Una puerta a la intimidad del rock argentino de los años 80
Los recuerdos de la fotógrafa, reunidos en un libro, incluyen la influencia que ejercieron en su carrera su amigo Charly García y su relación con Andrés Calamaro durante casi una década
Gentileza planeta/andy cherniavskyVida de videoclip. Cherniavsky con Calamaro, que le declaró su amor con el tema “Algo contigo”
Cada tanto el Club Palta asaltaba la casa del padre de mi amiga Gabi Aisenson, que vivía en un departamento que tenía una pileta en un piso 17. Cuando los adultos responsables se ausentaban por un tiempo prudente, los adultos irresponsables invadíamos el domicilio con la venia de la anfitriona y hacíamos unas fiestas memorables. Eran fiestas muy tranquilas, sin descontrol de ninguna especie; más bien eran una celebración pagana y doméstica de una creatividad que se podía traducir en pileta todo el día, recitales improvisados, escuchar música o lo que se nos ocurriera.
Como si eso fuera poco, el departamento del padre de Gabi tenía dos pianos enfrentados, ya que su mujer era concertista. Es imposible trasladar al papel la magia que surgía de ellos cuando Andrés y Charly se sentaban a tocar. Ese era el broche de oro de un día glorioso que habíamos pasado todos en la pileta, riéndonos de cualquier pavada, haciendo tonterías hasta que el sol se ocultaba y sentíamos un poco de frío y hambre. Comíamos algo y, generalmente, era Charly el que se sentaba al piano a tocar temas de los Beatles, y cuando eso sucedía teníamos recital para muchas horas. Después de unas cuantas canciones, Andrés se sentaba en el otro piano. Así iban desfilando los dúos, todo el Club Palta a pleno, pero en otra sede y sin dibujos.
También pasaron cosas que en retrospectiva parecen presagios de lo que iba a ocurrir. Una noche, después de que todos se fueron, nos quedamos Gabi, Hilda y yo a tomar un whisky final con Charly, que apoyó la botella —doy fe— muy cuidadosamente sobre una mesa ratona Bertoia de vidrio, muy gruesa. ¡Crac! La mesa se hizo añicos al mínimo contacto. Nos quedamos mudos y Gabi y yo entramos en estado de desesperación, porque sabíamos que no había sido un desmán de Charly. Pero ¿quién nos iba a creer? La pobre Gabi tuvo que dar la cara y desde ese momento, el Club Palta se reunió solamente en mi domicilio.
Lo que me pasaba con Los Abuelos y Charly es que, de algún modo, su creatividad me producía una suerte de efecto contagio: el hacer del otro me lleva a un lugar de muchísimo placer y también me despierta una gran necesidad de participar y querer ser. Y a esa altura del partido, tenía claro que la fotografía era el lugar desde donde: podía formar parte de la actividad de mis amigos, el teatro, los shows y todo el ambiente que siempre había sido parte de mi vida.
Di muchas vueltas hasta que me sentí segura; creo que eso pasó en algún momento de 1983, cuando Charly viajó a Estados Unidos para grabar lo que sería Clics modernos. A su regreso, me trajo un regalo invaluable: un libro de Annie Leibovitz, la legendaria fotógrafa de la revista Rolling Stone, que había fotografiado a John Lennon y a los Rolling.
Charly de alguna manera me había entregado el diploma que nunca había tenido y Leibovitz me hizo entender que había que tener un estilo y que debía ser el de uno. Que yo tenía que buscarlo, armarlo, diseñarlo, inspirarme en otros, pero finalmente tenía que desarrollar el propio, porque ahí está el verdadero desafío de la fotografía. ¿Qué veo en el otro? ¿Qué quiero hacer? ¿Qué quiero mostrar? ¿Qué quiero decir?
Es, como dije, ir «tejiendo a crochet»: cada trabajo es una puntada que te enseña, te deja algo y va formando una trama que finalmente es tu experiencia y el camino para comenzar ese estilo propio. Yo ya había avanzado muchísimo en el tema de sacar fotos, pero con este libro hice el último clic interno que necesitaba para sentirme una verdadera fotógrafa profesional.
***
El comienzo de mi noviazgo con Andrés fue complicado porque nos gustábamos muchísimo, pero los dos éramos muy tímidos y ninguno se animaba a tomar la iniciativa. Por lo tanto, el cortejo se prolongó mientras desbarrancaba mi relación con Clota, y cuando la situación ya estaba en el fondo del abismo y no escuchaba ningún latido de supervivencia, mi camino quedó libre. Comenzamos a vernos como amigos que sabían que querían pasar al siguiente nivel, pero sin idea de cómo hacerlo.
Una tarde nos fuimos caminando desde la casa de Andrés en Las Heras y Canning (hoy Scalabrini Ortiz) hasta la mía en Vuelta de Obligado y Zabala. Salíamos de una reunión con Los Abuelos de la Nada a la que yo había ido en calidad de fotógrafa y amiga de todos, pero al terminar, Andrés se había quedado tocando el piano en su habitación. Y yo estaba enmudecida, porque después de lanzarme una mirada tímida para que me sentara con él, había arremetido con una delicada versión de «Algo contigo», el famoso bolero de Chico Novarro, que años después grabaría.
Era toda una declaración de amor, y debo confesar que ya no aguantábamos más. Estábamos por las nubes y salimos a la calle. Hicimos todo el trayecto de su casa a la mía tomados de la mano, «casi sin decirnos nada». El contacto físico nos enmudecía y nos levantaba un poco la temperatura. Era una suerte que fuera fotógrafa porque podía acercarme sin pedir permiso y soñar con nuestro primer beso. Pero en ese momento, técnicamente, todavía estaba con Clota. Así que después del bolero no nos besamos y solo nos atrevimos a caminar de la mano.
A. CH.
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El comienzo de mi noviazgo con Andrés fue complicado porque nos gustábamos muchísimo, pero los dos éramos muy tímidos y ninguno se animaba a tomar la iniciativa. Por lo tanto, el cortejo se prolongó mientras desbarrancaba mi relación con Clota, y cuando la situación ya estaba en el fondo del abismo y no escuchaba ningún latido de supervivencia, mi camino quedó libre. Comenzamos a vernos como amigos que sabían que querían pasar al siguiente nivel, pero sin idea de cómo hacerlo.
Una tarde nos fuimos caminando desde la casa de Andrés en Las Heras y Canning (hoy Scalabrini Ortiz) hasta la mía en Vuelta de Obligado y Zabala. Salíamos de una reunión con Los Abuelos de la Nada a la que yo había ido en calidad de fotógrafa y amiga de todos, pero al terminar, Andrés se había quedado tocando el piano en su habitación. Y yo estaba enmudecida, porque después de lanzarme una mirada tímida para que me sentara con él, había arremetido con una delicada versión de «Algo contigo», el famoso bolero de Chico Novarro, que años después grabaría.
Era toda una declaración de amor, y debo confesar que ya no aguantábamos más. Estábamos por las nubes y salimos a la calle. Hicimos todo el trayecto de su casa a la mía tomados de la mano, «casi sin decirnos nada». El contacto físico nos enmudecía y nos levantaba un poco la temperatura. Era una suerte que fuera fotógrafa porque podía acercarme sin pedir permiso y soñar con nuestro primer beso. Pero en ese momento, técnicamente, todavía estaba con Clota. Así que después del bolero no nos besamos y solo nos atrevimos a caminar de la mano.
A. CH.
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