Paula Vázquez Prieto
En La habitación de al lado, Almodóvar consagra el cine como artilugio para la inmortalidad
la habitación de al lado
(THE ROOM NEXT DOOR, ESTADOS UNIDOS/ESPAÑA/2024). DIRECCIÓN: Pedro Almodóvar. GUION: Pedro Almodóvar, Sigrid Nunez. FOTOGRAFÍA: Eduard Grau. EDICIÓN: Teresa Font. elenco: Julianne Moore, Tilda Swinton, John Turturro, Alessandro Nivola, Juan Diego Botto, Esther McGregor, Alex Høgh Andersen, Victoria Luengo. CALIFICACIÓN: apta para mayores de 13 años. DISTRIBUIDORA: Warner Bros. DURACIÓN: 107 minutos.
En un hospital de Manhattan, Martha (Tilda Swinton) acaba de recibir malas noticias. La esperanza en su nuevo tratamiento para el cáncer se desinfla como el globo olvidado de un cumpleaños ya lejano. No queda demasiado tiempo, y a ello se suma el pronóstico de una agonía lenta y dolorosa. Quien ha llegado a visitarla es Ingrid (Julianne Moore), una amiga de sus años juveniles, cuando ambas eran ardientes y temerarias, disfrutaban la aventura y la escritura. Martha como corresponsal de guerra e Ingrid como novelista compartieron anécdotas y amantes apasionados, como hoy comparten la nostalgia y una amistad recobrada. Para Ingrid, la muerte es el tema de su última novela; para Martha, la realidad que se avecina.
Mientras mira la nieve caer por la enorme ventana de su habitación, Martha cita las últimas líneas de Los muertos, la película de John Huston basada en el célebre cuento de James Joyce. “Cae débilmente en el universo, y cae débilmente cual final inevitable sobre todos los vivos, y los muertos”. Una cita que se repetirá en varias formas en la película, como homenaje al genio irlandés, como guiño a la condición testamentaria de la obra póstuma de Huston, como apropiación del propio Almodóvar sobre la experiencia de la despedida. Esta sea quizá su verdadera película sobre la muerlegado, te, concebida en la tenue frontera entre los vivos y los muertos.
Martha elige a Ingrid para que la acompañe en sus últimos días. Ha decidido ser ella quien decide el momento de su partida, no el cáncer, ni la quimioterapia, ni el diagnóstico frío de los médicos. La decisión es dura para Ingrid: de pronto encontrarse con una amiga a la que no veía desde hacía tiempo, recibir sus confesiones, su ansiedad y malhumor, sus especificaciones sobre cómo quiere y tiene que morir. Y asumir la difícil espera de ese instante en la habitación de al lado.
La película podría dividirse en esas dos habitaciones que aguardan la muerte. La primera mitad, cuando Martha e Ingrid se reencuentran, se ponen al día con sus vidas y se delinea el tema de la eutanasia, podría ser la habitación principal. Aquella preparada para la entrada del espectador al tema, un poco artificial, con diálogos recitados, nunca decidida por el exceso del melodrama sino por un estado de extraña contemplación, al que contribuye el distanciamiento del inglés, novedad para el cine del director manchego. Almodóvar nos habla a través de un cuerpo extraño, no solo ese idioma aprendido y esa ciudad prestada, sino del propio cine como un artilugio posible para la inmortalidad.
La segunda parte es la habitación de al lado. Donde están las cosas más queridas: los cuadros de Hopper, las comedias de Buster Keaton, los chismes de Elizabeth Taylor y Richard Burton. Es el lugar de alguien que espera lo que vendrá: la vida que sigue cada día, cuando la puerta permanece abierta ante la brisa del otoño y el cantar de los pájaros, o la muerte, silenciosa e implacable como una puerta cerrada. Allí hay incertidumbre, pero también esperanza. Allí está Ingrid, y también estamos nosotros.
Sin embargo, Almodóvar tiene otras cosas para decir, además de reflexionar sobre la muerte y el un proceso que comenzó con mayor conciencia desde Dolor y gloria (2019). Tiene cosas para decir sobre el estado del mundo, sobre la destrucción del planeta, la codicia del neoliberalismo y la creciente violencia de los discursos de la nueva derecha. No lo dice con sutilezas ni eufemismos, lo pone en la voz de Damian (John Turturro), un intelectual desencantado que una vez disfrutó del sexo y la contracultura y hoy no puede sino vomitar discursos amargados. Almodóvar no quiere ser como él, aunque se pruebe más de una vez su traje. Almodóvar quiere quedarse con Ingrid, la que reclama su apetito por abrazos y lágrimas, por un sufrimiento sin echar culpas, aún cuando los dogmáticos ofendidos intenten amedrentarla.
Por último, la historia de Martha tiene sus rencores escondidos. Martha tuvo una hija, una hija sin padre. Esa historia recuerda los melodramas clásicos, las madres egoístas y las hijas severas, como Marisa Paredes y Victoria Abril en Tacones lejanos, saldando sus cuentas sobre el escenario, entre besos de carmín y boleros edulcorados.
Michelle es la hija incólume de Marta, austera y quirúrgica en sus reproches, aguardando siempre en el fuera de campo. “Es tu decisión”, evoca Martha sus palabras de indiferencia ante un tratamiento estéril y una muerte anunciada. Los deudos queridos siempre tan ingratos; los reaparecidos como Ingrid se reservan la bondad de los desconocidos.
Y si La habitación de al lado no quiere ser realista, como nunca lo fue el cine de Almodóvar, sí quiere ser verdadera. Está filmada con el rigor de la última etapa del director, sin la juventud burbujeante e iconoclasta del destape, sin sus audaces combinaciones de géneros o sus extravagancias formales. Es una película de vejez, reposada e insistente en sus amores y obsesiones, en aquello que Almodóvar admira y repite como un grito de supervivencia.
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Emoción y rebeldía en una premiada ópera prima
Alejandro LingentiToto Ferro compone el protagónico con gran talento
Simón de la montaña
ARGENTINA/2024). DIRECCIÓN: Federico Luis. GUION: Federico Luis, Tomas Murphy, Agustín Toscano. FOTOGRAFÍA: Marcos Hastrup. EDICIÓN: Tomas Murphy, Andrés Medina. ELENCO: Toto Ferro, Pehuén Pedre, Kiara Supini, Laura Nevole, Agustín Toscano, Camila Hirane. DURACIÓN: 98 minutos. CALIFICACIÓN: apta para mayores de 13 años con reservas.
Se habla de coming-of-age cuando una película explora el paso de la infancia o la adolescencia hacia la adultez, poniendo el foco en el desarrollo emocional y psicológico del protagonista. Los ejemplos virtuosos de este tipo de historias en el cine son unos cuantos. Por citar algunos relevantes: El club de los cinco (1985), Cuenta conmigo (1986) –con un inolvidable River Phoenix–, Lady Bird (2017) y ¿A quién ama Gilbert Grape? (1993), con un precoz capo lavoro de Leonardo DiCaprio y quizá la mayor cantidad de conexiones visibles con Simón de la montaña.
Premiada en la última edición de Cannes y muy bien recibida en San Sebastián, la ópera prima de Federico Luis está teniendo un importante recorrido por el circuito de festivales internacionales gracias a su indiscutible singularidad.
Se le pueden encontrar filiaciones, sí, pero la potencia y la imaginación de este largometraje filmado íntegramente en Mendoza queda patente en su magnífica primera secuencia, marcada por la inclemencia del Zonda.
Como ese viento poderoso, seco y de elevada temperatura, los personajes protagónicos de Simón de la montaña son indomables fuerzas de la naturaleza. Particularmente el atribulado Simón, que Toto Ferro compone con mucho talento –ratificando todo lo que había insinuado en su explosivo debut en cine con El ángel (2018), de Luis Ortega– y la encantadora Colo, de Kiara Supini, toda una revelación.
Simón es uno más de los tantos jóvenes a los que su familia no escucha y, por lo tanto, tampoco comprende. Su madre (otro gran trabajo de Laura Nevole, actriz admirable) lo ve casi exclusivamente como un problema que no sabe cómo resolver. Ella vive con un hombre que no es el padre biológico del protagonista y que en situaciones límites no aporta precisamente templanza, aplomo o serenidad.
Para escaparse de una realidad que evidentemente lo abruma, Simón buscará denodadamente diferenciarse, llamar la atención. Un clásico en casos como el suyo. Pero lo hará de una forma muy particular, asociándose a un grupo de amigos al que ingresa valiéndose de la simulación, del engaño, pero con el que siente una conexión verdadera, real y una fuerte identificación.
Allí donde no dominan los parámetros rígidos y muchas veces absurdos de la “normalidad”, este rebelde con causa encontrará un lugar de pertenencia, una calidez y una complicidad que necesita imperiosamente. No solo en la Colo, con la que teje una relación amorosa iniciática que es todo dulzura, sino también con Pehuén, un compinche con el que experimenta una entrañable amistad basada mayormente en esa facultad extraordinaria que tenemos los humanos, la intuición.
Simón en la montaña es entonces una película sobre crecer, amar, sufrir y disfrutar. Sobre la empatía, la candidez bien entendida y la libertad de entregarse al juego con desparpajo, sin ataduras ni temor a la anarquía. Sobre el control y la manipulación. Sobre el difícil compromiso de ser madre y la incomodidad que a veces conlleva ser hijo. Y también sobre la ternura, un valor que sobrevive siempre, incluso en estos tiempos de consagración social del hater.
Todo eso está en el espíritu de este notable primer largo de Federico Luis, sólido, complejo, emocionante. Por la coyuntura tan especial que vive hoy el cine argentino, la aparición de una película como esta significa mucho. Es una señal de vitalidad y un gesto de entereza, perspicacia y esperanza.
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Un regreso con más risas involuntarias que terror del bueno
Hernán FerreirósLa vuelta no muy triunfal del payaso asesino Art
TERRIFIER 3: PAYASO SINIESTRO
(TERRIFIER 3, ESTADOS UNIDOS /2024). GUION Y DIRECCIÓN: Damien Leone. FOTOGRAFÍA: George Steuber. edición: Damien Leone. MÚSICA: Paul Wiley. Elenco: Lauren LaVera, David Howard Thornton, Antonella Rose y Elliott Fullam. DURACIÓN: 125 minutos.
Casi todas las semanas hay un estreno de terror en nuestras pantallas. Las razones no obedecen a un pacto satánico sino a una ecuación elemental: si no se gasta mucho, no hace falta mucho para sobrevivir. Tal parece ser la máxima que rige la producción de, por ejemplo, los exitosos estudios Blumhouse. Es posible hacer películas de terror viables por poco dinero porque el rubro y, en particular, su variante más extrema y popular, el gore, tiene un público fiel que no requiere de estrellas con sueldos millonarios, ni de efectos digitales de última generación. El reclamo más esencial de esta audiencia -una historia más o menos llevadera y no muy intrusiva que abunde en modos novedosos y escalofriantes de romper un cuerpo humanosolo necesita imaginación, algún elemento maleable como gomaespuma, arcilla u otro que, con no poco arte, pueda hacer las veces de un órgano desbaratado y algún colorante rojo. El primero de estos requerimientos suele ser el que menos abunda y el que divide a esta legión de películas entre las que son cine y las que son un conjunto de fotogramas de mujeres gritando mientras se las salpica con almíbar de frutilla.
La primera de las Terrifier (2016), financiada en parte por crowdfunding, costó menos de lo que cobra por mes el proveedor de catering vegano en cualquier producción de Marvel y recuperó, con una distribución muy limitada, diez veces la inversión, una proporción que llevada a las cifras de los grandes estudios, habría redundado en uno de los éxitos del año. En este caso, allanó el camino para una segunda parte, que no necesitó más de 250.000 dólares de prepuesto para recaudar 45 veces más dinero. La tercera parte costó 2 millones de dólares y, en los Estados Unidos, ya está cerca de repetir el logro de su predecesora.
Ninguna de ellas hizo algo que no se hubiera hecho antes, pero como se dijo, la vara para el rubro no está muy alta. Como en muchas otras películas slasher, reina el minimalismo: no hace falta más que un asesino imparable y una cantidad importante de humanos listos para ser masacrados. Las razones para matar y los vínculos o personalidades complejas caen del lado de lo prescindible. El payaso asesino Art, con cara de azúcar impalpable y dientes de caramelo quemado, se comporta como si Marcel Marceau hubiera sido poseído por el espíritu de Leatherface. En medio de mohines chaplinescos que provocan algunas risas, se ensaña tanto con sus víctimas que se puede decir que si el gore fuera una de las bellas artes, Art sería el Jackson Pollock de la hemoglobina.
Esteclown psicótico mutila niños y también tortura mujeres sin pruritos. La capacidad de mostrar con detalles estos actos atroces sin que nadie salga lastimado es uno de los poderes mágicos de la ficción. Sin embargo, esto último se había vuelto problemático. La transgresión a estas reglas no escritas y regodeo en el gag/gore separa un poco a este film del rebaño. También la creatividad de (algunos) homicidios, realizados con efectos prácticos que recuerdan al cine de los 80 y en particular al trabajo del especialista Tom Savini (homenajeado con un cameo en el film).
La película quiere ser extrema y brutal, pero las reacciones que provoca van de la risa a la incomodidad, porque lo verdaderamente perturbador no surge de las imágenes sino del vínculo con el personaje, algo que estos films raramente construyen. Con un estructura de episodio televisivo que, desde el final, reclama una cuarta parte, esta es una película para adolescentes que pasaron la mayoría de edad.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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