domingo, 6 de octubre de 2024

DE NO CREER Y AL MARGEN


Javi, Javi, mirá en lo que te has convertido
Carlos M. Reymundo Roberts
Por favor, cuántas conclusiones dejó la multitudinaria manifestación en defensa de las universidades públicas. La primera: no fue tan multitudinaria; 270.000 personas, contra 430.000 de la anterior, en abril; claro, la anterior fue en la Plaza de Mayo, y la gente va con la ilusión de que salga Milei al balcón y haga su numerito de loco malo. Al Congreso muchos no quieren ir porque siempre está el riesgo de cruzarte con un diputado o un senador; mirá si se te topás con Máximo: ¿cómo se vuelve de esa experiencia? Además, la Casa Rosada echó a rodar una versión cruel y despiadada: el último orador iba a ser Alberto Fernández.
De todos modos, deberíamos reflexionar sobre esa deserción de 160.000 almas. ¿Ya no les importa el presupuesto de las universidades, la olla de sus docentes, el futuro de nuestros hijos? Claro que les importa. El problema fue que la marcha se politizó: demasiado despliegue de dirigentes, partidos, sindicatos, movimientos sociales… Pablo Moyano, Wado de Pedro, Pérsico, Lousteau, ¡Massita! Nada menos que Massita, autor de dos atentados contra las universidades públicas: tijeretearles los fondos cuando fue ministro y, ahora, aparecer en la plaza. También estuvieron Guillermo Moreno, candidate ándose para una cátedra de Estadísticas; el intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, que va por la de Géneros y Diversidad, y Larreta, con ganas de volver a las aulas para ver qué cosa entendió mal.
A los que llegaban a la plaza por Rodríguez Peña los esperaba el saludo, personal y gratuito, de Cristina, parada en la puerta del Instituto Patria. A la vuelta, sobre Rivadavia, en uno de los puestos vendían remeras con su cara, a 10.000 pesos; si ibas al Patria a pedirle que la firme ya había que negociar el precio. Ningún puesto ofrecía el poster con su título de abogada. En fin, más olor a casta que a libros. Desde el escenario de 13 metros (13, a quién se le ocurre mufar así tan magna ceremonia) no se leyó una bendición del Papa, sino de Grabois.
Al adelgazamiento de la protesta pudo haber contribuido la filtración de datos sobre la verdad verdadera de los números en las universidades. Genios los de Chequeado, que nos avivaron. Desde enero, el presupuesto cayó 30% en términos reales, y el de todas las partidas destinadas a la educación superior, 31,5%. Conclusión: a no quejarse, que en 2025 va a ser peor. Este año, el Gobierno no les hizo una sola transferencia de capital (para obras e infraestructura). Conclusión: cuando deja de funcionar un baño, siempre hay un árbol. El salario de los docentes en la Argentina (profesores titulares con dedicación exclusiva) es más bajo que en ocho países de la región: 1124 dólares; en Brasil, 4231; Uruguay, 3443; Ecuador, 2786; Chile, 2318; Bolivia, 2170; Perú, 2155; Paraguay, 1870, y Colombia, 1703. Conclusión: no estamos tan lejos de los colombianos.
Al tuitero Juan Doe (Juan Pablo Carreiro, que había jurado que antes de trabajar para el Estado se cortaba la yugular) le premiaron su militancia libertaria con el cargo de director de Comunicaciones Digitales del Gobierno, con un sueldo mensual de 3.424.640 pesos. Profesores, se los digo en lenguaje académico: dejen de joder con los aumentos y póngase a tuitear.
Ya es hora, además, de que auditen a las universidades, porque vaya a saber en qué se patinan las millonadas que reciben. El Gobierno prometió en abril contarles las costillas y todavía no empezó. Urgente: hay que auditar a los auditores.
Al enterarse, gracias al concienzudo relevamiento de la nacion, de la cifra de 270.000 asistentes, Milei y Santi Caputo lloraron de felicidad, festejo que rima con el agasajo en Olivos a los “87 héroes” que apoyaron el recorte a las jubilaciones. Celebrar con un asado el hambre de los abuelitos y con emocionadas lágrimas el desfinanciamiento de las universidades habla de la determinación de un gobierno que solo nos pide, con Sabina, pasar 19 veranos y 500 inviernos. Pero se avecina un drama: los 87 héroes no estarían dispuestos a un nuevo sacrificio y el veto del Presi sería rechazado. En ese caso, que Carreiro (o Juan Doe, o los dos) justifique su sueldo: acribillamiento mediático de los infieles. A pegarles sin asco a esos villanos hasta que devuelvan el asado.
Hablé del relevamiento de la nay en realidad no sé si Milei lee este cion pasquín. Yo sí lo leo, hace más de 30 años que trabajo acá y, despistado total, no me había dado cuenta de lo bajo que hemos caído. ¡Javi me abrió los ojos! Él también los abrió: durante la pandemia lo llamé para hacer una nota sobre economía y me contestó: “Claro que sí: es la nacion, mi diario”. Hicimos la nota, se publicó y me agradeció. Ahora llamó lacra al presidente de la S.A. La Nación y “esbirros” y “pozo séptico del pasquín” a cuatro de sus periodistas, sin nombrarlos. Por mí, ningún problema (no soy uno de los cuatro).
Pero temo que Macri, que ya no se lo fuma, le aplique aquella sentencia que le hizo ganar el debate con Scioli en la campaña de 2015. “Javier, en qué te has transformado”.
Hay un riesgo real de que los “87 héroes” se conviertan en 87 villanos

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Daños colaterales del bombazo purificador
HÉCTOR M. GUYOT

Nadie ha ido tan lejos como Javier Milei a la hora de convertir un acto político en un espectáculo. En la fiesta libertaria del sábado pasado cada detalle fue calculado para hacer del encuentro un rito catártico. Pese a la puesta en escena, la energía que emanaba del Parque Lezama era genuina. Desde las imágenes de lenguas de fuego en la pantalla gigante hasta la letra del atronador himno mileísta (“Soy el rey y te destrozaré”), pasando por las arengas del Presidente, todo apuntó a invocar y celebrar las fuerzas de la destrucción.
Eso es lo que representa Milei y por eso ganó las elecciones. No hay duda de que el país, para volver a nacer, debe destruir aquello que lo ha destruido. Sobre todo, las prácticas corruptas de expoliación que, de tan asentadas en el tiempo, han solidificado estructuras casi inexpugnables. El poder de demolición necesario para acabar con ellas ha de ser equivalente, dice el sentido común, y ahí es donde entra Milei. A diez meses de gestión, sin embargo, se abre paso el interrogante acerca de los daños colaterales que está causando o podría causar el bombazo purificador.
En tanto fuerzas destructoras, creo que los líderes populistas del siglo XXI están apalancados por dos factores esenciales, uno atemporal (relativo a la condición humana) y otro histórico (el tsunami tecnológico).
El primero, que remite a las peores pesadillas vividas por la humanidad el siglo pasado, dice que todo sentimiento de humillación despierta resentimiento y ánimo de venganza. La desigualdad y la concentración de la riqueza han escalado a niveles inéditos en las últimas décadas, impulsadas por el juego combinado de la globalización financiera y la revolución tecnológica. Donald Trump, por ejemplo, llegó a la presidencia de los Estados Unidos porque ofreció resarcir las humillaciones percibidas por vastos sectores que se sentían excluidos.
El viento de la época le dio alas al factor atemporal: el sufrimiento transmutado en odio se ha vuelto un activo político clave gracias a las redes sociales. Activada en la historia por fascismos de uno y otro signo, la dinámica humillación/venganza hoy confiere un poder inédito al líder inconsciente o inescrupuloso que la manipula, tanto través de tuits encendidos como mediante los gurkas de un ejército de trolls.
En este sentido, los líderes populistas son un síntoma de este tiempo. Se sabe: toda tecnología modifica nuestro estar en el mundo, lo que somos. Ya en 2011, Nicholas Carr publicaba Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? El libro había sido precedido por un artículo de 2008, en cuyo título Carr se preguntaba: “¿Google nos está volviendo estúpidos?”. De algo no hay duda: internet produce, cada vez que damos un clic, un impacto en nuestro funcionamiento neuronal. Un “efecto gota”, tan gradual como el crecimiento de una rosa. No lo percibimos, pero el efecto está y crece. Y nos cambia. No sé si nos hace más estúpidos, pero el dominio de los algoritmos, que solo trabajan para intensificar el flujo insomne de la web, nos ha vuelto más agresivos.
Acaso los líderes populistas sean la manifestación política del nuevo hombre formateado por las redes, donde la atención se consigue con altas dosis de rabia o indignación, es preciso gritar para ser escuchado y el agravio anónimo o impune es práctica corriente. Hoy la conversación social pasa por las redes y se desarrolla bajo las condiciones y los límites que impone su dinámica. Los políticos tienden a convertirse en influencers solo preocupados por generar seguidores y proyectar su marca personal. Cuando la lógica divisiva de la virtualidad coloniza la esfera offline, como sucede, la degradación de la vida pública parece indefectible.
Puede que la energía destructiva del discurso del líder populista no se traslade del mismo modo a su gestión de gobierno, pero ocurre que la destrucción de la palabra no queda solo en eso. La actual falta de aptitud para el diálogo exhibe una creciente falta de registro del otro. Internet prometía la comunicación total, y es cierto que vivimos todos conectados, pero el efecto es el inverso: estamos cada vez más ensimismados, con la atención concentrada en una pantalla que, paradójicamente, no hace otra cosa que disgregarla, enajenándonos de nosotros mismos y de los demás. La endogamia que promueven los algoritmos genera además un progresivo debilitamiento de la capacidad de empatía y, por extensión, de los lazos comunitarios en los que se basa la vida en común. Desde esta perspectiva, la irrupción de los líderes populistas, así como la crispación de las democracias occidentales, resulta la consecuencia de un cambio cultural de alcance mayor.
“Eres lo que cliqueas”, escribió el ensayista Sven Birkerts. La frase puede sonar ominosa. Pero también nos recuerda que hay un poder inalienable que reside en nosotros. Cada uno decide, a fin de cuentas, a qué o a quién dar el clic. La conciencia de esto puede ayudar a perseverar en la esperanza y a no ceder a la idea de que, por más duros que se hayan puesto los tiempos, todo está perdido. También, a actuar en consecuencia.
Hoy el debate político pasa por las redes y se desarrolla bajo las condiciones que impone su dinámica. La degradación de la vida pública parece indefectible

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