domingo, 1 de octubre de 2023

EL MEDIO ES EL MENSAJE


Temporada de debates en tiempos de grieta
por Pablo Sirvén
Hoy confrontarán los candidatos presidenciales, desde Santiago del Estero, y el domingo próximo, lo harán en la Facultad de Derecho de Buenos Aires. Ambas actividades representan los puntos más altos de la temporada de debates, iniciada en TN con quienes pretenden suceder a Cristina Kirchner en la vicepresidencia; que prosiguió el miércoles, desde el Canal de la Ciudad, con los aspirantes a ocupar el cargo de Horacio Rodríguez Larreta, y anteayer, con el encuentro entre quienes encabezan las listas de diputados para la Legislatura porteña. Quedan pendientes, desde mañana hasta el viernes, las discusiones entre los miembros de las 15 juntas comunales porteñas, a razón de tres comunas por día.
Con todo este movimiento se recupera, momentáneamente, algo esencial que los programas políticos de la TV abandonaron ya hace muchos años: el intercambio de opiniones contrastantes. Bienvenido, aunque sea fugaz, este repentino auge de enfrentar personalidades, ideologías y propuestas en un mismo tiempo y lugar.
Una pena que no sea lo habitual.
Sucede desde hace tiempo algo muy peculiar: por un lado, el sobredimensionamiento del espectro de señales de noticias y, por el otro, la obsesión por un monotema: el acontecer político, con marcada fijación hacia los escándalos, los hechos de corrupción y las declaraciones altisonantes. Pero la mayor rareza, que hemos terminado por naturalizar, es que los representantes de ideologías antagónicas raramente se cruzan. Prefieren repartirse por distintas emisoras que les garanticen que no serán atacados y que conversarán con comunicadores con los que tienen cierta afinidad y no los pondrán en apuros.
Desde la irrupción de las redes sociales en este siglo XXI, el público también se muestra reticente a prestar atención a aquellas pantallas que no avalan su propio sesgo confirmatorio y evitan exponerse a entrevistados y opiniones que puedan incomodarlos. Una anomalía más: en vez de actuar como sobrio mediador que facilite los consensos entre las distintas dirigencias, el periodista televisivo característico de este tiempo suele presentarse como un predicador poco equidistante o, peor aún, como un agitador que tira más nafta al fuego.
Tras el conflicto con el campo, en 2008, el kirchnerismo impartió la orden de boicotear a TN y les prohibió a sus dirigentes pisar sus estudios. A partir de ese momento, lentamente, los representantes de ideologías antagónicas se fueron encolumnando, sin mezclarse, en distintas señales. Eso empobreció el debate público, los eslóganes suplantaron las argumentaciones y la falta de ejercicio, cara a cara, del disenso volvió a la dirigencia cada vez más intolerante, porque a la distancia cualquiera es guapo.
En el pasado remoto, cuando la TV abierta reinaba en soledad había mayor diversidad temática que ahora. Con frecuencia, en los programas políticos compartían una misma mesa dirigentes con posiciones divergentes. En espacios como Derecho a réplica, Las dos campanas, Tiempo nuevo y Hora clave era moneda corriente la confrontación entre representantes de ideas contrapuestas. Desde luego que no faltaban momentos de gran fogosidad, pero las formalidades y las normas de convivencia prevalecían y algo finalmente se sacaba en limpio.
Pero cuando la chicana, la denuncia, la difamación y la interrupción constante ocupan todo el escenario, la conversación se vuelve nula. Se deja de lado la búsqueda de consensos y, en su lugar, solo se procura fogonear las discusiones y el desencuentro. Así se cierran las puertas de cualquier diálogo posible, que es la mejor forma para no encontrarles nunca ninguna solución a los problemas. Todo se limita a un agotador sinfín de reproches sin remate.
Los debates presidenciales –que arrancan en 1960 en los Estados Unidos– procuran neutralizar especialmente ese tipo de excesos y repartir el tiempo entre los candidatos en forma salomónica. Los periodistas que coordinan estos encuentros deben ser escuetos y meros custodios de que las reglas se cumplan.
Producto de la profundidad de la grieta que divide a la clase política y a la sociedad, más que las propuestas propiamente dichas, en los debates campean los golpes por debajo de la cintura. Sería un milagro que no se repitan esta noche.
Los debates no modifican a aquellos que ya tienen una posición tomada, pero sí pueden influir particularmente sobre los indecisos. Son dispositivos que apuntan a la emoción más que a la razón.
Para la audiencia, es el mejor momento para medir qué tan cuerdos son los candidatos. Nos toca a los televidentes evaluar sus aptitudes, ver cómo nos caen y si nos resultan creíbles. Si saben controlarse y presentan planes concretos, no vaguedades. Cualquier paso en falso puede significar una sangría de votos.
Hoy confrontarán los candidatos presidenciales en una TV en la que los políticos suelen segmentarse por canales

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