido que se refugiaba en sus libros siempre que podía (un hábito que conserva hasta el día de hoy; siempre que viaja se lleva una bolsa con diez o hasta quince títulos).
Asistió a una escuela pública hasta los 12 años y estuvo a punto de hacer trampa para reprobar el examen de ingreso en Lakeside School, la secundaria privada a la que sus padres insistieron en mandarlo. “Pero fue más fuerte que yo”, admitió, y terminó la prueba sin ningún error. Criado en un entorno competitivo, en octavo grado ya había obtenido su primer gran título: en el ranking de mejores alumnos en matemáticas de todo el estado de Washington salió primero, pero no solo comparado con chicos de su misma edad, sino también con respecto a los de noveno y décimo.
FALLECE PAUL ALLEN, EL COFUNDADOR DE MICROSOFT JUNTO A BILL GATES |  Nuevodiario.es
Fue en la sala de computación de Lakeside donde conoció a Paul Allen, tan fanático de Jimi Hendrix como de la programación. Paul logró fascinarlo con el nuevo mundo que se abría gracias a los chips y la escritura de código, pero no tuvo la misma influencia en sus gustos musicales. El primer software que Gates creó fue un tatetí para jugar contra la computadora. No obstante, lo que los dos amigos empezaron a escribir fue mucho más que un código: fue la historia misma de Microsoft, una de las empresas más exitosas de todos los tiempos.
Fundada por ambos en 1975 (un año antes de que Bill tuviera la edad suficiente para comprar alcohol), Microsoft arrancó en un departamento en Albuquerque, donde vivían por y para el software. Bill estaba tan absorto que, para no perder tiempo en “cuestiones innecesarias”, se alimentaba a base de sobres de jugo en polvo. Ni siquiera se molestanarios ba en preparar el jugo: “Mi cuerpo ya tenía agua, así que me salteaba ese paso y directamente me comía el polvo”, cuenta.
Bill Gates y Paul Allen, juntos otra vez
Para cuando Microsoft se convirtió en una empresa pública, Allen ya la había dejado, en parte por padecer cáncer pero, sobre todo, por diferencias insalvables con su socio. Bill le criticaba a Paul que no estuviera lo suficientemente comprometido con el trabajo, y éste veía en él una persona demasiado ambiciosa, intensa y soberbia, capaz de pasar por el estacionamiento de las oficinas un sábado para leer las patentes de los autos y así adivinar qué empleados iban a trabajar los fines de semana.
La salida de Microsoft a la bolsa en 1986 llevó a que, con apenas 31 años, Gates se transformara en el multimillonario hecho desde abajo más joven de Estados Unidos. Durante la siguiente década, su exposición pública –al igual que su fortuna– no hizo más que crecer. Pero, en pocos años, su imagen de nerd devenido rico y famoso, admirado y envidiado por igual, sufrió un golpe descomunal. ¿Es Microsoft demasiado poderosa?, se preguntaba la revista Business Week en marzo de 1993. La comunidad techie era bastante menos sutil a la hora de criticar al gigante del software (cuyo sistema operativo y producto estrella, Windows, estaba instalado en el 98% de las computadoras del planeta): lo acusaba de haber establecido un monopolio implacable, a fuerza de conductas antiéticas y de comprar u obligar a quebrar a la competencia. Fue por esa época que Microsoft se ganó el apodo de imperio del mal en alusión a Star Wars, la saga que, irónicamente, Bill tanto ama.
La polémica escaló varias veces a los tribunales hasta que el propio gobierno de Estados Unidos lo acusó de monopolio abusivo. 
usa: Bill Gates renuncia al cargo de director de Microsoft Corp | Paul Gard  | NOTICIAS EL BOCÓN PERÚ
Amenazada la supervivencia de un negocio con ingresos de US$25.000 millones anuales y que daba trabajo a casi 50.000 personas (hoy son US$125.000 millones y 150.000 empleados), Gates decidió dar un paso al costado del management y enfocarse 100% en la defensa de su firma. Años de litigios, sentencias y apelaciones desembocaron, en 2001, en un acuerdo tan desgastante económica como emocionalmente. El día que ese infierno terminó, confiesa que lloró. Pero, aunque había logrado salvar a Microsoft, el futuro era desalentador: mientras él peleaba la batalla judicial, la industria tech había pegado un salto cuántico de la mano de los primeros smartphones, el auge de la música digital y las incipientes redes sociales. Su empresa llegaba tarde a una nueva edad de oro liderada por Apple y sus revolucioipod e iphone, frente al cual la PC quedaba como un armatoste jurásico.
“Sería un tipo más abierto e interesante si alguna vez hubiese probado ácido o ido a un ashram”, lo criticaba Steve Jobs; ambos mantuvieron siempre una extraña relación pasivo-agresiva, mezcla de admiración y rivalidad, de complicidad y competencia. Se podría decir que los dos hombres que protagonizaron la revolución de la computadora estaban en polos opuestos intelectualmente, y esto se reflejaba hasta en su forma de vestir. Jobs, con su legendario outfit de jeans, zapatillas blancas y remera negra de manga larga y cuello alto, era un ícono de la vanguardia potenciada por la estética y la creatividad; en cambio, Gates, práctico ante todo, desde que tuvo 30 se vistió como si tuviese 60, un uniforme de rigor sin ningún tipo de imaginación a base de pantalones beige, suéteres de cashmere y anteojos en la antítesis de lo cool.
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“Daría mucho por tener el buen gusto de Steve”, admitió Bill en 2007, el mismo año en que Apple lanzó el primer iphone y su sobria belleza cautivó a millones de personas. Mientras tanto, en Microsoft, todavía se debatían sobre la supervivencia de Clippy, el burdo asistente virtual de Word. Pero el gran error de Bill Gates, que él mismo admite que le hizo perder “una oportunidad única en un mercado deUS$400.000 millones”, fue dejar que Google creara el sistema operativo Android. “De haberlo hecho nosotros, hubiésemos sido el líder tecnológico indiscutido”, se encogió de hombros cuando habló del tema por primera vez el año pasado.
No es que Bill Gates haya perdido la ambición; más bien, la reenfocó. Fue precisamente después de ese calvario judicial que arrancó una irreversible metamorfosis personal. Como graficó Jeff Goodell, editor de Rolling Stone: “Cuando Gates renunció a su cargo de CEO en Microsoft, encontró la manera de transformar su agresivo impulso por conquistar el escritorio en otro impulso igual de agresivo por ganarle a la pobreza y la enfermedad”. Así se explica por qué, en vez de proponerse objetivos más glamorosos y excitantes como lanzar un auto descapotable al espacio, el nuevo milenio lo encontró desvelándose por reinventar el inodoro.
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La epifanía le llegó leyendo. El 9 de enero de 1997, desayunaba hojeando The New York Times. De repente, un artículo lo impactó: “En el Tercer Mundo, el agua todavía es un líquido letal”. La nota exponía la carencia absoluta de un sistema de sanitización que hacía que, en muchísimos países de Asia y África, los desechos humanos fueran a parar al mismo lugar que el agua potable. “Unos 2900 millones de personas (el 66% de la población del Tercer Mundo) no tienen acceso a un inodoro, ni siquiera a una letrina decente”, revelaba la investigación, agregando otra cifra escalofriante: debida a la ingesta de agua contaminada, la diarrea mataba a unos 3,1 millones de personas anualmente, casi todas niños.
Dos años más tarde, Bill anunciaba junto con su esposa Melinda el lanzamiento oficial de la fundación que lleva el nombre de ambos y los tiene como socios igualitarios. En dos décadas de vida, la Bill and Melinda Gates Foundation adquirió una escala titánica. Cada año, destina más dinero a la promoción de la salud global que la Organización Mundial de la Salud, y juega un papel clave en el financiamiento de entidades como el Global Fund de las Naciones Unidas y el Banco Mundial. Además, sus esfuerzos por impulsar la vacunación infantil y combatir enfermedades como el VIH pediátrico, la tuberculosis y la malaria no tienen parangón y –algo muy importante para Bill–, sus resultados son medibles y cuantificables.
Gates dice que no se siente un superhéroe, pero se anima a identificar en sí mismo algo parecido a un superpoder: “Si tengo uno, tiene que ver con mi optimismo hacia la innovación científica y mi capacidad para armar equipos. Mi experiencia en Microsoft me enseñó varias cosas: diagnosticar qué cosas van por buen rumbo y qué otras no, y ser paciente para alcanzar logros que llevan varios años”.
Mientras otros magnates más estrafalarios como Jeff Bezos (amo y señor de Amazon) y Elon Musk (creador de Tesla) se propulsan cada vez más a la carrera espacial, Bill se aboca a proyectos como diseñar un inodoro autosustentable, barato y sencillo de instalar en zonas pobres y remotas. En
2010, junto a su amigo y también multimillonario Warren Buffet, lanzó The Giving Pledge, una campaña para dar a conocer su compromiso de donar al menos la mitad de su fortuna a lo largo de su vida. Ya lo imitaron más de 200 magnates. “Mi objetivo no es ser inspirador. El mundo tiene recursos limitados. Hago esto porque creo en la optimización. En la erradicación de enfermedades, llegar a cero es mágico porque, cuando se logra, en todos los años siguientes no se gasta en prevención, y se evita el tratamiento y toda la tragedia”, argumenta, con una racionalidad que no se oxidó.
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Bill Gates no habrá perdido del todo su ego (si no, ¿cómo podría creerse capaz de alcanzar los complejos desafíos que se propone?), pero no delira con llevarlo al infinito y más allá, sino que lo que le da sentido a su vida es poner esa férrea ambición al servicio de mejorar el planeta. Y hasta pone en duda su nueva épica personal: “Es un mito que soy el mayor filántropo de la historia. Alguien que elige vivir en África para trabajar en un hospital dio mucho más que yo, que no tuve que sacrificar mi tiempo ni mi bienestar como un montón de personas anónimas que hacen cosas increíbles”. Algo es seguro: su arrogancia parece haberse aplacado.
D. K. 

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