Fotógrafo de mitos. De la foto de Gilda que se convirtió en estampita a la insólita confesión de Alfonsín
Gilda, por Silvio Fabrykant. "Esta imagen se hizo tan popular después de su muerte porque algunos decían que ella tenía poderes”, dice el fotógrafoSilvio Fabrykant
Silvio Fabrykant cuenta detalles de sus retratos a figuras de la cultura popular y también de la política: desde Pocho la Pantera hasta el líder radical, Carlos Menem y Federico Manuel Peralta Ramos, entre muchos otros
Valeria Agis
La picardía no es esquiva a Silvio Fabrykant. Se le nota a simple vista, desde que abre la puerta de su estudio como quien abre un portal a otro mundo y, súbitamente, no hay más llovizna, ni ruido de tránsito, ni preocupaciones de coyuntura en un país que mira este mes con desazón. En lugar de eso hay música suave, jazz, como el que sale a veces por los ascensores o en los viejos consultorios médicos, pero más refinado. Hay café recién molido, que prepara en el acto en la diminuta cocina para servir después en tazas generosas, y también hay –en honor a la verdad– un frío testarudo que se burla de la estufa y sube por las pantorrillas como el filo de una espada, en esta planta baja añosa de Recoleta.
Pero volviendo a la picardía… “¿Sabés una cosa? –inquiere el fotógrafo de 78 años, casado hace 48 con la escritora Ana María Shua, a quien se referirá a lo largo de la charla con el cariñoso ‘Ani’– Yo era un playboy”.
Acá adentro, Fabrykant se mueve con soltura, metido en su guardapolvo azul oscuro, como un técnico de otros tiempos. Entre estas pilas de revistas de años pasados, rodeado de frascos con miniobjetos que vaya uno a saber para qué guarda, admite saberse un poco incómodo en el rol de entrevistado, porque la curiosidad lo puede y lo lleva más al lado de las preguntas que de las respuestas. Pero al fin se sienta en su escritorio amplio, donde asoma hasta un Big Mouth Billy –ese róbalo de plástico que canta “Don’t Worry Be Happy” y que se hizo famoso en Los Simpson y Los Soprano– y mientras sorbe el café negro acepta el juego de hablar de él, aunque su vía preeminente de comunicación no venga de las palabras, sino de las imágenes.
Silvio Fabrykant, fotógrafo
Al costado, gigante sobre la pared, lo mira ella, una diosa natural coronada de flores frescas, con el vestido violeta y la melena sobre los hombros. Ella, la que “no se arrepintió de ese amor aunque le costara el corazón”; la que se fue antes de su tiempo pero encontró en el ojo y la cámara de Fabrykant, sin buscarlo, el pase asegurado a la eternidad.
La foto más famosa de Gilda, la estrella que murió trágicamente cuando un camión embistió el micro en el que viajaba, está colgada a la izquierda de su autor, un hombre que estudió arquitectura y terminó seducido irremediablemente por la cámara. Fabrykant la observa desde su silla esta tarde y asegura que no sabe bien por qué esa instantánea, que tomó para el que fue finalmente el último disco en vida de la reina de la cumbia argentina, se convirtió en lo que se convirtió: tanto un ícono como un presagio, una estampita para creyentes profanos. “Yo podría decir acá cosas para complacer, pero voy a decir la verdad. Esta imagen se hizo tan popular después de su muerte porque algunos decían que ella tenía poderes”.
Además de Gilda, en el portfolio de Silvio Fabrykant hay decenas de otros exponentes de lo que fue el auge de la movida tropical de nuestro país, especialmente durante los 90, un tiempo de alegre despilfarro innegablemente pasado. La estética, sin embargo, legó lo suyo. Pocho la Pantera mostrando el puño derecho enfundado en su clásica campera de cuero negra, Lía Crucet con tapado de piel y cigarrillo en mano, Alcides con redondeada cabellera y sonrisa sobre fondo verde esmeralda, el romántico Leo Mattioli en pose reflexiva, Ricky Maravilla, el Grupo Comanche… Todo a puro color, un álbum de la manifestación artística más popular de esos años que tantos recuerdan hoy sólo como la era del sushi y la pizza con champagne. “Cuando venían los muchachos estos de la cumbia, era un griterío”, recuerda ahora el fotógrafo. “Ahí sí que había que poner orden: ‘A ver, vos te ponés ahí y vos acá. Y dale, sonreí, que yo después con Photoshop te arreglo el diente que te falta’. Era así… Yo hago lo necesario según el personaje que esté delante. Puedo ser muy directo o un payaso. Hago lo que haga falta para lograr la foto que quiero”.
Pocho La Pantera, por Silvio Fabrykant
Lo curioso es que, una década antes de sumergirse en esos ámbitos jocosos que se preguntaban desde la música “Qué tendrá el petiso” y relataban la vida airosa de “El hijo de Cuca”, el fotógrafo oficial de la movida tropical argentina era famoso en otra esfera, completamente ajena a la estridencia, aunque no a las masas: los retratos de políticos. Por eso en las paredes de su estudio hay también otros rostros –un poco más lejanos, mucho más sobrios–, que contrastan en gestos y tonalidades con las luminarias tropicales. Raúl Alfonsín, Antonio Cafiero, Jorge Triaca, Dante Caputo, Irma Roy, Fernando de la Rúa y, con sonrisa plena, colores y manos abiertas –quizás un nexo entre ambos escenarios– Herminio Iglesias… “Yo soy un fotógrafo de lo que venga. Si son candidatos, son candidatos. Si es una cantante, es una cantante, y si es una persona que quiere una foto familiar, está bien también. Yo esto lo tomé siempre como un trabajo”.
–Pero pararse con una cámara frente a un político debe ser más difícil que frente a un artista…
–Sí. La característica principal del acto fotográfico con un político es que nunca tiene tiempo. Yo tengo que estar preparado para resolver la sesión en 20 minutos. Los políticos, en general, no le dan tanta importancia a la imagen como pensamos. Una sesión de fotos no es lo más notorio que van a hacer esa semana.
–Sin embargo, hay un componente de intimidad en una sesión. ¿Nunca le hicieron confidencias? ¿No le contaron internas?
–Cuando la gente sube ahí (señala una plataforma) se siente desnuda. Está dispuesta. Y si no lo está, yo hago que lo esté. He conocido unos buenos personajes. Ahora, con el paso del tiempo, me doy cuenta de que he tenido muchas primicias. En el momento no entendía, no comprendía cómo eran o iban a ser ciertos personajes. Hoy, apoyado en mis recuerdos, tengo el convencimiento de que lo que vi, era.
–¿Qué recuerda?
–Recuerdo especialmente la foto de Carlos Menem, que no se hizo en estudio sino en el campo de un empresario de medios. Había un gran equipo reunido. Él llegó y nos saludó a todos, uno por uno. Cuando vino hacia mí, me dio un apretón contundente de manos. Tenía esa personalidad, un carisma impresionante. Otro expresidente, en cambio, cada vez que me saludaba me estiraba una mano laxa. No tenía fuerza. También recuerdo a Alfonsín, que bromeaba sobre sí mismo. Se miró al espejo y me dijo: “Pero qué cara de bol… tengo”. Chacho Álvarez también tenía humor, pero las bromas te las hacía a vos: “Che, ¿te van a salir en foco?”, decía.
–Sin dar nombres… ¿Alguno le pareció, desde el vamos, un chanta?
–Sí. Acá venían unas chicas a hacerse fotos. Una de ellas era amiga de un político muy de primera línea y me recomendó. A los días, el tipo me llama y me dice que quiere pasar. Viene y le hago las fotos. Él mete la mano en el bolsillo, saca un rollo de dólares y me dice: “Esto es por mi sesión, esto es por la de tal y tal. Tomá, contalos. Y no te pago yo mismo lo de tal otro (un sindicalista y ex Ministro de Trabajo ya fallecido, a quien Fabrykant elude mencionar) porque él me dijo que te lo paga por su cuenta. Pero, ¿querés que te diga una cosa? Te va a cagar”. Y así fue. Nunca me pagó.
–Con toda esa experiencia en observación de políticos, a los actuales candidatos, ¿qué les ve?
–(Larga pausa). Yo intuyo… No sé cómo son. Ahora no está la inmediatez de ir a hacer fotos para un afiche. Ahora cada político tiene su equipo; tienen un fotógrafo que lo sigue a todas partes, cubre todo lo que hace. Entre esas fotos, una va al afiche, hay mucho para redes sociales. El procedimiento es otro. Ya no es tan inocente.
Raúl Alfonsín, por Silvio Fabrykant, fotógrafo
En la segunda mitad de los 80, Jorge Guinzburg, que por entonces trabajaba en la revista Humor y era amigo personal de Fabrykant, le propuso: “Quiero hacer una tapa con el grupo Las Primas”. La foto se hizo y tuvo tanta repercusión que después se usó como portada de un disco. “Así llegó Kuky [se refiere a Roberto ‘Kuky’ Pumar, fundador del sello Leader Music y pionero en el género tropical del país]. “Empecé y seguí”, dice, todavía con un dejo sorprendido. “Acá se hacían dos sesiones de fotos por semana para artistas del sello. Era natural. Me avisaban: ‘Che, va tal y tal. Hacé dos rollos’. Si era muy importante, me daba cuenta porque me pedían tres. Fue una locura”.
–¿Usted tenía noción de que estaba haciendo algo que iba a tener una relevancia estética propia, que iba a dar que hablar?
–No, no, la vida no es así. La vida es de esta manera: vos estás haciendo algo y no te das cuenta. Después lo vas a entender. Mientras estás con las manos en la masa, es algo que te da felicidad; es tu trabajo, se pasa rápido. Muchos años después lo comprendés y lo añorás. Ese momento, para mí, fue una alegría.
–¿Cómo llega a Gilda?
–La mandaron. Era una chica que cantaba bien, pero yo desconocía su obra. Yo la miraba y pensaba cómo podía retratarla. Desde luego, no era una artista que iba a hacer fotos como las de Lía Crucet; no había que mostrar el cuerpo… Ella vino dos veces a este estudio.
–Y la foto, en el entorno natural, con la corona de fresias, ¿se le ocurrió a usted?
–Esa la hicimos en la quinta de un amigo de Kuky. Cuando llegué, la encontré ya vestida y preparada con las flores. Empezó la sesión y todo estaba dentro de los parámetros habituales. Hasta que apareció ese instante. Todas mis fotos son mirando a cámara, pero de repente ella miró hacia arriba. Yo no se lo había pedido. Fue un gesto de ella, lo que yo hice fue disparar. Ahí estaba la foto.
No pasó mucho tiempo entre esa sesión, la salida del disco [Corazón valiente, del cual salió el hit “Fuiste”] y el accidente [que ocurrió el 7 de septiembre de 1996 en Villa Paranacito, Entre Ríos, donde hace años está su “santuario”, a la vera de la ruta 12]. Eso la convirtió en un objeto de culto.
El hombre que sigue trabajando en el mismo estudio hace 40 años y que vive a 10 cuadras del barrio donde nació, el Abasto, intentó en los 70 ser un tipo de mundo y hacer “un ejercicio de vida” en París, pero comprendió a los pocos meses –a fuerza de inexplicables malestares físicos– que lo suyo pasaba por acá, por estas calles, por esta bohemia.
–Usted dijo que era un playboy…
–No, no. Era una broma, una forma de decir. Yo tenía sucesivos noviazgos que, en general, me duraban dos años. Cuando había que casarse, salía disparado. Hasta que llegó Ani.
–Pero frecuentaba mucho la noche porteña.
–Lo que pasa es que yo tenía un contrato con (Rodolfo) Fogwill. Yo le había prestado 500 dólares en un momento en que él estaba en la lona. A cambio de eso, él me sacaba todos los miércoles al bar La Paz. Fogwill era Google cuando Google no existía. Por él llegué a mucha gente. A Federico (Manuel Peralta Ramos), a Leonardo Favio. Fogwill era un fenómeno. Él quería venir a casa y yo trataba de sacarlo porque fumaba mucho y yo tengo repulsión por el cigarrillo. Entonces nos íbamos a La Paz. Y por esa mesa se iban sentando distintos personajes. Vuelvo a lo que dije antes. ¿Yo me daba cuenta de lo que estaba pasando en ese momento? No, pero era fantástico.
–También sacó una foto emblemática de Federico Manuel Peralta Ramos, que hasta tiene nombre: ‘Federico presidente’.
–Federico vino a la inauguración de este estudio, en 1983. Él no iba a La Paz, era del Florida Garden. Pero vino ese día y después siguió viniendo… Era un gran personaje de la ciudad. Entraba, pedía: “¿Me hacés un té, por favor?”, se tiraba en ese sillón y hablaba. Y yo soy de escuchar… Entonces se formó esa rutina. Él tenía un fenotipo de argentino prócer, como tenían Gardel, Perón… Esa presencia. “Vos podrías ser perfectamente presidente”, le dije un día, riéndome. “Vamos a hacer una foto”. “Dale”, me contestó. Le pedí que saludara como un presidente, y abrió los brazos. Yo disparé. Con Federico era todo una performance continua. Otro día me pidió que hiciera fotos en un lugar donde tenía una muestra. Llegamos y no había nada. Yo lo miré, extrañado. “¿Y la exposición?”, le pregunté. “¡Y la exposición soy yo!”, me respondió. Siempre decía que el arte era él. Y tenía razón.
Federico Manuel Peralta Ramos, por Silvio Fabrykant, fotógrafo
–De esa época hay otros grandes retratos de personalidades clave de nuestra cultura: Leonardo Favio, Bioy Casares, Astor Piazzolla. ¿Cómo eran ellos frente a la cámara?
–Favio era un grande. Venía, se sentaba ahí (señala con la cabeza un sillón) y también se ponía a charlar. Yo le tenía una admiración inmensa. Él era un tipo sin formación; había aprendido a hacer cine viendo trabajar a Leopoldo Torre Nilsson. A Bioy le hice fotos para una revista. Era uno de esos señores, de los que ya no existen. “Yo tengo una sonrisa fea”, me dijo. Tenía muy en claro que era un dandy y cuidaba mucho su apariencia. Y de Piazzolla puedo contar que el encuentro fue en su casa. Yo quería que aparecieran sus manos, porque sus dedos eran un foco de atención. Él siguió un poquito mis indicaciones, pero no era fácil.
–¿Qué tiene que tener una foto para que trascienda?
–'Algo’. A veces, una foto es simplemente una foto. Otras, tiene ‘algo’. Pero, muchas veces, uno cree que una obra va a ser un éxito total y pasa desapercibida. Así que, esta pregunta no tiene respuesta. Es como la felicidad. Si me preguntás: ‘Silvio, ¿qué es la felicidad?’, yo pienso que es un instante, nada más. Son pequeñeces. Cuando fotografiás pasa lo mismo. Disparar son milésimas de segundo. Eso es la felicidad.
Silvio Fabrykant, fotógrafo
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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