domingo, 27 de octubre de 2024

La casa de playa de la familia Leloir




Cómo es la casa de playa de Leloir que se mantuvo intacta en el tiempo
La construcción mantiene su espíritu original: en el camping Estancia El Carmen, la casa de playa de la familia Leloir funciona como el restaurante del establecimiento que recibe a los visitantes con una estatua del Nobel argentino
Luis Federico Leloir pasó su juventud en la estancia de 40.000 hectáreas comprada por su familia; la casa, hoy, funciona como restaurante
Vivian Urfeig
Muchos fueron los años en los que Luis Federico Leloir pasó sus veranos en Santa Teresita, disfrutando de sus playas inmensas, sin imaginar que tiempo después, a los 64 años, ganaría el premio Nobel de Química (1970) y pondría a la Argentina en el mapa del mundo. Ya recibido de médico y bioquímico, Leloir pasaría a la historia al descubrir cómo se almacena la energía en las plantas y cómo los alimentos se transforman en azúcares que sirven de combustible a la vida humana. Pero eso sería después, muy lejos aún de sus momentos de ocio adolescente en la Costa Atlántica. Corría 1924 cuando la familia Leloir compró una estancia de 40.000 hectáreas a la que bautizó “El Tuyú” y que signó el amor de Luis Federico por la costa argentina.
Una de las imágenes más conocidas de Luis Federico Leloir en la costa argentina, que inspiró su actual estatua
Bien conocida es, de hecho, la anécdota de cómo el joven Leloir creó por pura casualidad la salsa golf en el exclusivo comedor de Mar del Plata Golf Club, cuando pasaba el tiempo con sus amigos, en el año 1925. Se dice que el grupo había pedido gambas para el almuerzo y que, con el gen de inventor ya latente, Leloir le solicitó al mozo si podía conseguirle algunos condimentos. Al mezclar dosis iguales de mayonesa y kétchup, sumando unas gotas de cognac y salsa tabasco, comprobó, se obtenía un acompañamiento ideal para el plato. Desde ese momento, la “salsa Golf” ganaría su nombre en honor al lugar donde se había creado.
La construcción que perdura
Mientras tanto, la estancia comprada por la familia Leloir, a pocos kilómetros de Mar del Plata, comprendía el litoral marítimo desde San Clemente hasta Mar de Ajó. En esa extensión –40 kilómetros de campo sobre el mar– eligieron un sector especial para levantar tres casas a las que llamaron los “Bungalows del Tuyú”.
Avanzados para la época, los Leloir hicieron traer de Francia la estructura de madera desarmada que luego fue montada en la playa y a la que protegieron del viento y del sol forestando la zona con pinos y álamos. Hasta el día de hoy, la construcción mantiene su espíritu original: en el camping Estancia El Carmen, la casa de playa de la familia Leloir funciona como el restaurante del establecimiento que, a modo de homenaje, recibe a los turistas con una gran estatua del Nobel argentino.
“Como no se sabía si las mareas alguna vez podían llegar a tapar la casa, mi abuela, Hortensia Aguirre de Leloir, optó por estas viviendas prefabricadas que formaron parte del paisaje familiar por turnos, porque éramos una familia muy numerosa”, recuerda Amelia Leloir, de 76 años, hija de Luis Federico Leloir y Amelia Zuberbuhler de Leloir. “Desde que era una beba y hasta que se vendió el lugar, no pasé un verano sin ir. Por su compromiso con el laboratorio, y también para dar el ejemplo, mi padre solo se tomaba 15 días en la estancia, no más”, evoca Amelia. “Era un páramo, un lugar muy tranquilo y solitario. Nos encantaba esa inmensidad. Prefiero quedarme con ese recuerdo”.
Leloir junto a su hija Amelia en los Bungalows del Tuyú
Entre las memorias de su madre, comenta también Amelia, se destaca una anécdota que ilustra la sorpresa que se llevaron con la noticia del Nobel. “Dos días antes [de la revelación del premio] vino un periodista sueco, muy simpático, que dijo que Leloir era uno de los candidatos. Cuando nos tomó a los tres la foto le pedí que nos diera una copia como recuerdo porque no le iban a servir para nada”, escribió Amelia Zuberbuhler en Retrato personal de Leloir, editado en 1986 por la Federación Bioquímica de la Provincia de Buenos Aires.
Un estilo único
El punto es que, fieles al estilo francés, los listones de madera lograron conservarse intactos gracias al mantenimiento y el cuidado del actual dueño del camping, Pablo Domínguez, quien todavía guarda partes de la estructura con la numeración original.
La historia que lo vincula al predio es, quizás, igual de interesante que las anécdotas y fotos familiares de los Leloir en estas playas. Es que Pablo es hijo de uno de los socios de la icónica firma Proveeduría Deportiva, de venta de artículos de deporte y camping que hasta su quiebre, en 1987, fue referente en ese rubro. El slogan “Tiene de todo todo todo para el deporte” sonaba en la radio, en las canchas y en las previas del Mundial ‘78. Caló hondo en varias generaciones que aún recuerdan el logotipo diseñado por Carlos Garaycochea: un círculo con banderas de distintos países que contenía a Proveducho, el acampante ataviado con caña de pescar, raqueta, pelotas, redes, palas, botines y carpa.
Fieles al estilo francés, los listones de madera lograron conservarse intactos
“Mi padre le alquiló el predio a los Leloir para armar un recreo de fin de semana, con canchas deportivas y paseos a caballo. Junto a su socio, Carlos Castro, tenían el sueño de instalar campings en toda la costa. Hicieron 14 en total”, cuenta Pablo Domínguez desde la administración del camping de 14 hectáreas, uno de los más visitados del Partido de la Costa, ubicado en Calle 23 y Playa, a 350 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires.
Además de contar con bungalows y parcelas para las carpas, el lugar tiene pileta cubierta, quinchos, vestuarios y bar en la playa. Además, ofrece actividades de recreación para grandes y chicos.
Cuando en 1973 los actuales dueños del Camping La Estancia les alquilaron a los Leloir la propiedad, tuvieron que explicarles qué significaba dormir en carpa
Lo cierto es que antes de esa apuesta, y desde Proveeduría Deportiva, el padre de Pablo y su socio ensayaron el sueño de poblar el país de campings alquilándole a la familia Pereyra Iraola una estancia muy cerca de La Plata. “Pero luego se loteó, y así surgió Estancia El Carmen S.R.L. , un recreo de fin de semana que tuvo la misión de instalar una cadena de campings, desde Ushuaia hasta Misiones, pasando por Punta Mogotes. De los 14, el que más se destacó por su ubicación privilegiada junto al mar y a siete cuadras del centro fue el camping de Santa Teresita”, dice el actual propietario. “Cuando en 1973 les alquilaron a los Leloir la propiedad tuvieron que explicarles qué significaba dormir en carpa, eso siempre me contaba mi papá”, reconstruye Pablo, que gestiona el lugar desde 1974, cuando finalmente le compró el predio a la familia.
Una postal del balneario en la actualidad
El verano pasado, para celebrar los 50 años del camping, Domínguez inauguró la estatua de Luis Federico Leloir frente al bungalow histórico. El artista Claudio Kucharczuk, habitué del lugar, se inspiró en una de las fotos de época más conocidas del bioquímico en sus días de playa.
El legado que continúa
“Nosotros jugábamos entre los primos y pasábamos mucho tiempo en las casas de madera que vinieron de Francia. Esa idea de mi abuela funcionó a la perfección”, dice Amelia sobre el páramo de la costa que es sinónimo de su niñez. Hoy, ella se dedica a cuidar a sus nietos y, lejos de elegir destinos playeros para sus vacaciones, confiesa que prefiere otro tipo de paisajes para sus días de descanso. Su memoria emotiva, sin embargo, sigue anclada en ese territorio familiar. “Mi papá era una persona común, yo no lo veía como el premio Nobel, y cada vez que me preguntan por él siempre respondo lo mismo: lo recuerdo en casa, dedicado a la familia y a su trabajo”, comenta Amelia, y agrega que ella y sus padres viajaron a Suecia cuando el bioquímico fue a recibir su premio.
Los Leloir también forestaron la zona sembrando pinos y álamos
Sin dudas, Luis Federico Leloir fue uno de los discípulos más importantes de Bernardo Houssay, el reconocido médico que también puso a nuestro país en el centro de la ciencia mundial cuando recibió su Nobel, en 1947. Entre viajes, laboratorios y reconocimientos (Konex de Brillante, Ciudadano Ilustre y Legión de honor por el gobierno francés), Luis Federico Leloir dejó una huella indeleble en Santa Teresita.

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