“Adiós a Bill English, el visionario que inventó el mouse y logró salirse con la suya”
El 26 de julio falleció William English, coinventor del mouse junto con Douglas Engelbart. Hasta aquí, un obituario más. Solo que English tenía 91 años, y todavía seguimos usando las computadoras según sus conceptos y los de Engelbart. Aumentar el intelecto humano e ir más allá del cálculo numérico para convertirse en herramientas para comunicar y acceder a la información.
Esa era la visión que Engelbart abonó y de la que English fue pieza clave. Tanto, que el primer paper en el que se describe el mouse fue firmado por este ingeniero, en una actitud que es idéntica a la de cualquiera de nosotros durante un día normal en la oficina del siglo XXI. Solo que la imagen fue tomada en los ‘60.
Un dato más. Prácticamente un año antes de que naciera Arpanet (la predecesora de internet), en diciembre de 1968, Engelbart produjo lo que luego alguien bautizaría La Madre de Todas las Demostraciones. Fui testigo de cómo eran las computadoras en esa época. No tenían ni pantalla. Pero Engelbart, ese día, cambió el tamaño de las ventanas, resaltó texto con el prototipo del mouse, mientras él mismo aparecía en la enorme pantalla donde se hizo la proyección.
Pero faltaban más de 15 años para que alguien viera el potencial de esas ideas. Un antiquísimo estigma de los visionarios. Desde Demócrito para acá, si aparecés con una idea que al burócrata le rompe sus rígidos moldes, se ríen de vos, te denigran o algo todavía peor.
Steve Jobs, otro visionario, solo que con más poder y posiblemente con peor carácter, le dio permiso de despegue a las interfaces gráficas. Una década más tarde, cuando salió Windows 95, la idea de usar una computadora sin ventanas, menús, íconos y un mouse ya empezaba a sonar delirante. Xerox habría ganado 20 años de ventaja, en una industria donde el tiempo pasa volando, si hubiera creído más en las ideas de Engelbart y English. “Si el mundo lo hicieran los visionarios y no los burócratas, esto ya sería Star Trek”, me decía hace poco una persona del mundo de la tecnología. No le falta razón.
La historia del mouse y la interfaz gráfica es un urgentísimo llamado de atención acerca del peligro real, concreto y potencialmente letal que los pisabrotes representan para una compañía. Observen.
¿Cómo se dice fotocopia en inglés? Se dice xerox. ¿Por qué? Porque Xerox fue la única compañía que vio el potencial de la invención de Chester Carlson. Antes de visitar Xerox, había mostrado su fotocopiadora a una docena de otras empresas. Se la rechazaron.
Xerox la convirtió en un negocio colosal y hasta se quedó con una palabra del diccionario. Pero más tarde subestimaría uno de los inventos cruciales de la historia moderna. En una oficina, hoy, pasamos más tiempo con la mano sobre el mouse o la pantalla táctil –que es su equivalente móvil– que sobre cualquier otra herramienta. Si tuviera que darle un consejo, uno solo, a una empresa, sería que escuchen a los locos, a los intensos, a los apasionados, a los inconformistas. Si además son cascarrabias, mucho mejor, porque esos en general no dan el brazo a torcer.
No ocurre solo con las nuevas tecnologías. Cuando casi nadie los conocía, los Beatles dieron una audición para Decca. Los rechazaron con el argumento de que los grupos de guitarristas ya no estaban de moda. Sí, hubo un ejecutivo de una discográfica (no de una fábrica de aviones) que oyó a los Beatles y no les vio ningún potencial.
Frank Herbert mostró la versión completa de Duna (que antes había aparecido por entregas en la revista Analog) a 20 editoriales, que se la rechazaron. Al final, la publicó Chilton Books, que se dedicaba sobre todo a los manuales de reparación de automóviles. Duna se convertiría en una de las novelas de ciencia ficción más influyentes, admiradas y vendidas de la historia.
Ya he dicho esto otras veces, pero no me parece que esté de más repetirlo en ocasión de la partida del gran Bill English.
Un dato más. Prácticamente un año antes de que naciera Arpanet (la predecesora de internet), en diciembre de 1968, Engelbart produjo lo que luego alguien bautizaría La Madre de Todas las Demostraciones. Fui testigo de cómo eran las computadoras en esa época. No tenían ni pantalla. Pero Engelbart, ese día, cambió el tamaño de las ventanas, resaltó texto con el prototipo del mouse, mientras él mismo aparecía en la enorme pantalla donde se hizo la proyección.
Pero faltaban más de 15 años para que alguien viera el potencial de esas ideas. Un antiquísimo estigma de los visionarios. Desde Demócrito para acá, si aparecés con una idea que al burócrata le rompe sus rígidos moldes, se ríen de vos, te denigran o algo todavía peor.
Steve Jobs, otro visionario, solo que con más poder y posiblemente con peor carácter, le dio permiso de despegue a las interfaces gráficas. Una década más tarde, cuando salió Windows 95, la idea de usar una computadora sin ventanas, menús, íconos y un mouse ya empezaba a sonar delirante. Xerox habría ganado 20 años de ventaja, en una industria donde el tiempo pasa volando, si hubiera creído más en las ideas de Engelbart y English. “Si el mundo lo hicieran los visionarios y no los burócratas, esto ya sería Star Trek”, me decía hace poco una persona del mundo de la tecnología. No le falta razón.
La historia del mouse y la interfaz gráfica es un urgentísimo llamado de atención acerca del peligro real, concreto y potencialmente letal que los pisabrotes representan para una compañía. Observen.
¿Cómo se dice fotocopia en inglés? Se dice xerox. ¿Por qué? Porque Xerox fue la única compañía que vio el potencial de la invención de Chester Carlson. Antes de visitar Xerox, había mostrado su fotocopiadora a una docena de otras empresas. Se la rechazaron.
Xerox la convirtió en un negocio colosal y hasta se quedó con una palabra del diccionario. Pero más tarde subestimaría uno de los inventos cruciales de la historia moderna. En una oficina, hoy, pasamos más tiempo con la mano sobre el mouse o la pantalla táctil –que es su equivalente móvil– que sobre cualquier otra herramienta. Si tuviera que darle un consejo, uno solo, a una empresa, sería que escuchen a los locos, a los intensos, a los apasionados, a los inconformistas. Si además son cascarrabias, mucho mejor, porque esos en general no dan el brazo a torcer.
No ocurre solo con las nuevas tecnologías. Cuando casi nadie los conocía, los Beatles dieron una audición para Decca. Los rechazaron con el argumento de que los grupos de guitarristas ya no estaban de moda. Sí, hubo un ejecutivo de una discográfica (no de una fábrica de aviones) que oyó a los Beatles y no les vio ningún potencial.
Frank Herbert mostró la versión completa de Duna (que antes había aparecido por entregas en la revista Analog) a 20 editoriales, que se la rechazaron. Al final, la publicó Chilton Books, que se dedicaba sobre todo a los manuales de reparación de automóviles. Duna se convertiría en una de las novelas de ciencia ficción más influyentes, admiradas y vendidas de la historia.
Ya he dicho esto otras veces, pero no me parece que esté de más repetirlo en ocasión de la partida del gran Bill English.
Si cuando presentás una idea, una obra o un prototipo te dicen que estás loco, entonces es casi seguro que te encontrás en el camino correcto. A causa de las críticas de sus allegados, Picasso tuvo que esconder Las señoritas de Avignon, la obra que daría el puntapié inicial del arte moderno. A Beethoven lo destrozaron por sus últimos cuartetos de cuerdas; lógico, estaban adelantados un siglo.
Así que, aquellos que son visionarios o que al menos tienen ideas creativas, no se dejen amargar por el que nunca crea nada y se conforma con lo que hay. Algunos ven el mundo como es. Otros ven el mundo lleno de huecos, de fallas, de torpezas y de errores, y ven con frecuencia también la forma de mejorarlo. Los primeros tratan de que el mundo no cambie, porque es así: computadoras de varias toneladas sin pantalla alguna. Las cosas como son. Los otros, los visionarios, ven un mundo con computadoras de bolsillo y pantallas fáciles de usar para todos. Una locura. Una locura en la que nos encontramos viviendo desde hace varias décadas.
No alcanza, sin embargo, con no amargarse. Hay que insistir. Si Carlson no hubiera soportado una docena de “no sirve”, no habríamos tenido la fotocopia. Si Brian Epstein no hubiera seguido machacando con esa bandita de adolescentes, Los Beatles no habría firmado su primer contrato con EMI, tres meses después del “no sirve” de Decca. Si Picasso hubiera hecho lo mismo que muchos otros artistas, que cuando encuentran un formato que vende lo repiten hasta el hartazgo, sería acaso una nota al pie en la historia del arte, pero no sería Picasso. Si Herbert se hubiera dejado vencer por los más de 20 “no sirve” que recibió su novela, a la ciencia ficción le faltaría una de sus obras fundamentales.
Los que no sirven para nada son muy buenos para decir que algo no sirve para nada. Proyectan mucho, supongo. Su única función en este mundo parece ser la de poner a prueba al genio. Porque además de tener una idea hay que insistir y desarrollarla. Imagino que English soportó muchas veces el escarnio, lo mismo que Engelbart, pero tuvo una vida larga y próspera y pudo darse el lujo de ver el mundo un poco mejor que como era en su juventud.
Escuchen a los locos, a los intensos, a los apasionados, a los inconformistas
Así que, aquellos que son visionarios o que al menos tienen ideas creativas, no se dejen amargar por el que nunca crea nada y se conforma con lo que hay. Algunos ven el mundo como es. Otros ven el mundo lleno de huecos, de fallas, de torpezas y de errores, y ven con frecuencia también la forma de mejorarlo. Los primeros tratan de que el mundo no cambie, porque es así: computadoras de varias toneladas sin pantalla alguna. Las cosas como son. Los otros, los visionarios, ven un mundo con computadoras de bolsillo y pantallas fáciles de usar para todos. Una locura. Una locura en la que nos encontramos viviendo desde hace varias décadas.
No alcanza, sin embargo, con no amargarse. Hay que insistir. Si Carlson no hubiera soportado una docena de “no sirve”, no habríamos tenido la fotocopia. Si Brian Epstein no hubiera seguido machacando con esa bandita de adolescentes, Los Beatles no habría firmado su primer contrato con EMI, tres meses después del “no sirve” de Decca. Si Picasso hubiera hecho lo mismo que muchos otros artistas, que cuando encuentran un formato que vende lo repiten hasta el hartazgo, sería acaso una nota al pie en la historia del arte, pero no sería Picasso. Si Herbert se hubiera dejado vencer por los más de 20 “no sirve” que recibió su novela, a la ciencia ficción le faltaría una de sus obras fundamentales.
Los que no sirven para nada son muy buenos para decir que algo no sirve para nada. Proyectan mucho, supongo. Su única función en este mundo parece ser la de poner a prueba al genio. Porque además de tener una idea hay que insistir y desarrollarla. Imagino que English soportó muchas veces el escarnio, lo mismo que Engelbart, pero tuvo una vida larga y próspera y pudo darse el lujo de ver el mundo un poco mejor que como era en su juventud.
Escuchen a los locos, a los intensos, a los apasionados, a los inconformistas
A. T.
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