jueves, 30 de mayo de 2024

LENGUAJE Y EDITORIALES


¿Y si probamos con la ópera?
Desde las más variadas profesiones y oficios, en el mundo entero, la palabra es malversada; Occidente en general y la Argentina en particular padecen un síndrome de negación de la lógica aristotélica, que fue su columna vertebral, y no ven un inconveniente en la adhesión fervorosa a principios contradictorios entre sí
Carlos Manfroni
Luciano Pavarotti...Alfredo Sábat
Lord Selwyn Lloyd, cuatro veces ministro en Gran Bretaña, llegó un día a Nueva York y fue rodeado por reporteros. Para su sorpresa, uno de ellos le preguntó si tenía previsto visitar clubes nocturnos durante su estadía en la ciudad. Selwyn respondió con la habitual ironía británica: “¿Hay clubes nocturnos en Nueva York?”.
A la mañana siguiente, el periódico publicó un artículo que comenzaba así: “‘¿Hay clubes nocturnos en Nueva York?’. Esa fue la primera pregunta que hizo ayer el diplomático británico lord Selwyn cuando llegó a la ciudad…”.
El lenguaje se ha falsificado demasiado y demasiadas veces; tantas que ni siquiera podríamos tener un registro de ellas. Párrafos que se recortan, circunstancias que se omiten, frases traídas desde el pasado como si fueran recientes, silencios y cancelaciones sobre la verdad, y, muchas veces, la mentira lisa y llana. Desde las más variadas profesiones y oficios, en el mundo entero, la palabra es malversada.
Friedrich Nietzsche restaba valor a la palabra frente a la música, porque sostenía que el lenguaje es la representación de las apariencias, la expresión de la percepción de las cosas, mientras que la música es la voluntad pura, la sustancia más íntima de todo lo que existe, el elemento metafísico del mundo. Como hegeliano, inventó una oposición dialéctica entre la palabra y la música, probablemente para relegar así al olvido la Creación por medio del Verbo, la Palabra como principio y motor del universo. Es probablemente la fe en el carácter primigenio de la palabra lo que hace que en las naciones en las que todavía existe el temor de Dios resulte tan grave la mentira.
La oposición no es tal. La música penetra de manera espontánea en el espíritu, sin intermediarios y, si es buena, lo hace vibrar de emoción y lo eleva hacia estadios inimaginables. Es lo que ocurre, por ejemplo, con las marchas militares y la pasión patriótica, o con el canto gregoriano –totalmente formado por voces, sin instrumentos– y el sentimiento religioso.
Sin embargo, la prosa también tiene música, lo saben muy bien los escritores, que buscan el ritmo y la melodía de los párrafos para que su narración penetre hasta el alma de los lectores. Ni qué hablar de la poesía, que fue el medio de transmisión de los relatos a lo largo de miles de años. Los profesores ya no hacen estudiar a sus alumnos poesías de memoria, una práctica que despertaba el sentimiento épico y cultivaba la estética del lenguaje.
Podríamos sostener que, en todas estas expresiones, es la música, subyacente en las subidas y bajadas de la ola de las oraciones gramaticales, la que sigue dando carácter a la palabra. Pero no siempre. Pensemos en el maravilloso movimiento de flashmob, esa extraordinaria práctica con la que aparentes camareros y comensales en restaurantes, azafatas y pasajeros en aeropuertos y estaciones de trenes o, simplemente, visitantes de un shopping, irrumpen sorpresivamente con la entonación de arias de óperas famosas, para deleite del público real. Comienza alguno de ellos en un rincón en alta voz y todos vuelven la cabeza en busca del loco que se atrevió a sobresalir en medio de ese murmullo indefinido de las grandes concentraciones anónimas. Sigue inmediatamente otro desde un ángulo opuesto y ya todos advierten que les espera el regalo de un espectáculo sensacional del que ni siquiera imaginaban disfrutar. Finalmente, explota un coro compuesto por tantos miembros de lo que hasta entonces era una simple muchedumbre, que cada individuo de esa multitud amorfa adquiere la convicción de estar a punto de transformarse en un artista y despojarse súbitamente del anonimato que lo funde con la masa.
La ópera exalta la individualidad y el heroísmo. No solo la música le da belleza a la palabra. La palabra personifica la música y, la ópera, lo dice Nietzsche lamentablemente en tono crítico, concede al hombre “la virtud de un reconfortante tutelar contra el pesimismo”.
Recordemos ahora el “Va pensiero”, de la ópera Nabucco, una de las melodías más bellas que hayan sonado alguna vez sobre la Tierra. Mediante esa música coral, Giuseppe Verdi canta una oda a la libertad de los esclavos hebreos en Babilonia. ¿Sería lo mismo ese fragmento si solo consistiera en una composición instrumental? Pensemos en sus versos: “¡Oh, mi patria, tan bella y perdida…!”, o el momento en el que el coro estalla: “Arpa d’or dei fatidici vati…” (“Arpa de oro de los magníficos vates ¿por qué cuelgas silenciosa del sauce?”).
Otra vez  en el “Coro de los Peregrinos” de Tannhäuser, de Richard Wagner: “Con alegría te reencuentro, patria mía; con gozo saludo a los hermosos prados…”. canta un coro de hombres en alemán, al que Tannhäuser se une para pedir el perdón del papa por haber convivido en una cueva con la diosa Venus.
Y, así y todo, el elogio del patriotismo y del sentimiento colectivo ni por un momento abandona el eje de la iniciativa individual que la ópera reivindica recurrentemente. Recordemos ahora a Turandot, cuando la princesa de hielo, a pesar de su promesa, intenta descubrir el nombre del hombre que la pretende, para evitar casarse con él, para lo cual ordena a su pueblo no dormir hasta encontrarlo. Y, sobre el final, la respuesta del pretendiente que la desafía con el famoso canto “Nessun dorma” (nadie duerma), esa famosa aria que en nuestro tiempo tanto preocupó a Luciano Pavarotti, quien la cantó maravillosamente, y que finaliza con el anuncio de que al alba vencería.
La ópera es lo opuesto a la contracultura progresista de nuestra época, al feminismo radicalizado, al desprecio a la virilidad y a la femineidad, al resentimiento colectivo, a la socialización del fracaso, al descarte de la vida, a la pulsión por la muerte y al humor cool de la sonrisa pintada. El personaje de ópera estalla en carcajadas, arremete en un ataque de ira o llora amargamente por un amor perdido, pero es completamente ajeno a la pusilanimidad del narcicismo, al chisme barato o al intimismo abrumador de los divanes televisivos.
Occidente en general y la Argentina en particular padecen un síndrome de negación de la lógica aristotélica, que fue su columna vertebral, y no ven un inconveniente en la adhesión fervorosa a principios contradictorios entre sí. De ese modo, se puede sostener cualquier cosa mientras sirva a los fines de la contracultura, al desmembramiento de la familia, a la injuria a las fuerzas del orden y la defensa, a la inquisición sobre el sentido común, a la asfixia de los creadores de riqueza, al subsidio a los enemigos, a la defensa de los culpables y a la muerte de los inocentes.
¿Cuántas más veces habrá que repetir estas cosas cuando casi nadie escucha, cuando los pocos que oyen fingen sordera y los que acusan recibo responden con “los clubes nocturnos de Nueva York”?
La ópera es un símbolo y también algo más que eso. Lo que importa es advertir que la reposición del orden, tal como Platón lo concebía en la ciudad-Estado, requiere de la restauración de las potencias del alma y, en ese camino, el arte llega directamente a ella, sin pasar por los silogismos, en un tiempo en el que la lógica fue eliminada de los programas de estudio.

Autor de la novela La rebelión de la ópera (2023)

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El proyecto monetario de Milei
La mayor dificultad para concretar la competencia de monedas se encuentra en el plano fiscal; lograr el crecimiento es un desafío nada sencillo
El presidente Javier Milei esbozó recientemente el camino que se seguiría con la moneda. Como parte de una política de competencia de monedas, el eje de su propuesta consistiría en anular completamente la emisión de dinero. En lo inmediato, la prohibición alcanzaría la emisión para financiar el déficit fiscal. Luego abarcaría también las necesidades del Banco Central (BCRA) para sus pasivos remunerados y la compra de reservas.
Milei declaró que se propone enviar al Congreso un proyecto de ley para sancionar penalmente a los funcionarios que quiebren esa prohibición. Esta norma de sanidad monetaria viene siendo cumplida parcialmente. Se ha logrado que no sea el déficit el que la haga necesaria, pero sigue siendo requerida para el pago de intereses de la deuda del propio BCRA y adquirir dólares con el fin de recuperar reservas.
La emisión cero exigiría cerrar estos requerimientos o bien compensarlos con un mayor superávit fiscal equivalente. Está ayudando actualmente la reducción de la tasa de interés que aplica el BCRA, pero se estaría encontrando un límite al provocarse un desplazamiento de los depósitos en pesos hacia la compra de dólares financieros. La auspiciosa reducción de la brecha cambiaria se detuvo y sufrió una leve ampliación tras el último anuncio de una nueva baja de la tasa de interés. La disminución de esta brecha es una condición para salir del cepo sin que se produzca una devaluación que entorpezca la convergencia hacia la estabilidad. La salida del cepo forma parte del cursode acción anunciado por el Presidente.
Dentro de estas definiciones, el jefe del Estado agregó que si aumenta la demanda de pesos, los particulares tendrán que utilizar sus ahorros en dólares, ingresándolos al circuito monetario. De esa forma, si la economía creciera o mejorara la confianza y aumentara la monetización, habría una gradual dolarización. Siguiendo este proceso, según afirmó Milei, el Banco Central sería suprimido. La racionalización técnica de esta propuesta abre caminos alternativos para las medidas que pueden esperarse.
Mientras no se cancelen los pasivos remunerados del BCRA, el superávit fiscal financiero debería compensar el déficit cuasi fiscal para hacer posible la emisión cero. Sería también condición que el BCRA deje de intervenir en el mercado cambiario. En otras palabras, que haya libre flotación en un mercado único y libre de cambios. Siendo el propósito eliminar el BCRA, un paso lógico sería que ello suceda y que el Tesoro Nacional absorba la totalidad de sus activos y pasivos, quedando solo una superintendencia de entidades financieras, sin capacidad de emitir deuda ni de actuar como prestamista de última instancia ni desarrollar política monetaria.
Según anticipó el Presidente, la prohibición de emitir se mantendría aun en el caso de que por el crecimiento de la economía o por la mayor confianza aumentara la demanda de dinero. Esto implica renunciar al llamado señoreaje, permitiendo o alentando, como dijo Milei, que los particulares aporten sus dólares ahorrados para satisfacer la mayor necesidad de dinero. La dolarización se produciría gradualmente de esta forma, sin la necesidad de fondos públicos para una conversión forzada de la masa monetaria.
Producido este cambio, si en adelante el Tesoro, nuevo depositario de las reservas internacionales, quisiera aumentarlas,tendría que hacer uso del superávit fiscal y no de la emisión. La flotación cambiaria y la previsibilidad necesaria para los agentes económicos harían conveniente que se anticipe el programa de reservas,manteniendola potestad de actuar en forma transitoria y limitada en situaciones anómalas y excepcionales que puedan alterar el mercado de cambios.
En este esquema, el Estado debería estar habilitado para cobrar impuestos y pagar salarios,jubilaciones y cualquier otro gasto, ya sea en pesos o en dólares o en otra moneda de suficiente liquidez. Lo mismo valdría para el sector privado.La relación entre monedas sería la que resulte en un mercado verdaderamente único y libre de cambios en la fecha de pago. Los comercios y empresas deberían exponer sus precios en pesos o en dólares, indicando la fecha del dato informado. Tal como está estipulado en la reforma del Código Civil y Comercial incorporada al DNU 70/23, los contratos estipulados en una determinada moneda deberán ser cumplidos en la misma moneda, salvo otro acuerdo entre las partes. Esto debería valer también para los laborales. La tasa de interés sería la que determine el mercado para cada moneda. Se dejaría de lado el modus operandi de una tasa de política monetaria.
La mayor dificultad para concretar esta transformación del régimen monetario, que parece estar en la cabeza y la voluntad presidenciales, se encuentra en el plano fiscal. La salida del cepo implicaría resignar la recaudación del impuestoPAISsobrelacompradedivisas, que actualmente aporta alrededor de dos puntos del PBI y es un puntal del superávit fiscal. La reducción del gasto debería entrar de lleno en recortes genuinos y estructurales. Se debería retomar la recuperación de las tarifas, que actualmente se encuentra en un compás de espera privilegiando la reducción de la inflación.
Más que conveniente serán necesarias la sanción de la Ley Bases y la consolidación de la vigencia del DNU 70/23 para fortalecer la confianza e impulsar la recuperación de la actividad económica. La reforma monetaria no está incluida en estas normas y exigiría otras que probablemente ocasionen un intenso debate legislativo teñido de diferencias ideológicas y políticas. Lograr estabilidad y crecimiento es un desafío nada sencillo.


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Otra vez ganó la violencia
El fútbol argentino vivió el sábado último en Mendoza otra infame jornada, cuando a los siete minutos del segundo tiempo entre Godoy Cruz y San Lorenzo en el estadio Malvinas Argentinas, el árbitro Nazareno Arasa decretó la suspensión del encuentro por falta de garantías de seguridad.
Desde poco después de iniciado el cotejo, un minoritario grupo de hinchas de Godoy Cruz, mayoritariamente encapuchados, comenzó a arrojar desde una de las tribunas cabeceras objetos contundentes al campo de juego, con la intención de que el encuentro se suspendiese. Para lograr su cometido, destruyó inodoros de los baños del estadio para proveerse de elementos de cerámica que pudieron provocarles la muerte a jugadores y reporteros gráficos.
El objetivo de ese grupo de salvajes, según trascendió, era ganar notoriedad y efectuar una demostración de fuerza para tomar el liderazgo de la hinchada y controlar, así, los oscuros negocios que tristemente suelen manejar las barras bravas de nuestro fútbol; el narcomenudeo en las canchas, la reventa de entradas, la venta de merchandising ilegal y la actividad de los “trapitos”.
Se trata de una larga historia de violencia y de sangrientas luchas internas que derivaron en que quienes la noche del sábado se dedicaron a tirar piedras pugnen por el control de la tribuna local con otro sector que sería comandado por el llamado clan Aguilera, un grupo de hermanos del barrio La Gloria de Godoy Cruz, que tiene a dos de sus integrantes en prisión.
Fuera de esa espeluznante disputa de poder, ha sido llamativa la impericia policial para detener a un grupo relativamente pequeño de encapuchados que deberían ser condenados por intento de homicidio. No cabe otra figura penal para quienes pudieron haber provocado consecuencias letales.
Luego de una prolongada lluvia de proyectiles que cayeron sobre el campo de juego, los efectivos policiales solo atinaron a apostarse detrás de un arco con escudos para “proteger” de la pedrada a los futbolistas. Cuando, a poco de iniciado el segundo tiempo, las fuerzas del orden accedieron a la tribuna donde se hallaban los violentos, estos se dispersaron tras oír algunos balazos de goma. Desde otros sectores del estadio, los genuinos hinchas que pagaron su entrada para disfrutar de un espectáculo deportivo coreaban “Que se vayan todos, que no quede uno solo”. Y cuando parecía que los violentos se habían dado a la fuga, el árbitro decidió suspender el partido. Finalmente, se fueron todos y ganaron los violentos.
Es de esperar que la Justicia condene como se debe a todos los delincuentes que, pese a actuar con el rostro cubierto, no deberían tardar en ser identificados y se tomen las medidas para que esta clase de individuos no vuelvan a los estadios y estén donde deben estar: en la cárcel.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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