Gustave Flaubert a Louise Colet
Correspondencia íntima. Trad.: Emma Calatayud. Sine Die, Barcelona, 1988
Martes, medianoche, Croisset, 4-5 de agosto de 1846
Hace doce horas aún estábamos juntos; ayer, a esta misma hora te tenía yo en mis brazos... ¿Te acuerdas?... ¡Qué lejos está ya! Ahora la noche es cálida y suave; oigo temblar al viento el gran tulipanero que hay bajo mi ventana, y cuando alzo la cabeza veo la luna mirándose en el río. Tus zapatillitas están aquí mientras escribo. Las tengo ante mis ojos, las miro. Acabo de guardar, solo y bajo llave, todo cuanto me diste; tus dos cartas están en la bolsita bordada, y las voy a releer en cuanto haya lacrado la mía. No he querido utilizar mi papel de cartas para escribirte porque está orlado de negro. ¡Que nada triste vaya de mí a ti! Quisiera darte únicamente alegría y rodearte de una felicidad sosegada y constante para así pagarte un poco todo lo que me diste a manos llenas con la generosidad de tu amor. Me da miedo ser frío, seco, egoísta, y Dios sabe, sin embargo, lo que en estos momentos siento dentro de mí. ¡Qué recuerdos! ¡Y qué deseos! ¡Ah, que maravillosos los paseos que dimos en calesa! Sobre todo el segundo, con aquellos relámpagos. Recuerdo el color de los árboles iluminados por las farolas, y el balanceo de los ejes; estábamos solos, éramos felices y yo contemplaba tu rostro en la noche, lo veía a pesar de las tinieblas, tus ojos te iluminaban todo la cara. Me parece que no escribo bien, vas a leer estas cosas con frialdad, no consigo expresar todo lo que desearía decirte. Es porque mis frases chocan entre sí como suspiros y, para comprenderlas, hay que colmar el espacio que separa a una de la otra; tú lo harás, ¿verdad? Soñarás ante cada letra, ante cada signo de la escritura, al igual que yo pienso, cuando miro tus zapatillitas de color pardo, en los movimientos de tu pie cuando, al calzarlas, las calentaba. El pañuelo está dentro, veo tu sangre. Quisiera que estuviese todo rojo él.
Mi madre me esperaba en la estación. Lloró al verme regresar. Tú lloraste al verme partir. ¡Tan miserable es nuestra condición que no podemos desplazarnos de un lugar a otro sin que cueste lágrimas por ambas partes! Es tan grotesco como sombrío. He vuelto a encontrar aquí la verde hierba, los altos árboles y el agua que fluye igual que cuando los dejé. Mis libros siguen abiertos por la misma página, nada ha cambiado. La naturaleza nos avergüenza: es de una serenidad desconsoladora para nuestro orgullo. No importa, no pensemos en el porvenir, ni en nosotros, ni en nada. Pensar es la mejor manera de sufrir... Dejémonos llevar por el viento de nuestro corazón, mientras hinche la vela. Que él nos empuje como le plazca, y si tropezamos con algún escollo... qué le vamos a hacer, ya veremos.
Apenas dejarte y a medida que me iba alejando, mi pensamiento volaba de nuevo hacia ti.
Gustave Flaubert
(...) Esta noche carezco por completo de espíritu crítico. Sólo he querido mandarte un beso antes de irme a dormir y decirte que te amo. Apenas dejarte y a medida que me iba alejando, mi pensamiento volaba de nuevo hacia ti. Iba más deprisa que el humo de la locomotora que corría tras nosotros (hay fuego en la comparación); perdóname por sacarle la punta a la frase. Anda, dame un beso enseguida, ya sabes cómo, un beso de los que habla Ariosto, y otro más, y otro, y luego debajo de la barbilla, en ese lugar que me gusta de tu suave piel, en tu pecho, en donde pongo mi corazón.
Adiós, adiós.
Te envío todas las ternuras que tú quieras.
(...) Esta noche carezco por completo de espíritu crítico. Sólo he querido mandarte un beso antes de irme a dormir y decirte que te amo. Apenas dejarte y a medida que me iba alejando, mi pensamiento volaba de nuevo hacia ti. Iba más deprisa que el humo de la locomotora que corría tras nosotros (hay fuego en la comparación); perdóname por sacarle la punta a la frase. Anda, dame un beso enseguida, ya sabes cómo, un beso de los que habla Ariosto, y otro más, y otro, y luego debajo de la barbilla, en ese lugar que me gusta de tu suave piel, en tu pecho, en donde pongo mi corazón.
Adiós, adiós.
Te envío todas las ternuras que tú quieras.
Franz Kafka a Milena Jesenská
Cartas a Milena. Trad.: J. R. Wilcock. En Obras Completas III. Aguilar, 2005
Jueves
«Ya ve Milena, me quedo echado en mi silla de reposo, por la mañana, desnudo, medio en el sol, medio en la sombra, después de una noche casi enteramente insomne; cómo dormir, cuando soy demasiado liviano para el sueño y revoloteo constantemente en torno a usted, cuando en realidad estoy aterrado (...) Así estaba yo, cuando llegaron sus dos cartas.
Algo tenemos en común, Milena, según creo: somos tan tímidos y tan temerosos que cada carta es distinta, casi todas las cartas se asustan de la anterior y aún más de la respuesta. Usted no es así por naturaleza, eso se ve fácilmente, y yo, hasta es posible que tampoco yo sea así por naturaleza, pero ya se ha convertido casi en mi propia naturaleza; sólo cuando estoy desesperado y a veces cuando estoy enfadado pierdo esa cualidad y, por supuesto, cuando tengo miedo.
Estamos jugando a un juego infantil, yo me arrastro por la sombra, de un árbol a otro, estoy en pleno camino, usted me llama, me señala los peligrosFranz Kafka
(...) Reflexione, además Milena, en qué condiciones me acerco a usted, qué viaje de treinta y ocho años hay detrás de mí (y un viaje mucho más largo todavía, porque soy judío), y cómo, al tomar una curva aparentemente casual del camino, la veo, cuando no esperaba verla, y menos aún tan definitivamente tarde, entonces Milena, no puedo gritar, ni tampoco grita nada en mí, ni siquiera digo mil tonterías, porque no están en mí (omito las otras tonterías, de esas poseo en exceso), y quizá sólo advierto que estoy arrodillado al ver que sus pies están ante mis ojos, y al acariciarlos.
Y no me exija sinceridad, Milena. Nadie puede exigírmela más que yo, y sin embargo, muchas cosas me rehúyen, es más, quizá me rehúyan todas. Pero al alentarme en esta cacería, no me alienta nada de eso, ya no puedo dar un paso más, de pronto se vuelve mentira, y el perseguido acosa al perseguidor. Voy por un camino tan peligroso, Milena. Usted se encuentra segura junto a un árbol, joven, hermosa, sus ojos subyugan con su brillo el dolor del mundo. Estamos jugando a un juego infantil, yo me arrastro por la sombra, de un árbol a otro, estoy en pleno camino, usted me llama, me señala los peligros, quiere darme ánimos, se desespera al ver mi paso inseguro, me recuerda (¡a mí!) la seriedad del juego. no puedo, desfallezco, ya he caído. No puedo escuchar al mismo tiempo las voces terribles de mi interior y la suya, pero en cambio puedo oír la suya sola y confiar en usted, en usted como en nadie más en el mundo».
Suyo, F.
Julio Cortázar a Edith Aron
Cartas I (1937-1954). Edición a cargo de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga. Alfaguara, 2012
Agosto de 1951
Querida Edith:
No sé si se acuerda todavía del largo, flaco, feo y aburrido compañero que usted aceptó para pasear algunas veces por París, para ir a escuchar Bach a la Sala del Conservatorio, para visitar Versalles, para ver un eclipse de luna en el parvis de Notre Dame, para botar al Sena un barquito de papel, para usarle un pulóver verde (que todavía guarda su perfume, aunque los sentidos no lo perciban). Yo soy otra vez ése, el hombre que le dijo, al despedirse delante de usted en el Flore, que volvería a París en dos años. Voy a volver antes, estaré allá en Noviembre de este año. Y desde ahora pienso, Edith, en el gusto de volverla a encontrar, y al mismo tiempo tengo un poco de miedo de que usted esté ya muy cambiada, sea una parisiense completa, hablando el lenguaje de la ciudad, y los hábitos de la ciudad, y todo eso que yo tendré que ir aprendiendo poco a poco, con cuánto trabajo. Tengo además miedo de que a usted no le divierta la posibilidad de verme, que al contrario le fastidie este recuerdo de Buenos Aires -ya que yo soy un poco Buenos Aires, eso que usted dejo atrás-. Por eso le pido que desde ahora, y se lo pido por escrito porque me es más fácil, que no vaya a crearse problemas de "buena educación" cuando yo la busque en París. Si usted está ya en un orden satisfactorio de cosas, si no necesita usted este pedazo de pasado que soy yo, le pido que me lo diga sin rodeos. ¿Por qué no? Sería mucho peor disimular un aburrimiento.
Si le choca este tono un poco vehemente, le pido perdón. Sobre todo cuando nunca le escribí una sola línea, ni hice nada por comunicarme con usted. La verdad es que deseaba volver, no escribir; arreglar mis cosas para volver a París y allí, un buen día, encontrármela, y seguir siendo buenos camaradas como antes. A usted no le reprocho que no me haya escrito. Me parece perfectamente natural. Demasiado intensamente estará viviendo para dedicarse a las pálidas tareas epistolares. Pero me gustaría que alguna vez se haya acordado de mí, como yo me he acordado mucho aquí, cada vez que el recuerdo de aquel tiempo me volvía como un aire fresco.
Creo que estaré en París en la primera semana de Noviembre. Gané una de las becas del gobierno francés, y probablemente iré a alojarme a la Cité Universitaire. Por lo demás, estoy quemando aquí las naves, y tengo la firme intención de quedarme en París. Algunos amigos que tengo me buscan en estos momentos algún trabajo para completar mi presupuesto (las becas son miserables y no alcanzan para nada); espero que podré irme arreglando.
Querida Edith, no se enoje por esta carta. O si se enoja, que sea un enojo bonito y que pase pronto. Me gustaría que le gustaraJulio Cortázar
(...) En fin, me gustaría verla y que usted esté igualita, y que todavía vaya al Chantecler a escuchar suites de Bach. Me gustaría que siga siendo brusca, complicada, irónica, entusiasta, y que un día yo pueda prestarle otro pulóver o que usted pueda prestármelo a mí -aunque esto último va a ser trágico, porque apenas me va a llegar al estómago.
Querida Edith, no se enoje por esta carta. O si se enoja, que sea un enojo bonito y que pase pronto. Me gustaría que le gustara -vea como repito las palabras, y eso que mi maestra de quinto grado se mataba corrigiéndome el vocabulario y enseñándome sinónimos-, me agradaría que le agradara alguno de mis cuentos. Si usted ya no está en la dirección donde le mando mi carta, y con todo se la hacen llegar, ¿será buena y me mandará su dirección para que yo, una tarde, lleno de alegría, pueda...? (¡Suspenso! Lo que quiero decir es que no me gustaría encontrar la casa vacía, o que usted se mudó a Burdeos, o a Lyon, o que vive en la tour d'Olivier de Clisson, que tanto me gusta). ¿Verdad que me va a mandar su dirección, si ha cambiado?
Edith, hasta dentro de poco, con el mucho afecto de...
Julio
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