GÉNOVA, EL IMPENSADO PUERTO DE REGRESO
SON JÓVENES ARGENTINOS QUE DESANDARON EL CAMINO DE SUS ANTEPASADOS HACIA UNA CIUDAD QUE LOS RECIBE BIEN, PERO NO TANTO
texto de Alejandro GrimoldiEl transatlántico italiano Conte Grande parte de Génova repleto de migrantes, rumbo a la Argentina, en 1952
Es bien sabido que xeneixes eran los “genoveses”, inmigrantes que se instalaron en el porteño barrio de La Boca y hablaban el dialecto de Génova, su ciudad natal. De ahí la identificación del gentilicio con el club de la Ribera. Menos sabido es que River Plate también tiene una parte de origen genovés: nació en La Boca de la fusión del club Rosales y el club Santa Cruz, fundado e integrado por xeneixes. Fueron ellos los que nos dieron la fainá, otra palabra genovesa, para decir lo que en italiano se conoce como farinata, que sería “harinada” en español. Receta que a, su vez, se preparaba en Banchero o Güerrín, dos pizzerías fundadas por genoveses.
Son apenas algunas de las huellas que Génova dejó en nuestro país. Entre ellas podríamos contarnos también nosotros: los antepasados de quien esto escribe, así como muchos antepasados de quienes esto leen, zarparon de Génova. Lo mismo hicieron Angelo Messi, tatarabuelo de Lionel, en 1893, o Mario, el padre de Jorge Bergoglio, que viajó en 1929, cuando Génova ya había superado a Nápoles y Palermo como principal puerto de salida de Italia.
Durante el primer cuarto de siglo embarcó más de 1,7 millones de italianos, y embarcaría aun 400 mil más hasta el comienzo de la guerra. Y aunque no todos se dirigirían a nuestro país, algunas estadísticas afirman que durante varios años ese destino fue mayoritario, superando incluso a los Estados Unidos. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se dio la llamada “segunda diáspora”.
Esta ciudad recuerda bien: en pleno Porto Antico, uno de sus principales puntos turísticos, hay una placa y un largo mural en honor a esos italianos que, entre cajas, bolsas y valijas, “cargados de sueños y coraje, dejaron este puerto para llegar a la Argentina”.
Hoy existe un movimiento contrario: personas que desandan el camino de sus bisabuelos, volviendo a una ciudad que ahora se convierte en punto de llegada y, a veces, en destino final. Son parte de un éxodo que a menudo se cree involuntario, motivado por la crisis económica, la decepción política, la creciente inseguridad. Pero sus historias, las historias de todos los argentinos que encontró este artículo (y de algunos que quedaron afuera), parecen matizar y a veces contradecir ese diagnóstico. Aprovechando la ciudadanía que les legó algún familiar que partió de este puerto, Génova es para ellos un destino provisorio o permanens te, ameno o complicado, y parte de una experiencia que parece tener poco de amargo.
“Yo no me escapé de la Argentina”, dice Nicolás Rizzi, de 37 años, oriundo de Córdoba capital y traductor de formación académica que hoy se dedica al trabajo social. Llegó a Génova en la segunda mitad de 2019. “Yo tenía seguramente futuro profesional en la universidad”, dice, pero la frustración de un proyecto lo llevó a considerar una partida. También, como a tantos, lo “llamaba la aventura” y, en su caso, la idea de “cerrar un círculo histórico familiar”. “Sabía que mi ‘bisnonno’ había salido de acá, pero no tenía mucha más información”, y así “no hay una razón muy específica” que haya justificado la elección de esta, la capital de la Liguria.
Enrique Hofirek, de 31 años e italiano por el lado materno, tampoco escapó. Llegó hace apenas siete meses, con un contexto argentino aún más difícil, pero no se vio forzado a partir. De hecho, “tuve que dejar mi trabajo” en comercio internacional, y lo hizo justamente “para probar”, para “vivir la experiencia”. Siente, sí, que “es una locura que, cien años después, yo esté haciendo el camino inverso al de mi bisabuelo”. Del barrio de Flores pasó a Lumarzo, un caserío en las afueras de la ciudad, y de la oficina pasó a un bar, un cambio que, lejos de disuadirlo, lo ayuda a “ganar plata, aprender el idioma, conocer gente” y prepararse para un futuro en el que quizás pueda volver al comercio internacional cambiando el puerto de Buenos Aires por el de Génova.
A pasos nomás del bar de Enrique, hay un restaurante en el que trabajan dos hermanos de San Juan capital, Nicolás y Santiago Matoso, de 24 y 18 años respectivamente. Martín llegó hace cuatro meses, siguiendo a Nicolás, que había llegado hace dos años. Su caso parecería típico de una juventud que no ve futuro en su país natal, pero el detonador fue otro, común a varios casos: la pandemia. “Cuando se paró todo, me quedé en casa un año entero sin hacer nada –explica Nicolás–. Estaba re enojado, frustrado, y ahí dije, ¿qué pasa si me voy? Quizás puedo terminar la carrera de ingeniería civil en Italia”. Ya tenía la ciudadanía; pudo homologar las materias e incluso conseguir una beca, y así fue así como terminó en Génova.
La pandemia detuvo aquí al primer Nicolás, el traductor, que de lo contrario habría seguido rumbo a Francia. Y también a Giuliana Sartorini, de 31 años y criada en Caballito, que hoy estudia traducción en la Universidad de Génova. Su plan era viajar por Europa, como ya había hecho otros años con visas de trabajo. “Pero gracias a la pandemia y a otros factores decidí quedarme en esta ciudad amarilla como los reflejos del sol”, que hoy adora. También motivada por el covid, Eugenia Preve, de 28 años, hija de madre genovesa y padre ligurino, que fue criada en un hogar de zona norte en el que siempre se habló italiano: “Durante la pandemia empecé a trabajar en un proyecto online en Buenos Aires y ahí me di cuenta de que podía trabajar en cualquier lado. En ese momento, la casa de mi abuelo estaba a la venta acá en Génova”, y con eso terminó volviendo a la ciudad que, en su caso, es la de su familia más inmediata.
Ahora bien, la situación argentina no quede completamente fuera de la ecuación. Ninguno de los entrevistados estaba mal allá, pero muchos sienten que pueden estar mejor acá. “Para mí era muy difícil vivir sola, ahorrar. Era un bajón”, recuerda Eugenia, cuya venida a Génova es parte de un “proyecto económico personal”. Para Enrique, “desde que tengo uso de razón que no estamos en un buen momento económico, así que no tenía mucho que perder”.
Por su lado, Mariel Ambrossi explica que “nuestra situación en la Argentina no era mala. Los dos estábamos con trabajo hacía varios años”, pero “lo que más empuja a un cambio es ver que las cosas no cambian” en la Argentina, dice su pareja Gabriel Favaro. Ambos son de Santa Fe, él de Arequito, ella de Armstrong, él trabaja en el sector gastronómico, ella como bioquímica, y ambos tienen “la idea de que no vamos a volver” porque en el país “van a tardar muchísimo en hacer las cosas que tienen que hacer”.
No es un sentimiento unánime. “Si consigo trabajar como traductora a distancia, mi proyecto de vida es hacer verano en Europa y verano en Argentina, pero es muy a largo plazo”, dice Giuliana. Al preguntarle si querría volver, Nicolás Rizzi no lo duda: “Sí, sí, sí”. Y los hermanos Matoso también tienen un horizonte abierto: “Queremos viajar, pero no de turistas, sino quedándonos un tiempo en cada lugar”, y quizás, luego de satisfecho ese deseo, volver a Argentina.
Después de todo, partir no fue fácil. Cuando Santiago subió al avión, “no podía parar de llorar”, al punto que los pasajeros le preguntaron si lo estaban “obligando a viajar”. “No”, respondió él, “es que me voy a vivir otro país”.
Enrique también dice haber llorado un poco, pero nota que “la tecnología ayuda un montón”, que al día siguiente de su llegada ya estaba en contacto con su madre y que, en ese sentido, “no es como cuando vino mi bisabuelo, que andá a saber cuándo volvería a ver a su familia, si es que la volvía a ver”. Este es hoy un hecho común a la migración de cualquier tipo, una diferencia radical con la de otros tiempos.
Todos han desarrollado una relación profunda y compleja con Génova. Nico Rizzi hizo propia una explicación que le dio un amigo italiano radicado en la ciudad: “Génova es una ciudad difícil, un desafío”. ¿Por qué? En primar lugar, “geográficamente, es un milagro”. En efecto, la trama urbana está estrujada entre el mar y el monte, permanentemente interrumpida por el agua y las laderas, por rocas escarpadas que escalonan en distintas alturas edificios que en otra ciudad serían linderos. Una bicicleta, aquí, es un gesto heroico. Y es justamente ese “laberinto de puentes, puertas y escaleras”, de “desniveles, ascensores y túneles”, como dice Eugenia, lo que cautiva a muchos.
“Me pareció hermoso, fascinante el hecho de que las montañas cayeran sobre el mar”, dice Giuliana, que además es escaladora aficionada. Probar la focaccia genovesa, reputada entre las mejores de Italia, fue otro momento que marcó su amor por la ciudad. Para Gabriel y Mariel es “amor, odio”, aunque luego de “volver de Venecia, la queremos un poco más”. Génova no está tomada por turistas, al menos no siempre. “Cuando llegamos, no nos encontrábamos para nada, porque era una ciudad muy vieja”, dice Gabriel, pero su mirada cambió: “Siento que ya es mi casa”. Lo de muy vieja se refiere sobre todo al centro histórico, que es uno de los más grandes de Europa y que, como sucede a menudo en Italia, está poblado de edificios construidos antes de la primera fundación de Buenos Aires.
Hay otra dificultad en la accoglienza ligure, la “acogida ligurina”, famosa por su desapego. “Son muy cerrados”, dice Rizzi, y Eugenia confirma: “En Génova nadie te va a preguntar nada. De dónde sos, qué hacés. Y a mí me han dado la espalda dos veces, ¡gente con la que estaba en medio de una conversación!”. Nicolás Matoso siente lo mismo con sus compañeros de la universidad: “Son muy fríos, van ahí para hacer la suya y chau”.
Así y todo, estos argentinos han conseguido hacerse de amistades que, en el fondo, sienten familiares. “Las relaciones con los italianos son las más verdaderas que tengo”, dice Giuliana, comparándolas con las de otras nacionalidades de países que visitó. Nicolás Rizzi canta tango con un italiano en la guitarra, juega al vóley con un grupo de amigos de la ciudad. E incluso Nicolás Matoso dice que, salvando la apatía de los universitarios, los italianos “son muy parecidos” a los argentinos.
A él, a Giuliana, a Nicolás Rizzi, este idioma aprendido hace poco ya empieza a transformar su español. Cambian algún acento, marcan más las eses, suavizan las erres, cuelan aquí y allá alguna palabra italiana. Todos han conseguido trabajos con los que están conformes, aunque no sean definitivos; todos tienen un plan a corto, mediano y quizás largo plazo. Pero Eugenia, cuyos padres son de aquí, dice que “siempre vas a ser inmigrante” por la simple razón de que uno se crio en una cultura distinta. Es un sentimiento propio de una primera generación de inmigrantes. Les tocó a sus antepasados, hoy les toca a ellos.
REDES PARA NO PERDER CONTACTO EN UNA CIUDAD “PROFUNDA Y COMPLEJA”
Es difícil saber cuántos argentinos hay en Génova o en cualquier ciudad italiana. Quien consigue la ciudadanía pasa a ser contado como un italiano más, sin discriminación estadística que indique su ciudadanía argentina. Por otro lado, no todos los que obtienen la ciudadanía lo hacen para residir en Italia. Entre 2018 y 2021 fijaron residencia en Italia 22.437 personas provenientes de Argentina (unas 5600 al año), pero esos datos no aclaran si tenían ciudadanía ni si siguen residiendo en Italia o no. El año pasado, había 10.522 argentinos sin ciudadanía residiendo en Italia. De modo más informal, el grupo de Facebook “Argentinos en Génova” tiene unos 5100 miembros (frente a los 12.200 de “Argentinos en Roma”), pero eso no quiere decir que todos vivan ahí. Muchos se unen a este y otros grupos de argentinos en Italia buscando ayuda para tramitar la ciudadanía. Otros pueden haberse ido de la ciudad o no haber llegado aún o planear una mudanza que al final nunca se hace, etcétera.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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