lunes, 1 de junio de 2020
TECNOLOGÍA Y PANDEMIA,
El lado oscuro de la digitalización que reveló la cuarentena
Hace unas semanas planteé cuánto más graves serían los efectos de la pandemia, si no contáramos con computadoras de bajo costo (y de bolsillo, en gran parte de los casos) e internet.
Hay dos cuestiones, sin embargo, que quedaron en el tintero. por un lado, la situación no solo tiene a todos los críticos de las nuevas tecnologías recalculando sus augurios apocalípticos, sino que además hace repensar avances que hoy son mal vistos y que, en las actuales circunstancias, serían una bendición. Un par de ejemplos.
La inteligencia artificial ayuda ahora a encontrar alguna forma de vacuna, cura, paliativo o algo que nos permita superar la crisis. De otro modo, en cinco o seis meses no podríamos estar tan avanzados en el conocimiento del Sars-cov-2. otro tanto ocurre con la ingeniería genética, que como la ia es vista con recelo, y que, como la ia, plantea dilemas éticos inmensos. pero el hecho es que sin esas tecnologías estaríamos en problemas mucho más serios.
Y después están los robots. Si esto nos hubiera encontrado con robots más avanzados y, sobre todo, bien instalados en el entramado social, habríamos podido evitar muchos padecimientos y muertes, sobre todo entre los trabajadores de la salud.
no termino de entender este sesgo mental: si vemos una médica o un enfermero con barbijo y máscara, entonces pensamos que esa persona es de alguna forma inmune al coronavirus. lo mismo pasa con el delivery, el personal de seguridad, los choferes de diversos transportes, y sigue la lista. los robots podrían intervenir en miles de situaciones en las que hoy, porque no queda otra opción, exponemos a personas que son exactamente igual de propensas a contraer covid-19 que nosotros; este virus no discrimina.
Cuando digo que la situación funcionaría solo si los robots estuvieran bien insertos en el entramado social me refiero a una economía capaz de funcionar con los autómatas ocupando millones de puestos de trabajo que hoy emplean a humanos, sin que estos humanos sufran en absoluto. Un tema que sigue por completo ausente en la agenda política de la mayoría de las naciones.
De nuevo, en lugar de Terminator, hoy tendríamos robots inmunes e incapaces de contagiar ahí donde ahora se expone a seres humanos. Espero que la pandemia nos enseñe, por lo menos, que toda la cháchara antitecnológica que queda tan bien es en realidad alergia al cambio. Y ya saben lo que dijo Darwin al respecto.
Otra lección es el tema de los móviles. Veníamos con una fuerte mobile fixation, pronosticando (cuándo no) la extinción de las computadoras personales, y, de pronto, en estos 60 días, recibí una montaña de consultas sobre cuál notebook comprar, “por lo del teletrabajo, ¿viste?”. Y sí, claro. Salvo que la compañía te provea un equipo, lo que debería ser de rigor, pero no siempre ocurre, andá a llenar una docena de planillas de Excel por día o a tipear 50 carillas de texto por semana en un smartphone.
aunque nadie quiere una pandemia y aunque ha dejado un tendal de muertos y va a violentar a la economía con consecuencias que todavía no son claras, pero que no van a ser (ya no son) buenas, ha quedado demostrado que la fijación obsesiva en la movilidad le había sacado a muchas personas una herramienta que sigue siendo clave para que este planeta funcione.
Nada es tan simple
Sin embargo, la tecnología ha mostrado su lado oscuro durante el aislamiento. lo descubrí hace unas 72 horas, cuando, alarmado por la aritmética, empecé una rutina simple de ejercicios. Digo aritmética porque en estos 60 días (para redondear) caminé un 92% menos de lo que lo hacía antes, incluso sin ejercitarme. lo sé porque el teléfono cuenta mis pasos. Dicho más claro, me pasaba el 92% de las 16 o 17 horas que estoy despierto sentado. Eso no iba a terminar bien, así que empecé a hacer un programa de ejercicios sencillos, para no abusar. al día siguiente, no podía bajar las escaleras por el dolor en mis cuádriceps.
Para los ejercicios usé el smartphone, y ahí advertí que un personal trainer digital no alcanza y hasta puede ser pernicioso. por suerte, cuento con ayuda presencial calificada y, gracias a esto, descubrí que estaba haciendo casi todos los ejercicios mal, y que en ciertos casos podría haberme causado una lesión. así que cuidado.
La ayuda que nos viene a traer la tecnología tiene otro costado pernicioso del que no hablé en su momento, pero que se hizo evidente en la tercera semana o algo así, cuando varios amigos me llamaron al borde del pánico porque alguno de sus equipos había dejado de funcionar. nunca antes habíamos advertido el grado de dependencia que tenemos de estos aparatos. cuando podíamos salir era relativamente fácil y rápido resolver un desperfecto. ahora un problema impacta directo sobre nuestro soporte vital. Ya conté la historia de mi caldera. Bueno, estos días falló el aire acondicionado de mi estudio, por lo que hubo un par de mañanas en las que trabajé desde un frigorífico. con Bach de fondo, pero no por eso menos helado. cuando hablé con el técnico, me dijo: “ojalá que no sea la electrónica, porque el service de las placas no está trabajando”.
Deberíamos prestarle atención a esta otra lección que deja la pandemia. Somos mucho más dependientes de la tecnología de lo que siempre quisimos admitir. no está mal por sí; hoy nadie podría caminar descalzo por un bosque sin lastimarse los pies; hace 300.000 años, sí. pero deberíamos hacer software y hardware a la altura de esta dependencia.
Por último, y para no excederme, internet y electricidad. así como el aislamiento nos hizo sufrir en carne propia la pérdida de la libertad de movimiento y nos hizo saber cómo se siente esa abstracción llamada “confinamiento”, ahora todos somos electrodependientes. algunos sorteamos el desastre con el teletrabajo, la educación a distancia y demás. Eso sí, siempre que haya electricidad. En cada cierre (toco madera) de cada una de las varias instancias de edición que tengo en el diario, me encontré pensando: “¿Qué hago si se corta la luz?”. Tomé una serie de recaudos, pero fuera de la breve autonomía que ofrece un UPS, a la mayoría de las personas no les alcanza el presupuesto para manejarse durante mucho tiempo con un grupo electrógeno. otra advertencia fuerte.
Internet, por su parte, se mantuvo firme, como era de esperarse y pese a muchos anticipos de que colapsaría. pero, de nuevo, sin electricidad, internet no sirve para nada. recuerdo algunos de los cortes masivos que hubo en el amba. Uno empezaba por perder la conexión cableada y Wi-fi, luego se iban agotando las baterías de los teléfonos y al final también se quedaban sin energía las antenas celulares, con lo que todo contacto con el exterior quedaba cancelado. ahora pónganse en el lugar de las personas que no pueden sobrevivir sin electricidad. Empieza a quedar más claro, ¿no?
Somos mucho más dependientes de la tecnología de lo que queríamos admitir
A. T.
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