El presente griego de un policial
LA HORA DE LOS HIPÓCRITAS
PETROS MÁKARIS
Es una falacia repetida sostener que la novela policial está de moda. Es decir: nunca ha dejado de estarlo. pero si goza de una perpetua buena salud se debe, en buena medida, a la capacidad que ha tenido –en sus mejores intérpretes– no solo para deshilvanar el paisaje social de cada época sino también para reciclar los ingredientes del género, para honrar sus modelos y sin embargo, al mismo tiempo, saber huir de sus etiquetas.
El griego –aunque nacido en Estambul, Turquía– petros Márkaris (1937) nunca se ha encontrado precisamente a la vanguardia del género. El atractivo principal de la serie del comisario Kostas Jaritos acaso derive del espacio singular que ocupa Grecia en el mapa europeo, o más precisamente de la Unión Europea: una suerte de aristócrata venido a menos, protagonista de los desatinos más calamitosos –o escandalosos– de los organismos financieros, así como representativo de las desigualdades más notorias del continente. Márkaris proyectó siempre una mirada crítica respecto del funcionamiento de esos organismos y de la realidad europea en general, pero ha ido más allá retaceándole a los griegos el papel de víctimas y situándolos como cómplices de sus propias desgracias.
Es una falacia repetida sostener que la novela policial está de moda. Es decir: nunca ha dejado de estarlo. pero si goza de una perpetua buena salud se debe, en buena medida, a la capacidad que ha tenido –en sus mejores intérpretes– no solo para deshilvanar el paisaje social de cada época sino también para reciclar los ingredientes del género, para honrar sus modelos y sin embargo, al mismo tiempo, saber huir de sus etiquetas.
El griego –aunque nacido en Estambul, Turquía– petros Márkaris (1937) nunca se ha encontrado precisamente a la vanguardia del género. El atractivo principal de la serie del comisario Kostas Jaritos acaso derive del espacio singular que ocupa Grecia en el mapa europeo, o más precisamente de la Unión Europea: una suerte de aristócrata venido a menos, protagonista de los desatinos más calamitosos –o escandalosos– de los organismos financieros, así como representativo de las desigualdades más notorias del continente. Márkaris proyectó siempre una mirada crítica respecto del funcionamiento de esos organismos y de la realidad europea en general, pero ha ido más allá retaceándole a los griegos el papel de víctimas y situándolos como cómplices de sus propias desgracias.
TUSQUETS
342 PÁGINAS
1030 $
Pero así como hasta ahora Jaritos parecía una versión bastante devaluada de pepe carvalho (el clásico detective de Manuel Vázquez Montalbán), de Salvo Montalbano (el de andrea camilleri) o a lo sumo de Mario conde, del cubano leonardo padura, ajenos todos ellos al carácter mucho más sombrío y menos compasivo de las novelas de Henning Mankell, Fred Vargas o Jake arnott, La hora de los hipócritas lleva al extremo las debilidades de Márkaris, incluso dentro de un modelo que con frecuencia sabe disculparlas. la trama gira alrededor de una cadena de asesinatos producidos por un terrorismo inclasificable, esquivo; pero los efectos argumentales que dicho eje podría disparar se ven anulados por un desarrollo esquemático, en el que las mismas e intrascendentes situaciones se repiten hasta el hartazgo bajo un encuadre superficial, incluso burocrático.
Pero así como hasta ahora Jaritos parecía una versión bastante devaluada de pepe carvalho (el clásico detective de Manuel Vázquez Montalbán), de Salvo Montalbano (el de andrea camilleri) o a lo sumo de Mario conde, del cubano leonardo padura, ajenos todos ellos al carácter mucho más sombrío y menos compasivo de las novelas de Henning Mankell, Fred Vargas o Jake arnott, La hora de los hipócritas lleva al extremo las debilidades de Márkaris, incluso dentro de un modelo que con frecuencia sabe disculparlas. la trama gira alrededor de una cadena de asesinatos producidos por un terrorismo inclasificable, esquivo; pero los efectos argumentales que dicho eje podría disparar se ven anulados por un desarrollo esquemático, en el que las mismas e intrascendentes situaciones se repiten hasta el hartazgo bajo un encuadre superficial, incluso burocrático.
Hasta la novedad del abuelazgo de Jaritos luce desangelada en esta ficción, en la que cada escena da la sensación de representar un hito obligatorio, como si Márkaris estampara cruces en una planilla con los ojos cerrados. En casos así no hay trasfondo social que pueda potenciar una novela o salvarla del naufragio.
J. M. B.
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