El arte de crear una máquina que pueda hacer arte
Los artistas digitales ceden el control sobre la obra a algoritmos; la búsqueda de la sorpresa
Las aventuras literarias de Milton Läufer
La virtualidad sigue ganando terreno sobre nuestra cultura: que las máquinas ya pueden pintar como los humanos, escribir poemas y componer canciones no es novedad. Pero si el artista era ese creador último y único de su obra que controlaba todos los pasos entre el diseño y la materialización, ¿qué sucede cuando en el proceso creativo se involucra un sistema que sigue instrucciones programadas?
Leonardo Solaas es filósofo, programador y artista digital; muchas de sus obras trabajan la manipulación de video a través de algoritmos. Ganador de una de las diez residencias creativas que se realizaron en España en el marco de la feria Arcomadrid 2017, es uno de los mayores exponentes del arte digital argentino. Aprendió a programar a los doce años en un taller de ciencias con una computadora que se conectaba a la TV y tenía un kilobyte de memoria RAM. Cuando terminó el colegio decidió estudiar filosofía y fue durante un trabajo en una editorial, haciendo animaciones para el sitio web, que notó que podía escribir líneas de código para agregar interacción o comportamientos más complejos. “La programación y la creación artística llegaron juntas a mi vida. Siempre me había interesado el arte, pero no me dediqué a producirlos hasta que descubrí esta herramienta. Me atrapó la posibilidad de definir sistemas de reglas, pequeños juegos abstractos, para producir resultados visuales y sonoros. Estaba, sin saberlo, creando sistemas generativos”, explica.
El arte generativo, que es más una forma de hacer arte que un tipo de arte, involucra el uso de un sistema autónomo, que puede ser tanto un programa de computación, como una máquina o un conjunto de reglas aplicadas al lenguaje. “Una especie de colaboración creadora entre un agente humano y un agente no-humano”, sintetiza Solaas.
Milton Läufer es uno de los pioneros de la literatura digital en el país, aprendió a programar a los siete años gracias al padre de un vecino que se hartó de verlos jugar videojuegos “de porquería” y un día prendió la computadora en otro modo, les mostró un lenguaje de programación y les enseñó a crear sus propios juegos. A los 16 editó su primer poemario, pero fue mientras estudiaba filosofía y trabajaba como programador en una empresa que Läufer entendió que la literatura y la programación podían cruzarse. “Vi que él hacía arte gráfico usando la computadora y dije: ‘yo puedo hacer esto con la literatura’. Ahí se dio algo muy simpático que es que yo por mucho tiempo pensé que había inventado la literatura digital porque no conocía a nadie que lo hiciera, estamos hablando del año 2000”, dice. Siempre había querido escribir una novela, pasó por varios talleres literarios, pero sentía que algo no funcionaba. Escribía un texto y cuando cambiaba una palabra por otra, que también le gustaba, se preguntaba: ¿Por qué el texto tiene que tener una sola versión? “Algo que hace posible la literatura electrónica es la idea de que la literatura puede ser potencial, no tiene que ser algo cerrado. Hay obras infinitas y difíciles de abarcar, hay algo que está fuera de mi control y a la vez me sorprende”.
Läufer fue escritor residente del Laboratorio de Literatura Digital en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) durante 2016 y actualmente vive en Berlín. En su página web se pueden descargar de forma gratuita todas sus obras, entre ellas Lagunas, novela mitad escrita a mano y mitad generada por computadora publicada en 2015. Inventó un algoritmo con sus propias reglas y escribió 500 fragmentos que se reconfiguran para cada capítulo, así cada usuario recibe una copia única e irrepetible. Su intención fue escribir un texto hecho por computadora, pero que no se notara. “No quería que fuera disruptivo, escribí cada palabra, no en ese orden, pero sí las elegí y las puse dentro de ciertas estructuras con ciertos criterios combinatorios”, explica. Distinto fue el proceso de otras dos obras que hizo este año, Páramo Pedro y Discronía de un instante, un remix de Pedro Páramo de Juan Rulfo y Farabeuf o la crónica de un instante de Salvador Elizondo, respectivamente. Hacer un remix consiste en tomar la novela y con un software modificar sus oraciones, cambiarlas de lugar y así generar otra. “Son las oraciones tal cual, es el tipo de algoritmo más simple que existe. Las dispone al azar, como un poema dadaísta”, explica. Lo curioso fue que al hacer estas obras confirmó una intuición que tenía sobre algunos escritores mexicanos que le resultaban musicales y oscuros en su narración: desordenó las oraciones y la novela seguía teniendo sentido.
Los artistas reflexionan acerca del grado de control durante el proceso creativo y todos hacen hincapié en la cuota de prueba y error que redunda en un efecto sorpresa. “Esos sistemas autónomos que uno pone en marcha implican que en cierto momento uno tiene que estar dispuesto a soltar, a ceder el control. Esa dinámica se acentúa cuando se trata de obras interactivas o que usan inputs externos”, explica Solaas. Lejos de la imagen clásica del pintor que domina cada pincelada que pone en la tela, se trata de saber retirarse y dejar que las cosas anden un poco solas. “Podría decirlo de esta forma provocadora: yo no hago arte, yo creo autómatas que hacen arte”, sintetiza. Lo interesante entonces radica en esa hibridez, ni el artista ni la máquina son reemplazables, es la unión de los dos que crea la magia.
Iris Saladino es una joven música, programadora e investigadora argentina; en 2017 participó de la residencia del Centro de Arte Sonoro de la Casa Nacional del Bicentenario y según ella la ventaja de manejar lenguajes de programación para manipular la materia sonora es poder modelar la herramienta a su antojo para que se ajuste a su necesidad. Se dedica, entre otras cosas, al live coding, una práctica que consiste en crear y modificar algoritmos para generar música e imágenes en tiempo real, a la vez que se proyecta el código frente a una audiencia. Ha hecho presentaciones en el Museo Sívori, en el Centro Cultural Recoleta y en el Planetario “Galileo Galilei”. Lo define como “un fluir continuo de la idea a la materia, un asunto de comunicación entre uno y la computadora”. Muchas veces se trata de sistemas de reglas simples que producen comportamientos que son difíciles de prever.
Nuevas preguntas
Feli Cabrera López vino a Buenos Aires a estudiar Tecnología y Estéticas de las Artes Electrónicas en la Universidad de Tres de Febrero y fue allí donde entendió que podía usar la programación para su creación artística. Con los instrumentos podía ejecutar notas, organizarlas y a partir de eso componer, pero el universo que más le interesa es el de poder generar características sonoras que no vienen de ninguna parte, crear sonido: “Fue como vincular la composición con la luthería”, dice.
El artista y teórico Gustavo Romano fue uno de los pioneros del arte digital en Argentina y sus obras se han exhibido en numerosos eventos internacionales de arte contemporáneo como la VII Bienal de la Habana o la I Bienal de Singapur. Ganador del Premio Konex en Arte Digital (2002) y la Beca Guggenheim (2006), fue el fundador del sitio web Fin del Mundo (1995), una de las primeras plataformas de exhibición y difusión del net art en Iberoamérica. Cree que buena parte de la producción del arte medial se relaciona con la resistencia: “Hay algo del desmantelamiento de la propaganda tecno-utópica,la ampliación del arte por fuera de las instituciones, la disolución del rol de autor y público, el remix y la oposición al copyright”, enumera. Según él, lo que está en crisis es la propia noción de sujeto y prefiere hablar de “agenciamiento entre humanos y máquinas”. “Nos apartamos de cierta idea tradicional del arte como expresión de la interioridad del artista y de la obra como cosa especial que reúne inspiración y talento”, señala Solaas. Con respecto al futuro, considera fundamental convertir a los sistemas digitales en aliados, sin caer en la pasividad de la fascinación ni en el rechazo de verlos como entidades amenazantes. Läufer, por su parte, vislumbra que pronto vamos a leer empresas y no a autores, pero que los humanos seguiremos siendo los jueces de qué funciona y qué no: “Las computadoras no sienten placer estético”, dice. Los artistas no trabajan con nuevas herramientas, sino dentro de una nueva máquina social y, en este sentido, Romano cree que su aporte será el mismo de siempre: “Generar nuevas preguntas y nuevos cuestionamientos al relato establecido o al confort de lo conocido”.
J. V.
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