Que todo el año sea Carnaval
Carlos M. Reymundo Roberts
Después de 4 años de un macrismo tan tristón, la dupla Fernándezfernández ha venido a traer, por fin, ritmo, sorpresa y Carnaval. Hemos pasado del ingeniero Mauricio al profesor Alberto, y de Gaby a Cristina. Un espacio como este, de antropología política, ¿podría pedirles a los cielos algo más? Así como el sábado pasado, sin que yo pudiera evitarlo, la columna se me puso seria y contracturada, hoy tendré que hacer un tremendo esfuerzo para que no degenere, para que no derive hacia una interpretación ligera y poco juiciosa de lo que estamos viviendo. Si no hiciera ese esfuerzo de contención sería capaz de escribir, llevado por los demonios, que en realidad pasamos de Mauricio a Cristina y de Gaby al profesor, lo cual tampoco le hace justicia a Gaby. Me comprometo, pues, a abordar esta semana de vértigo y caretas con proverbial compostura. Si algo les resulta gracioso, el mérito es de los Fernández.
Lo primero que quiero es llevar tranquilidad a caceroleros, organizadores de marchas, puristas del derecho, a los cruzados que prometen atarse al Palacio de Justicia y a todos los argentinos de buena voluntad: la reforma judicial no pasará; no pasará. Mi mayor argumento para justificar esa afirmación es que se trata de un proyecto disparatado que pensó Cristina y presentó Alberto. La infalible fórmula Vicentin. Hay que darle, sin discusiones, la norma ISO 9000 de garantía de fracaso. No va a pasar porque caceroleros y protestones no me creerán y, asustados, saldrán a calles y plazas, viralizarán su rechazo en las redes, inscribirán en sus barbijos, en millones de barbijos, “no a la impunidad” (de nada por la idea), irán a Olivos, irán a Juncal y Uruguay, llegarán hasta la Casa Rosada y el Congreso; y cuando eso ocurra, los diputados peronistas entrarán en pánico, ella reaccionará como reaccionó durante el conflicto por la 125, subiendo la apuesta, y él reaccionará como suele hacerlo: dirá en público que no van a torcerle el brazo, y en privado y sin disfraz, que es otra locura de Cristina; una cristinada, cristinamente hecha. Cuando estalle la pelea, la pelea entre ellos (“inútil”, le disparará la señora; “¿en qué sentido me lo decís?”, querrá saber él), prometo pararme en el medio. Para separarlos.
La reforma no avanzará. Me lo dicen en la Corte, una Corte que, después de meses de guerra fría entre sus miembros, acaba de recuperar el Whatsapp. “Me pasan el contacto de Rosenkrantz, please”, pidió Lorenzetti. Cris tiene esas cosas: unió a las entidades del agro, unió a los bonaerenses contra Aníbal Fernández, ahora unió a duros y blandos de la oposición contra este proyecto y está uniendo a jueces que hasta hace horas se bloqueaban en las redes. Claro, sintieron el aliento en la nuca: la propuesta no es ampliar el tribunal, sino invadirlos, desterrarlos. Si quieren otra inscripción para los barbijos, acá va: “La Corte no será menemizada”; es un poco larga, talle XXL, y no es mía, sino de Guillermo Lipera, expresidente del Colegio de Abogados de la Ciudad. Que la cosa no va a andar me lo dijo también un diputado del Frente de Todos.
“Aprendimos de Perón que cuando querés que algo no funcione, formás una comisión”. Una comisión, esta, viciada de nulidad, otra firme candidata al ISO 9000. Haberla integrado con correligionarios y amigos, todos bajo el mando del comisario Beraldi, es una gran idea para un reality. “Los necesito –ordenará el comisario–. Hacemos una foto y ya no los vuelvo a molestar”.
La reforma es impasable, entre muchas otras cosas, por una cuestión de oportunidad. Como que no es el mejor momento. Es tiempo de pandemia, chicos. De cuarentena. El protocolo es clarito: quedate en tu casa, lavate las manos y abstenete de impulsar un cambio monumental en uno de los tres poderes del Estado. Ni siquiera cuidan los detalles: hicieron coincidir el anuncio con las últimas horas de Canicoba como juez; un horror, porque la superposición le impidió embellecer con su presencia el patético acto en la Casa Rosada. No se le hace eso a un amigo que, 5 minutos antes de irse, llamó a Alberto para preguntarle si necesitaba
El Proyecto Impunidad no se mide en costos, sino en beneficios el procesamiento de algún otro funcionario de Macri. “El del estribo”, bromeó. Por supuesto, recibió como respuesta que elevara la inquietud al Instituto Patria.
Tampoco es bueno lanzar una iniciativa tan gravosa, de unos 5000 millones de pesos anuales, cuando tu principal argumento para no mejorar la oferta a los bonistas es que en el país hay hambre y crujir de dientes. Es cierto que el Proyecto Impunidad no se mide en costos, sino en beneficios. Es una inversión. Hablando de inversiones. Me dicen que funcionarios kirchneristas se están presentando en oficinas de empresas que tienen concesiones del Estado. Ellos sí cumplen con el protocolo: barbijo, distanciamiento de dos metros y bolsos.
Hubo otras coincidencias poco felices. El proyecto de redención de la Justicia tuvo que compartir cartel con el video en el que el intendente Ishii da una clase de bioquímica en una ambulancia, con el desplazamiento de jueces no canicobalizados y con la sanción en el Congreso de la ley del teletrabajo, engendro impulsado por Alberto para tentar a Cristina con la desconexión digital. Bueno, lo conseguí. Puedo estar perdiendo la paciencia, pero no la compostura.
La reforma es impasable, entre muchas otras cosas, por una cuestión de oportunidad. Como que no es el mejor momento. Es tiempo de pandemia, chicos. De cuarentena. El protocolo es clarito: quedate en tu casa, lavate las manos y abstenete de impulsar un cambio monumental en uno de los tres poderes del Estado. Ni siquiera cuidan los detalles: hicieron coincidir el anuncio con las últimas horas de Canicoba como juez; un horror, porque la superposición le impidió embellecer con su presencia el patético acto en la Casa Rosada. No se le hace eso a un amigo que, 5 minutos antes de irse, llamó a Alberto para preguntarle si necesitaba
El Proyecto Impunidad no se mide en costos, sino en beneficios el procesamiento de algún otro funcionario de Macri. “El del estribo”, bromeó. Por supuesto, recibió como respuesta que elevara la inquietud al Instituto Patria.
Tampoco es bueno lanzar una iniciativa tan gravosa, de unos 5000 millones de pesos anuales, cuando tu principal argumento para no mejorar la oferta a los bonistas es que en el país hay hambre y crujir de dientes. Es cierto que el Proyecto Impunidad no se mide en costos, sino en beneficios. Es una inversión. Hablando de inversiones. Me dicen que funcionarios kirchneristas se están presentando en oficinas de empresas que tienen concesiones del Estado. Ellos sí cumplen con el protocolo: barbijo, distanciamiento de dos metros y bolsos.
Hubo otras coincidencias poco felices. El proyecto de redención de la Justicia tuvo que compartir cartel con el video en el que el intendente Ishii da una clase de bioquímica en una ambulancia, con el desplazamiento de jueces no canicobalizados y con la sanción en el Congreso de la ley del teletrabajo, engendro impulsado por Alberto para tentar a Cristina con la desconexión digital. Bueno, lo conseguí. Puedo estar perdiendo la paciencia, pero no la compostura.
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