CROMAÑÓN
La serie retrata la tragedia ocurrida en el boliche de Once en 2004
La serie que retrata la tragedia del boliche de Once no escapa a las fórmulas de las telenovelas
Disponible en prime viDeo
El abordaje de una tragedia como la de Cromañón es necesariamente complicado. Y hacerlo desde la ficción para esta era de las plataformas supone un riesgo aún más latente. Por ahora, la mayor parte de estas compañías operan con una lógica parecida a la de la vieja TV abierta: la repetición de algunos mandatos (aunque sea muy frecuente escuchar en el ambiente que “no hay fórmulas”) que nunca garantizan del todo un éxito, pero al menos pueden tranquilizar la ansiedad de los devotos del marketing.
Todas las plataformas que producen, controlan. Y el resultado de ese control es una catarata de ficciones y documentales con características muy similares dentro de una oferta que, por la amplitud cuantitativa de su catálogo, podría elevar bastante el nivel cualitativo si se lo propusiera. Con un tema delicado como el que aborda esta serie nacional de ocho capítulos, orientada a recrear una de las tragedias más dolorosas que vivió la Argentina en los últimos 20 años (ya pasó todo ese tiempo desde el desastre en el concierto de Callejeros y sus ecos no se apagan), la sumisión a ese régimen estético se vuelve más peligrosa.
Este Cromañón por momentos logra escaparse al corsé y en otros tramos replica obedientemente lugares comunes y lógicas recetadas que, naturalmente, no benefician a la serie. Sus debilidades, de hecho, derivan en buena medida de ese deber ser que las plataformas imponen para sus producciones como una regla inviolable.
En este caso, hay sobre todo algunas decisiones de puesta en escena que enrarecen el relato. Un barrio popular de Villa Celina aparece, en distintas escenas de la serie, iluminado como un bistró de Palermo Hollywood. Y algunas secuencias eróticas parecen pensadas con los patrones de un videoclip. Se aclara: no hay un problema con el videoclip en sí, pero sí se puede cuestionar el papel que juega en esta ficción, qué motivación está detrás de la utilización de ese modelo.
El concepto visual y la dinámica narrativa de Cromañón remiten de alguna manera a los que presentaron como posibles la película brasileña Ciudad de Dios y, en sus pasajes menos inspirados, las series de Pol-Ka. Una reescritura del paisaje urbano destinada a transformarlo en un mapa más reconocible para una audiencia pensada como un bloque, en algo más cercano e integrado al canon de la industria del entretenimiento.
Ruido inicial
El conflicto entre eso que por lo general etiquetamos con una vaguedad –la estetización- y el espíritu genuino del mundo narrado casi siempre salta a la vista cuando la producción audiovisual argentina se acerca a las clases populares. Como se trata de una ficción, es indiscutible que Cromañón tenía derecho a tomarse todas las licencias que sus hacedores hayan deseado, pero inevitablemente esas decisiones dejaron una marca, particularmente en los primeros capítulos de la serie, que son los que pintan el paisaje y nos presentan a los personajes.
Una vez superado ese ruido inicial, provocado por un distancia evidente entre la realidad de un ambiente áspero y castigado y el escenario mucho más light del conato de telenovela que instala la serie, las cosas mejoran porque todo el elenco sostiene la propuesta con mucha convicción, incluso en las escenas más comprometidas, esas que apuntan a las emociones del espectador y donde lo más común es apelar a rituales y gestualidades estereotipadas.
Los estereotipos juegan un papel importante en la serie, empezando por un casting homogéneo en términos estéticos y cierta simplificación de la vida cotidiana de las clases populares. Y siguiendo por la proliferación de personajes emblemáticos (el sensible, inestable y talentoso, el solidario con compromiso político) que obviamente le restan singularidad al tapiz.
Otra apuesta fuerte de la serie es la determinación con la que se ajusta a la agenda ideológica de esta época, incluyendo un menú de temas indiscutiblemente importantes (el aborto, las elecciones en torno a la sexualidad) que hace veinte años tenían socialmente un estatus distinto y, por lo tanto, una asimilación diferente a la que tienen hoy. Lo que induce a pensar en Cromañón como una lectura de aquellos hechos arraigada con mucha fuerza en el presente y sus modos. Una actualización de los sucesos del pasado para conectarlos con lo contemporáneo que acentúan las elecciones de su banda sonora. Sin embargo, la serie no levanta vuelo con ese diálogo forzado ni con las impostaciones, sino cuando, por el contrario, demuestra la voluntad de romper las estructuras rígidas y se despreocupa de la sincronía perfecta con la corrección política de la coyuntura.
Hay unas cuantas escenas íntimas que interpelan porque están muy bien escritas, son elocuentes y profundas sin caer en subrayados (el guion es de Pablo Plotkin, Josefina Licitra y Martín Vatenberg) y especialmente porque Luis Machín, Soledad Villamil, Olivia Nuss y Muriel Santa Ana tienen herramientas para ponerles corazón y magia. Lo cierto es que todo el elenco está a la altura de las circunstancias. En ese marco, Olivia Nuss realmente se destaca por asumir con mucho aplomo un rol clave; su trabajo es impecable.
Más cerca del final, la serie también se anima a introducir con buen criterio fragmentos de archivo documental y se atreve a plantear una impactante reconstrucción de la tragedia: en esas elecciones narrativas y de puesta sí que logra tanto reactivar la memoria como reinterpretar con imaginación y potencia el caos de aquel drama en el barrio de Once, apoyándose en un dispositivo de imagen y sonido montado con mucha precisión. Son dos irrupciones virtuosas que disipan la abulia generada por ese esquema acartonado que, conviene remarcarlo, depende tanto de las exigencias de las plataformas como de la asimilación, muchas veces sin matices, de quienes producen para ellas.
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Un relato monumental con el estilo de Ridley Scott
Marcelo StiletanoPaul Mescal y Pedro Pascal, protagonistas del film paramount
(Gladiator ii, estados unidos-reino unido/2024). direCCión: Ridley Scott. Guion:
Peter Craig y David Scarpa. FotoGraFía: John Mathieson. Música: Harry GregsonWilliams. ediCión: Claire Simpson y Sam Restivo. elenCo: Paul Mescal, Denzel Washington, Pedro Pascal, Connie Nielsen, Joseph Quinn, Fred Hechinger. duraCión: 148 minutos. distribuidora: UIP.
CaliFiCaCión: apta para mayores de 13
años.
No solo por invocación o deseo de los fans la memoria de Gladiador está presente todo el tiempo en esta secuela tantas veces anunciada y largamente demorada. Hay una voluntad expresa de Ridley Scott de llevar la acción todo el tiempo hacia el recuerdo de la historia original y no solo por cuestiones de sangre. Los paralelismos se extienden a otros personajes y también al contexto, como si la mirada de Scott sobre el mundo de la Antigua Roma se mantuviese fija a lo largo del tiempo.
El director nos dice que en el apogeo (el momento triunfal del emperador Marco Aurelio, narrado en el comienzo del film que ganó el Oscar en 2001) y la decadencia (todo lo que vino después, incluyendo esta segunda parte) tiene un destino marcado por la corrupción, la traición y la tragedia. Los mismos impulsos representados por nuevos personajes, con alguna excepción de continuidad entre una película y otra.
Lo que también se mantiene es la espectacularidad visual que desde hace mucho tiempo es marca de fábrica de Scott. Con una vitalidad y una energía admirables para un hombre que está por cumplir 87 años, es capaz de montar una serie de escenas monumentales en las que mezcla despliegue humano y tecnológico para decirnos, entre otras cosas, que todavía es posible reproducir “a la antigua” relatos de época solo para que nos asombremos de lo que el cine todavía es capaz de hacer. Toda una invitación para ver esta película en la pantalla más grande posible. De otra manera, la experiencia se devalúa muchísimo.
También como es costumbre en buena parte de la irregular carrera de Scott, detrás de esa imponencia no queda mucho. Lo mejor es el prólogo: el sitio que el ejército romano establece desde el mar al último bastión de resistencia contra el Imperio en África. Allí, después de la cruenta batalla, es tomado prisionero un guerrero que se hace llamar Henno y que en realidad es Lucius, a quien conocimos en el primer film como el pequeño hijo de Lucilla (la retornada Connie Nielsen), la hija del emperador Marco Aurelio, y su amante Máximo (Russell Crowe).
Pasaron casi 25 años del film original y también de aquellos hechos. Henno (Paul Mescal, con un physique dû role muy propicio para el temperamento bravío e indómito de su personaje) niega su origen y repite la deriva paterna al transformarse en un gladiador que debe luchar por su vida y conquistar así su libertad. Tiene en el astuto y escurridizo Macrinus (Denzel Washington, liberado de cualquier atadura para divertirse con un papel de villano histriónico, desalmado y amoral) a su mentor, el hombre que le permitiría vengarse del valeroso y leal general romano Acacio (Pedro Pascal, excelente como siempre), cuya conducta es una copia perfecta de la que tenía Máximo al comienzo de la película original.
Los ecos del primer Gladiador también aparecen en la repetición de varias frases del primer film recitadas con suficiente solemnidad como para que quede claro que tienen destino de trascendencia. Y una cantidad de detalles inverosímiles que no le temen al ridículo, y que van desde peleas con rinocerontes, tiburones (en medio de la insólita transformación del Coliseo en una arena flotante) y bichos espantosos salidos de alguna película de ciencia ficción hasta el retrato caricaturesco de un megalómano Caracalla, a quien la historia real le brinda un veredicto mucho más favorable a pesar de su conducta fratricida. El rigor histórico habrá que buscarlo en otro lado.
En términos conceptuales, Scott entiende a Gladiador II como el equivalente cinematográfico de una ópera. Quiere que miremos todo el tiempo esta secuela en el espejo de la original con la intención de cerrar todos los conflictos que quedaron abiertos un cuarto de siglo atrás. Pero esta continuidad pierde todo el tiempo frente al rigor y la profundidad dramática que ofrecía, aun con la ligereza de una adaptación hollywoodense, el trágico arco de conflictos desarrollado en el capítulo inicial.
También falta Crowe, dueño de un carisma insustituible al servicio del personaje más poderoso de toda esta breve saga. Al resto no le queda otra cosa que ponerse a la zaga y por más esfuerzo y talento que todos sean capaces de mostrar (Washington es el que más se luce y se divierte en medio de un elenco muy aplicado) no hay manera de igualar, y menos superar, la evocación de la película original.
Todo esto no impide que Gladiador II pueda verse con agrado desde lo mejor que puede ofrecer: un gran espectáculo visual que entre otras cosas consigue que un arsenal inacabable de efectos digitales se ponga en buena parte de sus dos horas y media (jamás agobiantes) a la altura de una escala humana. Estamos frente a un relato monumental, pero en sus mejores películas Scott no necesitó tanto alarde para alcanzar la grandeza. Este no es el caso.
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El eterno retorno de Woody Allen
Paula Vázquez PrietoNiels Schneider y Lou de Laâge, en una escena del film
(Coup de ChanCe, estados unidosFranCia-reinounido/2024).GuionydireCCión: Woody Allen. FotoGraFía: Vittorio Storaro.ediCión: Alisa Lepselter. Elenco: Lou de Laâge, Niels Schneider, Melvil Poupaud, Valérie Lemercier, Bruno Gouery, Benoît Forgeard, Constance Dollé, Grégory Gradebois. CaliFiCaCión: apta para mayores de 13 años con reservas. distribuidora: Impacto Cine. duraCión: 96 minutos.
Como todo director formado en la cinefilia, Woody Allen ha poblado su obra de pequeños y grandes homenajes. Al comienzo estaban las fuentes de la comedia, la slapstick muda, el espíritu anárquico de los hermanos Marx, las sátiras negras de los estudios Ealing. Pero como buen emergente de los años 70, no alcanzaba con la impronta clásica, y junto con las poesías de E. E. Cummings, los tormentos de Dostoievski y la creación jazzística de Gershwin, aparecieron la estela de Bergman, de Fellini, el guiño a Godard en su actuación en King Lear, la parodia al Antonioni de la incomunicación; es cierto, a veces con algún exceso de solemnidad, pero siempre inmerso en la vocación de apropiarse de lo ajeno para inventar lo propio. Allen fue de aquellos cineastas -quizás como luego lo fue Almodóvarque no renegó de sus marcadas influencias y nunca temió a ese juego permanente de citas o descarados plagios que hacen del cine un arte menos asimilado a la línea del progreso que a la circularidad del eterno retorno.
Con Golpe de suerte en París, Woody Allen regresa a la ciudad de las luces. Pero regresa de otra forma, no como en Medianoche en París (2011), como una excursión al pasado, a los tiempos de la vanguardia, de la generación perdida, del Sena bañado de arte y desilusión. Golpe de suerte en París es una película sobre el presente y no sobre la París contemporánea, sino sobre el presente como tiempo cinematográfico. Por ello las referencias son a la nouvelle vague, a esa forma de pensar el tiempo que tuvo aquel descubrimiento de la ciudad bajo la luz del amor, del deseo como impulsor de los movimientos, de las tensiones invisibles entre realidad y apariencia como perfecto cristal para leer la verdad. Es menos una París de hoy que una de siempre, detenida en la circularidad de encuentros y desencuentros, de amores perdidos y encontrados, de engaños que revelan la exigua protección de las máscaras que nos armamos.
La película empieza con el tono del Éric Rohmer de los 80. El encuentro casual de Fanny (Lou de Lâage) y Alain (Niels Schneider), antiguos compañeros del Liceo Francés en Nueva York, deriva en una charla memoriosa, regulares almuerzos en el Jardín de Luxemburgo y un idilio secreto alimentado por la poesía y la bohemia.
Él es escritor y le regala la poesía de Henri Rouger; ella está casada con un esnob millonario que colecciona trenes y se jacta de su esposa “trofeo” (divertido que quien lo interpreta sea Melvil Poupaud, el joven de Cuentos de verano convertido en un financista siniestro). Asoman ecos de La mujer del aviador (1981) con una amenaza más sombría que se convierte, en su devenir, en una clara influencia chabroliana.
Con la aparición de la campiña francesa y del humor negro del director de La mujer infiel (1969), Allen consigue oscurecer los coloridos tonos de la fotografía de Vittorio Storaro, más seguro de ofrecer un presente sobre el amor nutrido del caos del azar antes que de la certeza del destino.
Pese a este estoicismo de las citas y al placer de filmar la ciudad y los jóvenes que se besan a escondidas, Golpe de suerte en París no es una obra maestra ni pretende serlo. Su humor es ligero, el asomo del misterio es siempre oblicuo y la liviandad confiada del tono la eleva por encima de algunos títulos más admonitorios como La rueda de la maravilla (2017) o más autoindulgentes como Rifkin’s Festival (2020). Es cierto que todo parece ser algo ya visto, pero ese es el placer del Allen de los últimos tiempos, un viaje a lo conocido desde una óptica que descree del descubrimiento y abraza el placer tranquilizador -y al mismo tiempo ominoso- del eterno retorno.
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Un viaje simbólico y laberíntico
Pablo De VitaJuana Viale y Carolina Kopelioff como protagonistas
virgeN rosa
(argeNtiNa/2024) direccióN y guióN:
Dennis Smith, fotografía: Gustavo Biazzi, edicióN: Leandro Aste, música: Juan Blas Caballero, eleNco: Juana Viale, Agustín Sullivan, Carolina Kopelioff, Abian Vainstein, Franco Piffaretti, Paz Díaz Colodredo, Mavi Colombo,
calificacióN: solo apta para mayores de 16 años. distriBuidora: Cinetren,
duracióN: 80 minutos.
La cámara se desliza lentamente por una gran espacio vacío. Es una fábrica abandonada en la que con la llegada de un auto arriban también los recuerdos de otros viajes que significaron reencuentros y una lejana celebración.
Josefina, Noé y Rosa son hermanos que se reúnen en el cumpleaños de Rosa, la menor, en el mismo día de la peregrinación a la Virgen de Luján que Josefina vive con planificación y entusiasmo.
El viaje comienza pero, sin embargo, los tres hermanos nunca abandonan la fábrica por la que deambulan mientras conversan y afloran, junto a la naturaleza que invade ese espacio en ruinas, las conversaciones y los recuerdos que no son necesariamente luminosos.
Así afloran también los conflictos entre los hermanos, momentos pasados no siempre felices y una relación con sus padres que no tiene tampoco lo mejor que anida en la memoria. En el relato, pasado y presente conviven en la mirada del espectador, que asiste al desarrollo de otras historias dentro de un duro entramado familiar que no consigue un espacio feliz.
Dennis Smith escriba una película que vertebra estas diferentes instancias del relato a través de la presentación de sucesivos: “rounds”, que son introducidos por una banda musical, como si la evolución de la trama estuviera signada (y en buena medida lo está) por la confrontación.
El trabajo del realizador descansa en una estructuración del relato de orden simbólico y no necesariamente anclado en el desarrollo convencional de una narración. Por eso la aparición de los fragmentos de una figura de la Virgen (que da título al film y domina el tramo final) explica parte del sentido de ese peregrinaje que nunca sale de una fábrica y que, finalmente, funciona como espacio-temporal de los confusos recodos de la memoria, dominados por la culpa y el camino hacia la expiación.
Esta labor del dramaturgo Dennis Smith juega con lo teatral de un único espacio de representación pero consigue inteligentes puestas de cámara, una jerarquía en el desenvolvimiento de los demás rubros técnicos y labores actorales que dan perfecta carnadura a esa suerte de enumeración de pecados que se buscan exorcizar, pero que el vínculo entre estos hermanos lleva progresivamente a la descomposición del lazo filial.
Una obra que conecta más con la mirada incómoda de Mi vida anterior, que desarrolló en teatro, en cuanto al autoconocimiento, y Dos hermanos, en cuanto a los recuerdos y el vínculo, demostrando aquí que la distancia no necesariamente debe ser física sino también interior.
Virgen Rosa es un relato complejo, difícil por momentos de abordar por lo laberíntico y simbólico de su representación, pero interesante en su reflexión sobre la memoria y la identidad.
Sus tres protagonistas -Juana Viale, Agustín Sullivan, Carolina Kopelioff- logran una conexión emocional perfecta en ese sinuoso camino redentor que parece nunca alcanzarse aunque exista finalmente la reconciliación con los fragmentos que permiten reconstruir el espejo, a veces roto, de esa identidad.
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Una ágil animación navideña
Guillermo CourauFábula de fácil interpretación para los más chicos
Niko, la aveNtura de las Narices frías
(Niko: BeyoNd the NortherN lights, fiNlaNdia-alemaNia/2024). direccióN:
Kari Juusonen, Jørgen Lerdam. guioN: Kari Juusonen, Marteinn Thorisson, Hannu Tuomainen. música: Eimear Noone, Craig Stuart Garfinkle. edicióN: Benjamín Mercer. Con las voces de: Ángel Rodríguez, Pamela Mendoza, Gerardo García, Gerardo Vázquez, Rafael Pacheco. duracióN: 85 minutos. calificacióN: apta para todo público.
distriBuidora: BF Paris.
En sintonía con la ansiedad reinante, y habiendo iniciado ya hace rato la cuenta regresiva para fin de año, las producciones navideñas comienzan a invadir la pantalla grande. La semana pasada fue la encomiable Código: traje rojo, y ahora le toca el turno a la animación con Niko, la aventura de las narices frías.
El primer problema que tiene la película dirigida por el finlandés Kari Juusonen -más allá de lo tramposo del título, que en su traducción remite a la memoria emotiva del clásico de Disney, La noche de las narices frías- es que no se trata de una producción original, sino de la tercera parte de una saga, que por estas latitudes el 99 por ciento del público desconoce.
¿Perjudica lo anterior a la comprensión de la historia que se va a ver? Para nada. Pero sí conspira contra cualquier identificación que la platea pueda tener con los personajes. Las aspiraciones del protagonista en convertirse en un reno volador (conflicto de la primera entrega), su relación familiar con padres y hermanos (eje de la segunda), sumado a su clan de laderos y demás personajes secundarios, no terminan de calar en el espectador en ningún momento. Son encantadores, pero tan fríos como el lugar en el que habitan, por falta de una “puesta al día” para neófitos. Es como llegar tarde, muy tarde, a un cumpleaños donde encima no se conoce a nadie. Integrarse no será imposible, pero tampoco tarea fácil.
Niko, que ya es todo un preadolescente, está listo para enfrentar el desafío de tomar el único lugar vacante en las “fuerzas voladoras” que tiran del trineo de Papá Noel, codo a codo con su padre.
El problema comienza cuando aparece Stella, otra reno dispuesta a sacarle el lugar: serán tres pruebas que revelen al ganador. Sin embargo, y aquí es donde aparece el primer giro sorpresivo de la trama, el verdadero objetivo de Stella es robar el trineo de Papá Noel, algo que logra gracias a la inocencia de Niko. De esta manera, el pequeño reno deberá enmendar su error y recuperar el vehículo, a 24 horas de comenzar la Navidad. Si no, todo estará perdido.
Una vez presentado el conflicto, solo restará seguirle los pasos a una historia lineal, con las piruetas necesarias, el ritmo sostenido, y una colorida animación para no aburrir, ni a los grandes ni a los chicos.
Aprovechando que los destinatarios del film son, evidentemente, nenes muy chiquitos, el guion cuela algunos conceptos relacionados con los valores familiares, las relaciones entre padres e hijos, la amistad y la responsabilidad de crecer. Nada nuevo, es cierto, pero siempre es mejor cuando están presentes, que cuando brillan por su ausencia.
Nobleza obliga, también es necesario señalar que ninguno de esos elementos tiene el suficiente peso para llegar a convertirse en una enseñanza que perdure más allá del momento. Funcionan más bien como subtramas que ayudan cuando la misión principal flaquea, víctima de su propia debilidad.
Niko, la aventura de las narices frías es una película entretenida y de fácil digestión para los más chicos de la familia, quienes seguramente quedarán deslumbrados por lo que les devuelve la pantalla. El entusiasmo será inversamente proporcional de acuerdo a la cantidad de años cumplidos.
Y si bien está claro que no será un título de referencia en ningún ranking navideño, tampoco parece ser un galardón que le interese ostentar. Una vez concluida, uno abandona la sala con la sensación de que le alcanza con ser un espectáculo simpático y agradable de ver. Modestas ambiciones, ampliamente logradas
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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