El país decidió demoler su sistema político
La Argentina propuso elegir entre “el loco de la motosierra” y el “fullero”
Sergio Suppo
Sobre los datos inapelables de las urnas, en medio de una tormenta económica y social que crece, la Argentina decidió demoler su sistema político. Y postergó por un mes el comienzo de la reconstrucción. El país eligió decidir entre “el loco de la motosierra” y “fullero”, según los motes autoimpuestos desde sus respectivos espacios a Javier Milei y Sergio Massa. Más de tres de cada diez votantes que quedaron sueltos deambulan entre dos variantes que habían pensado como inaceptables. Estaba escrito. Nada será igual luego de las elecciones del domingo, aun cuando haya que esperar hasta el 19 de noviembre para conocer quién gobernará.
Todo gira alrededor de dos hechos que explican el inestable nuevo juego de tres que quedó planteado.
1) Luego de reafirmar su presencia en su territorio político esencial, el conurbano bonaerense, el kirchnerismo tiene ahora pendiente conocer si se produce un cambio de liderazgo.
2) Está agotado el proyecto de unificación opositora y de poder que fue Juntos por el Cambio; en su lugar nació Javier Milei como un líder nuevo y disruptivo y empezó a consumarse la disgregación del proyecto armado para ganar las elecciones de 2015.
El triunfo parcial de Sergio Massa es hijo de varios padres pero, antes que nada, de una verdad que siempre prevalece por sobre todas las maniobras, interpretaciones y giros de última hora: el tigrense ganó con la peor cosecha de votos de la historia del peronismo porque la oposición estaba dividida.
El mismo Massa y Mauricio Macri coincidieron de hecho en la generación del fenómeno. Ambos tenían buenas razones para hacerlo. Massa colaboró activamente para crear en Milei una alternativa a Juntos por el Cambio. Y Macri hizo del libertario su candidato preferido para destruir a los aspirantes a sucederlo en la jefatura opositora.
El creador de La Libertad Avanza creció al amparo del hartazgo social; la bendición de Macri le dio volumen de votos a un proyecto que en su origen era testimonial y Massa le garantizó a Milei recursos, estructura y hasta candidatos.
El fundador del PRO logró debilitar y vencer a sus rivales internos al precio de romper Cambiemos, con la ilusión de ser el jefe de un nuevo espacio con líneas ideológicas más duras.
Massa alcanzó lo que parecía imposible; ser competitivo y tener una posibilidad bien concreta de ser presidente.
Milei también ganó un espacio impensado desde un margen político deshabitado hasta el momento de su aparición.
Aun cuando reste conocer el enorme dato de quién será el nuevo presidente y quiénes quedarán afuera o adentro del gobierno y de la oposición, ya hay hechos que agregan complejidad y borran los vestigios de sentido común que le quedaban a la Argentina.
Atados a la facilitación de una oposición dividida, los votantes hicieron una exhibición de decisiones políticamente incorrectas.
El resultado electoral rompe la regla de que un gobierno que profundiza y acelera el desastre económico es castigado. Hubo un castigo, como que Massa sacó 12 puntos porcentuales menos que los que obtuvo Alberto Fernández para consagrarse en primera vuelta, en 2019. Pero ese castigo no se concentró en alguien que derrotara al candidato que al mismo tiempo es el ministro responsable de los desatinos inflacionarios y del empobrecimiento.
Otra vez, hubo un notable premio y reivindicación a las formas más corruptas de la gestión pública. Por caso, los vecinos de Lomas de Zamora plebiscitaron con casi el 50 por ciento la frívola ostentación del jefe de gabinete bonaerense, Martín Insaurralde. No es novedad; por doloroso que resulte, los indignados por los robos a cara descubierta son minoría en la Argentina.
Los arquitectos que operaron sobre esta realidad pueden estar solo parcialmente conformes, en el mejor de los casos.
Cristina Kirchner previó una derrota y fijó como objetivo mantener el gobierno de la provincia de Buenos Aires. ¿Está realmente feliz por las posibilidades que tiene de ser presidente el candidato que puso pensando que iba a perder?
Como en 2019 con Alberto Fernández, acaba de recrearse la escena en la que un potencial presidente, Massa, pugnará internamente para ser el verdadero nuevo jefe del peronismo en detrimento de Cristina Kirchner. Como todavía no se sabe si el peronismo ganará en la segunda vuelta, menos puede determinarse el verdadero alcance de una pelea por el mando. Axel Kicillof aparece ahora como un nuevo jugador y potencial rival de Massa. Y hay muchos más cabos sueltos.
El peronismo pasará por fuertes cambios e inevitables tironeos, gane o pierda Massa.
La división y proceso de reestructuración de la oposición depende del resultado del 19 de noviembre. Un gobierno de Milei apuraría la conformación de un nuevo conglomerado integrado por las variopintas tribus anarcolibertarias con una fracción importante del macrismo.
Son los ministros que le aporte Macri, como las bancas que le añada en el Congreso, las que pretenderán darle el soporte a una administración que Milei por sí mismo no está en condiciones de armar.
Un gobierno de Milei convertiría en oficialistas a no pocos dirigentes del PRO y abriría una incógnita sobre la integración o desaparición de un tercer sector, entre el peronismo y el gobierno libertario.
En cualquier caso, Juntos por el Cambio habrá desaparecido. Era inviable hace tiempo, una vez que eligió autosuprimirse como opción de poder, entre el giro de Macri hacia posiciones más extremas, los prematuros desafíos a su jefatura y la infinita interna que lo aisló de gran parte de su electorado.
Alguna vez,pero para los libros de historia, sus dirigentes comprenderán que pensar en solo derrotar al kirchnerismo era un punto de partida, no el destino final de una fuerza que quería gobernar. En el inestable y devastado centro político, deambulan hoy sin destino la fracción del PRO de Horacio Rodríguez Larreta, las distintas vertientes del radicalismo y lo que quedó del peronismo federal del cordobés Juan Schiaretti. Restos sueltos de un cataclismo arrastrados vaya a saberse hacia qué costas por el oleaje.
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Gabriel Rocca.
Fotógrafo icónico de la moda y el rock nacional, habla de su vínculo con los grandes ídolos argentinos y de su flamante muestra en el Abasto
Flavia Fernández.“El rock siempre fue una gran tribu solidaria”, dice Gabriel
“Nunca hice ni haría nada que no me guste”
Siempre, en las historias de los grandes, la primera anécdota, el click que los condujo al estrellato, tiene que ver con la magia. Destino, tal vez, o como quieran llamarlo. Y el caso del fotógrafo Gabriel Rocca no es la excepción. Era un chico de 20 años que vivía con sus padres en una casa de Vicente López, refugiado en un cuarto empapelado con pósters de la revista
Pelo. La música y esa movida del rock nacional lo venían movilizando, pero el shock absoluto fue el día que llegó a sus manos el primer disco de Sui Generis. En plena dictadura, el mejor refugio para soltar las alas eran los recitales. Y allá iba el joven Rocca, que no soñaba con ser fotógrafo sino músico, pero un día llevó una cámara. Y lo fotografió a Luis Alberto Spinetta en el festival Prima Rock. El material parecía bueno, así que lo acercó a la revista que él mismo compraba religiosamente. A los dos días, ya estaba trabajando oficialmente con ellos, cubriendo bandas y participando en sus giras. De ahí en más, se transformó en el fotógrafo que captó los grandes momentos del rock nacional, y más tarde, también, en la lente que supo darle un touch de juego y modernidad a las marcas más reconocidas de la moda argentina.
–¿Qué ves cuando tu lente enfoca el pasado?
–Primero, una infancia feliz. La casa con el almacén enfrente, jugar a la pelota en la vereda, el colegio a dos cuadras. Mi pequeña pasada por el Conservatorio de San Martín. Porque mi primera vocación, frustrada, fue la música. Pero la vida me fue llevando a otro lugar. Eran tiempos políticos difíciles y el rock nacional nos alertaba sobre lo que sucedía. Épocas no tan lejanas en las que usar pelo largo y escuchar rock resultaba complicado. La policía entraba a los recitales, obligaban a prender la luz y obligaban a todos a subirse a los colectivos azules. Y el todos significaba músicos, plomos, fotógrafos, parte del público.
–Sin embargo, con tu cámara, pasaste a ser parte del ADN rockero. ¿Qué situaciones viviste que aún te siguen impactando?
–Fueron años de mucho vértigo y adrenalina. A mis 23 tuve la fortuna y enorme privilegio de fotografiar a Freddy Mercury, Rod Stewart, Ian Anderson y Nina Hagen. También bandas como AC/DC, Iron Maiden, Whitesnake. Y un día terminé haciendo fotos en la casa de la figura más conocida en el mundo, Diego Armando Maradona. Ese retrato de Diego terminó siendo icónico. La verdad es que en mi vida de fotógrafo no hubo un plan. La idea no era a quién fotografiar sino entrar en el alma y sentimientos de cada personaje. Ahí está el secreto de mi disfrute.
–Después, tu llegada a la moda fue arrasadora.
–Llegué ahí de la mano del rock. Hacía la puesta en escena de algunas bandas y más tarde también me ocupé del vestuario, cuando empezaron a llegar las primeras marcas internacionales al país. Hicimos trabajos increíbles con Via Vai, la marca de Alan Faena y Paula Cahen D’anvers. Ya había hecho esa tapa icónica que fue Mujer contra
Mujer, el disco de Sandra Mihanovich. Y eso disparó mil situaciones, por ejemplo, producir el primer desfile de moda en el Estadio Obras, histórico templo del rock. Inolvidable Charly García cerrando con el Himno Nacional, entre todas las modelos. Cuando hablo en plural me refiero a Andy Cherniavsky, que fue mi mitad, socia durante muchísimos años.
–Cuando dicen “Rocca es rock”, ¿qué sentís?
–Tengo y tuve una vida de fotógrafo, y eso abarca un montón. Porque altar guien con una cámara puede dedicarse a sacar fotos, pero otra cosa es producirlas, crearlas. Esto último es lo que siempre hice. Y producir lleva a generar situaciones para obtener esas imágenes. Pasé gran parte de mi vida viajando, de hotel en hotel, en lugares inhóspitos y tremendas urbes, siempre con grandes y talentosos equipos. Si eso tiene alguna similitud con el rock, bueno sí... Mi vida fue eso. O es eso.
–Muchos dicen que tenés el “no” fácil...
–No lo sabía... Será porque nunca hice ni haría nada que no me guste. La fotografía es un arte, un sentir. Esto se trata de conexión con la persona a retratar. Por supuesto trabajo para marcas que tienen un objetivo, generar una identidad de imagen y vender. Por eso interpreesa ecuación es el desafío divino que hay que asumir.
–Ahora estás rockeando el Abasto. ¿De qué se trata Rocca Box?
–Es un nuevo formato museo para exhibir arte fotográfico. Propuse esto: una cámara escenográfica gigante que contiene una muestra interactiva analógica y digital donde se juntan el pasado, el presente y el futuro. Se trata de una experiencia para vivir y no para contar, basada en mis archivos del rock nacional de los 80, y montada en el emblemático edificio del Abasto. La muestra se puede visitar de manera libre y gratuita, hasta el 19 de noviembre.
–Muchos fotografiados, amigos y admirados tuyos, ya partieron. ¿Cuál es tu relación con la muerte?
–La muerte es parte de la vida. No somos eternos, pero la fotografía, a través de su poder mágico, eterniza momentos. Miro las fotos de aquellos años y siento que ese instante está absolutamente vivo. Que Charly García está saltando por encima de su piano mientras canta “No bombardeen Buenos Aires”. O que Luis Alberto Spinetta está acá, siempre. Con sus cuerdas únicas de guitarra. Ese talento sin tiempo que lo hace trascender generaciones.
–Sos de la generación Malvinas.
–Sí, de 1962. Me salvé por número bajo. Teníamos 18 años y estábamos saliendo de la secundaria. Recuerdo que nos íbamos enterando quién iba a Río Gallegos, quién terminaba en Malvinas, quién había subido al buque hundido por los ingleses. Por eso el rock fue tan importante para nosotros. Mientras vivíamos todo eso, Charly decía: “Si ellos son la patria, yo soy extranjero”.
–Y nació el rock solidario...
–Eso me toca muy de cerca. Existió ese polémico “Festival de la Solidaridad” en Obras para juntar ropa y alimentos, en 1982. Todo inolvidable por lo terrible que estábamos viviendo, pero en paralelo hice mi primera tapa para la revista Pelo. Fue muy fuerte estar en el escenario con Charly, León Gieco, Raúl Porcheto, Nito Mestre. Estábamos diciendo “esta guerra está mal” pero también juntando cosas –que nunca llegaron– para mandar porque todos conocíamos a alguien que estaba allá. Muchos años después me involucré con el caso de los chicos de la escuela ECOS, que murieron en un terrible accidente. En ese entonces creé la frase “todos somos, todos fuimos, todos podemos ser”, que ya es de todos y Ricardo Mollo la hizo canción. El rock siempre fue una gran tribu solidaria.
–Hoy estás muy tranquilo, ¿no?
–En lo personal, sí. Tengo dos hijos divinos, Salvador, de 28, y Santo, de 23. Mi mujer, Gaby, me hace crecer, siempre. En un mundo complejo de grietas y egoísmos, nos fortalecemos en nuestro mundo deseado.
–¿Cuándo sos un tipo audaz?
–Cuando hago cosas como una caja de 20 x 8 metros y 6 de altura para exponer arte. Supongo que soñar cosas alocadas, enormes, y lograrlas, tiene que ver con la audacia
“Nunca hice ni haría nada que no me guste”
Siempre, en las historias de los grandes, la primera anécdota, el click que los condujo al estrellato, tiene que ver con la magia. Destino, tal vez, o como quieran llamarlo. Y el caso del fotógrafo Gabriel Rocca no es la excepción. Era un chico de 20 años que vivía con sus padres en una casa de Vicente López, refugiado en un cuarto empapelado con pósters de la revista
Pelo. La música y esa movida del rock nacional lo venían movilizando, pero el shock absoluto fue el día que llegó a sus manos el primer disco de Sui Generis. En plena dictadura, el mejor refugio para soltar las alas eran los recitales. Y allá iba el joven Rocca, que no soñaba con ser fotógrafo sino músico, pero un día llevó una cámara. Y lo fotografió a Luis Alberto Spinetta en el festival Prima Rock. El material parecía bueno, así que lo acercó a la revista que él mismo compraba religiosamente. A los dos días, ya estaba trabajando oficialmente con ellos, cubriendo bandas y participando en sus giras. De ahí en más, se transformó en el fotógrafo que captó los grandes momentos del rock nacional, y más tarde, también, en la lente que supo darle un touch de juego y modernidad a las marcas más reconocidas de la moda argentina.
–¿Qué ves cuando tu lente enfoca el pasado?
–Primero, una infancia feliz. La casa con el almacén enfrente, jugar a la pelota en la vereda, el colegio a dos cuadras. Mi pequeña pasada por el Conservatorio de San Martín. Porque mi primera vocación, frustrada, fue la música. Pero la vida me fue llevando a otro lugar. Eran tiempos políticos difíciles y el rock nacional nos alertaba sobre lo que sucedía. Épocas no tan lejanas en las que usar pelo largo y escuchar rock resultaba complicado. La policía entraba a los recitales, obligaban a prender la luz y obligaban a todos a subirse a los colectivos azules. Y el todos significaba músicos, plomos, fotógrafos, parte del público.
–Sin embargo, con tu cámara, pasaste a ser parte del ADN rockero. ¿Qué situaciones viviste que aún te siguen impactando?
–Fueron años de mucho vértigo y adrenalina. A mis 23 tuve la fortuna y enorme privilegio de fotografiar a Freddy Mercury, Rod Stewart, Ian Anderson y Nina Hagen. También bandas como AC/DC, Iron Maiden, Whitesnake. Y un día terminé haciendo fotos en la casa de la figura más conocida en el mundo, Diego Armando Maradona. Ese retrato de Diego terminó siendo icónico. La verdad es que en mi vida de fotógrafo no hubo un plan. La idea no era a quién fotografiar sino entrar en el alma y sentimientos de cada personaje. Ahí está el secreto de mi disfrute.
–Después, tu llegada a la moda fue arrasadora.
–Llegué ahí de la mano del rock. Hacía la puesta en escena de algunas bandas y más tarde también me ocupé del vestuario, cuando empezaron a llegar las primeras marcas internacionales al país. Hicimos trabajos increíbles con Via Vai, la marca de Alan Faena y Paula Cahen D’anvers. Ya había hecho esa tapa icónica que fue Mujer contra
Mujer, el disco de Sandra Mihanovich. Y eso disparó mil situaciones, por ejemplo, producir el primer desfile de moda en el Estadio Obras, histórico templo del rock. Inolvidable Charly García cerrando con el Himno Nacional, entre todas las modelos. Cuando hablo en plural me refiero a Andy Cherniavsky, que fue mi mitad, socia durante muchísimos años.
–Cuando dicen “Rocca es rock”, ¿qué sentís?
–Tengo y tuve una vida de fotógrafo, y eso abarca un montón. Porque altar guien con una cámara puede dedicarse a sacar fotos, pero otra cosa es producirlas, crearlas. Esto último es lo que siempre hice. Y producir lleva a generar situaciones para obtener esas imágenes. Pasé gran parte de mi vida viajando, de hotel en hotel, en lugares inhóspitos y tremendas urbes, siempre con grandes y talentosos equipos. Si eso tiene alguna similitud con el rock, bueno sí... Mi vida fue eso. O es eso.
–Muchos dicen que tenés el “no” fácil...
–No lo sabía... Será porque nunca hice ni haría nada que no me guste. La fotografía es un arte, un sentir. Esto se trata de conexión con la persona a retratar. Por supuesto trabajo para marcas que tienen un objetivo, generar una identidad de imagen y vender. Por eso interpreesa ecuación es el desafío divino que hay que asumir.
–Ahora estás rockeando el Abasto. ¿De qué se trata Rocca Box?
–Es un nuevo formato museo para exhibir arte fotográfico. Propuse esto: una cámara escenográfica gigante que contiene una muestra interactiva analógica y digital donde se juntan el pasado, el presente y el futuro. Se trata de una experiencia para vivir y no para contar, basada en mis archivos del rock nacional de los 80, y montada en el emblemático edificio del Abasto. La muestra se puede visitar de manera libre y gratuita, hasta el 19 de noviembre.
–Muchos fotografiados, amigos y admirados tuyos, ya partieron. ¿Cuál es tu relación con la muerte?
–La muerte es parte de la vida. No somos eternos, pero la fotografía, a través de su poder mágico, eterniza momentos. Miro las fotos de aquellos años y siento que ese instante está absolutamente vivo. Que Charly García está saltando por encima de su piano mientras canta “No bombardeen Buenos Aires”. O que Luis Alberto Spinetta está acá, siempre. Con sus cuerdas únicas de guitarra. Ese talento sin tiempo que lo hace trascender generaciones.
–Sos de la generación Malvinas.
–Sí, de 1962. Me salvé por número bajo. Teníamos 18 años y estábamos saliendo de la secundaria. Recuerdo que nos íbamos enterando quién iba a Río Gallegos, quién terminaba en Malvinas, quién había subido al buque hundido por los ingleses. Por eso el rock fue tan importante para nosotros. Mientras vivíamos todo eso, Charly decía: “Si ellos son la patria, yo soy extranjero”.
–Y nació el rock solidario...
–Eso me toca muy de cerca. Existió ese polémico “Festival de la Solidaridad” en Obras para juntar ropa y alimentos, en 1982. Todo inolvidable por lo terrible que estábamos viviendo, pero en paralelo hice mi primera tapa para la revista Pelo. Fue muy fuerte estar en el escenario con Charly, León Gieco, Raúl Porcheto, Nito Mestre. Estábamos diciendo “esta guerra está mal” pero también juntando cosas –que nunca llegaron– para mandar porque todos conocíamos a alguien que estaba allá. Muchos años después me involucré con el caso de los chicos de la escuela ECOS, que murieron en un terrible accidente. En ese entonces creé la frase “todos somos, todos fuimos, todos podemos ser”, que ya es de todos y Ricardo Mollo la hizo canción. El rock siempre fue una gran tribu solidaria.
–Hoy estás muy tranquilo, ¿no?
–En lo personal, sí. Tengo dos hijos divinos, Salvador, de 28, y Santo, de 23. Mi mujer, Gaby, me hace crecer, siempre. En un mundo complejo de grietas y egoísmos, nos fortalecemos en nuestro mundo deseado.
–¿Cuándo sos un tipo audaz?
–Cuando hago cosas como una caja de 20 x 8 metros y 6 de altura para exponer arte. Supongo que soñar cosas alocadas, enormes, y lograrlas, tiene que ver con la audacia
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