Pérez-Reverte
“La Real Academia se está impregnando de la cobardía de esta época”
Laura Ventura.“No estoy en el mundo para hacerlo mejor, estoy para contar historias”, dice Pérez-Reverte
MADRID.– Escena de la vida real: dos hombres de elegante traje se acercan con estilo señorial hacia él. La entrevista, realizada en el mítico Hotel Palace, se interrumpe. Le dan la bienvenida y lo saludan con la complicidad de tres décadas de relación, sin perder las formas. Conversan sobre sus vacaciones, sobre algún restaurante que han visitado con la familia, y le reiteran que están encantados con su presencia. Arturo Pérez-Reverte (1951) regresa con El problema final (Alfaguara), una novela que reflexiona sobre los límites entre la ficción y la realidad, sus puentes y espejos, un homenaje al policial clásico, al cine de su juventud y también a su padre.
Policial clásico
El problema final
Editorial: alfaguara Páginas: 328 Precio: $10.699
Los televisores de los colectivos de Madrid anuncian el lanzamiento de la nueva novela de Pérez-Reverte, que en menos de una semana vendió en España 20.000 ejemplares. En la Argentina, llega hoy a las librerías. El problema final está ambientada en 1960 en la ficticia isla de Utakos, frente a Corfú. El escritor se inspiró en el actor Basil Rathbone, quien interpretó a Sherlock Holmes en quince ocasiones, y también en su padre. Es una reflexión sobre aquello que nos enseña la ficción. Una tormenta aísla en una pequeña isla, donde se encuentra enclavado un lujoso hotel, a nueve personas de distintas nacionalidades y profesiones. Un crimen ocurrirá y los huéspedes le exigirán al actor veterano que ha interpretado a Sherlock Holmes en el cine que oficie como detective, que aplique su lógica y experiencia en su lectura y composición del personaje, para resolver el crimen. Pérez-Reverte plantea una novela que explora el territorio y la arquitectura del enigma de la habitación cerrada, el mismo que signó el origen del género con Los crímenes de la calle Morgue, de Edgar Allan Poe.
“Lafronteraentreficciónyrealidad se diluye, no está clara, es gris. Quería escribir sobre la gente que vive en el mundo de la ficción, novelistas, músicos, actores, que a veces pueden verse del otro lado de la línea. En el policial hay dos niveles: la novela convencional, que tiene un enigma que el lector normal lee y disfruta; aquel donde el lector acepta un juego de inteligencia que más que buscar quién es el asesino va a ver cómo se plantea el enigma. Aquí apuntaba”.
–Una pregunta que se les suele hacer a los novelistas es si, al comenzar una historia, saben cómo va a finalizar o si se dejan llevar con el discurrir de las páginas. Usted revela lo contrario y destaca el valor del género negro: cómo el autor desde el crimen desanda hasta la pesquisa y el esclarecimiento.
–Tenía una intención clara. En este momento hay una inundación de novela negra, una saturación. Hay buenas y malas, pero hay un exceso. La novela policial, o novela problema, aparece en el siglo XIX. Luego aparece la novela sucia, del detective corrupto, donde el asesino es el protagonista, con Chandler, Hammett y Simenon. También se satura y vienen luego las novelas de espías. Te he resumido algo que tiene muchos siglos, que incluso encontramos en la Biblia o en Edipo, cuando se plantea la resolución de enigmas. ¿Es posible rescatar la primera novela policial para un público de ahora que ya ha leído todo y tantas novelas? ¿Es posible que disfrute? Ahí hay un problema técnico importante. Yo no puedo imitar a Arthur Conan Doyle ni a Agatha Christie. El público actual lo rechazaría. Tengo que utilizar lo que el lector sabe, con la forma canónica antigua, pero con el contenido moderno o incluso posmoderno. El que ha leído muchos policiales tiene que ser víctima de lo que él mismo sabe, que caiga en sus propias trampas tendidas por su imaginación.
–¿La decisión de ambientar la novela en la década del 60 del siglo XX tiene que ver con su necesidad de alejar la trama del uso de cierta tecnología, como los celulares?
–En mi novela no encontrarás un teléfono móvil. Eso del hacker que resuelve nunca. Si utilizo elementos modernos, me salgo del canon, que termina en el año sesenta. Hasta ahí llega la novela de Agatha Christie. Además, necesitaba que un actor hubiese vivido la Segunda Guerra Mundial. Hay gente elegante, que usa sombrero, que se trata de usted, que fuma de determinada manera. Yo esa época la viví. He tomado mucho de mi padre para el protagonista, Ormond Basil.
–En su libro La traducción del mundo, Juan Gabriel Vásquez dice que la historia y el periodismo son insuficientes para comprender la realidad, que necesitamos de la ficción. ¿Está de acuerdo?
–Estoy de acuerdo con él, por quien además tengo un gran aprecio: no son suficientes, pero son imprescindibles. La ficción ayuda, pero hay un peligro en los últimos tiempos: se ha abusado de la ficción. Hay muchos novelistas sin formación histórica o escasamente cualificados. Se han inundado las librerías con ficciones que tapan otras, como Los tres mosqueteros o Yo, Claudio. Hoy hay callejones sin salida: los lectores no siguen leyendo sobre un tema que les interesa ni investigando sobre aquello que acaban de leer. Lo que importa es lo último que se publica. Los lectores están desorientados.
–“Los crímenes en la vida real son más fáciles de resolver en la vida real que en la ficción”, escribe en la novela.
–En la vida real matas por despecho, por accidente. En la novela, matas por intelecto, y eso es mucho más complicado.
–El protagonista es consciente de su fama. No reniega de ella. A partir de esa reputación se le exige cierta responsabilidad. ¿Usted la siente como intelectual?
–No. Yo no estoy en el mundo para hacerlo mejor. Estoy para contar historias. Que el mundo sea mejor o peor no me afecta en lo profesional ni en lo personal, sí en lo moral. Mis novelas quieren entretener, divertir, hacer pensar, seducir. Como autor conocido, hay cosas que ya no puedo hacer.
–¿Cuáles?
–No me puedo pegar con un tipo en la calle o emborracharme en un bar, como hacía cuando era reportero. Tengo cuidado, pero no por miedo, sino porque tengo unos amigos, que son mis lectores, a los que no puedo decepcionar con conductas estúpidas o vulgares. Ese es mi límite.
–Como miembro de la Real Academia Española, ¿tiene alguna iniciativa específica desde este cargo que ocupa?
–Las he tenido, pero ya no. La Academia se está impregnando de la cobardía de los últimos tiempos. Por miedo a la presión social, calla demasiado a menudo, no se atreve a plantar cara a determinadas exigencias de la sociedad. Esa dejadez de la Academia Española y de otras academias a la hora de señalar y decir que algo se está haciendo mal no me gusta. No quieren complicarse la vida ni enfrentarse a la sociedad. Cada vez me siento menos vinculado con muchas decisiones de la Academia, incluso hay normas de la Academia que no respeto a la hora de escribir.
–En sus novelas suele haber, si no un héroe, un líder con mucho carisma. En los últimos años van surgiendo líderes carismáticos…
–Siempre, en todos los momentos de crisis, en los desastres, la gente tiene mecanismos normales para sobrevivir, por eso aparecen los líderes que le aseguran que la ayudarán a salir del atolladero, que la hacen sentir protegida. Somos todos iguales hasta que aparecen las crisis. El problema es que muchas veces en las crisis el que toma el liderazgo no es el más inteligente: es el más bruto. Eso nos ha llevado a lugares muy peligrosos. Como decía Larra: “Dios nos libre de caer en manos de héroes”.
–Surgen líderes en distintos países, algunos mesiánicos. ¿Le preocupa esta ola?
–Mira, a mi edad me preocupan muy pocas cosas. Toda mi vida he intentado criticar, señalar, apoyar. Pero tengo una edad y ya no sé lo que me queda de vida. Con los años he aprendido que la gente tiene lo que quiere tener, bueno o malo. Los falsos profetas son el resultado de nosotros mismos. Lo peligroso es que te mate la compasión: el ser humano se golpea con la misma pared mil veces, por estupidez, por fanatismo,
–Destaca mucho el tema de su edad. ¿Cómo vive este presente?
–Me atrinchero en mi reducto, con libros, con amigos. No intento cambiar el mundo a mejor, sino que intento tener una parcela de mi vida, de mis libros, de mi biblioteca que me permita vivir apaciblemente. En un mundo que cada vez me gusta menos, creo mi mundo propio.
MADRID.– Escena de la vida real: dos hombres de elegante traje se acercan con estilo señorial hacia él. La entrevista, realizada en el mítico Hotel Palace, se interrumpe. Le dan la bienvenida y lo saludan con la complicidad de tres décadas de relación, sin perder las formas. Conversan sobre sus vacaciones, sobre algún restaurante que han visitado con la familia, y le reiteran que están encantados con su presencia. Arturo Pérez-Reverte (1951) regresa con El problema final (Alfaguara), una novela que reflexiona sobre los límites entre la ficción y la realidad, sus puentes y espejos, un homenaje al policial clásico, al cine de su juventud y también a su padre.
Policial clásico
El problema final
Editorial: alfaguara Páginas: 328 Precio: $10.699
Los televisores de los colectivos de Madrid anuncian el lanzamiento de la nueva novela de Pérez-Reverte, que en menos de una semana vendió en España 20.000 ejemplares. En la Argentina, llega hoy a las librerías. El problema final está ambientada en 1960 en la ficticia isla de Utakos, frente a Corfú. El escritor se inspiró en el actor Basil Rathbone, quien interpretó a Sherlock Holmes en quince ocasiones, y también en su padre. Es una reflexión sobre aquello que nos enseña la ficción. Una tormenta aísla en una pequeña isla, donde se encuentra enclavado un lujoso hotel, a nueve personas de distintas nacionalidades y profesiones. Un crimen ocurrirá y los huéspedes le exigirán al actor veterano que ha interpretado a Sherlock Holmes en el cine que oficie como detective, que aplique su lógica y experiencia en su lectura y composición del personaje, para resolver el crimen. Pérez-Reverte plantea una novela que explora el territorio y la arquitectura del enigma de la habitación cerrada, el mismo que signó el origen del género con Los crímenes de la calle Morgue, de Edgar Allan Poe.
“Lafronteraentreficciónyrealidad se diluye, no está clara, es gris. Quería escribir sobre la gente que vive en el mundo de la ficción, novelistas, músicos, actores, que a veces pueden verse del otro lado de la línea. En el policial hay dos niveles: la novela convencional, que tiene un enigma que el lector normal lee y disfruta; aquel donde el lector acepta un juego de inteligencia que más que buscar quién es el asesino va a ver cómo se plantea el enigma. Aquí apuntaba”.
–Una pregunta que se les suele hacer a los novelistas es si, al comenzar una historia, saben cómo va a finalizar o si se dejan llevar con el discurrir de las páginas. Usted revela lo contrario y destaca el valor del género negro: cómo el autor desde el crimen desanda hasta la pesquisa y el esclarecimiento.
–Tenía una intención clara. En este momento hay una inundación de novela negra, una saturación. Hay buenas y malas, pero hay un exceso. La novela policial, o novela problema, aparece en el siglo XIX. Luego aparece la novela sucia, del detective corrupto, donde el asesino es el protagonista, con Chandler, Hammett y Simenon. También se satura y vienen luego las novelas de espías. Te he resumido algo que tiene muchos siglos, que incluso encontramos en la Biblia o en Edipo, cuando se plantea la resolución de enigmas. ¿Es posible rescatar la primera novela policial para un público de ahora que ya ha leído todo y tantas novelas? ¿Es posible que disfrute? Ahí hay un problema técnico importante. Yo no puedo imitar a Arthur Conan Doyle ni a Agatha Christie. El público actual lo rechazaría. Tengo que utilizar lo que el lector sabe, con la forma canónica antigua, pero con el contenido moderno o incluso posmoderno. El que ha leído muchos policiales tiene que ser víctima de lo que él mismo sabe, que caiga en sus propias trampas tendidas por su imaginación.
–¿La decisión de ambientar la novela en la década del 60 del siglo XX tiene que ver con su necesidad de alejar la trama del uso de cierta tecnología, como los celulares?
–En mi novela no encontrarás un teléfono móvil. Eso del hacker que resuelve nunca. Si utilizo elementos modernos, me salgo del canon, que termina en el año sesenta. Hasta ahí llega la novela de Agatha Christie. Además, necesitaba que un actor hubiese vivido la Segunda Guerra Mundial. Hay gente elegante, que usa sombrero, que se trata de usted, que fuma de determinada manera. Yo esa época la viví. He tomado mucho de mi padre para el protagonista, Ormond Basil.
–En su libro La traducción del mundo, Juan Gabriel Vásquez dice que la historia y el periodismo son insuficientes para comprender la realidad, que necesitamos de la ficción. ¿Está de acuerdo?
–Estoy de acuerdo con él, por quien además tengo un gran aprecio: no son suficientes, pero son imprescindibles. La ficción ayuda, pero hay un peligro en los últimos tiempos: se ha abusado de la ficción. Hay muchos novelistas sin formación histórica o escasamente cualificados. Se han inundado las librerías con ficciones que tapan otras, como Los tres mosqueteros o Yo, Claudio. Hoy hay callejones sin salida: los lectores no siguen leyendo sobre un tema que les interesa ni investigando sobre aquello que acaban de leer. Lo que importa es lo último que se publica. Los lectores están desorientados.
–“Los crímenes en la vida real son más fáciles de resolver en la vida real que en la ficción”, escribe en la novela.
–En la vida real matas por despecho, por accidente. En la novela, matas por intelecto, y eso es mucho más complicado.
–El protagonista es consciente de su fama. No reniega de ella. A partir de esa reputación se le exige cierta responsabilidad. ¿Usted la siente como intelectual?
–No. Yo no estoy en el mundo para hacerlo mejor. Estoy para contar historias. Que el mundo sea mejor o peor no me afecta en lo profesional ni en lo personal, sí en lo moral. Mis novelas quieren entretener, divertir, hacer pensar, seducir. Como autor conocido, hay cosas que ya no puedo hacer.
–¿Cuáles?
–No me puedo pegar con un tipo en la calle o emborracharme en un bar, como hacía cuando era reportero. Tengo cuidado, pero no por miedo, sino porque tengo unos amigos, que son mis lectores, a los que no puedo decepcionar con conductas estúpidas o vulgares. Ese es mi límite.
–Como miembro de la Real Academia Española, ¿tiene alguna iniciativa específica desde este cargo que ocupa?
–Las he tenido, pero ya no. La Academia se está impregnando de la cobardía de los últimos tiempos. Por miedo a la presión social, calla demasiado a menudo, no se atreve a plantar cara a determinadas exigencias de la sociedad. Esa dejadez de la Academia Española y de otras academias a la hora de señalar y decir que algo se está haciendo mal no me gusta. No quieren complicarse la vida ni enfrentarse a la sociedad. Cada vez me siento menos vinculado con muchas decisiones de la Academia, incluso hay normas de la Academia que no respeto a la hora de escribir.
–En sus novelas suele haber, si no un héroe, un líder con mucho carisma. En los últimos años van surgiendo líderes carismáticos…
–Siempre, en todos los momentos de crisis, en los desastres, la gente tiene mecanismos normales para sobrevivir, por eso aparecen los líderes que le aseguran que la ayudarán a salir del atolladero, que la hacen sentir protegida. Somos todos iguales hasta que aparecen las crisis. El problema es que muchas veces en las crisis el que toma el liderazgo no es el más inteligente: es el más bruto. Eso nos ha llevado a lugares muy peligrosos. Como decía Larra: “Dios nos libre de caer en manos de héroes”.
–Surgen líderes en distintos países, algunos mesiánicos. ¿Le preocupa esta ola?
–Mira, a mi edad me preocupan muy pocas cosas. Toda mi vida he intentado criticar, señalar, apoyar. Pero tengo una edad y ya no sé lo que me queda de vida. Con los años he aprendido que la gente tiene lo que quiere tener, bueno o malo. Los falsos profetas son el resultado de nosotros mismos. Lo peligroso es que te mate la compasión: el ser humano se golpea con la misma pared mil veces, por estupidez, por fanatismo,
–Destaca mucho el tema de su edad. ¿Cómo vive este presente?
–Me atrinchero en mi reducto, con libros, con amigos. No intento cambiar el mundo a mejor, sino que intento tener una parcela de mi vida, de mis libros, de mi biblioteca que me permita vivir apaciblemente. En un mundo que cada vez me gusta menos, creo mi mundo propio.
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