La troika lanzó la remake del gran engaño
Héctor M. Guyot
Cuando Cristina Kirchner tiene la palabra, el peronismo baja la cabeza y se cuadra. Denle un auditorio y ella recupera el poder que va perdiendo en los hechos. Frente al micrófono, su verbo restablece el lazo de sumisión que ha tejido en estos años con caudillos y dirigentes de piel dura que no han sabido liberarse del yugo. Todavía la necesitan. Pero, sobre todo, aún le temen.
La palabra emancipada de su relación con las cosas, usada como estilete por una mente astuta y una lengua venenosa, es capaz de alinear las ambiciones desbordantes y enfrentadas de un conglomerado político en estado de ebullición. Muchos de los que la escuchan anhelan el poder que retiene, pero cuando ella los nombra en público se saben a su merced y tiemblan. La tensión con la que el candidato Sergio Massa siguió el discurso de la vicepresidenta en el primer acto de campaña, el lunes, lo decía todo. Al lado de la señora, mientras ella hablaba, se sabía vulnerable. En el paredón. Y lo cierto es que recibió unas cuantas descargas.
Lo inédito es que la vicepresidenta también se sabe asediada. Quien sonreía a su lado la había puesto contra las cuerdas para quedarse con la candidatura del oficialismo y la franquicia de lo que alguna vez fue la revolución nac&pop. Pero ahora, en Aeroparque, ella lo ponía en su lugar y recuperaba lo que era suyo. Cristina le sigue debiendo casi todo al relato. Por su “proscripción”, dijo, debió aceptar un candidato de consenso que no era el propio. Se despegaba así de una futura derrota sin resignar centralidad. Para probar que sigue siendo el sol alrededor del cual giran los planetas humilló al ministro, tal como hacía con Scioli en 2015. Se le fue la mano cuando trató a Massa de “fullero”. ¿Quién no pensó que ahí decía la verdad?
Fulleros (los que tienen el hábito de mentir o engañar, según el diccionario de María Moliner) somos todos, podría haber acotado el susodicho, para devolver la lisonja parafraseando al General. ¿O no estaban allí reunidos para lanzar la remake del gran engaño? Para peor, después de que el primero resultara un fiasco del que nadie se hace cargo. En medio del páramo, el candidato que se impuso luego de un festival de traiciones, el superministro que llevó la inflación a las nubes, se presenta como la alternativa para sacar del pozo al país. Son el gobierno y hacen campaña contra el gobierno. Huyen hacia adelante saltando del Frente de Todos a Unión por la Patria. Pero son los mismos.
Es como 2015, pero cuatro años y un tsunami después. Alberto Fernández hace rato que es historia, un fantasma, el presidente que no fue, pero la troika que se detesta y que nos trajo hasta aquí vuelve a amarse para la foto y alumbra un nuevo candidato, a pesar del resultado calamitoso de aquella primera impostura. En medio de una crisis, el peronismo confía su suerte al político menos confiable de la Argentina. Tiene su lógica. Tras veinte años de kirchnerismo, la descomposición es aguda.
Massa vende una ilusión óptica: él es kirchnerismo y al mismo tiempo no lo es. Lo mismo que vendió Alberto Fernández hace cuatro años. Pero ¿qué es el kirchnerismo? Acaso sea, en buena medida, una ilusión retórica. La militancia que ha confundido la aventura de los Kirchner con la izquierda o el progresismo recibió con desconsuelo al nuevo candidato. Víctor Hugo Morales y Dady Brieva expresaron esta perspectiva con claridad. Por ahí se le van a escapar unos cuantos votos a Massa. Pero resulta que tampoco lo ven como kirchnerista otros que lo pintan como un político racional, medido, dialoguista, y trazan de él un perfil que limpia la foja de afrentas contra las instituciones que acumuló durante este cuarto gobierno K, que es el suyo. Le lavan el prontuario. No son pocos los que, a conciencia o por ligereza, contribuyen a afianzar esta idea. Y es peligrosa, porque somos una sociedad que vota sin memoria.
Massa no dudó en asociarse al regreso del kirchnerismo y de los “ñoquis de la Cámpora”, que años antes había prometido sacar. Tampoco en acompañar los ataques de este gobierno a la democracia republicana, incluida la farsa del juicio político a los miembros de la Corte Suprema. Todo lo que promueva su ascenso en la escalera del poder le viene bien, no importa qué, y está determinado a llegar a lo más alto. Conquistó su candidatura a través de una avivada que se parece mucho a una extorsión, con el país entero de rehén. En su pragmatismo, en su audacia, en su ambición, Massa es un peronista de la especie kirchnerista, qué duda cabe. Juega solo para sí mismo. Y para su mujer.
El intendente de Tigre, Julio Zamora, denunció esta semana presiones del massismo sobre su gobierno para que desistiera de ir por la reelección. El objetivo sería que Unión por la Patria presente una sola candidata: Malena Galmarini, esposa de Massa. A Zamora le renunciaron cuatro funcionarios y teme por su integridad.
Hace veinte años, los Kirchner llegaban a la presidencia de la Nación. Lo que harían estaba todo en Santa Cruz, su pago chico. Pero no lo vimos venir. La miopía nos costó demasiado caro.
Son el gobierno y hacen campaña contra el gobierno. Huyen hacia adelante saltando del Frente de Todos a Unión por la Patria. Pero son los mismos
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