El desafío que significa cambiar
Patricio Carmody
En un contexto en el que la democracia parlamentaria francesa se encontraba casi paralizada y venía sufriendo amargas derrotas en el frente externo, el general Charles de Gaulle fue llamado a gobernar el país por segunda vez en 1958, después de haber dejado su puesto como presidente provisional en 1946. Como lo describió en su libro Memorias de esperanza, él enfrentaría enormes desafíos ante los cambios que pretendía implementar, en particular de los partidos tradicionales que eran la base de la Cuarta República (1946-1958).
De Gaulle había sido muy crítico de los gobernantes que habían perdido la guerra con Alemania, con los del régimen de Vichy y con los de la Cuarta República, escribiendo que estando de vuelta en el poder, “debía enfrentar el rencor de tantos notables de la política que no le perdonaban sus propios errores”. Consideraba además que desde de su partida, en 1946, en materia de relaciones exteriores, “las naciones extranjeras, a fin de cuentas, determinaban y obtenían lo que pretendían de Francia”.
A su vez, sabía que no podía recibir demasiado apoyo de la prensa, muy ligada a los partidos tradicionales, ante los cambios políticos que quería implementar. Esto ocurría en una época en que –según el excanciller alemán Helmut Schmidt– los políticos y los periodistas eran ambos parte de la clase política, y que en ambas profesiones se podía observar un amplio espectro que abarcaba desde hombres de Estado hasta delincuentes. En consecuencia, según De Gaulle, durante su mandato, “naturalmente, y como es habitual, ningún apoyo me sería otorgado por la prensa, siempre confinada a la amargura, la crítica y a la racionalización”. Así, la mayoría de los periodistas de radio y televisión realizarían una huelga días antes de un referéndum convocado en 1962, con el pretexto del poco tiempo otorgado a los partidos. Estos eran los mismos que no protestaron cuando De Gaulle no pudo expresarse por esos medios durante 12 años.
En efecto, el referéndum que propuso en 1962 para aprobar que el presidente fuera elegido por voto universal fue un claro ejemplo de los desafíos que debió enfrentar. Lo que es hoy algo obvio no lo había sido en Francia, donde el Poder Legislativo votaba al presidente, manteniendo así su carácter de elector supremo. Junto a los partidos tradicionales, De Gaulle recibiría la oposición de asociaciones profesionales y sindicatos. Así, asociaciones de agricultores, de universitarios y de profesores técnicos y secundarios llamarían a votar por el no. También la CGT, la Fuerza Obrera, la Confederación Francesa de Trabajadores Cristianos y otros sindicatos se manifestarían por la negativa.
Con la oposición de los partidos tradicionales, de asociaciones profesionales, de sindicatos y de la prensa en general, De Gaulle lograría una aprobación popular del 62% de los votos. Él creía que para defender el interés superior de la Nación y asegurar la continuidad en la acción, la legitimidad del presidente debía provenir directamente de los ciudadanos. Y que el presidente debía poder apelar directamente al electorado en tiempos de grandes cambios, que la clase política naturalmente resistiría. Por otro lado, probó que los feudos políticos, profesionales y periodísticos ya no expresaban la voluntad de los ciudadanos.
Ante el desafío de implementar cambios, De Gaulle creía que era muy importante tener equipos que expandieran y magnificaran su mensaje. Así, creía que era bueno que “la misma melodía fuera tocada por diversos instrumentos”. Uno de ellos sería el genial escritor André Malraux, quien lo fortalecía con su apoyo y amistad, y le garantizaba que en los duros debates, cuando los temas eran de gravedad, su juicio fulgurante lo ayudaría a disipar las sombras. De Gaulle escribiría: “Cuán bueno es que las ideas y las acciones de un jefe sean completadas, sostenidas y hasta algunas veces compensadas por una iniciativa, una capacidad o una voluntad ajena a la suya”.
De Gaulle enfrentaría los desafíos ante los cambios que pretendía realizar, consciente de que: “Dada la pendiente por la que se deslizaba Francia, mi misión era siempre guiarla hacia lo alto, mientras que numerosas voces desde abajo le requerían que descendiera”. En este sentido, De Gaulle implementaría reformas –a pesar de las resistencias– que darían a Francia una década de estabilidad política y de excepcional crecimiento económico.
Aprender a leer y a escribir, política de Estado
Victoria Zorraquín
En 1869, Domingo Faustino Sarmiento, entonces presidente de la República, realizó el primer censo nacional. Constató así que éramos un puñado de 1.830.000 habitantes y quedó anonadado al descubrir que el 87 por ciento no sabía leer ni escribir.
Inmediatamente reunió a su gabinete de ministros y les anunció: “Señores ministros: ante los datos del censo, voy a proclamar mi primera política de Estado para un siglo: escuelas, escuelas, escuelas”. El resultado de esa política es conocido y se puede ver en datos concretos. Desde 1869 hasta 1947 los argentinos nos multiplicamos hasta llegar a casi diez veces y, gracias a las escuelas y al programa sarmientino, el analfabetismo bajó de 77% a 13%.
Estamos en la carrera final hacia las elecciones y tenemos datos que pueden hacer que el futuro presidente tome una decisión para una política de Estado de la envergadura de la que tomó Sarmiento. ¿Cuál debe ser esa política?
El Censo 2022 mostró que hoy somos 47.327.407 y que el 98.08% de los habitantes está alfabetizado. Sin embargo, y a diferencia de todos los censos anteriores, el cuestionario de 2022 no incluía la pregunta clásica: ¿sabe usted leer y escribir? Este cuestionario, en cambio, preguntaba cuál fue el nivel educativo más alto que cursó la persona encuestada. Luego, si la respuesta era que no había completado ese nivel, el cuestionario requería que se responda cuántos años o grados había aprobado de ese nivel educativo. Es decir, el censo llevaba implícita en la pregunta por cuántos años de escolarización el dato de cuántos habitantes están alfabetizados. Pero ¿es así? ¿Ir a la escuela implica lograr estar alfabetizado? Tenemos docentes extraordinarios y comprometidos con sus estudiantes, que dan todo por ellos. Sin embargo, en miles de casos, no logran que aprendan a leer y a escribir. ¿Qué nos pasa?
Los datos son angustiantes: en el último informe de Argentinos por la educación, Kit, Nistal y Sáenz Guillén muestran que a nivel nacional, de cada 100 estudiantes que comenzaron primer grado en 2011 apenas el 13% llegó a tiempo y con niveles satisfactorios de Lengua y Matemática al final de la escuela secundaria. La cifra implica un retroceso importante respecto de cohortes anteriores. Y en un informe previo se muestra que solo 1 de cada 10 chicos de tercer grado se ubica en el nivel de desempeño más alto de lectura. Esta cifra, además, ubica al país por debajo del promedio de la región.
Es claro, nuestra escuela no está logrando lo que sí consiguió Sarmiento. En esta crítica situación, pidamos y roguemos que el nuevo presidente –al igual que lo hizo Sarmiento– convoque a su equipo de ministros y declare con determinación: “He definido mi política de Estado: escuelas, escuelas y escuelas. Pero que en cada una de ellas se garantice que el 100% de nuestros estudiantes adquieran la habilidad de leer, escribir y comprender”.
Entonces, ¿cuáles serían algunos puntos claves de esa política de estado? 1) Que el líder máximo respalde fervientemente esa iniciativa con todo su compromiso. 2) Que se convenza plenamente y pueda comunicar este convencimiento de que todos los niños y las niñas tienen la capacidad de aprender a leer y escribir en primer grado, sin importar su origen socioeconómico o cultural. 3) Que podamos reafimar que la sala de 5 años del nivel inicial es el escalón clave para el aprestamiento en el aprendizaje de la lectura y escritura comprensiva. 4) Que se suministre a cada educador de la nación, las herramientas más efectivas, respaldadas por la ciencia, para asegurar que cada estudiante alcance la habilidad de leer, comprender y escribir con destreza.
Escritora, investigadora y especialista en educación. Directora de Educere ONG
Victoria Zorraquín
En 1869, Domingo Faustino Sarmiento, entonces presidente de la República, realizó el primer censo nacional. Constató así que éramos un puñado de 1.830.000 habitantes y quedó anonadado al descubrir que el 87 por ciento no sabía leer ni escribir.
Inmediatamente reunió a su gabinete de ministros y les anunció: “Señores ministros: ante los datos del censo, voy a proclamar mi primera política de Estado para un siglo: escuelas, escuelas, escuelas”. El resultado de esa política es conocido y se puede ver en datos concretos. Desde 1869 hasta 1947 los argentinos nos multiplicamos hasta llegar a casi diez veces y, gracias a las escuelas y al programa sarmientino, el analfabetismo bajó de 77% a 13%.
Estamos en la carrera final hacia las elecciones y tenemos datos que pueden hacer que el futuro presidente tome una decisión para una política de Estado de la envergadura de la que tomó Sarmiento. ¿Cuál debe ser esa política?
El Censo 2022 mostró que hoy somos 47.327.407 y que el 98.08% de los habitantes está alfabetizado. Sin embargo, y a diferencia de todos los censos anteriores, el cuestionario de 2022 no incluía la pregunta clásica: ¿sabe usted leer y escribir? Este cuestionario, en cambio, preguntaba cuál fue el nivel educativo más alto que cursó la persona encuestada. Luego, si la respuesta era que no había completado ese nivel, el cuestionario requería que se responda cuántos años o grados había aprobado de ese nivel educativo. Es decir, el censo llevaba implícita en la pregunta por cuántos años de escolarización el dato de cuántos habitantes están alfabetizados. Pero ¿es así? ¿Ir a la escuela implica lograr estar alfabetizado? Tenemos docentes extraordinarios y comprometidos con sus estudiantes, que dan todo por ellos. Sin embargo, en miles de casos, no logran que aprendan a leer y a escribir. ¿Qué nos pasa?
Los datos son angustiantes: en el último informe de Argentinos por la educación, Kit, Nistal y Sáenz Guillén muestran que a nivel nacional, de cada 100 estudiantes que comenzaron primer grado en 2011 apenas el 13% llegó a tiempo y con niveles satisfactorios de Lengua y Matemática al final de la escuela secundaria. La cifra implica un retroceso importante respecto de cohortes anteriores. Y en un informe previo se muestra que solo 1 de cada 10 chicos de tercer grado se ubica en el nivel de desempeño más alto de lectura. Esta cifra, además, ubica al país por debajo del promedio de la región.
Es claro, nuestra escuela no está logrando lo que sí consiguió Sarmiento. En esta crítica situación, pidamos y roguemos que el nuevo presidente –al igual que lo hizo Sarmiento– convoque a su equipo de ministros y declare con determinación: “He definido mi política de Estado: escuelas, escuelas y escuelas. Pero que en cada una de ellas se garantice que el 100% de nuestros estudiantes adquieran la habilidad de leer, escribir y comprender”.
Entonces, ¿cuáles serían algunos puntos claves de esa política de estado? 1) Que el líder máximo respalde fervientemente esa iniciativa con todo su compromiso. 2) Que se convenza plenamente y pueda comunicar este convencimiento de que todos los niños y las niñas tienen la capacidad de aprender a leer y escribir en primer grado, sin importar su origen socioeconómico o cultural. 3) Que podamos reafimar que la sala de 5 años del nivel inicial es el escalón clave para el aprestamiento en el aprendizaje de la lectura y escritura comprensiva. 4) Que se suministre a cada educador de la nación, las herramientas más efectivas, respaldadas por la ciencia, para asegurar que cada estudiante alcance la habilidad de leer, comprender y escribir con destreza.
Escritora, investigadora y especialista en educación. Directora de Educere ONG
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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