La road movie con Borges de Jay Parini: cama compartida, cervezas y lagos
En Borges and Me (Borges y yo), libro que sale la semana que viene en inglés, el académico estadounidense recuerda un viaje desopilante por Escocia durante la década de 1970
Juana LibedinskyOlivier Parini El libro de Parini fue elogiado, entre otros, por Ian Mcewan
SOUTHAMPTON.– Más gente se acostó con Borges de lo que uno suele pensar. Es el caso de Jay Parini, profesor de Literatura de la Universidad de Middlebury, quien recién ahora lo confiesa en Borges and Me, un libro sobre sus aventuras atravesando las tierras altas escocesas con el prohombre de la literatura argentina en 1971. Parini también acompañó a Borges al baño (con mucha frecuencia una noche tras la visita a un pub donde el autor de El Aleph ingirió varios porrones de medio litro de cerveza). Y además de increíbles aventuras –que ya están en proceso de ser llevadas al cine por Andy Patterson, el productor de La joven de la perla de Scarlett Johansson– ambos compartieron charlas sobre la vida y la literatura que a Parini le cambiaron la vida.
“El viaje con Borges en el que le tuve que ir describiendo la Escocia que recorríamos fue un punto de inflexión en mi vida. Me sentí liberado por su imaginación, con renovada energía y esperanza para una carrera como escritor. Borges me dio algo de sí mismo y me gusta pensar que, en alguna forma pequeña, quizá le di algo de mí a él también”, reflexiona Parini en diálogo por Zoom desde su casa en Vermont.
Parini es el autor del Diccionario Oxford de Escritores Norteamericanos, poeta, novelista y aclamado biógrafo de John Steinbeck, Robert Frost, William Faulkner y Gore Vidal, entre otros. “Pero como Borges, nunca conocí a nadie. Era un ser de otro planeta. No paraba de hablar, su erudición y su humor eran inconmensurables y se refería al pasado y al futuro como si fuera el presente: el tiempo era distinto para él porque todo estaba en su cabeza”.
Todo comenzó a principios de los años 70, cuando Parini era un estudiante de posgrado que vivía con sus padres. “Veía dos alternativas –escribe en su libro, que sale a la venta en EE.UU. la semana próxima y más adelante en castellano, editado por Emecé–. Quedarme en casa donde, mi madre me rompería las pelotas, o irme a Vietnam, donde me las volarían en un campo minado”. Parini se inventó una tercera alternativa: un doctorado en Literatura en la Universidad de San Andrés en Edimburgo. Allí acumula, sin abrir, las cartas del Ejército norteamericano que le van llegando, y se hace amigo y discípulo de Alistair Reed, traductor de Borges al inglés.
Al poco tiempo, Reed le avisa que Borges, de quien Parini jamás había leído nada, vendría de visita y se lo presenta. “Era un hombre frágil y ciego de setenta y pico que parecía haber memorizado el canon entero de literatura occidental. En instantes lo escuché citar antigua poesía anglosajona, Shakespeare, Milton, Chesterton, Kipling, Stevenson y Yeats. “Mi abuela era inglesa –le dijo a Parini como tratando de justificar su erudición– y el inglés fue mi primer idioma, mi primer amor”.
Una noche Reed llama a Parini para avisarle que tenía que irse a Londres por una urgencia y le pide que le haga “de baby-sitter” a y debieron pedir ropa prestada.
Pero posiblemente el episodio más extraño fue cuando pasaron la noche en Killiecranckie, un pueblito perdido en las montañas, después de una parada en el pub local, donde tomaron mucha cerveza. La única habitación que quedaba en la posada local tenía solo una cama, y el único baño que funcionaba estaba en el cuarto de la dueña. “Borges no era incontinente, pero tampoco era continente. Tuve que llevarlo media docena de veces al baño. A eso de las cuatro de la mañana decidí sentarme en la cama de la dueña para esperarlo. En un momento ambos le tocamos la puerta a Borges, pero no contestó como por veinte minutos. Finalmente nos gritó: “Todo se ha cumplido”. La posadera, que era muy religiosa, aseguró que habían sido “las últimas palabras de nuestro Salvador”.
“Después de esa noche ella y Borges terminaron grandes amigos, y compartieron historias sobre cómo sus respectivos padres habían muerto en el inodoro, lo cual nunca me puse a averiguar cuánto tenía de ficción, pero fue muy dramático”, cuenta a la nacion. Finalmente se fueron rumbo a Inverness, donde Borges quería conocer a un tal Mr. Singleton, quien le había escrito porque compartía su pasión por la poesía anglosajona. Pero el número de teléfono que tenía Borges resultó ser del pueblo de Inverness en Nueva Zelanda. “No voy a pedirle que me maneje hasta Nueva Zelanda”, suspiró al enterarse.
Como en una buena road movie, entre cada situación anecdótica había momentos de conversación. “Borges me hablaba mucho de su barrio, Palermo. Decía que podía reconocer, aun ciego, cada piedra de la calle al sentirla, y cualquier esquina de Buenos Aires por el olor y los ruidos, ya que no había ciudad igual en todo el mundo. Y cualquier ocasión era buena para introducirme a su propia obra”.
De regreso en San Andrés, Parini recibió la noticia de que su íntimo amigo había muerto en Vietnam. Borges le dijo que le llevase todas las cartas del Ejército a lo de Reed, quien ya estaba de regreso, armó un fuego con ellas, y los tres bailaron tomados de los brazos mientras caía el sol. Parini nunca supo si en esas cartas efectivamente lo estaban llamando al frente o no, pero sintió que la ceremonia pagana de Borges le permitía cerrar un capítulo y dedicarse a escribir, lo cual hizo –con títulos honorarios, premios y becas– desde entonces.
Sin embargo, su aventura con Borges había quedado como una mera colección de anécdotas con las que entretenía a los amigos. “Hasta que tres años atrás, se las conté a un amigo cineasta, quien me dijo: ‘Esta va a ser mi nueva película’. Yo le dije que me esperase, que las escribiría como un libro corto antes”.
Ian Mcewan, por lo pronto, ya llamó al libro “una joya”. Anne Beattie dijo que “amó cada segundo”, que el libro es pura “energía y humor con un trasfondo de tristeza y seriedad” que llega al corazón de los lectores. Y Parini aclaró que en su larga carrera escribiendo sobre figuras literarias, nunca más volvió a dormir o ir al baño con nadie.
“Nunca conocí a nadie como Borges. Era un ser de otro planeta. No paraba de hablar, su erudición y su humor eran inconmensurables”
J. L.
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