lunes, 13 de noviembre de 2023

ELECCIONES Y Dejen a la democracia en paz


El país de los ganadores destructivos
Diego Garazzi

Pirro, rey de Epiro, al norte de Grecia, dominó Macedonia y conquistó otros reinos entre los años 300 y 250 a.c. Lo hizo con guerras extenuantes de las que siempre emergía vencedor. Pero sus batallas tenían una particularidad: la derrota de su enemigo la obtenía a costa de cuantiosas pérdidas de su propia tropa vencedora, de modo que el resultado final era funesto. Perdió finalmente sus reinos, por no dimensionar los daños infligidos a sus guerreros a causa de una estrategia desequilibrada y una ambición desmedida.
Desde las elecciones presidenciales de 2019, la Argentina ha encadenado una secuencia interminable de victorias pírricas, en las que quien triunfa compromete al mismo tiempo la subsistencia de su propia tropa. La victoria de Patricia Bullrich y Mauricio Macri sobre Horacio Rodriguez Larreta en las PASO ha debilitado al propio partido Juntos por el Cambio hasta hacerlo implosionar y arrimarlo al borde de su desaparición en el tiempo que le llevó al domingo de elecciones convertirse en lunes.
La victoria de Javier Milei en esas PASO sobre Massa y sobre JxC, construida sobre la base de violencia verbal, arrebatos de intolerancia, propuestas radicalizadas y contradicciones ideológicas, ha obstaculizado las posibilidades de construir una oposición fuerte, sólida y confiable. Ahora bien, enfocado en el balotaje del 19 de noviembre, sus esfuerzos colosales para mostrarse sereno, comprensivo y abrazado a dirigentes a los que había denostado con una agresividad lacerante, resintió a algunos de los propios seguidores, que hasta semanas atrás abrazaban sin fisuras sus ideas y modos autoritarios. Algunos de ellos han optado por liberarse de La Libertad Avanza.
Por su parte, Sergio Massa, vencedor en la primera vuelta electoral con casi 7 puntos de diferencia, ha logrado desangrar a todos los argentinos por igual, incluso a los acólitos del cristinismo alocados en el conurbano bonaerense que soportan estoicamente al candidato del gobierno, para lograr ese triunfo en las urnas. Y ha encolerizado con su despilfarro a países con voz y voto en las decisiones tan importantes para nuestro país en el Fondo Monetario Internacional.
Su gestión de más de un año como ministro de Economía, nos ha acercado al precipicio de la hiperinflación y del desabastecimiento. Los salarios de la economía formal han sido pulverizados durante su gestión junto con la escuálida clase media. Ha rifado recursos del Estado con medidas direccionadas a impeler su propia campaña electoral, recursos que tanta falta hacen para combatir la pobreza y la indigencia incrementadas durante su mandato. Lo hizo enceguecido por la ambición de poder desmesurada sin medir los daños infligidos a todos los argentinos. O sin darles relevancia.
En caso de ganar las elecciones por efecto de esas políticas insostenibles en el tiempo, el ministro Massa dejaría al Massa candidato electo para gobernar formalmente una inflación proyectada para 2024 del 300%. Su paso por el Ministerio de Economía ha sido virtualmente de tierra arrasada. En su convocatoria a la “unidad nacional” luego de ganar la primera vuelta, el candidato del oficialismo –de Alberto y Cristina, dos que han vivido promoviendo la grieta con sus actos– propuso armar un pastiche político que reuniría, según sus palabras, a peronistas, radicales, liberales, izquierdistas, y por qué no, a montoneros y militares, como si no hubiera límites o diferencias insuperables; como si una oposición fuerte no fuera necesaria para la salud republicana. Tal vez inconscientemente nos está dejando entrever lo que podría ser su reinado de partido y pensamiento único.
Los ganadores de cada una de las etapas electorales que vivimos desde agosto han sufrido derrotas en la instancia siguiente. Bullrich le ganó a Larreta y luego quedó fuera del ballotage. Milei ganó sorpresivamente en las PASO, pero perdió la primera vuelta e incluso obtuvo menos porcentaje de votos que en esas primarias. Massa ganó la primera vuelta de octubre…
El brutal desgaste realizado para obtener una victoria circunstancial a cualquier precio y las heridas a propios y ajenos causadas en ese camino “victorioso”, parecen erosionar la capacidad de los vencedores para consolidar su fuerza entre los propios y para sumar nuevos votantes. El domingo 19 sabremos el resultado de la última batalla en el país de los triunfadores destructivos y de resultados tan cambiantes en tan escaso tiempo.

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Dejen a la democracia en paz


Julio Montero
Sergio Massa y Javier Milei en la asamblea legislativa por el balotaje 2023
Muchos dicen que Milei es un peligro para la democracia. Tal vez tengan razón: la violencia retórica y el discurso polarizante dañan la fraternidad cívica, indispensable para la convivencia ciudadana. Pero hace muchos años que los argentinos bebemos ese veneno y Milei no fue el primero en preparar el cocktail.
Por ahora, lo cierto es que Milei no propone ninguna reforma del sistema político y que varias veces ratificó su compromiso con el orden constitucional. Su autoritarismo es más gestual que sustantivo y de sus propuestas más extremas ninguna es viable: requieren mayorías que La Libertad Avanza no tendrá, o una reforma de la Constitución. Por otra parte, más allá del descontento generalizado con una democracia que sumió a la mitad de los argentinos en la pobreza, no hay razones para pensar que la sociedad convalidaría una salida autoritaria.
Lo que sí sabemos, en cambio, es que el peronismo ha tenido una convivencia incómoda con la democracia. Cuando estuvo fuera del gobierno apostó siempre por el caos: saqueos y paros generales contra Alfonsín, columnas movilizadas desde el conurbano para darle el último empujón a De la Rúa, 14 toneladas de piedras lanzadas contra un gobierno de JXC al que acusaron de ser una dictadura incluso antes de que asumiera. Si la democracia implica respeto por la voluntad de la mayoría, el peronismo no queda muy bien parado en el ranking.
Con los gobiernos K estas prácticas pasaron a una fase superior, dando inicio a un típico plan de transformación populista. Los recursos del Estado se usaron discrecionalmente para librar una guerra contra medios opositores, se distribuyeron beneficios a mansalva para cooptar a la sociedad civil y generar un aparato comunicacional propio, el Congreso se redujo a una escribanía vaciada de debate y se falsificaron estadísticas públicas bajo la jefatura de Gabinete de Massa. La ley de “democratización” de la justicia fue el clímax. De no ser por la Corte Suprema, la medida hubiera consagrado legalmente la subordinación de los jueces al poder Ejecutivo. La propia Cristina Fernández lo reconoció en un discurso: la democracia liberal es un invento del siglo XVIII que hay que dejar atrás.
Si Massa avanzará por la senda de una hegemonía forjada con transacciones, maniobras y operaciones maquiavélicas para anular a la oposición, no lo sabemos. Sus alianzas electorales y sus vínculos con las corporaciones no auguran lo mejor. Tampoco la presencia de los K en sus listas, a quienes deberá apaciguar con cargos, cajas y protección judicial.
A la luz de lo anterior, no deja de ser saludable que tantos argentinos se preocupen por la salud de la democracia, aunque convendría ser un poco más imparciales. Lo que se dirime en el balotaje es la elección entre un peligro potencial, encarnado por un gobierno que será muy débil, y el peligro real de un berlusconato que controlará ambas Cámaras. El que quiera hacer campaña por el ministro está en todo su derecho. Mientras tanto, dejemos a la democracia en paz.

Filósofo y politólogo

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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