domingo, 10 de marzo de 2024

LA HISTORIA DETRÁS DE LA HISTORIA Y EL MEDIO ES EL MENSAJE


El negocio del terror
— por Germán de los Santos

Rosario se transformó en una ciudad impredecible. En unos minutos todo puede crujir. Las balas y el terror pueden irrumpir sin aviso en cualquier momento y en cualquier lugar, y transformar una tarde apacible en un día cargado de miedo, de sangre. Este sábado el gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, vio una escena de ese tenor con sus propios ojos. Camino a su casa en las afueras de Rosario, apareció en avenida Circunvalación una tela colgada de uno de los puentes, con amenazas contra él y el ministro de Seguridad. El mensaje parecía profético en su contenido al asegurar que iban a seguir matando “inocentes”.
El miedo es un negocio que mueve mucho dinero. Sin esa reacción primaria que se busca encender en la sociedad, los grupos narco no podrían mostrar su poder y recaudar fondos que después se reinvierten en el circuito financiero informal, que en Rosario es muy sólido. El miedo es la matriz del negocio mafioso.
Los grupos criminales deben alimentar todo el tiempo ese terror que es el que busca condicionar decisiones políticas, obtener dinero a través de aprietes y negociar con sectores policiales momentos de paz. La violencia se transformó en una commodity.
Quienes la ejercen no son grupos mafiosos sofisticados, que tienen estrategias depuradas y profundas, sino sectores marginales que planean lo elemental. Golpear con sangre para obtener réditos. El problema a lo largo de la última década es que el Estado no logró neutralizar esas acciones rústicas y elementales. La pobreza y la creciente marginalidad hicieron crecer esos grupos que usan a adolescentes a quienes los atraviesa a nivel cultural ese mundo del hampa que tiene como principal aspiración llegar a tener una moto y un arma en la cintura. Pibes cuyo destino probable es la cárcel o el cementerio, sin escapatoria.
Este esquema criminal que creció a lo largo de la última década nunca se pudo desmantelar.
Y fue una de las pocas cosas que creció y se consolidó en el país. Esa mano de obra elemental logró sacudir otra vez una ciudad donde hay entre policías y gendarmes más de 8500 efectivos de fuerzas de seguridad.
Los líderes de las bandas están presos en penales federales y los cuadros medios en prisiones santafesinas. Cargan condenas extensas. El Estado hasta ahora se había desentendido de los criminales después de que su destino fuera la cárcel, tras juzgarlos y condenarlos. Pero el fenómeno de Rosario marcó que ahí comienza otro problema que enfrentan la mayoría de los países de la región: cómo evitar que el Estado les ofrezca protección dentro de la cárcel para seguir con sus negocios mafiosos.
Tres días después de que el gobierno de Santa Fe y la ministra de Seguridad Patricia Bullrich se jactaran de un descenso de los homicidios en febrero, con cifras que sorprendían –de 33 asesinatos en ese mes en 2023 a 7 este año–, pero no tenían demasiada explicación, la violencia narco en Rosario logró paralizar la ciudad con nuevas ráfagas de terror. Los crímenes de dos taxistas, en los que se usó la misma partida de municiones que pertenecen a la Policía de Santa Fe, y el ataque a balazos a un chofer de la línea K, que está en grave estado, provocaron el efecto buscado: terror.
Pullaro pasó los días más agitados desde que asumió. Desde el martes no tuvo espacio para pensar en otra cosa que no pasara por la necesidad de que Rosario recobre la calma. El jueves a la noche, después de que atacaran a un colectivero a balazos, cuando el ómnibus iba lleno a las 19, se convenció de que el plan era una especie de “terrorismo urbano”. Llamó a Patricia Bullrich y le dijo que había que tomar medidas extraordinarias. Estaba en riesgo la gobernabilidad. La ministra le propuso reasignar gendarmes de otras provincias y el envío de soldados del Ejército, un plan que ya había delineado en la campaña electoral. Pero el Gobierno se encontró con la resistencia del Ministerio de Defensa. Los militares no quieren intervenir en la lucha contra el narcotráfico. Bullrich tuvo palabras duras, fiel a su estilo frontal. El viernes finalmente se decidió que la participación del Ejército será con el aporte de 150 vehículos para ayudar en el despliegue de Gendarmería, que hasta el viernes solo operaba en cuatro barrios de Rosario.
Bullrich tiene un viejo reclamo con Santa Fe, que lo explicitó en su paso anterior por el Ministerio: tienen que cambiar y sanear una policía atravesada por la corrupción y la connivencia con el narcotráfico. Pullaro recostó su confianza sobre la fuerza sin mirar las oscuridades que persisten históricamente. Considera que no es el momento de introducir mayores cambios en medio de la crisis.
Rosario, mientras tanto, espera recuperar la paz. Los últimos días no dieron tregua: el miedo hizo su negocio.
En Rosario, cualquier tarde apacible se puede convertir, súbitamente, en un día cargado de miedo y de sangre: el terror se ha incorporado al paisaje cotidiano de la ciudad

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Télam, la usina oficialista, al pie del patíbulo
por Pablo Sirvén

Javier Milei busca evitar que le suceda lo mismo que a Mauricio Macri cuando metió mano en la agencia oficial de noticias Télam.
A diferencia de la drástica decisión de cerrarla (promesa preelectoral de La Libertad Avanza), durante el gobierno de Cambiemos se intentó preservar su continuidad, pero racionalizando sus gastos y depurando su superpoblada planta.
No le fue bien: los miembros más radicalizados de esa compañía periodística estatal tomaron la redacción, convirtieron en epopeya su empecinada resistencia y eyectaron a las autoridades de esa etapa hacia una sede lejana y sin mando real. No solo nada cambió, sino que durante los cuatro años del cuarto gobierno kirchnerista, que culminó el 10 de diciembre último, la agencia volvió a expandirse y ejerció una militancia informativa a favor del oficialismo de una ostensible virulencia.
Como los gatos, Télam tiene siete vidas (o más): en los primeros años 60, el presidente Arturo Frondizi la privatizó, en tanto que su sucesor, José María Guido, la clausuró. En la década del 90, Carlos Menem ordenó su liquidación y ya en los 2000, Fernando de la Rúa volvió a intentarlo. Siempre Télam logró sobrevivir. Ahora Milei busca demostrar la eficacia del axioma un tanto brutal que afirma que “lo que no se consigue por las buenas se consigue por las malas”: mandó a vallar la sede central de la agencia y dispensó al personal de presentarse a trabajar.
El operativo relámpago había comenzado con el sorpresivo anuncio presidencial en el Congreso, 48 horas más tarde se vedaba el paso a esas oficinas y se la borraba de un plumazo del mundo virtual. “Página en reconstrucción”, dice en su sitio caído, ilustrado con un escudo nacional. Sus empleados se expresan en somostelam.com.ar.
La supresión, sin previo aviso, de Télam (se verá si de manera momentánea, definitiva o se transforma en algo distinto) ahonda la problemática de “desiertos informativos”, un preocupante concepto investigado por Fopea, que demuestra que casi la mitad del país está subinformado. En aquellas localidades con medios de recursos escasos, Télam les aportaba, más allá de la política, una diversidad temática que desapareció de la noche a la mañana.
“Saluden a Télam que se va”, se ufanó de modo innecesariamente irónico Manuel Adorni, como si aún fuera nada más que el tuitero que se luce ante su núcleo duro de fanatizados seguidores en vez de asumirse como un serio vocero presidencial que le habla a la ciudadanía con aplomo. Debe cuidarse depare cerseagab riela Cerruti, su predecesora en el cargo. Más allá de las camarillas de propagandistas entusiastas del oficialismo de turno y de las capas geológicas de capangas sindicales con sus nefastos negocitos, hay en Télam profesionalesvaliosos que no merecen ese trato, mucho menos si están a las puertas de quedarse sin trabajo.
¿Puede el presidente Milei cerrar Télam por decreto? No hay una respuesta categórica y definitiva. La agencia fue creada por ese tipo de norma no legislativa durante la dictadura militar de la que emergió Juan Domingo Perón, justo en el año clave de su ascenso al estrellato popular: 1945.
Pero fue otro régimen de facto, el encabezado por Juan Carlos Onganía, también por decreto, el que la estatizó lisa y llanamente. Durante su interinato, Eduardo Duhalde la convirtió en sociedad del Estado, aunque no por ley, sino que una vez más se apeló a un decreto. Las sociedades del Estado no pueden bajar su cortina de no mediar una ley del Congreso. Pero Télam no adquirió esa entidad por decisión legislativa, sino por una norma de excepción dictada por un presidente “creado” por el Parlamento. La batalla legal que se viene promete ser colosal.
¿Es necesario contar con medios gubernamentales? La respuesta es: no, definitivamente no.
Aunque distintos gobiernos reorganizaron más de una vez el sistema de comunicación estatal, nunca hubo interés real en sacar de la órbita del poder de turno su manejo efectivo y en redactar un manual de procedimiento que garantice la ecuanimidad y calidad de sus contenidos. Raúl Alfonsín vislumbró ese problema y lo consignó en su plataforma preelectoral, pero durante su gobierno no quiso, no supo o no pudo avanzar para resolverlo.
De los 78 años que tiene Télam, 40 los pasó en la órbita de gobiernos peronistas variopintos que hicieron uso y abuso de ella convirtiéndola en arma propagandística de altísimo calibre. Otros 17 años obedeció los férreos dictados de dictaduras militares. En los 21 años restantes no se destacaron en prestigiarla las administraciones no peronistas, que tampoco se privaron de hacer un uso, aunque más solapado, a su favor.
Es verdad que hay temas que los medios privados no suelen desarrollar por no ser de su interés editorial, resultar poco rentable su cobertura o concitar poca audiencia. En esa instancia, el medio público de calidad se torna necesario complemento del menú informativo propuesto por la comunicación comercial. Puede cumplir un rol relevante en caso de catástrofes naturales o campañas sanitarias, liderar en temas de salud y cultura, y hacer docencia cívica en la agenda institucional, tan maltratada por la politiquería y los zamarreos mediáticos.
¿Es necesario, entonces, contar con medios públicos? La respuesta es: solo si no fueran gubernamentales, algo que jamás le interesó instrumentar formalmente a la Argentina.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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