miércoles, 13 de noviembre de 2024

LECTURA....JUAN CARLOS KREIMER SUS LIBROS ENTRE OTROS Y "Theodoros Mircea Cărtărescu" "IMPEDIMENTA "


“La conciencia de nuestra finitud puede propiciar un despertar”
Juan Carlos Kreimer habla de su nuevo libro, Para qué pasamos por la Tierra
Gabriel Sánchez SorondoJuan Carlos Kreimer, periodista y escritor 
El nuevo libro de Juan Carlos Kreimer, Para qué pasamos por la Tierra, llega en continuidad con el anterior, El artista como buscador espiritual (2022), pero profundiza sobre un punto: el sentido que le damos a la vida ante la debacle planetaria –crisis ambiental, guerras, colapsos sociales– y un futuro cada día más incierto. Frente a esto, señala un “negacionismo” global y propone desarrollar herramientas y recursos que van de lo individual a lo colectivo y viceversa.
“Ninguno de los 8000 millones de seres humanos que vivimos
 sobre la Tierra sabemos qué está pasando realmente. Ni en ella, ni en nosotros, ni qué escenarios nos aguardan”, plantea Kreimer. El autor nos recuerda el informe “Los límites del crecimiento”, suscripto en 1972 por reconocidos científicos de distintos países, donde ya se señalaba la inminencia de un abismo: la tasa de extracción de recursos no renovables, la capacidad agotada de la naturaleza para absorber la contaminación, la saturación de calor generado por industrias, entre otros factores, fueron entonces alarmas desoídas.
Sin embargo, Kreimer no es un apocalíptico. Plantea que no podemos dejar este momento en manos de los gobiernos, ni de los mercados, ni de los pastores ni de la inteligencia artificial. “Tampoco en las acciones de los bienintencionados grupos de activismo ecológico –dice–. Nos concierne a todos y a cada uno por el solo hecho de haber recibido un soporte corporal, un software mental y un tipo de autoconciencia diferente a la de otros seres vivos”.
–Contás en el libro que tras la pandemia te tocaron muertes cercanas: tu compañera, tu hermano, tu mejor amigo. Sin embargo, empezaste a vivir entonces un presente distinto.
–Empecé a sentir la energía que emerge al saber que queda poco tiempo, y de allí, a conectar con una conciencia de finitud que, en lo individual, despierta. Extendida a lo social, más que generar pánico, esa conciencia de tiempo limitado obliga a descruzar los brazos. Si como buscadores hoy estamos perdidos, tenemos el potencial de acceder a “reencarnar en vida”: en todo el planeta hay quienes despertaron a un poder interior y han renacido en esta misma vida. La perspectiva de un final, el que sea, es un hecho ineludible. La propia evolución nos ofrece una apertura en la conciencia sin apegarnos a lo que “nos hubiera gustado” que fuera el futuro.
–La bajada de tu título anuncia “Mapas para buscarle sentido a la vida”. ¿Cuáles son las coordenadas de esa cartografía?
–En principio, salir de la mente automática que va hacia el futuro pendiente de un buen pasar individual. Empezar a develar muchas autoficciones que creamos como soporte interno. Por una membrana que comunica nuestra conciencia con la del universo podemos entender quiénes somos, a qué vinimos. Este recurso, que desarrollo en el libro, no es un conocimiento que pueda uniformarse, surge de la investigación personal. Todos traemos esa posibilidad de fábrica. El link es la experimentación, la vivencia, navegar por el mundo interno sin obligación de ponerle palabras.
–Por lo que surge del libro, no te referís a la conciencia moral, tampoco al esquema consciente-inconsciente del psicoanálisis.
–No. Apunto a que podamos dialogar con lenguajes no verbales que nos llegan a través de los sentidos. Así captamos mucho más que por el filtro del raciocinio. Sentimos y sabemos de qué se trata, aunque no podamos explicárnoslo. Tampoco se trata de repetir lo que otros nos dicen al respecto: hay un espacio individual que va más allá de lo que conocemos como inconsciente. Algunos lo llaman supraconsciente. Alude a una captación de algo que ya está en nosotros, que nos pasa información sutil, aunque en ciertos casos tengamos bloqueado ese canal. A nuestros sistemas racionales les cuesta convivir con la incerteza. Y como si hay algo incierto es el futuro, nuestra mente se resiste a considerar escenarios posibles y proyecta autoengaños. Cuando hablo de conciencia no me refiero a algo místico; la conciencia más allá del ego está interconectada con todo y todos; como el CPU de nuestra computadora, baja información de la nube. Todos somos antenas capaces de captar esas ondas, procesarlas y retransmitirlas.
–¿Por qué elegimos hacernos los dormidos ante el cambio climático o lo que se viene?
–Desde chicos nos adoctrinan para aceptar el mundo como se nos presenta, asumimos esas ilusiones y terminamos convirtiéndolas en parte de nuestra identidad. Es más fácil adherir a eso antes que admitir que hemos sido engañados por nuestras propias ficciones. La conciencia de que pertenecemos a un plano mayor que el físico habita en la memoria de nuestras células; aprender a escuchar esa memoria es clave. Por miedo o por comodidad tratamos de que esa voz que nos llega a través de la percepción sensorial no ocupe espacio en nuestros pensamiento. El negacionismo nos lleva a dejar que otros decidan por nosotros y nos impongan maneras de entender la realidad. A veces me pregunto si esta tercera guerra mundial que se está librando no es una pantalla para distraernos del colapso planetario.
–¿Estamos poniendo a prueba nuestra capacidad de reacción?
–Somos la famosa rana en la olla de agua, cuya temperatura sube lentamente hasta hervirnos sin que nos enteremos. Esa pasividad nos vuelve cómplices de algo que perjudicará a todos. Vamos cediendo para no entrar en zona de desesperación. Esa actitud nos lleva a apoyar a los candidatos “menos peores”, a consumir los alimentos menos peores, a elegir lo menos peor y no lo que pueda ser más conveniente o mejor. A niveles sociales o planetarios, las condiciones se tensan cada día más y nuestros condicionamientos van a la par. ¿Podemos suponer que esa suma de tensiones no tiene un correlato en nuestras células y sistemas de procesamiento mental? ¿Qué pasa en las sinapsis de las nuevas generaciones, que han perdido los sueños de un mundo mejor? Acaso el fenómeno de derechización global responda a esa pérdida de sentido.
–En el libro citás a Einstein: “Cuando algo vibra, los electrones de todo el universo vibran con él. Todo está conectado”. ¿Dirías que hoy hay una tendencia individualista, exactamente en sentido inverso?
–Probablemente. Pero animarnos a cosmovisiones más amplias, como la de los campos mórficos de Rupert Sheldrake o a la epigenética formulada por Bruce Lipton, contrabalancea cierta rigidez atribuida a la ciencia. Aunque parezca sutil, esas cosmovisiones inciden en el rumbo de la unidad planeta-especie. Cada integrante de la especie humana es una célula de un organismo mayor, el universo. Retomo lo que decía antes: convivir con la idea de un colapso planetario tiene puntos de contacto con la propia conciencia de finitud. Por eso relaciono la potencial muerte individual y la colectiva: hay una energía que se despierta en cada uno para ser la mejor versión de cada uno. Esta conciencia, esta actitud, puede despertarnos y crear un campo diferente.
–¿Qué implicaría o cómo se traduce ese despertar?
–Estar en servicio desde una actitud de entrega casi anónima elonga la conciencia de unidad. Concebirlo así: no soy solo yo quien está sirviendo; soy el brazo de algo mayor, un campo que incluye a los demás seres vivos e inanimados. Un nosotros opera a través de mí. Y trasciende la acción. Despojarnos de características tóxicas de la personalidad originadas en el ego produce un tipo de desnudez interna cercana a otra cualidad: la transparencia. A su vez, plantearnos cómo interactuamos en nuestra dimensión humana con las otras dimensiones de las que también somos parte, contribuye a crear campos. Habilitar esos campos en la conciencia me permite relacionarme con lo que ocurre más cara a cara. Y varias aspiraciones que parecían haber perdido sentido, vuelven a encontrarlo al ser reformuladas. Este libro es mi apuesta a la esperanza.

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Theodoros, la esperada novela de Mircea Cărtărescu
El gran escritor rumano incursiona por primera vez en el género histórico y propone una epopeya verbal desmesurada que le devuelve a la literatura todo su poder de encantamiento
Pedro B. Rey
Mircea Cartarescu, el año pasado, en Buenos Aires
Hay muchas clases de escritores. En una época que descree de las epopeyas verbales, marcada por el tono íntimo de baja intensidad o los géneros –viejos caballitos de batalla comerciales que se proponen hoy como revolucionarios–, los libros de Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) son un meteoro a contramano, algo así como el retorno reprimido de la literatura. Sus novelas -como Theodoros, que es uno de los libros más esperados del año y llega hoy a las librerías-, son maximalistas: en ellas coinciden lo microcósmico (de los avatares orgánicos del cuerpo a la autobiografía transfigurada) y lo macrocósmico (esa impresión de que sus páginas contienen de alguna manera todo lo que hay en el universo). El estilo, que encabalga imágenes y ennumeraciones a granel, las vuelve barrocas y, al mismo tiempo, poéticas y surreales. El sueño se equipara a lo real, con resultados alucinatorios. Los párrafos son extensísimos, pero tienen ritmo. Tal vez no sea trivial que el escritor rumano escriba en una lengua que geográficamente quedó del otro lado de la Cortina de Hierro: su novedad es que es impermeable a lo que las modas tienen por novedoso. Nadie escribe ya como Cărtărescu. Tal vez eso explique la conmoción que produce en muchos lectores.
"Cărtărescu es el más decidido heredero de Kafka, pero es también su negativo: frente a la prosa escueta del checo, la suya es frondosa, hiperbólica"
A comienzos de 2024, antes de Theodoro, había llegado finalmente a las librerías locales el último tomo de Cegador, la trilogía (se publicó en rumano entre 1996 y 2007) que estableció la vara de su narrativa. Caleidoscopica, llena de luminosidades, chisporroteos y oscuridades, tiene un centro, aunque no lo parezca: es el escritor encandilado que, desde su departamento en las alturas sobre la céntrica avenida Ştefan cel Mare, observa los tentáculos de Bucarest y garrapatea sus cuadernos de manera furibunda. Se supone que Cegador toma la forma de una mariposa –el lepidóptero aparece distribuido en múltiples metamorfosis a lo largo de los tres libros–, algo que coincide con el tríptico de esa ventana (las dos laterales, más pequeñas; la central, mayor) por la que el narrador observa los latidos de la capital nocturna y fantasmal. Mientras tanto, se narra de manera discontinua la infancia recordada de un tal Mircea (y sus cariñosos diminutivos) en la Rumania comunista, su genealogía familiar, la intromisión de relatos fantasiosos. Cărtărescu es el más decidido heredero de Kafka, pero es también su negativo: frente a la prosa escueta del checo, la suya es frondosa, hiperbólica. Tiene un sustrato realista, pero esa representación es secuestrada de tal manera por lo onírico, arrastrada, hundida, elevada y devuelta a la realidad, que, como pasa con Kafka, no tiene sentido calificarlo de naturalista, fantástico o, siquiera, de posmoderno.


El ala derecha. Cegador, 3 sigue la estructura móvil de los dos primeros tomos (El ala izquierda y El cuerpo, secciones de una mariposa virtual), pero al tiempo de la infancia se le suma de manera más palpable la securitate del régimen de Ceaucescu (la vigilancia y la delación aparecían en los volúmenes previos de trasfondo) y el propio dictador y su mujer, como si la historia fuera la pesadilla de la que –en la senda de Joyce– el escritor todavía busca despertar.
Theodoros, es, en cambio, novísima. Viejo proyecto eternamente postergado del autor, se publicó en su idioma original en 2022. Si la ingente Solenoide (de 2015) todavía jugaba con lo autobiográfico (y se refería de manera demencial a los comienzos de la carrera del autor), Theodoros implica un corte abrupto: es una novela histórica. En manos de un fabulador como él, “histórica” es un término relativo. Transcurre en el siglo XIX en parajes y décadas decimonónicas (la Rumania rural, el mar Egeo y Etiopía). Aunque Cărtărescu investigó de manera minuciosa sobre el contexto y la vida cotidiana de aquellos días, lo documental funciona en verdad como sustento de la más pura ficción mítica.
El disparador del relato fue la carta de un viejo memorialista en que habla de un criado desaparecido en el corazón de la Rumania más profunda, después de años de aventuras nebulosas, que se habría convertido en Tewodros II de Etiopía, sanguinario monarca del país africano. No parece haber ninguna certeza histórica en el rumor –Cărtărescu es el primero en admitirlo–, pero la especie le sirve para desarrollar una epopeya compleja y tempestuosa. Se divide en tres secciones. La primera sigue los pasos de “Tudor”, un muchacho de origen modesto que se obsesiona con las hazañas de Alejandro Magno y se promete tensar hasta lo más lejos el arco de su destino. La segunda, “Theodoros”, sigue sus desaforadas hazañas en el Mediterráneo oriental, convertido en palicani y líder pirata. La última, “Tewodros”, relata sus intrigas y batallas para convertirse en monarca después de traicionar y robar el nombre de un amigo al que conoce en un convento.

Cărtărescu 
IMPEDIMENTA
514 PÁGINAS
32500
Esa triple enumeración es engañosa. La linealidad es apenas una concesión de Cărtărescu para darle forma a otra novela de aristas múltiples. Los tres personajes son el mismo, aunque parezca siempre otro, el protagonista de tres novelas distintas. Esas partes están, sin embargo, imbricadas unas en otras: el relato comienza con el suicidio de Tewodros (por cierto, ese rey cristiano existió) cuando es cercado en su palacio por las tropas inglesas. De allí se va desanudando la madeja, con permanentes admoniciones al personaje por parte de la voz narradora. Pero, ¿de quién es la voz plural que se dirige a él en segunda persona con ese aliento místico, de ecos bíblicos? El artilugio –de un virtuosismo extremo– le permitirá al final un giro inédito al relato. En eso también Cărtărescu viene de otro mundo: solo alguien que no rechaza lo profético y religioso puede proponer la angelología como máquina narrativa y al mismísimo Dios como lector último del libro sobre el brutal destino de Tewodros (de él y de las novelas dedicadas a cada ser que pasó sobre la tierra, en un hipotético Juicio Final).
Theodoros es una novela de aventuras barbáricas, narrada a través de múltiples digresiones y desvíos. Algunos de esos relatos (la aparición de la reina Victoria, la de un viejo amigo del protagonista que se declara emperador de Estados Unidos) son un respiro frente al cruel raid del protagonista. Otros, como el largo excurso pseudobíblico sobre la historia de amor entre el rey Salomón y la reina de Saba (se supone que los reyes de Etiopía siguen derivando del vástago de esa unión) o las amorosas cartas del protagonista a su madre ceden en cambio a la exageración retórica del kitsch.
La prosa de Cărtărescu es, a pesar de sus sobrecargas, siempre hipnótica. Resulta inverosímil que una novela tan extensa, con bloques de párrafos macizos, se pueda leer a la velocidad crucero que impone su trama, dejándose llevar por las arbitrariedades lúdicas que propone, como, por citar uno de muchos ejemplos, esa batalla de la que cuelgan sobre el cielo, como en un teatro, lienzos que indican la fecha de la acción. Para los lectores que puedan extrañar los elementos autobiográficos –omnipresentes en el resto de sus libros–, Cărtărescu se permite en cierto pasaje una fuga hacia adelante: al hablar sobre la invención de los ascensores, entromete a cierto chico fascinado en su infancia bucarestina del siglo XX por esos dispositivos que más tarde aparecerían una y otra vez en sus “libros ilegibles”. Para sus seguidores, funciona como una memorable ironía. Para sus detractores minimalistas será seguramente una confesión megalomaníaca. La variante histórica de Theodoros no es lo mejor de Cărtărescu, pero confirma que ya forma parte de esa genealogía de autores –de Proust a Nabokov– para los que no existe la indiferencia.


Theodoros

Mircea Cărtărescu

Por Impedimenta. Trad.: Marina Ochoa de Eribe

642 páginas, $ 32.500

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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