El tiempo que tenemos: notables actuaciones de Florence Pugh y Andrew Garfield para un melodrama que juega con el tiempo
El dúo protagónico hace un gran trabajo: tiene carisma, química en sus escenas de amor y transitan con fluidez entre el drama y la comedia; pese a ello, la caprichosa estructura de la película no permite aprovecharlos
Paula Vázquez Prieto
El tiempo que tenemos, estreno del jueves 7, con Andrew Garfield y Florence Pugh
El tiempo que tenemos (We Live In Time, Reino Unido/Francia/2024). Dirección: John Crowley. Guion: Nick Payne. Fotografía: Stuart Bentley. Edición: Justine Wright. Elenco: Florence Pugh, Andrew Garfield, Grace Delaney, Lee Braithwaite, Adam James, Douglas Hodge, Aoife Hinds. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Imagem Films. Duración: 108 minutos.
Hay historias que necesitan actores “importantes”. No solo importantes en términos de su talento, o su prestigio, o siquiera en su incidencia en la taquilla. Importantes por su cualidad de estrella, algo que Alfred Hitchcock entendía bien y dejó inmortalizado en la larga entrevista con François Truffaut que resultó en El cine según Hitchcock. Hablando de Saboteador (1942), una de sus primeras películas en los Estados Unidos, señaló entonces la condición “ligera” del protagonista Robert Cummings como una de las razones de la falta de compromiso del público con su suerte. “El público concede menos importancia a los problemas de un personaje interpretado por un actor que no le resulta familiar”. Un actor que no tiene esa cualidad de estrella, podríamos agregar.
Quizás esa es la verdadera preocupación del irlandés John Crowley a la hora de elegir al reparto de El tiempo que tenemos, su verdadera incursión en el melodrama, aún en tono menor. La historia es simple, algo convencional -como lo había sido Brooklyn (2015), su éxito previo al horrible traspié de El jilguero (2019)-, pero no por ello menos conmovedora. Una mujer joven sabe que está enferma y que el tiempo que le resta debe pasarlo haciendo tratamientos para sobrevivir de manera pasiva, o emprender una entrega más absoluta a lo que quiere y desea. Está enamorada de su pareja, tienen una nena de tres años, y además disfruta y se luce como chef en su propio restaurant en el corazón de Londres. Es claro, piensa Crowley, que para que nos importe ese periplo que combina la amenaza de la muerte y el ímpetu por la trascendencia, los actores que interpretan a esos personajes queribles, y de algún modo condenados, deben resultarnos familiares -en palabras de Hitchcock-, involucrarnos en su destino, y conmovernos hasta las lágrimas.
El tiempo que tenemos (Imagem Films).Peter Mountain
Florence Pugh y Andrew Garfield hacen un gran trabajo. Tienen carisma, química en sus escenas de amor, transitan con fluidez entre el drama y la comedia, y transmiten una verdad que escapa al mero verosímil. Pese a ello, la película no llega a estar a su altura. Elige una caprichosa estructura de alternancia temporal, que se presume sofisticada y que no termina de usar en su favor, esquivando la dimensión existencial en virtud de un juego con piezas a reacomodar. Entonces tenemos tres cronologías en danza: cuando los protagonistas se conocen, se enamoran, surge el fantasma de la enfermedad; luego cuando están esperando a su hija, con vaivenes de comedia que ofrecen las escenas más memorables; y luego un presente en el que las sombras reaparecen y con ellas las elecciones de vida. Ese ida y vuelta en el tiempo no ofrece más que un pretencioso rompecabezas que no esconde nada porque siempre tiene lo que ya sabemos para mostrar.
El tiempo que tenemos es una historia de amor amenazada por la muerte cuyas tensiones están delineadas sobre un lienzo universal: ¿qué es lo esencial de una vida, la memoria del mundo o la de los propios que nos recuerdan? ¿Un tiempo efímero de gran intensidad o una pasiva agonía? Preguntas que ha transitado el melodrama a lo largo de su historia y de las que Crowley tiene clara conciencia. Sin embargo, no se termina de conformar con esa premisa. Elige un espiral temporal que no es más que una anécdota, subraya algunas escenas con pantalla partida o música melosa cuando alcanzaba con el rostro desnudo de sus protagonistas, y enfatiza falsos dilemas de la modernidad -¿trabajo o amor? ¿Matrimonio heteronormativo o convivientes sin papeles?- cuando apelar a lo esencial es siempre la mejor solución.
Por suerte, Pugh y Garfield están ahí para hacernos sentir y creer en lo que vemos, para rescatarnos cuando la película se desvía en sus propios aires de “importancia”.
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Atentado en Madrid, un thriller con varias vueltas de tuerca y un telón de fondo del terrorismo usado como simple excusa
Luis Tosar protagoniza una thriller que mantiene la tensión con herramientas clásicas del género pero aborda una temática compleja de un modo superficial.
Alejandro Lingenti
Atentado en Madrid, estreno del jueves 7
Atentado en Madrid (Todos los nombres de Dios, España/2023). Dirección: Daniel Calparsoro. Guion: Gemma Ventura. Fotografía: Tommie Ferreras. Edición: Antonio Frutos. Elenco: Luis Tosar, Inma Cuesta, Nourdin Batan, Roberto Enriquez, Patricia Vico, Lucas Nabor. Duración: 100 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años.
En Atentado en Madrid parecen convivir dos películas: una que apuesta decididamente al thriller de inspiración hollywoodense y consigue mantener la tensión que exige el género aun a costa de situaciones deliberadamente reñidas con el verosímil, y otra que apela a un tema importante para manipular las emociones.
El thriller tiene un protagonista excluyente -una vez más, un hombre común que involuntariamente debe atravesar una experiencia extraordinaria, como en algunos clásicos de Hitchcock, por caso- y varios secundarios de peso que responden a patrones bastante conocidos: su esposa y su hijo, golpeados por una tragedia familiar que alteró el vínculo entre ellos, y sobre todo una agente jerárquica de la Guardia Civil muy enérgica, temperamental, pero también empática, que reproduce casi miméticamente los ademanes y las conductas de muchas de ese mismo estilo que hemos visto demasiadas veces en ficciones policiales norteamericanas.
Todo se precipita cuando Santiago -interpretado por el popular actor gallego Luis Tosar (a los 53 años ya tres veces ganador del Goya, el premio cinematográfico más conocido y prestigioso de su país)- se encuentra inesperadamente con alguien que parece escapar como puede del desastre provocado por un atentado terrorista en el aeropuerto de Barajas, igual que decenas de otras víctimas. Pero en realidad él no está allí por casualidad. El incidente podría describirse en pocas palabras como la mala fortuna de un taxista solidario que termina atrapado en una auténtica pesadilla.
Los giros en el relato a partir de allí son bruscos, y muchos apuestan sin tapujos a la espectacularidad, al alto impacto. Pero ese tipo de operaciones son comunes en el cine de acción y apenas necesitan de un espectador cómplice que le guiñe un ojo al juego de la ficción, sobre todo si los sucesos, aún cuando estén cerca del disparate, logran capturar su atención. Y esta película por momentos lo consigue, básicamente porque su director, Daniel Calparsoro, maneja con pericia los tiempos y las energías del thriller, como demostró con el ritmo frenético de Hasta el cielo, primero película y después serie de Netflix.
Más temeraria es la elección de un tema traumático para la sociedad española -el del terrorismo, que dejó en su conciencia colectiva una huella indeleble hace ya veinte años- como telón de fondo del objetivo principal de Atentado en Madrid. Porque la película no profundiza, apela a los lugares comunes y al trazo grueso e incluso utiliza un tema espinoso con una intencionalidad que roza lo extorsivo. Una idea discutible en momentos donde los problemas con la inmigración se vienen agudizando en España y en casi toda Europa.
El último tramo del film transcurre en un lugar emblemático de Madrid transformado en escenario distópico. El cine español ya recurrió más de una vez a su influjo (en Abre los ojos, de Alejandro Amenábar; en El día de la bestia, de Álex de la Iglesia; en El crack, de José Luis Garci). Esta vez, la imagen desesperante de ese hombre atribulado cuya vida gris de pronto se transforma en el centro de atención de los grandes medios de comunicación nacionales por quedar, sin ni siquiera sospecharlo un rato antes, al borde de una gran tragedia es llamativa, poderosa.
Por lo demás, lo que queda debajo de la superficie, casi como una excusa, es un asunto delicado que Atentado en Madrid apenas sobrevuela para saldarlo con un desenlace tan obvio como cualquier enunciado que se formula por mero compromiso
El thriller tiene un protagonista excluyente -una vez más, un hombre común que involuntariamente debe atravesar una experiencia extraordinaria, como en algunos clásicos de Hitchcock, por caso- y varios secundarios de peso que responden a patrones bastante conocidos: su esposa y su hijo, golpeados por una tragedia familiar que alteró el vínculo entre ellos, y sobre todo una agente jerárquica de la Guardia Civil muy enérgica, temperamental, pero también empática, que reproduce casi miméticamente los ademanes y las conductas de muchas de ese mismo estilo que hemos visto demasiadas veces en ficciones policiales norteamericanas.
Todo se precipita cuando Santiago -interpretado por el popular actor gallego Luis Tosar (a los 53 años ya tres veces ganador del Goya, el premio cinematográfico más conocido y prestigioso de su país)- se encuentra inesperadamente con alguien que parece escapar como puede del desastre provocado por un atentado terrorista en el aeropuerto de Barajas, igual que decenas de otras víctimas. Pero en realidad él no está allí por casualidad. El incidente podría describirse en pocas palabras como la mala fortuna de un taxista solidario que termina atrapado en una auténtica pesadilla.
Los giros en el relato a partir de allí son bruscos, y muchos apuestan sin tapujos a la espectacularidad, al alto impacto. Pero ese tipo de operaciones son comunes en el cine de acción y apenas necesitan de un espectador cómplice que le guiñe un ojo al juego de la ficción, sobre todo si los sucesos, aún cuando estén cerca del disparate, logran capturar su atención. Y esta película por momentos lo consigue, básicamente porque su director, Daniel Calparsoro, maneja con pericia los tiempos y las energías del thriller, como demostró con el ritmo frenético de Hasta el cielo, primero película y después serie de Netflix.
Más temeraria es la elección de un tema traumático para la sociedad española -el del terrorismo, que dejó en su conciencia colectiva una huella indeleble hace ya veinte años- como telón de fondo del objetivo principal de Atentado en Madrid. Porque la película no profundiza, apela a los lugares comunes y al trazo grueso e incluso utiliza un tema espinoso con una intencionalidad que roza lo extorsivo. Una idea discutible en momentos donde los problemas con la inmigración se vienen agudizando en España y en casi toda Europa.
El último tramo del film transcurre en un lugar emblemático de Madrid transformado en escenario distópico. El cine español ya recurrió más de una vez a su influjo (en Abre los ojos, de Alejandro Amenábar; en El día de la bestia, de Álex de la Iglesia; en El crack, de José Luis Garci). Esta vez, la imagen desesperante de ese hombre atribulado cuya vida gris de pronto se transforma en el centro de atención de los grandes medios de comunicación nacionales por quedar, sin ni siquiera sospecharlo un rato antes, al borde de una gran tragedia es llamativa, poderosa.
Por lo demás, lo que queda debajo de la superficie, casi como una excusa, es un asunto delicado que Atentado en Madrid apenas sobrevuela para saldarlo con un desenlace tan obvio como cualquier enunciado que se formula por mero compromiso
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No te sueltes: Halle Berry mantiene a flote una trama melodramática de madres y fantasmas
El film de Alexandre Aja se centra en una heroína atrapada en una casa que sirve como único refugio en un bosque tenebroso
Guillermo Courau
Halle Berry protagoniza No te sueltes, estreno del jueves 7
No te sueltes (Never Let Go, Estados Unidos/2024). Dirección: Alexandre Aja. Guion: Kevin Coughlin, Ryan Grassby. Fotografía: Maxime Alexandre. Música: Robin Coudert. Edición: Elliot Greenberg. Elenco: Halle Berry, Percy Daggs IV, Anthony B. Jenkins, William Catlett, Kathryn Kirkpatrick, Matthew Kevin Anderson, Stephanie Lavigne,Cadence Compton. Duración: 101 minutos. Calificación: apta para mayores de 16 años. Distribuidora: BF Paris.
Una casa perdida en el medio de un bosque en apariencia tenebroso ya de por sí ofrece un entorno propicio para el más irracional de los miedos. Sumemos a eso que en ella vive una mujer al borde de la locura, con sus dos hijos gemelos. Ella está convencida, y así se lo ha hecho saber a los chicos a lo largo de su vida, que afuera solo existe “el mal”, simbolizado en siniestros fantasmas que merodean la zona, pero que solo ella ve ¿Por qué no los atacan mientras duermen? Porque la madera de la que está hecha la casa fue bendecida, lo que convierte al lugar en un refugio contra los espectros.
La única forma que el trío tiene para poder salir en busca de animales para comer (aunque prácticamente no existen) o corteza de árbol para prepararse un té, es manteniéndose atados a largas cuerdas que los conectan con la vivienda, el lugar seguro, el “paraíso”. Si se sueltan de los amarres, quedarán a merced del mal, que los poseerá y terminará con ellos.
Una mañana, una situación fortuita (o no tanto) corta la cuerda de los hermanos, pero nada malo les pasa. Desde ese momento, mientras uno de ellos continúa aferrado a las creencias de su madre, el otro comienza a sospechar que todo puede ser una mentira, producto de la mente de la mujer. Y tiene claro que si no hace algo, los tres morirán de inanición.
El director Alexandre Aja se regodea en su claustrofóbico planteo, y lleva la premisa de No te sueltes hasta el límite de lo soportable. La idea de las sogas que conectan con el núcleo, la casa, como si se tratara de un cordón umbilical, entroncan perfectamente con el carácter sobreprotector de la madre, y su obsesión por preservar a los suyos. Aun cuando el demonio, en una de sus alucinaciones, le asegura que se va a encargar de que se “coma” a sus propios hijos.
En la mayor parte de su metraje, la película pone el acento en la figura perturbadora de la madre, colocando a los chicos en el rol de víctimas o receptores reactivos a su obsesión. También la pregunta que flota a lo largo del relato es: ¿el mal es real o solo se trata de imágenes que construye la protagonista en su cabeza (y que son generosamente compartidas con los espectadores)?, en una especie de prometedor viaje lovecraftiano.
Y lo bien que habría hecho en sostener y desafiar esta idea, pero no. En determinado momento el guion decide cambiar de eje para favorecer el suspenso en una situación extrema, y es ahí cuando la construcción se derrumba, dejando entrever que los cimientos sobre los que se había levantado la historia no eran tan sólidos como parecían. Consciente de ello, la trama decide profundizar aún más en su propia lógica a modo de solución, pero en lugar de salir adelante se complica, enmaraña y enreda en sí misma, concluyendo en un sinsentido que termina traicionando su propio origen.
A pesar de que No te sueltes ostenta problemas que agudiza a medida que trata de solucionar, el conjunto actoral cubre los baches cuando la historia no acompaña. Halle Berry se coloca al frente de un papel que todo el tiempo hace equilibrio en el borde de la locura, y lo sostiene con notable precisión. Los chicos, Nolan (Percy Daggs IV) y Sam (Anthony B. Jenkins), mientras intentan averiguar qué pasa realmente, transmiten el terror en sus miradas. Un trío excelente, sin el cual la película no sería lo mismo.
No te sueltes es una película de atmósfera terrorífica, llevada adelante por un director que sabe mucho de construcción del suspenso, mediante una filmación sin fisuras. Aun cuando, en pos de la tensión, caiga en sobreexplicaciones que la película, sus protagonistas y ni siquiera la platea, pedían.
La única forma que el trío tiene para poder salir en busca de animales para comer (aunque prácticamente no existen) o corteza de árbol para prepararse un té, es manteniéndose atados a largas cuerdas que los conectan con la vivienda, el lugar seguro, el “paraíso”. Si se sueltan de los amarres, quedarán a merced del mal, que los poseerá y terminará con ellos.
Una mañana, una situación fortuita (o no tanto) corta la cuerda de los hermanos, pero nada malo les pasa. Desde ese momento, mientras uno de ellos continúa aferrado a las creencias de su madre, el otro comienza a sospechar que todo puede ser una mentira, producto de la mente de la mujer. Y tiene claro que si no hace algo, los tres morirán de inanición.
El director Alexandre Aja se regodea en su claustrofóbico planteo, y lleva la premisa de No te sueltes hasta el límite de lo soportable. La idea de las sogas que conectan con el núcleo, la casa, como si se tratara de un cordón umbilical, entroncan perfectamente con el carácter sobreprotector de la madre, y su obsesión por preservar a los suyos. Aun cuando el demonio, en una de sus alucinaciones, le asegura que se va a encargar de que se “coma” a sus propios hijos.
En la mayor parte de su metraje, la película pone el acento en la figura perturbadora de la madre, colocando a los chicos en el rol de víctimas o receptores reactivos a su obsesión. También la pregunta que flota a lo largo del relato es: ¿el mal es real o solo se trata de imágenes que construye la protagonista en su cabeza (y que son generosamente compartidas con los espectadores)?, en una especie de prometedor viaje lovecraftiano.
Y lo bien que habría hecho en sostener y desafiar esta idea, pero no. En determinado momento el guion decide cambiar de eje para favorecer el suspenso en una situación extrema, y es ahí cuando la construcción se derrumba, dejando entrever que los cimientos sobre los que se había levantado la historia no eran tan sólidos como parecían. Consciente de ello, la trama decide profundizar aún más en su propia lógica a modo de solución, pero en lugar de salir adelante se complica, enmaraña y enreda en sí misma, concluyendo en un sinsentido que termina traicionando su propio origen.
A pesar de que No te sueltes ostenta problemas que agudiza a medida que trata de solucionar, el conjunto actoral cubre los baches cuando la historia no acompaña. Halle Berry se coloca al frente de un papel que todo el tiempo hace equilibrio en el borde de la locura, y lo sostiene con notable precisión. Los chicos, Nolan (Percy Daggs IV) y Sam (Anthony B. Jenkins), mientras intentan averiguar qué pasa realmente, transmiten el terror en sus miradas. Un trío excelente, sin el cual la película no sería lo mismo.
No te sueltes es una película de atmósfera terrorífica, llevada adelante por un director que sabe mucho de construcción del suspenso, mediante una filmación sin fisuras. Aun cuando, en pos de la tensión, caiga en sobreexplicaciones que la película, sus protagonistas y ni siquiera la platea, pedían.
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Los domingos mueren más personas provoca, con una sonrisa, las preguntas más existenciales
La comedia de Iair Said tiene como protagonista a un joven con muchos miedos y revelaciones que descubrir acerca de sí mismo
Pablo De Vita
Los domingos mueren más personas provoca, con una sonrisa, las preguntas más existenciales
Los domingos mueren más personas (Argentina-Italia-Suiza/2024) Dirección y guion: Iair Said. Fotografía: Giovanni Cimarosti. Edición: Flor Efron. Música: Franz Ascari. Elenco: Rita Cortese, Iair Said, Juliana Gattas, Antonia Zegers, Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Star. Duración: 77 minutos.
- A mí me da miedo que no pueda ser feliz
-¿Quién?
- ¿Cómo quién?
- Por hoy vamos a dejar acá”, concluye el psicólogo de David en una línea de diálogo que pareciera condensar todo el significado de desconcierto y angustia que rodea a su protagonista, un joven corpulento que tiene muchos temores, entre ellos, a volar. Sin embargo, cruza el Atlántico para asistir al funeral de su tío, lo que lleva a otra conversación de David en su llegada al país que también explica, en parte, el título de la película. Porque esa es la sensación que tiene este joven: “El tío Pocho murió el jueves, se lo entierra hoy porque viernes y sábado fue shabat. Con los judíos te debe pasar eso, porque siempre que se muere un judío viernes o sábado se lo entierra un domingo. Son tres días que valen por uno”, explica. El diálogo que marca el reencuentro familiar enuncia también otra constante del film: el miedo al dolor, a la muerte y un sentimiento de pérdida que involucra mucho más allá de la progresiva ausencia de los afectos.
Pero este nuevo trabajo de Iair Said –dirige, escribe y también protagoniza– no es un hondo drama, aunque los temas que trate sean muy complejos. Su ágil guion transmite una profunda conexión emocional con cada uno de los personajes que, muchas veces retratados desde el absurdo, permite que la actitud entre neurótica e infantil de su personaje protagónico sirva de marco al retrato de una familia que recuerda, por momentos, al cine de Woody Allen en cuanto a su humor y, desde lo cotidiano, a las tradiciones presentes en el judaísmo local que nutrió a la lente de Daniel Burman.
Pero este trabajo de Said, tan sensible como intimista, hace foco en la superación de conflictos y en la aceptación de la identidad, tanto individual como colectiva, con infinita ternura. David, abandonado por su novio en el minuto uno de la historia, pareciera aumentar las contradicciones por su persistencia en el real o imaginario error, lo que hace que la melancolía nunca desemboque en el drama descarnado y la ironía sea una cotidiana válvula de descompresión ante una reflexión sobre la eutanasia presente en la historia.
La gran virtud del realizador es narrar desde lo cotidiano los grandes temas de la existencia con un tratamiento en el que convive esa espesura con una sensación de liviandad que permanece en todo el relato al abordarlos desde una periferia que junto con la reflexión permite esbozar una sonrisa. Se vale para eso de la mirada desconcertada de ese corpulento protagonista (él mismo) que no sabe como hacer para dormirse en un avión, para tomar clases de manejo sin cometer equivocaciones o como concurrir a una discoteca gay mezclando sus ansias de libertad con una represión casi intrínseca.
Said también brilla como intérprete en un elenco que destaca además el promisorio debut actoral en la pantalla grande de Juliana Gattas, la cantante del grupo pop Miranda!, y la sólida presencia de la actriz chilena Antonia Zegers (Tony Manero, Post mortem, El club), como parte de ese entramado familiar que preside Rita Cortese. Acompañan con acierto los rubros técnicos donde la fotografía y la música juegan un rol central. Indudablemente Los domingos mueren más personas no busca la carcajada, tampoco la risa, y mucho menos, la exaltación. Pero logra hacer sonreír al espectador cuando se asoma al abismo de la tragedia.
-¿Quién?
- ¿Cómo quién?
- Por hoy vamos a dejar acá”, concluye el psicólogo de David en una línea de diálogo que pareciera condensar todo el significado de desconcierto y angustia que rodea a su protagonista, un joven corpulento que tiene muchos temores, entre ellos, a volar. Sin embargo, cruza el Atlántico para asistir al funeral de su tío, lo que lleva a otra conversación de David en su llegada al país que también explica, en parte, el título de la película. Porque esa es la sensación que tiene este joven: “El tío Pocho murió el jueves, se lo entierra hoy porque viernes y sábado fue shabat. Con los judíos te debe pasar eso, porque siempre que se muere un judío viernes o sábado se lo entierra un domingo. Son tres días que valen por uno”, explica. El diálogo que marca el reencuentro familiar enuncia también otra constante del film: el miedo al dolor, a la muerte y un sentimiento de pérdida que involucra mucho más allá de la progresiva ausencia de los afectos.
Pero este nuevo trabajo de Iair Said –dirige, escribe y también protagoniza– no es un hondo drama, aunque los temas que trate sean muy complejos. Su ágil guion transmite una profunda conexión emocional con cada uno de los personajes que, muchas veces retratados desde el absurdo, permite que la actitud entre neurótica e infantil de su personaje protagónico sirva de marco al retrato de una familia que recuerda, por momentos, al cine de Woody Allen en cuanto a su humor y, desde lo cotidiano, a las tradiciones presentes en el judaísmo local que nutrió a la lente de Daniel Burman.
Pero este trabajo de Said, tan sensible como intimista, hace foco en la superación de conflictos y en la aceptación de la identidad, tanto individual como colectiva, con infinita ternura. David, abandonado por su novio en el minuto uno de la historia, pareciera aumentar las contradicciones por su persistencia en el real o imaginario error, lo que hace que la melancolía nunca desemboque en el drama descarnado y la ironía sea una cotidiana válvula de descompresión ante una reflexión sobre la eutanasia presente en la historia.
La gran virtud del realizador es narrar desde lo cotidiano los grandes temas de la existencia con un tratamiento en el que convive esa espesura con una sensación de liviandad que permanece en todo el relato al abordarlos desde una periferia que junto con la reflexión permite esbozar una sonrisa. Se vale para eso de la mirada desconcertada de ese corpulento protagonista (él mismo) que no sabe como hacer para dormirse en un avión, para tomar clases de manejo sin cometer equivocaciones o como concurrir a una discoteca gay mezclando sus ansias de libertad con una represión casi intrínseca.
Said también brilla como intérprete en un elenco que destaca además el promisorio debut actoral en la pantalla grande de Juliana Gattas, la cantante del grupo pop Miranda!, y la sólida presencia de la actriz chilena Antonia Zegers (Tony Manero, Post mortem, El club), como parte de ese entramado familiar que preside Rita Cortese. Acompañan con acierto los rubros técnicos donde la fotografía y la música juegan un rol central. Indudablemente Los domingos mueren más personas no busca la carcajada, tampoco la risa, y mucho menos, la exaltación. Pero logra hacer sonreír al espectador cuando se asoma al abismo de la tragedia.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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