El gobierno de Milei tiene rostro
Loris Zanatta
Cien días después, terminada la luna de miel, el gobierno de Milei tiene rostro. El rostro de un animal político menos exótico de lo que parecía a primera vista. De “austríaco”, nada, cien por cien argentino. Normal: cada uno hace historia con los materiales de su pasado. Pero ¿qué rostro? Se diría que Milei quiere parecerse a Menem gobernando como Kirchner. De gustibus... Pero al menos aclara un malentendido: si en la historia argentina existe un vago clivaje ético y cultural entre los universos peronista y liberal democrático, Milei se ubica de pies a cabeza en el primero. El del “peronismo liberal”, si existe tal cosa. Mejor sería llamarlo “liberalismo à la peronista”; algo así como los “spaghetti a la boloñesa”, un invento desconocido en Bolonia.
Que aspiraba a emular a Menem era previsible y varios lo predijimos: no hacía falta ser profeta. Tampoco lo ocultó. Menem es el único presidente del siglo XX en su personalísimo “salón de los próceres”. Un condenado por contrabando de armas y sobresueldos. No estoy seguro de que varios de los que están en ese panteón se sentirían cómodos a su lado. Los que votaron a Milei para “limpiar” hagan cuentas: la corrupción, parece obvio, no es su prioridad. Claro: desaparecerá por encanto junto con el “Estado delincuente”. Suena optimista.
Muchos piensan que emular a Menem es solo “liberalizar la economía”. Noble aspiración. Pero memoria selectiva. Mientras tanto, a la espera de que el Estado desaparezca, Milei dispone de él como cosa propia. Más que un liberalista british, se diría un patrimonialista spanish: hace y deshace, nombra y despide, lo útil y lo inútil, lo que está bien y lo que está mal. Da igual. Se cree Thatcher pero actúa como Chávez. El Estado limitado debería empezar por la autolimitación de quienes lo administran.
De ninguna manera. ¡Muerte a la Argentina corporativa!, truena. Mañana, tal vez. Mientras tanto, la cultiva, coloca clientes y busca leales. Los académicos lo llaman “circulación de élites”. Traducido: Milei sustituye por su casta a la vieja. Si hace falta, poniendo camisetas nuevas a caras conocidas: “transformismo”, se llama. El caso Lijo es solo el más flagrante; ya se había percibido con el Papa y los sindicatos. Entre gritos y humo, toma forma la “comunidad organizada” mileiana. Solo no tolera el Parlamento, demasiado democrático.
Huelga decir que todo acuerdo tiene un precio; todo apoyo, un costo. ¿Cuál? A saber. Unos ganarán impunidad; otros, un régimen fiscal especial; otros, una cruzada contra el aborto; otros, la reivindicación de la dictadura, nada que ver con la sacrosanta “memoria completa”. Como con Menem. Familismo incluido, amiguismo a raudales: donde antes reinaban marido y mujer, hoy reinan hermano y hermana; donde uno espera un consejo de ministros, aparece un misterioso “círculo rojo”. ¿Cómo será que en la Argentina siempre aparece un superpoder esotérico caído por fuera de las instituciones, una Eva Perón, un López Rega? La república, humillada.
Hasta aquí, Milei y Menem. Pero ¿Milei y Kirchner? ¡Están en las antípodas! “No pasa una semana –escribía Mariano Grondona hace 20 años– sin que el presidente dé curso a una o varias agresiones”. Y luego: “Vive cada episodio de nuestra competencia democrática como si estuviera en medio de una lucha a muerte”. Conclusión: “Esta versión belicista de la política es incompatible con la democracia”. Se refería a Kirchner. ¿No le queda a Milei como un guante?
Sin embargo, muchos de los que en su momento maldijeron al primero aplauden hoy al segundo, del mismo modo que muchos de los que increpan a Milei aplaudieron a Kirchner. ¿Coherencia? Qué más da. No es cuestión de ética, sino de pertenencia: “Al amigo todo, al enemigo ni justicia”. Lo que nos recuerda lo que debería ser obvio, pero no lo es: que el problema no son los gobernantes, sino la conciencia civil de los gobernados. ¿Dónde está el ciudadano cuando perdona a los suyos lo que imputa a los demás? ¿Dónde está la polis cuando la tribu absorbe al individuo, el pueblo a la persona?
Cháchara, dicen, lo que cuenta es la economía. Lo pensaba Kirchner, lidiando con el legado de Menem; está convencido Milei, lidiando con el legado aún peor de Kirchner. Una vez arreglada la economía, todo lo demás se arregla. ¿Seguro? ¿Y si el problema fuera “lo demás”? ¿La cultura política? ¿La práctica institucional? La economía mejorará, la terapia de shock dará sus frutos. Salvo que se pelee también consigo mismo, Milei tendrá su “corta vida feliz”, como Menem, como Kirchner. Pero se engaña si cree edificar algo estable a golpes de patrimonialismo institucional e intolerancia ideológica. La venganza se desatará a la menor ráfaga de viento, y los que hoy lo idolatran exigirán su cabellera como las de Menem y Kirchner fueron exigidas por muchos que los habían idolatrado.
Alguien dijo de Milei que es un “peronista asintomático”. ¡Bingo! Tres meses después, los síntomas son evidentes; el diagnóstico, inevitable: no hay nada más parecido al peronismo de “izquierdas” que el peronismo de “derechas”. Y viceversa. Se complementan, como medias manzanas. En cada cambio de estación, muchos cambian de uno a otro, como cambian de vagón sabiendo que siempre van en el mismo tren: liberalismo económico sin liberalismo político, unanimismo y caudillismo. A los no peronistas les queda el mal menor. Y la duda: ¿será tan “menor”?
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Malasia, entre Estados Unidos y China
Patricio Carmody
Como varios países del sudeste asiático, Malasia resiste las constantes y fuertes presiones a alinearse con una de las dos superpotencias: EE.UU. o China. Esta excolonia británica y miembro fundador de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean) considera que ambas potencias deben jugar un rol constructivo en la región, y no cree que su confrontación deba ser un juego de suma cero en su zona. Es importante para la Argentina comprender la posición de Malasia, que ya es un importante destino para nuestras exportaciones y cuyas empresas –como Petronas– ya invierten en proyectos importantes en nuestro suelo.
EE.UU. se define como una presencia benigna en la región, ofreciendo seguridad militar y habiendo asegurado el libre tráfico marítimo por décadas. Esa presencia es apreciada por Malasia, a la que no le gustaría tener a China como el hegemón en el Asia Pacífico. Washington se presenta como defensor de los valores del orden liberal internacional –que tanto benefició a Malasia– y de sus normas y reglas. A su vez, EE.UU. es el principal inversor en Malasia y su tercer socio comercial. En lo político, Washington es sensible a las realidades políticas del sudeste asiático y se cuida de criticar a los diversos regímenes políticos de la región, que incluyen democracias, monarquías y gobiernos autoritarios.
China presenta su ascenso como benigno, generando oportunidades económicas y de desarrollo para la región y para Malasia en particular, contenidas en la visión presentada por Xi Jinping de una comunidad malayo-china para un futuro en común. China es el principal socio comercial y el cuarto inversor en Malasia. Pekín presenta también la idea de un hogar en común, sin preseny cia de potencias extranjeras como EE.UU. Temiendo que este escenario lleve a convertir a Malasia en parte de una esfera de influencia china, Kuala Lumpur valora la presencia regional norteamericana. Pero Malasia no acepta críticas a su relación con Pekín. El primer ministro Anwar Ibrahim declaró recientemente en Melbourne, durante una reunión entre Asean y Australia: “Mientras seguimos siendo un amigo importante de EE.UU., de Europa y de Australia, no deberían impedirnos tener relaciones amistosas con un vecino importante, como China”. Y también: “No tenemos un problema con China”.
Respecto del llamado orden liberal internacional, Malasia está de acuerdo en mantenerlo, ya que la beneficia. Pero considera que el enfoque “liberal” debe tener más en cuenta cómo actúan los países en este orden internacional –en su interacción externa con otros con las organizaciones internacionales–, y menos en el sistema político que adoptan internamente. Aunque Kuala Lumpur defiende los DD.HH. y la democracia representativa, le incomoda la diferenciación que hace EE.UU. entre democracias y autocracias, que puede ser potencialmente excluyente. Mientras Malasia reconoce el liderazgo de EE.UU. en construir el “orden liberal internacional”, no está plenamente comprometida con la primacía de Washington en ese orden. Para Kuala Lumpur, este orden debe funcionar independientemente de que el sistema político internacional sea unipolar, bipolar o multipolar. Resumiendo la posición de Malasia, Ibrahim, en su vista a China en abril de 2023, manifestó en el comunicado conjunto: “Malasia rechaza el enfrentamiento entre bloques, y se opone a ser forzada a tener que elegir uno de estos bloques”.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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