lunes, 29 de abril de 2024

ECONOMÍA


No quiero un dirigente que me resuelva la vida, sino uno que no me la complique
Ante los cambios, que ocurren inevitablemente, es importante saber cuáles son los incentivos correctos para que sean aceptados y hasta valorados; un factor importante para las personas y para los países es la capacidad de ahorro

Claudio Zuchovicki
La riqueza de un país reside en si sus instituciones incentivan el trabajo y la educación

Es un placer recibirlos nuevamente en este espacio. Esta semana mi propuesta es fomentar el debate sobre los incentivos para el cambio, sobre la importancia del ahorro como generador de riqueza futura y sobre la preocupante pérdida de calidad en los servicios que ofrecemos. Mantenemos la misión permanente de ser optimistas, pero no complacientes. Habemus superávit y eso es bueno, muy bueno, pero ahora viene lo más difícil: seducir a los inversores.
Dicen que los verdaderos optimistas no creen que todo saldrá bien (eso sería complacencia), sino que confían en que, con el tiempo, las probabilidades de un buen resultado están a favor de uno, incluso sabiendo que habrá contratiempos en el camino.
Comenzamos, entonces, marcando la necesidad de generar los incentivos correctos para abordar el cambio cultural que nuestro país necesita si el objetivo es brindar una mejor calidad de vida a la próxima generación
“Las personas no nos resistimos a los cambios, nos resistimos a ser cambiados”, sostuvo Peter Senge. Eso significa que no nos gusta que nos impongan cambios; ahí es donde realmente nos resistimos.
Las cosas cambian, nos guste o no, por lo que el punto crucial es cómo reaccionar al cambio y cómo asegurarnos de que nos beneficie o, al menos, no nos perjudique. Desde mi perspectiva, el cambio económico que nuestro país necesita radica en educar y convencer con los incentivos adecuados que impulsen el desarrollo y el progreso, rompiendo así el statu quo de aquellos que se aferran a sus privilegios sin desear cambios.
“Las cosas cambian, nos guste, o no. El punto crucial es cómo reaccionar al cambio y cómo asegurarnos de que nos beneficie o, al menos, no nos perjudique”
Recientemente leí una historia en un diario español que narraba las experiencias de un economista durante una visita que hizo en 1915 a un país en vías de desarrollo. En ese momento percibió a la mano de obra de ese país como barata y poco calificada. Sin embargo, la transformación posterior de ese país en una potencia económica demostró que la cultura de la eficiencia no está predeterminada en el ADN de las personas. Ese país era Japón.
La riqueza de un país reside en si sus instituciones incentivan el trabajo y la educación. ¿Ofrece un país seguridad jurídica que haga cumplir los contratos y proteja la propiedad privada? ¿O se enfrenta a problemas como la inflación, la delincuencia o la corrupción, que obstaculizan la creación de empresas y de empleo genuino? La gente se motiva a trabajar duro cuando ve oportunidades de inversión rentables y cuando se siente dueña de sus logros.
No hay incentivo para emprender en un país donde los gobernantes pueden interferir con la libertad de decisión de un emprendedor. La manera más eficiente de demostrar esto es observar la diferencia entre países vecinos en términos de división de poderes, institucionalidad y seguridad jurídica. Los ejemplos más claros los tenemos en Corea del Norte y Corea del Sur y entre la antigua Alemania Oriental y Occidental, o también en Haití y República Dominicana. Misma gente, misma tierra, resultados opuestos.
“La gente se motiva a trabajar duro cuando ve oportunidades de inversión rentables y cuando se siente dueña de sus logros”
En general, al ser humano le gusta trabajar y sentirse útil si ve que su esfuerzo se ve recompensado, si las riquezas que genera son distribuidas justamente y le permiten trabajar más hoy para descansar en un futuro, y si todos son tratados por igual.
Benjamín Franklin escribió: “Si quieres convencer, apela al interés y no a la razón” y también “los incentivos alimentan relatos que justifican las acciones y las creencias de las personas”. Dicho de otra manera: la gente hace caso a los incentivos, no a los consejos.
La capacidad de ahorrar
Mi segundo punto es el ahorro como la base del progreso futuro. Morgan Housel sostiene que el factor más importante en la creación de riqueza no es el ingreso, sino la capacidad de retrasar la gratificación. Argumenta que la capacidad de ahorrar e invertir para el futuro, en lugar de gastar dinero en necesidades y deseos inmediatos es la clave para acumular riqueza con el tiempo.
Muchas veces la riqueza se genera con los bienes que no se compran, como autos costosos, diamantes o relojes. La verdadera riqueza está en activos financieros que aún no se han convertido en bienes de consumo y se deprecian con el tiempo. Son ingresos no gastados
Todos sabemos que eventualmente enfrentaremos gastos enormes que no esperábamos y que no estaban planificados, porque no los esperábamos. Housel agrega: “¿Para qué estás ahorrando? ¿Para una casa? ¿Un viaje? ¿Un coche nuevo?” No, ninguno de esos. Estoy ahorrando para un futuro incierto.
“Todos sabemos que eventualmente enfrentaremos gastos enormes que no esperábamos y que no estaban planificados”
Si lo llevo a nivel macro, el ahorro fiscal termina siendo una medida de justicia social. El exceso de gasto presente condena al pago de estos a futuras generaciones. Siempre postergamos ordenar nuestras cuentas fiscales hasta que dejaron de financiarnos el contante descalabro. Hoy el superávit fiscal no es una opción, es una obligación.
La calidad de los servicios
Mi tercer y último punto es la calidad del servicio que ofrecemos. Para abordarlo, utilizaré la definición de “reduflación”, que consiste en reducir la cantidad del producto que se le vende al consumidor, manteniendo su precio. Es una práctica que se ha llevado a cabo desde hace décadas, pero que se ha sistematizado y sofisticado en los últimos años. Es dar menos por el mismo precio. Alguien alguna vez lo comparó con el colesterol, por ser un “asesino silencioso”.
Y su principal víctima es la economía, ya que no solo se da en la venta de envases con menos producto dentro, sino también en aerolíneas sin servicio de café, en obras sociales con cada vez más copagos, en universidades sin luz y en funcionarios que no funcionan.
Como dice mi bobe Ana, y supongo que la abuela de todos ustedes, siempre lo barato termina costando caro.
El propósito de esta nota es resaltar que es un motivo de celebración no tener déficit fiscal, que es un motivo de celebración lograr ahorrar y tener superávit fiscal, pero siempre pensando en reinvertirlo en infraestructura o en reducir impuestos, para mejorar la calidad de los productos y servicios que ofrecemos.
Siempre incentivando a nuestra gente a educarse y a esforzarse. Pero lo importante es que las personas perciban que ese sacrificio vale la pena, que serán los dueños de sus logros. Que estos no dependen de un gobernante, sino de su libertad de decisión.
Las buenas noticias son el resultado de la acumulación de esfuerzo, lo cual lleva tiempo, pero las malas se deben a una pérdida de confianza o a un error, cosas que pueden ocurrir en un abrir y cerrar de ojos.

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