Rincón Gaucho: el imbatible Pangaré Buey,
Las carreras cuadreras
Cuánta verdad hay en aquello de que “la Patria se hizo a caballo”: en la Conquista, en las Guerras de la Independencia y también en la titánica obra de fundar pueblos. Aún hoy en día el paisano no puede prescindir de su “regalón” pues prefiere su fidelidad y su andar seguro, ese que nunca lo deja de a pie. Pero el caballo no sólo comparte los duros laboreos. Es también el compañero de las salidas domingueras de su dueño, a disfrutar asado, naipes, y cuadreras. Estas últimas, pasión del gauchaje, corridas a campo abierto, siempre a raíz de algún desafío entre dueños de potros ligeros.
En las memorias de los paisanos se archivan los nombres de famosos fletes cuyos éxitos han florecido en leyendas. Esta es una semblanza del “Pangaré Buey”, un criollo puro, ligero como una luz, criado en “Tamangueyú”, en los campos que mi tatarabuelo, el coronel Benito Machado poseía en Lobería. Hombre de a caballo, a quien desde las muertes de su padre Jacinto y de su hermano Mariano a manos de la “Mazorca”, se lo encontró entreverado en innumerables combates. No obstante la huida del déspota, los argentinos recién pudieron acordar un proyecto de país con la jura de la Constitución. Mientras tanto las luchas continuaron.
A fines de 1852 Hilario Lagos puso sitio a Buenos Aires y eso desencadenó la poco recordada batalla de San Gregorio a orillas del Salado. Allí concurrió Machado, hombre de Mitre, donde le tocó padecer una jornada aciaga: fueron rápidamente desbaratados. En la confusión reinante, su montado, el veloz pangaré, entrenado para el sableo volviendo cara atrás sobre sus patas, se extravió. Fueron vanos los esfuerzos de su dueño por recuperarlo, hasta que debió ponerse a salvo en ancas de un subalterno. El tiempo transcurrió y comenzó la pacificación de los ánimos. Ya se perfilaba el país, que sería asombro del mundo. En forma inesperada, una tarde llegó a la casa de los Machado en Chascomús
un peón de la posta de Félix Ford, con una carta de su patrón para el Coronel. En ella le daba cuenta del hallazgo del Pangaré Buey, al que sólo por diversión habían probado en unas cuadreras en las que había resultado imbatible. El Coronel quiso ver a su añorado crédito. Fue hasta el palenque cercano, se emocionó con el saludo de su relincho, abrazó su pescuezo, lo palmeó largo, y entró luego para ponerle unas líneas al honrado vecino. En ellas le manifestó que en buenas manos había caído su pingo y que en esas mismas manos seguiría quedando. Eran las maneras de esa época para regalárselo.
Ese generoso desprendimiento tiene una segunda lectura pues el Coronel era un apasionado de las cuadreras, y fue años más tarde, el primer presidente del Circo de Carreras del Tandil considerado el primer hipódromo de Latinoamérica.
El Pangaré Buey, comenzó una fulgurante campaña que lo ubicó en un lugar de privilegio en el imaginario criollo. Muchos autores lo han recordado y fue considerado por los contemporáneos, como el caballo que no pudo ser batido por ninguno de los más famosos créditos de la llanura bonaerense. El parejero de Machado batió entre muchos, al “Salvaje” de Biaus, al “Manchado” de Grigera, y al “Guerrero” del general Pacheco. También le arrebató el invicto al “Oscuro” del general Hornos en dos desafíos memorables. Surgió entonces el malhadado proyecto de llevarlo a correr al Brasil. En vísperas de embarcarlo, el error de su peón hizo que el potro enredado en su bozal, muriera ahorcado. Ese final inmerecido, no impidió que el Pangaré Buey llevara su crédito de nunca vencido al mundo legendario de las cuadreras.
Lo recuerdan poetas y payadores, y a modo de ilustración concluiré estos apuntes con unos versos de “el Dorreguero”: “Invicto quedó en la historia, el flete Pangaré Buey, donde llegaba era el rey, nadie jamás lo exigió y todas las que corrió, se las ganó en buena ley”.
L. C. M.
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