La estrella que recurrió a la TV para salvar su matrimonio, consiguió fama y fortuna, pero sufrió por amor
Lucille Ball, la reina de la comedia televisiva que no creía ser demasiado graciosa
Lucille Ball cambió la historia de la televisión a partir de un intento por recomponer su pareja con Desi Arnaz
Natalia Trzenko
“No soy graciosa. Mis guionistas eran graciosos. Mis directores eran graciosos. Las situaciones eran graciosas. Lo que sí soy es valiente. Nunca tuve miedo. Ni cuando hice películas, mucho menos en mis tiempos como modelo y tampoco en Yo quiero a Lucy”. Que Lucille Ball, una de las comediantes televisivas más famosas de la historia y la más influyente en la pantalla chica de su país y, de algún modo, también del resto mundo, asegurara en una entrevista con la revista Rolling Stone que su mayor virtud no era la comedia sino el coraje, pintan de cuerpo entero a uno de los personajes más fascinantes del Hollywood del siglo XX. Una estrella que logró cosas inéditas como actriz y productora, que le allanó el camino a muchas intérpretes que lucharon, y aún luchan, por conseguir el reconocimiento y el respeto de la industria que Ball alcanzó cuando todo conspiraba en su contra.
Lucille Ball y Desi Arnaz en una escena de Yo quiero a Lucy
Desde que se estrenó su sitcom en 1951, los lunes de 21 a 21.30, toda actividad que no supusiera ver el nuevo capítulo de la comedia que compartía con su entonces marido Desi Arnaz, quedaba en suspenso. Las grandes tiendas cambiaban sus horarios para no superponerse con la emisión del programa y cuando el candidato a la presidencia de los Estados Unidos, Adlai E. Stevenson, osó interrumpir un capítulo con un mensaje de campaña, sus oficinas fueron inundadas por las cartas de los espectadores furiosos por el atrevimiento. El suceso, nunca antes visto en la TV hasta ese momento, le había llegado a la actriz después de años de luchar por la atención de Hollywood, esa que solo logró cuando se la gestionó por su cuenta.
Lo cierto es que desde muy chica Lucille supo que sus posibilidades de triunfo y reconocimiento dependían solo de ella. Durante su infancia pasada en Celoron, un suburbio al norte del estado de Nueva York, la futura actriz soñaba con subirse a un escenario. Tal vez esa ilusión la había heredado de su madre Desiree, una pianista que dejó el mundo del arte cuando se casó con su padre, el electricista Henry Dunnell Ball. O quizás la muerte de Henry por fiebre tifoidea cuando Lucille tenía apenas tres años fue la que la impulsó a buscar el reconocimiento y el cariño que le faltaban en su casa. En todo caso, desde pequeña, Ball empezó a estudiar música y a viajar a Manhattan en busca de ser descubierta, unas excursiones que la dejaban frustrada aunque cada vez más empecinada.
Así, a los 15 años dejó la escuela y se escribió en un conservatorio de arte dramático en la ciudad, donde un profesor le recomendó que cambiara de rumbo porque no tenía el talento suficiente para convertirse en actriz de Broadway. Aún así, Ball persistió, consiguió un par de trabajos como parte del coro de unos musicales y se cambió el nombre a Diane Belmont, el seudónimo que usó en su esporádica carrera como modelo que inició para pagar las cuentas. Y que, para sorpresa de todos y especialmente de ella, le permitió poner en marcha su camino como actriz. Fue gracias a la publicidad de los cigarrillos Chesterfield en la que aparecía vistiendo solo una cajetilla gigante que dejaba ver sus largas piernas. Con su imagen repartida en carteles callejeros, publicidades en revistas y pósters instalados en los quioscos por todo Estados Unidos, en 1933 usó ese inesperado reconocimiento para mudarse a Hollywood en busca de una oportunidad en el cine.
Lucille Ball en el film Que siga la boda (1946)
Tenía 22 años y una de las primeras lecciones que aprendió fue que su pelo castaño era casi un repelente para los estudios y decidió teñirlo del rubio platinado que había puesto de moda Jean Harlow. El cambio de look surtió efecto: la contrataron como parte del elenco del film Escándalos romanos, el primero de los muchos personajes menos que secundarios-no figuraba en los créditos y tenía apenas unos minutos en pantalla-, que conseguiría en sus primeros tiempos en Los Ángeles. Con el paso de los años y ya con el pelo teñido de pelirrojo furioso, el cambio de color definitivo que mantuvo hasta su muerte, en 1989, la actriz empezó a conseguir papeles más importantes aunque las películas no lo fueran tanto. Fue por esa época, a principios de la década del 40 que se ganó el título de reina de las B, un mote que hacía referencia a los films de clase B producidos por el estudio RKO en los que solía aparecer. Por esos años, en el set del musical Demasiadas muchachas, Lucille conoció a Desi Arnaz, un músico y director de orquesta originario de Cuba.
“Fue amor desde el principio, al menos para mí”, recordaba Ball, varias décadas después en un reportaje con el diario Los Angeles Times. El romance fue explosivo y a pocos meses de compartir pantalla ya estaban casados y lidiando con el problema de intentar organizar su agenda para pasar tiempo juntos: mientras Arnaz estaba constantemente de gira con su banda por todo Estados Unidos, Ball filmaba una película tras otra sin poder salir de los confines de Hollywood. Según algunas de las biografías dedicadas a la estrella, la pareja solía gastar más de 30.000 dólares por año en telegramas y llamadas telefónicas para mantenerse en contacto.
Ball y Arnaz crearon la sitcom para salvar su matrimonio
“Nos la pasábamos hablando por teléfono. Bueno, en realidad peleando por teléfono. Y no se puede llevar adelante un matrimonio vía telefónica y mucho menos tener hijos de ese modo. Con el tiempo resultó evidente que algo tenía que cambiar”, explicaba Ball sobre los días previos a su desembarco en la TV. La movida que comenzó como un intento desesperado por salvar su pareja y derivó en un fenómeno que cambió sus vidas y las de millones de espectadores en todo el mundo.
Antes de convertirse en la adorable, despistada y caótica Lucy Ricardo de Yo quiero a Lucy, la actriz combinaba sus apariciones en cine con una exitosa marcha en la radio, un medio en el que sentía que sus habilidades eran mucho más aprovechadas que en los papeles que le tocaban en suerte en la pantalla grande. De hecho, entre 1947 y 1951, fue la protagonista del radioteatro My Favorite Husband (Mi marido favorito), en el que interpretaba a un personaje que era el germen de su encarnación televisiva y no por casualidad: muchos de los guionistas del ciclo radial la siguieron cuando ella y su marido crearon la sitcom e intentaron venderla a la cadena CBS. Una oferta que en principio todos rechazaron por que les costaba imaginar que el país aceptara dejar entrar en sus casas a la pareja compuesta por la pelirroja y el músico de fuerte acento cubano. No importaba que para ese momento el dúo llevaba casi una década de matrimonio con una hija en común. Para modificar la negativa, Ball y Arnaz armaron un espectáculo musical con el que se presentaron por todo el país y pagaron de su propio bolsillo los 5000 dólares que costó producir el piloto de la serie. Finalmente, los programadores del canal dieron el visto bueno y Yo quiero a Lucy se estrenó el 15 de octubre de 1951.
Lucille Ball fue reconocida por su talento para la comedia física
Lo que siguió es conocido: la comedia fue uno de los primeros programas en ser grabados y no transmitidos en vivo, lo que posibilitó controlar la calidad de la imagen y el sonido y habilitó las retransmisiones de los episodios ad infinitum. Además inauguró el modelo que se utiliza hasta estos días de grabaciones con público presente y una puesta en escena a tres cámaras que permiten que las sitcoms se editen con más y mejor ritmo. El programa original fue la comedia de mayor rating de la televisión durante los seis años que estuvo en el aire y el fenómeno fue tal que borró los límites entre la realidad y la ficción. En el episodio emitido el 19 de enero de 1953, Lucy Ricardo dio a luz a Ricky, el primer hijo de la pareja central. Esa misma noche, Lucille Ball parió a su segundo hijo, Desiderio Alberto Arnaz. En su momento, 44 millones de espectadores vieron el episodio, un récord para la época, y en los días que le siguieron el canal recibió cartas, llamadas y telegramas de más de un millón de esos espectadores que felicitaban a la feliz pareja. Nadie tenía claro si se referían a la de ficción o a la real. Para Ball, claro, eran cosas muy distintas.
Entre la realidad y la ficción
Desi Arnaz y Lucille Ball con su hijo Desi Arnaz Jr., nacido el mismo día que el hijo de la pareja en la ficción
“Él era como Jekyll y Hyde. Bebía en exceso, apostaba y salía con otras mujeres. El ciclo era siempre el mismo: alcohol y mujeres”, recordaba la actriz y productora sobre Arnaz en el reportaje con el diario Los Angeles Times. De ella, tras su muerte, sus amigos y conocidos decían que era complicada, dulce pero temperamental y ciclotímica. Generosa pero muy obsesiva con el dinero y los gastos debido a las dificultades que atravesó su familia durante la Gran Depresión. La unión de esas individualidades llegó a su punto de quiebre en 1960, cuando, para horror de sus fanáticos, Ball y Arnaz decidieron divorciarse. “Lucille me contó que nunca lo habría dejado si no hubiesen sido tan famosos y estado tan expuestos al ojo del público. Pero llegó un momento en que ya no pudo soportar las miradas de pena de la gente de la industria y de las mujeres, muchas de ellas sus amigas, que habían tenido affaires con su marido”, contaba hace unos años el escritor Lee Tannen, uno de los amigos que acompañó a la actriz en sus últimos años.
Poco más de un año después del final de su matrimonio con Arnaz, Ball se casó con el comediante Gary Morton y “resucitó” a Lucy para la serie The Lucy Show, que estuvo en el aire por 156 episodios hasta 1968, a la que siguió con el ciclo Here’s Lucy, que sumó otros 144 capítulos y estuvo en el aire de 1968 a 1974. Más allá de la pantalla, la actriz se transformó en una poderosa ejecutiva de la industria audiovisual: entre 1962 y 1967, fue la jefa del estudio Desilu, que había fundado junto a Arnaz, una de las compañías productoras más importantes de Hollywood, responsable de inolvidables series como Misión Imposible y Star Trek, entre otras. Aunque no volvió a lograr como intérprete el éxito que había conseguido siendo Lucy Ricardo, Ball nunca se tomó un descanso y la jubilación era un concepto completamente ajeno para ella. “Tengo que trabajar o no soy nada. Nunca estuve sin empleo excepto una vez, por dos horas, entre el fin de un contrato y el comienzo de otro”, decía la comediante que prefería que la recordaran por haber sido una mujer valiente que, de paso, hizo reír al mundo entero a través de la pantalla chica que ella ayudó a hacer gigante.
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