martes, 8 de septiembre de 2020

LA OPINIÓN DE CLAUDIO JACQUELIN,


Rescatar a Kicillof: la nueva misión de Fernández
Claudio Jacquelin: "El Gobierno está yendo por atrás de los acontecimientos"
Claudio Jacquelin
Las urgencias del presente y las amenazas del futuro a veces encuentran un punto de convergencia.
La provincia de Buenos Aires es el vértice donde hoy confluyen las necesidades témporo-espaciales y políticas de Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Sergio Massa y Máximo Kirchner.
Con el anuncio de la virtual intervención del mayor estado del país en el área de seguridad, que el Presidente hará a mediados de esta semana, se pondrá en marcha un monumental operativo, cuya ejecución implicará una inversión de alrededor 12.000 millones de pesos y la ocupación territorial por parte de más de 4000 agentes federales. No es un proyecto aislado.
El monumental refuerzo para hacer frente a una de las problemáticas más sensibles, como es la inseguridad para los bonaerenses, integra un plan de ayuda más vasto.
Se pretende dar una respuesta a graves problemas irresueltos de índole diversa, que amenazan con generar una alta conflictividad en los próximos meses de alcance nacional y tener negativas consecuencias electorales para el oficialismo el año próximo. El tiempo corre muy rápido en momentos de estrecheces.
El megaplán contra el delito viene a ser la profundización de lo que ya está haciendo el gobierno de Fernández para sostener una gestión, como la de Axel Kicillof, merecedora de un inusual consenso: la cuestionan tanto dirigentes oficialistas como opositores.
Los números muestran con claridad la atención privilegiada de la que ha gozado la provincia de Buenos Aires en lo que va del año. Es la única que mejoró los ingresos por transferencias de la Nación en la comparación interanual, como reveló la semana pasada una nota de Gabriela Origlia, en la nacion, sustentada en datos del Ministerio de Economía, procesados por el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf). Como si otras provincias no padecieran situaciones que el Covid-19 agravó a niveles angustiantes.
Es un hecho que el estado bonaerense padece problemas estructurales por la inequitativa distribución de la coparticipación, que el kirchnerismo agravó en sus tres gestiones nacionales anteriores, al devaluarle hasta la insignificancia el Fondo del Conurbano. Pero a todo eso este año se le sumaron el impacto económico de la pandemia y la cuarentena sin fin más las singularidades de la administración Kicillof para llevar la vulnerabilidad de la provincia a un punto crítico, casi explosivo.
La interacción del gobernador con intendentes oficialistas y opositores, así como con los sectores productivos de la provincia, es cada vez más compleja.
En realidad, son complejas casi todas las relaciones que mantiene fuera del pequeño y hermético círculo de amigos-funcionarios que lo acompaña, ya sea por cuestiones político-ideológicas, de tipo de liderazgo o, simplemente, de personalidad. Sin diálogo, coordinación ni logros todo es muy difícil.
Por eso, desde el Instituto Patria, donde impera la gran protectora de Kicillof, que es Cristina Kirchner, hasta las intendencias oficialistas, pasando por La Cámpora, surgió un clamor para que se disponga la excepcional ayuda. Un plan que algunos mordaces críticos del gobernador bautizaron
“Rescatando al niño soviético”, en alusión al apodo con el que aluden al gobernador. Otros dicen que la película se titula “Alberto, un babysitter para Axel”.
La demanda de la política por asistir a la provincia contó con una ayuda adicional: sectores empresarios han recurrido a la Nación para solicitarle que atendiera sus necesidades y proyectos y, sobre todo, que les evitara discutir con el gobernador. Lo admiten tanto en cercanías del Instituto Patria como de la Casa Rosada. Así explican la reunión de Cristina Kirchner con representantes del complejo agroindustrial. Voceros del sector admiten, entre la perplejidad y el espanto, que percibieron más atención y menos prejuicios en la vicepresidenta que en el gobernador. Todo es relativo.
La preocupación del cristinismo y de La Cámpora por lo que ocurre en Buenos Aires es tanta o más que por lo que sucede en la Nación. Allá está su proyecto y su futuro. Kicillof fue una apuesta de Cristina Kirchner y el primer paso del recambio generacional que La Cámpora vendría a completar.
El gobernador no pertenece a la organización que lidera Máximo Kirchner, pero tiene demasiados rasgos identitarios comunes que para el electorado menos politizado dificultan cualquier diferenciación. El resultado de su gestión signará el destino político de todos.
Por eso, un domingo de hace dos semanas el hijo bipresidencial alteró su condición de anacoreta mediático y fue entrevistado en la radio del sindicalista Víctor Santa María para hacer una encendida defensa de la gestión Kicillof, ante las críticas y sospechas crecientes por la desaparición de Facundo Astudillo Castro. La presencia de Máximo Kirchner en la radio fue anunciada por el aparato comunicacional de La Cámpora, incluido el vocero del ministro del Interior, Wado de Pedro, otro integrante de la conducción camporista.
Las necesidades
Los rescatistas de Axel ya son legión, más por necesidad que por afinidad. Eso explica la profusión de voces cristinistas (con excepción de Cristina Kirchner) que se escucha, lamentándose de que a Verónica Magario no le haya dado la intención de voto en 2019 para encabezar la fórmula a la gobernación. No son magaristas ni están convencidos de sus aptitudes para gobernar. Son pragmáticos.
Los kirchneristas críticos del gobernador hubieran preferido una gerenciadora que administrara la transición generacional de la empresa familiar. Como ocurre en la Nación con Alberto Fernández. Los errores pueden tercerizarse y los éxitos, capitalizarse. También, las presiones tendrían mejor destino. Como la experiencia demuestra.
Pero no se puede volver atrás y la fragilidad provincial urge. Cualquier chispa podría desatar un incendio de proyecciones peligrosas. Frente a esa realidad, el peso del cristinismo, con la asistencia del massismo, impone otro condicionamiento a la gestión nacional.
El manejo de la pandemia hasta la economía o la seguridad también dependen de la variable bonaerense. Rodríguez Larreta lo padece.
Ante ese crítico panorama, el monumental despliegue de fuerzas de seguridad en el conurbano bonaerense es una demostración de realismo, pragmatismo y temor. El kirchnerismo ha repetido que la inseguridad no es un problema de resolución policial. Teorías que la realidad de gobernar obliga a revisar. Por eso, irán 4000 gendarmes más para sumarse a los casi 100.000 policías bonaerenses, que, muchas veces, son más parte del problema que de la solución.
También resulta explícito que del laberinto de las internas entre la ministra Sabina Frederic y su par bonaerense, Sergio Berni, se salió por arriba.
La mano de Cristina Kirchner sigue meciendo todas las cunas. Y resaltando los límites que Fernández no quiere, no sabe o no puede trasponer.
Todas las intervenciones son justificadas por las necesidades. Incluidas las electorales. Aunque en el contexto actual las elecciones legislativas de 2021 parezcan el futuro lejano: falta para llegar a votar el doble de la eternidad vivida este año en aislamiento. Pero todo llega. Mejor no creer en las alucinadas profecías duhaldistas.
En el oficialismo y en la oposición coinciden en que los únicos comicios de impacto nacional del año próximo serán los bonaerenses, por el peso real del distrito y por su efecto simbólico y ordenador más allá de sus fronteras.
Es cierto que las elecciones de medio término no anticipan ni condicionan necesariamente lo que ocurrirá en las presidenciales, pero suelen tener efectos sobre liderazgos presentes y candidaturas futuras. Más en un esquema bicoalicionista como el vigente, donde los liderazgos son compartidos o discutidos. Todo es incierto.
Por eso, los intereses de Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Sergio Massa y Máximo Kirchner coinciden en el territorio bonaerense. Tanto ante las urgencias del presente como los desafíos del futuro. Al menos hasta 2023.

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