Una sociedad engañada
Es hora de terminar con las artimañas por las que se pretende que perdure una situación artificial sobre la verdadera marcha del país y su realidad
La Argentina de pésimas credenciales en el mundo por la continuidad de gobiernos tramposos no ha cambiado un ápice por los resultados de la primera vuelta electoral. Había una primera oportunidad de reacción después de la sorpresa del domingo y se perdió. Debió haber infundido cuanto antes en el candidato y presidente de facto y sus adláteres un sentido de la responsabilidad y de la política ajustada a fundamentos morales, tan ausentes en las administraciones originadas en el kirchnerismo.
Los primeros en comprobar que nada había cambiado han sido los operadores del Mercado Agroganadero (MAG) de Cañuelas. Allí se supone que los precios han de tener invariablemente la transparencia de las commodities: las enormes cantidades en movimiento, como en el caso de los granos, aseguran en principio la seriedad de precios y valores. Horas después de los comicios, sin embargo, consignatarios y representantes de frigoríficos recibían llamados telefónicos con la advertencia de que el kilo de hacienda en pie debía congelarse en no más de 999 pesos.
La trampa, otra vez, como en los tiempos de las conminaciones violentas y fraude gubernamental en las cifras del Indec, manipuladas a su antojo por la triste figura del entonces secretario de Comercio Guillermo Moreno. Fueron hechas con la complicidad de supuestos técnicos dispuestos a cualquier alevosía con tal de satisfacer las demandas políticas de alguno de los Kirchner. Las denuncias de lo sucedido estos días en Cañuelas develan comportamientos de una misma familia de actitudes. Fuentes del Gobierno las desmintieron, como es habitual que suceda cuando se denuncian casos de intimidaciones y amedrentamientos políticos hechos con sigilo y de forma casi anónima.
El secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, Juan José Bahillo, se atrevió a declarar que en su área se respeta la actividad del campo y se actúa con la voluntad de trabajar junto con las cadenas de producción. Nadie señaló especialmente a Bahillo como autor o inspirador de las amenazas de que se dispondrá la baja de las matrículas de los operadores en el mercado de Cañuelas que resistan las presiones bajo cuerda del Gobierno, lo que sería una suerte de muerte laboral de esos operadores. Pero tampoco ese funcionario puede pretender que le creamos cuando dice que nada sabe sobre lo que ha estado sucediendo estos días o que ignora en absoluto las prácticas mafiosas que caracterizan al bajo mundo del gobierno del que es parte.
Como si no hubiera ya suficientes provocaciones, las exportaciones de carne bovina quedaron frenadas anteanoche por unas horas debido a la intervención del Gobierno. Ayer a la mañana se produjo la contramarcha. No fue otra cosa que un grosero apriete para evitar las necesarias adecuaciones en el precio de la carne.
Es increíble que en los partidos de oposición hayan surgido voces estimulando acuerdos con vistas al balotaje con una fuerza política que ha sido sinónimo, aquí y en el mundo, de corrupción en el manejo de los negocios públicos. O especializada en el uso de procedimientos nada republicanos para retener a toda costa el poder y disfrutar hasta la eternidad obscenos privilegios como los de Martín Insaurralde. Los aprietes producidos en Cañuelas y los de las últimas horas tienen un objetivo clarísimo: evitar que los precios de la carne puedan subir antes del 19 de noviembre, como si fueran un poste imbatible en medio de la correntada del río desbocado que es la inflación argentina, la más alta hoy en el mundo, superior a la de Zimbabwe.
Una vez más se tapa el sol con manos quemadas de tanto taparlo, sin otros resultados que acentuar el disimulo de los fundamentos de la economía y dejar al país ahondándose en el estado caótico en que se encuentra. El curso de esa situación no ha cambiado por las elecciones recientes ni cambiará por la confirmación eventual de sus resultados en una segunda vuelta; cambiará cuando se modifiquen las conductas morales y políticas, y la sociedad se resuelva a ser más severa con quienes la han llevado al estado de postración en que se halla.
Hay infinitos datos para identificar con precisión ese estado de cosas, pero ninguno lo expresa con mayor dramatismo que la tasa de pobreza poblacional que compartimos con los países más atrasados del mundo. Nuestro caso es peor que el de otros, pues concierne a una involución de tal magnitud que se convierte en materia crónica de examen político, social y económico por académicos de relevancia mundial.
Como dijo uno de los operadores de Cañuelas, no solo hay dólar blue, sino novillos blue: el Gobierno sigue generando mercados paralelos (negros), insostenibles para modificar una realidad que impone de todos modos sus reglas implacables. Por eso se ejercen presiones para congelar por debajo de los 1000 pesos los precios de pizarra, ya que los sabuesos del oficialismo prefieren desentenderse de las transacciones que se corresponden con el rigor de ofertas y demandas y se llevan adelante por otros conductos que los que están a la vista. La consigna de gente del Registro Único de Operadores de la Cadena Agroindustrial (RUCA) que revolotea últimamente por Cañuelas para “observar” y tomar nota de lo que se habla en el mercado es realizada con la determinación de que la carne no incida en los números de la inflación y en las góndolas de los supermercados.
Parte de esta política de manipulaciones es la promesa a la industria exportadora de “fabricar” un dólar para la carne en diciembre a cambio de que el asado se mantenga a 2000 pesos en esos establecimientos. Todo esto se hace con olvido de que el kilo de carne está muy retrasado con respecto a la inflación general: los costos de producirla suben a diario, como los insumos en cualquier campo, que alcanzan cifras estrafalarias en relación con tiempos no lejanos.
Entre abril y julio, el precio del asado, por ejemplo, subió a una tasa de apenas el 1,9% mensual. El novillo logró actualizar su valor en el segundo semestre con un salto, primero, del 21%, y otro, luego, del 28% a raíz de la devaluación del tipo de cambio oficial dispuesto al cabo de las PASO. Pero los movimientos repentistas suelen ser aprovechados por pocos productores, los más atentos y afortunados en vender en el momento oportuno.
En septiembre se dio vuelta la taba y el volumen de carne ofrecida resultó mayor que la de su absorción por la demanda interna, con el consiguiente efecto sobre los precios. Varios factores han incidido negativamente este año sobre las carnes. Uno, el enfriamiento de los valores del corte Hilton; otro, la caída en un 24% de los precios pagados por China, gran compradora, en el mercado internacional.
La burocracia populista de la Argentina se excusa de responsabilidades por la debacle económica. Apunta a la incidencia de la sequía de 2022, que privó al país de más de 15.000 millones de dólares de exportaciones. Podría decir, también, que en muchos lugares de la pampa húmeda fueron secos tres de los últimos cuatro años y que 2023 ha traído hasta la fecha menos lluvias de las que se esperaban. Vale decir que la agricultura ha sufrido golpe tras golpe y está apenas en los comienzos de un aparente proceso de recuperación, pero la ganadería ha padecido por igual. Han faltado pastos y los costos por reposición de alimentos para la hacienda han sido por demás elevados, sin contar los aumentos en todo tipo de insumos.
Han estado en exceso aunadas las desventuras de la naturaleza y la política en provocar desazones en el sector de la economía por el que tenemos alimentos, fuentes de trabajos dentro de los establecimientos y fuera de las tranqueras, y la provisión del caudal de divisas extranjeras de mayor relieve, por márgenes notables, de la producción nacional. Cuidemos más al campo. Protejámoslo no solo de la brutal exacción de que es objeto por un Estado insaciable, sino también de las artimañas por las que se pretende que perdure una situación artificial sobre la verdadera marcha del país y de su realidad. No dejemos que se engañe a la sociedad.
La situación no ha cambiado por las recientes elecciones ni cambiará por los resultados del balotaje: cambiará cuando se modifiquen las conductas morales y políticas, y cuando la sociedad sea más severa con quienes la llevaron al desastre.
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