martes, 7 de julio de 2020

MARTÍN RODRÍGUEZ YEBRA, ESCENARIO


Coronavirus en la Argentina. Los peligros que acechan a Alberto Fernández en la cuarentena sin fin

Martín Rodríguez Yebra
El coronavirus trastocó los objetivos del presidente Alberto Fernández, que enfrenta ahora el pico de contagios después de 100 días de cuarentena
Cuando entró al laberinto de la cuarentena, Alberto Fernández postergó por la fuerza la batalla para salir de la recesión, la misión urgente que era razón de ser de su gobierno recién nacido. Cien días después sigue buscando la salida, con la certeza ingrata de que al final lo espera lo mismo. 
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Pero peor.
El aislamiento temprano le concedió un respaldo amplísimo; un aire de liderazgo sin partidismo que disimuló de un plumazo el desdén inicial con que su administración había tratado el coronavirus que sacudía a medio mundo. Europa era un espejo que adelantaba imágenes de horror aquel 20 de marzo del primer anuncio, cuando en la Argentina había 158 personas con Covid-19 detectado y apenas tres muertos.
El remedio exitoso para contener los contagios se convirtió en dogma instantáneo. En la atmósfera apocalíptica del otoño, se impuso el "cuarentena o muerte" como un imperativo ideológico. La fantasía de la unidad nacional se resquebrajó con el paso de las semanas, en un regreso paulatino a la confortable tensión de la grieta.
Expuesto al aplauso y la protesta, Fernández no desconoce -lo dijo ayer- el hartazgo de la sociedad con el encierro que se eterniza. La angustia por la parálisis en la actividad, la pérdida de empleos y la falta de luz al final del túnel empiezan a desnudar las flaquezas de la comunicación oficial.
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"Salvemos vidas y ya habrá tiempo de pensar en la economía", es una frase de cabecera que no hace el mismo efecto que antes. La vida misma queda amenazada por el desastre económico, como pareció filtrarse ayer por primera vez en el mensaje de Fernández. El drama es que la evidencia se asume cuando crecen los contagios y las muertes, y el confinamiento se cristaliza como inevitable. Fernández enfrenta el reto sanitario al que supeditó todo lo demás. Ganó tiempo, no inmunidad. Ni 100 días de preparación alcanzaron para asegurar que el sistema sanitario evitará los desbordes que agobiaron a países con espaldas mucho más anchas.
Faltan meses de aislamiento, acaso con idas y vueltas, pero seguro con enormes dificultades para vivir con cierta normalidad. La retórica se ajusta hacia una forma de empatía
La ilusión de que la pandemia da licencias también se resquebraja. Bajo esa premisa, el Gobierno se lanzó a la emisión monetaria a tiempo completo (superó la barrera del billón de pesos), confió en un acuerdo para reestructurar la deuda aún irresuelto, toleró una movida para liberar presos peligrosos y se embarcó en la aventura indescifrable de la "soberanía alimentaria".
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La autoridad del Presidente, forjada en su papel en la lucha contra el virus, quedó minada por la injerencia a cara descubierta de la vicepresidenta Cristina Kirchner en decisiones clave, como la intervención de Vicentin.
Alberto Fernández, con Cristina Kirchner, antes de anunciar la primera oferta de la deuda; el protagonismo de la vicepresidenta creció durante la pandemia
La cuarentena desnudó problemas de coordinación apenas se le quiso añadir matices, como pasó el fatídico viernes 3 de abril cuando un aluvión de jubilados se agolpó en los bancos para cobrar sus haberes. Afloraron guerrillas internas. Y se tardó más de la cuenta en organizar los operativos de testeos y rastreo de contactos estrechos que podrían haber aliviado la rigidez de las medidas.
La solución de "paga el Estado" contiene de momento la ansiedad social. Nuevas siglas como el IFE, el ATP, así como el ahora prometido "ingreso universal" nacieron como paliativos útiles, pero se revelan insuficientes para impedir los cierres de empresas y comercios heridos por la inactividad. El default -blando, virtual o como quiera llamárselo- es una realidad y una trampa peligrosa de la que el ministro Martín Guzmán pugna por escapar.
Los mensajes optimistas que el Gobierno difunde sobre una economía que empieza a despegar se topan con las cifras oficiales. Solo en el primer trimestre el PBI cayó 5,4% (con apenas 11 días de parálisis incluidos). El desempleo superó el 10%. El gasto se duplicó; la recaudación se hunde. La industria registra caídas históricas y el comercio se asoma a un abismo sin precedente. Los funcionarios contienen la respiración a la espera del dato oficial de pobreza, que podría alcanzar niveles del 2001.
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 Nada de eso mitiga la satisfacción apenas disimulada de buena parte del kirchnerismo por el peso preponderante que asumió el Estado en la gestión de la economía.
El pico aparente de la crisis sanitaria deja en tinieblas los pronósticos de futuro. Faltan meses de aislamiento, acaso con idas y vueltas, pero seguro con enormes dificultades para vivir con cierta normalidad. La retórica se ajusta hacia una forma de empatía, que aconseja grabar y editar los mensajes institucionales para prevenir deslices inesperados o preguntas incómodas. Se habla de "otro esfuerzo más" (nunca "el último"). Se teme una desobediencia, producto de la desesperación. Tristemente, el impacto mismo de la enfermedad convence más que cualquier discurso. Ya casi todos conocemos a algún infectado.
El miedo mantiene unidos a gobernantes tan disímiles como Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta. Es un mérito de Fernández que la foto del trío se sostenga en el tiempo, a pesar de los roces que no siempre consiguen ocultar.
Los riesgos que crecen
El 1 de marzo, Fernández había elegido palabras bien solemnes para dirigirse a la Asamblea Legislativa, con dos mes y medio de experiencia en el sillón presidencial. "Vengo darle a mi palabra el valor del compromiso. Vengo a contarles en qué lugar estamos parados como sociedad. Cuáles son los riesgos que nos acechan y cuáles las fortalezas a las que podemos recurrir para poder avanzar". La pandemia en ciernes no figuró entre los peligros que describió. Ni una vez mencionó la palabra coronavirus en 1 hora y 19 minutos de mensaje. La Argentina solo detectaría el primer contagio dos días después.
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Aquellos "riesgos que nos acechan" se agravan. La recesión, la debilidad del peso, el ancla de la deuda, la presión inflacionaria, la falta de competitividad, la desconfianza empresarial en un proyecto político con ansias intervencionistas, la grieta política que se prometía cerrar.
En Olivos juran que ya están trabajando en la "nueva agenda". Que es la vieja, magnificada. Pero la urgencia manda como nunca. Las terapias intensivas. Los testeos. La curva que no termina de aplanarse, con su sombra destructiva. Otro invierno que habrá que pasar.
Cien días de la cuarentena

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