domingo, 7 de abril de 2024

VIDA DIGITAL




El eterno retorno, TikTok y el zapping ochentoso, que se resiste a desaparecer
EL crecimiento de TikTok se disparó durante la pandemia. Lógico
El éxito de la plataforma china de videos verticales cortos tomó a los gigantes de Internet por sorpresa, copiaron su receta y no les fue mal; la cuestión es: ¿por qué nos hacemos adictos a recorrer contenidos sin detenernos seriamente nunca en ninguno?
Ariel Torres
Hace mucho tiempo, en una civilización muy lejana de la que quedan pocos restos arqueológicos, la población urbana, sobre todo en los países industrializados, podía pasarse horas haciendo algo llamado zapping. Decíamos que estábamos viendo TV, pero a medida que los canales se multiplicaron (eso fue con la llegada del videocable, en la década del ‘80) y la oferta empezó a degradarse, el televidente se repantigaba en un sofá y presionaba sin parar el botón para cambiar de canal en el control remoto de su televisor. Homero, pater familias disfuncional y personaje más citado de la serie animada The Simpsons, que se estrenó en aquellos años, aparecía a menudo haciendo zapping, en un guiño ingenioso y auto referencial acerca de un fenómeno que todavía seguimos sin comprender bien. Es decir: ¿por qué seguíamos dando vueltas por los 300 o 400 canales si ya habíamos probado en innumerables ocasiones que no había nada para ver?
Los Simpsons
Durante décadas tuvimos al zapping como una actividad marginal, de cierta forma anómala y fruto de la programación repetida, pobre, mil veces reciclada. ¿Era realmente así? A la vuelta de los años se me ocurre que quizás haya otra explicación.
Saltemos cuatro décadas al futuro. Durante la pandemia, y en lo que parecía la dominación final de Internet por parte de un puñado de colosos (Amazon, Apple, Facebook, Google, Netflix, entre otros) apareció TikTok y de pronto estaba creciendo más que cualquiera de las otras plataformas, lo que incluye a Instagram (o sea Facebook) y Twitter (ahora X, según Elon Musk). Hoy TikTok está en unos 900 millones de usuarios, se encuentra en el medio de la tensión entre Estados Unidos y China (TikTok es de la compañía ByteDance, de capitales chinos) y sus videos cortos verticales fueron copiados por Instagram, Facebook y YouTube, por citar a los tres más visibles.

El presidente estadounidense Joe Biden saluda al presidente chino Xi Jinping en Filoli Estate, en Woodside, California, el 15 de noviembre, antes de la conferencia de Cooperación Económica Asia-PacíficoDoug Mills - Pool The New York Times
Nunca llegué a engancharme con TikTok, lo confieso, pero en general nunca me engancho con los contenidos audiovisuales. Así que el sorprendente éxito de TikTok me tenía un poco desorientado. Varios conocidos me envían cada tanto uno de sus videos (mayormente recetas, perros listos, música y hacks domésticos que, mal vistos, son un accidente buscando cuándo ocurrir), y mi sensación es siempre la misma: ¿qué valor puede tener una receta resumida a toda velocidad en unos pocos segundos, sin cantidades, sin lista de ingredientes y que, si te olvidás de guardarlo, perderías irremediablemente en el amasijo de videos cortos de la plataforma en cuestión?
Un viaje
Este desconcierto se mantuvo así, aunque no libre de otros análisis que hoy dejaré de lado, hasta que me invitaron a dar una conferencia en Salta, y al día siguiente de la charla nos fuimos a Cafayate, una región que produce algunos de los vinos que más me gustan. No me siento un buen cronista de viajes, así que dejaré ese aspecto y me enfocaré en algo que pasó dentro de la combi.
El impresionante paisaje camino a Cafayate
Un par de asientos adelante, al otro lado del pasillo, un turista de unos 30 años, extranjero, que viajaba solo, hizo caso omiso del paisaje impresionante que nos acompañó durante los casi 200 kilómetros que median entre Salta capital y Cafayate y se la pasó mirando TikTok. No me habría llamado la atención, porque cada cual elige lo que tiene ganas de hacer en una combi. Pero hubo un detalle que me impresionó.
Este muchacho deslizaba los videos a toda velocidad, moviendo el dedo hacia arriba casi espasmódicamente, como en un automatismo incorporado que poco o nada tenía que ver con lo que aparecía en la pantalla. Cada tanto, se detenía en alguno, que podía mirar entero o no, pero me costaba entender cómo detectaba lo que podía ser de su interés y lo que no, por la velocidad a la que deslizaba el dedo. Por la distancia no llegué a advertir qué era lo que llamaba su atención, hasta que me di cuenta de algo más. Confinado dentro en una combi, aburrido, sin nada más para hacer (leer está fuera de discusión, al parecer) y tirado en un sofá, hacía lo mismo que otras personas en circunstancias semejantes venían haciendo desde hacía décadas. No estaba en realidad mirando nada. Estaba haciendo zapping.
Lo que me había confundido, y me temo que confunde a muchos influencers, es que, desde mi punto de vista, el contenido le importaba. Y no. El contenido no le importaba (a este turista en particular). Hace cuatro décadas era muy semejante (semejante no es igual), cuando, conscientes de que nunca íbamos a dar con nada más que las mismas películas, programas y series repetidos una y otra vez, nos entreteníamos con el “ya lo vi, ya lo vi, ya lo vi” de Homero, un deleite casi morboso de fingir que estábamos haciendo algo (mirar la tele), cuando en realidad estábamos perdiendo el tiempo patéticamente.
Lo que nos importaba entonces y lo que parece importar ahora es lo mismo: el eterno fluir de videos que no nos interesan, pero que cumplen una condición de lo más interesante: no sabemos qué va a salir cuando deslicemos el dedo hacia arriba. Puede ser el perro que se enoja si dejan de hacerle mimos, la receta de un pastel de kiwi, un accidente espantoso, cómo hacer pilates con una sandía o como freír una sandía y combinarla con pochoclo (no hagan esto en sus casas). El caso es que no lo sabemos. Como el zapping de antes, pero elevado a potencias demenciales, y dado que el cerebro tiende a hacerse adicto a las apuestas, TikTok es menos una plataforma de contenidos que una ruleta o una máquina tragamonedas. No sabemos qué va a salir a continuación y no podemos parar.
Una experiencia personal
En un momento me levanté a sacar algo de la mochila, y noté que una chica que iba sentada en los asientos de adelante, y cuyo teléfono ahora podía ver con claridad, estaba a haciendo exactamente lo mismo. Pasaba videos verticales a una velocidad pasmosa, más entretenida en no saber qué venía a continuación y, tal vez, en el acto de descartarlo (¿porque sobran peces en el mar?) que en los contenidos en sí.
Podría argumentarse, y sería cierto, que esto es pura especulación. Que no podía saber qué le pasaba por la cabeza a ese turista extranjero o a la chica del asiento de adelante. Excepto porque esta historia ocurrió en septiembre del año pasado y, luego de eso, intrigado, me puse a consumir estos contenidos. Pero no como hasta ahora, porque alguien me los enviaba, sino con las aplicaciones: Instagram, Facebook, TikTok. Perdí mucho tiempo y descubrí una larga lista de cosas; sobre todo, que gracias a Dios siguen existiendo los actores y los cineastas talentosos, porque lo que se ve en estas redes es muchas veces tan elemental y rústico que asusta. Dejando de lado que la calidad de esos contenidos es entre mediocre y paupérrima (como lo era la mayor parte de la programación del cable, aunque el cable nunca cayó tan bajo como TikTok), me di cuenta de que lo único que me mantenía pegado a la pantalla era saber que el show nunca iba a terminar y que no sabía que vendría a continuación.
Me duró poco y volví a escuchar música en Tidal, leer libros en papel y ver buenas películas allí donde uno pueda encontrarlas. Lo que descubrí en los contenidos propiamente dichos de TikTok, Facebook e Instagram da para un informe de 500 páginas. Como no es el lugar ni el momento, diré que en la eterna secuencia de videos hay absolutamente de todo. Desde stand up excelentes hasta algunas representaciones de tan mala calidad que uno se pregunta si eso es en serio o no (y lo peor es que tiene la pretensión de ser serio). Hay teorías conspirativas predicadas sin el menor sonrojo junto a clips del enorme Carl Sagan. Hay mentiras insolentes mezcladas con mensajes religiosos, con métodos para bajar de peso, con explicaciones (correctas) de la mecánica clásica, con curiosidades de la tabla periódica y con prácticas de educación física o de meditación.
Reliquias de un tiempo ido: los controles remotos marcaron una época; ahora podríamos estar replicando haciendo lo mismo que hace 40 años, pero con el celular
Estas líneas, supongo, podrían pasar por una crítica de esta clase de contenidos. De ningún modo. Hay cuentas excepcionales. Ya he citado varias en esta columna y en otras. No es el punto. Sin importar lo que salga de la pantallita, me encontré, como alguna vez hace muchos años, recorriendo contenidos (permítanme las bastardillas, dada la mescolanza a la que hice referencia arriba) sin poder parar. No tiene que ver con si los contenidos son buenos, malos, delirantes, cómicos, aburridos, patéticos, mal actuados, bien actuados o fantásticos. Tiene que ver con que es fácil hacerse adicto a TikTok, porque funciona como el zapping, pero a escala industrial. Con un adicional (o un agravante): los algoritmos detrás de estas plataformas aprenden rápido, aunque no siempre bien, qué nos llamó la atención. Incluso cuando eso no es lo que nos mantiene atados.
Por supuesto, todas estas consideraciones terminan interpelando el verdadero valor de que algo se viralice. A lo mejor, e insisto con que en todas estas plataformas hay material de valor, el que algo se viralice no necesariamente lo vuelve excelente ni lo convierte en noticia relevante. Ahora, además, este ecosistema está siendo intervenido por la inteligencia artificial. Prepárense para la postviralización.
Uno de los análisis pendientes es este: entre toneladas de material sin el más mínimo valor, encontré (todos hemos encontrado) verdaderas joyas. Son como NatGeo, History Channel o MTV en el escenario desértico del cable hace 30 o 40 años. La pregunta que uno no puede dejar de hacerse es si la presión del material berreta, pero viralizado, popularizado a fuerza de tocar resortes reptilianos de la psiquis, no terminará degradando las cuentas que publican videos de calidad. Ojalá que no. De verdad, ojalá que prevalezca lo mejor.
Cierto, el algoritmo de TikTok hoy premia a los que suben videos horizontales de 10 minutos, porque la plataforma se propone competir de manera más frontal con YouTube (que también tiene cortos verticales, dicho sea de paso). Pero la lógica de base de ambos servicios es esencialmente diferente. En mi experiencia, TikTok (y sus clones) son una nueva versión del zapping. Solo que, cuando el número de canales no es de 200 o 300, sino de cientos de millones, el zapping, como la tristeza, não tem fim. Y como decía mi bisabuela Manuela Torres, “mientras comes eso (se refería a algún alimento de mala calidad) no comes otra cosa”.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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