Enrique Llamas de Madariaga: el vaticinio de su tío, su amistad con Borges, su secuestro y la nota que no pudo ser
Enrique Llamas de Madariaga vive hace quince años en Punta del Este
Hace quince años se mudó a Uruguay luego de dos hechos de inseguridad; aquí recorre sus inicios, las notas que más disfrutó, el día que lo secuestraron y su historia de amor con su colega Denise Pessana
Liliana Podestá
Enrique Llamas de Madariaga tenía 17 años y estudiaba Derecho en la Universidad de Buenos Aires cuando su tío abuelo, el escritor español Salvador de Madariaga, adivinó que su destino era otro. “Serás periodista, porque te gustan las historias profundas pero breves, y mañana saltás a otro tema”, le dijo. Tuvo razón. Al poco tiempo, Llamas de Madariaga abandonó Derecho y empezó a trabajar como periodista. Por ese entonces, la carrera no se estudiaba y aprendió en la calle, como todos los colegas de su generación. Fue el secretario de redacción más joven de Clarín, a los 22 años, y luego pasó por las redacciones del diario La Razón, y las de las revistas Primera Plana, Mercado y Siete Días.
En 1976 estuvo desaparecido por un día, lo torturaron, lo mandaron a terapia intensiva por unas cuantas semanas y le advirtieron que no escribiera más. Hizo caso. Al poco tiempo tuvo su oportunidad en TV y recorrió el mundo con Videoshow. Después condujo varios noticieros y programas de investigación, entre ellos Si yo fuera presidente por 24 horas, Las 20 en Llamas, Periodismo puro, Parece que fue ayer. Su último trabajo en el país fue en Radio Rivadavia: desde hace quince años vive en Punta del Este, Uruguay, donde decidió emigrar luego de dos hechos de inseguridad que sufrió junto a su pareja, la también periodista Denise Pessana.
En una charla íntima Enrique Llamas de Madariaga recorrió su historia, habló de su profunda amistad con Jorge Luis Borges, contó cuál fue su mejor nota y a qué personaje le hubiera gustado entrevistar y por qué no pudo. También habló de su historia de amor con Pessana, que dio mucho que hablar por la diferencia de edad: él le lleva 30 años. Hace un año y medio que ya no trabaja porque algunos problemas de salud lo forzaron “a bajar un cambio”. Pero sigue levantándose a las 6 de la mañana para leer los diarios, que a veces suman cuarenta. “Hasta hace un año y poco hacia radio, pero ya no. Cosas que pasan. Me pusieron un marcapasos, tuve una serie de problemas de salud y el médico me dijo ‘Ya tenés edad para tomarlo con calma’. Tuve que hacerle caso. A veces me piden notas de opinión, o me hacen notas y me preguntan cómo se vive acá, porque para ver mejor la foto hay que salir de la foto. A veces veo mejor la Argentina fuera de la foto que dentro, con las urgencias del día a día. Me preguntan mucho sobre la política en Uruguay, que es tan envidiable… El Frente Amplio y el Frente que se armó entre Colorados y Blancos hicieron sus cierres de campaña prácticamente a la misma hora, en la rambla. Cuando terminaron, yo, argentino típico, pensé ‘La que se va a armar’. Y en la desconcentración se encontraron y todos cantaron el himno. Me emocionó, me pareció maravilloso”, cuenta el periodista que está seguro, nunca dejará de serlo.
“Termino de leer los diarios alrededor de las 10.30 de la mañana. Es una pasión de la que no puedo desprenderme. Este es un oficio que se lleva permanentemente porque es como decía (Félix Hipólito) Laíño, ese gran maestro del periodismo, que mientras tengas curiosidad y asombro vas por seguir siendo periodista. Y yo sigo teniendo emoción y asombro. Y leo mucho, vuelvo a releer cosas muy viejas, soy muy clásico. Ahora estoy leyendo a Paul Auster, a quien conocía poco. Escribe maravillosamente y tiene una pluma excelente, pero me deja insatisfecho, igual que esa nueva camada de los japoneses. Prefiero los clásicos, y vuelvo a (Francisco de) Quevedo y a mi amigo Borges. Y lo digo porque lo dijo él en televisión”.
“Termino de leer los diarios alrededor de las 10.30 de la mañana. Es una pasión de la que no puedo desprenderme. Este es un oficio que se lleva permanentemente porque es como decía (Félix Hipólito) Laíño, ese gran maestro del periodismo, que mientras tengas curiosidad y asombro vas a seguir siendo periodista. Y yo sigo teniendo emoción y asombro", explica Llamas sobre su rutina en Punta del Este
–Fuiste amigo de Borges y de Ernesto Sabato, ¿cómo nació la amistad?
–Más de Borges, sabía más del corazón. Sabato era un poco huraño. Borges era muy generoso con su tiempo. Me acuerdo que su amigo, el poeta Roberto Alifano, lo llevaba de la mano y comíamos todos los viernes o viernes por medio, en la Sociedad de Distribuidores de Diarios. Conversábamos y él hablaba muchísimo hasta que nosotros decíamos que había llegado la hora de descansar. Tenía un humor maravilloso; me acuerdo que una vez que había muerto ese otro poeta fantástico, Eduardo Mallea, y la mujer fue a ver a Borges y le dijo ‘¿Sabés que Eduardo viene todas las noches a verme?’. Y Borges le respondió ‘Qué atento, ¿no?’ (risas). Era así, tenía un humor exquisito. Nos conocimos en una nota que le hice, y cuando terminamos me dijo que había estado muy a gusto, y le respondí que el gusto había sido mío. Después, un día fue al Juicio de las Juntas y se quedó asombrado; ‘¿Esto pasaba en mi país?’, me preguntó. Seguimos frecuentándonos, y cuando daba alguna conferencia me pedía que lo presentara y me daba mucha vergüenza. Charlábamos antes, a él le gustaba el vino tinto y tomaba una copita para sacarse la timidez. Porque era muy tímido (risas). Era un placer maravilloso. La amistad se fue profundizando hasta que dejé de verlo un poco cuando estuvo con María Kodama. Ella lo absorbía. Nos veíamos esporádicamente, entonces.
–¿Hiciste amistad con algún otro entrevistado?
–Con Antonio Puigvert, aunque lo vi muy poco pero fue intenso y nos teníamos respeto y cariño mutuo. Lo había operado a Perón, y al Papa, y a Einsenhower, a Fidel Castro. Un día le pregunté qué sentía cuando tenía en la camilla a esos personajes. Y me respondió que “La sangre es roja y el pis, amarillo. Pero nunca hay que operar a un pariente ni a un conocido”, dijo (risas). Había sido amigo de (Antonio) Gaudí y decía que le gustaba tomar vino. Y hablando de eso nos hicimos amigos, porque él tomaba algunos tintos de España, algunos tintos de Francia, algún blanco de Alemania y lo demás era agua colorida. Le conté que teníamos buenos vinos en la Argentina. Me invitaba a la casa cuando yo iba a España. Cuando dejé el canal no lo vi más.
"Era un placer maravilloso. La amistad con Borgers se fue profundizando hasta que dejé de verlo un poco cuando estuvo con María Kodama. Ella lo absorbía. Nos veíamos esporádicamente, entonces", recuerda el periodista
–Tenías cierta amistad con Sabato, ¿por qué te negaste a dar testimonio sobre tu secuestro ante la Conadep, pese a que él te lo pidió varias veces?
–Es verdad, varias veces me llamó para que declarara y le dije ‘No, gracias maestro, con esos testimonios ya está’. Además, me imaginaba a mi madre con pañuelo blanco, en caso de haber sido un desaparecido. Admiré siempre a Gandhi y me acuerdo que una vez lo echaron de un tren que era para europeos, en Sudáfrica. La policía le pidió disculpas y quiso que identificara a quienes había sido. Y Gandhi dijo “Más violencia todavía, no’. Y es lo que pensé yo. Ya tenía bastantes secuelas en mi casa: durante mucho tiempo una de mis hijas sentía una frenada de coche cerca de casa y me decía ‘Los señores malos te buscan’. Vivía aterrorizada. Por suerte Sabato lo entendió.
–¿Qué recordás de tu secuestro?
–Me buscaron en mi casa. Justo estaba escribiendo una nota para La Razón, se identificaron como policía federal y me llevaron. Como fui de los primeros, me largaron al día siguiente. Pero me torturaron, estuve un tiempo en terapia intensiva con varias costillas rotas. Muy mal. Me dijeron que no escribiera más. Se lo conté a Laíño y me dijo que descansara, que esa peste iba a pasar. Se portó muy bien conmigo porque me siguió pagando. Pasó un tiempo y me contactaron para hacer un programa en Canal 13 que se llamó Videoshow, con una nueva tecnología con la que se podía filmar y transmitir desde cualquier lado, con gran nitidez. Tenía que viajar mucho y la condición era no tocar ningún tema que rozara a la Argentina, ni siquiera podía nombrarla. Fue un castigo que tuvo su compensación, porque estuve varios años en Europa dando vueltas.
–Y esa fue tu entrada a la televisión…
–Sí, aunque ya había hecho cositas muy chicas, como notero. Y había estado en el Reporter Esso, en la primera vez que se hizo un vivo en nuestro país. En ese entonces Videoshow fue algo revolucionario. Hasta que llegó el satélite que transmitía desde cualquier lugar del mundo y nos mató (risas). Nosotros filmábamos en 16 milímetros e íbamos a los aeropuertos y pedíamos que nos llevaran el material al mostrador de Aerolíneas, donde alguien iba a buscarlo. Soy una víctima del satélite (risas). Para entonces ya había terminado la dictadura militar en nuestro país. Con Raúl Alfonsín volví a la televisión, pero por poco tiempo porque (Mariano) Grondona, (Barnardo) Neustadt, Mirtha (Legrand) y yo fuimos los primeros cuatro prohibidos. Cuando dejó el gobierno, fui a ver a Alfonsín y le dije que sabía que no había sido por él; me confirmó que era una cuestión de otra gente y le ofrecí ser columnista de mi programa. Así fue durante mucho tiempo y salíamos a comer y teníamos una gran aproximación hasta que (José Luis) Manzano compró América y con la nueva administración, un día Alfonsín me dijo ‘Con esos patrones que tiene usted no trabajo más’. Fue premonitorio porque un tiempo después, me echaron. En realidad, me di por despedido porque me ofrecían un cambio: terminar con el noticiero de mayor rating y facturación del canal, Las 20 en Llamas, y pasarme al primer noticiero de la mañana, en el cable. Entendí que era un destierro y se acabó.
Néstor Ibarra, Mónica Gutiérrez y Enrique Llamas de Madariaga, en la época en que conducían el noticiero de América
–¿Volviste a empezar muchas veces en tu vida?
–Varias. Después de eso volví a empezar. Siempre tuve problemas con los gobiernos de turno, y con el de los Kirchner también, pese a que con Néstor tenía muy buen trato y él me decía que durante mucho tiempo cenaba conmigo, porque era a la hora que comía en Río Gallegos mientras miraba el noticiero. Teníamos un trato cordial. Nunca me gustó el gobierno K, tuve problemas y cambié horarios y cosas, y hasta un día me tirotearon el auto en Panamericana, conmigo adentro. El fiscal Lanusse me dijo que el caso no se iba a poder resolver porque no tenía patente ni ningún otro dato.
–¿Eso te terminó de convencer para irte del país?
–Mi mujer un día me dijo, “Enrique, ¿qué hacemos acá?”. Nos habían robado en casa. Vivíamos a veinte metros de la garita presidencial en Olivos y me saquearon la casa, se llevaron todo. Cuando llegó la policía les dije que los vecinos me habían contado que se llevaban toda mi casa en tal camioneta, y en vez de seguirlos quisieron labrar un acta primero. Esa fue otra de las cosas que me determinó a irme. Hace quince años que estamos en Punta del Este. Llegué con el fantasma de la Argentina, y un día me reuní con Lacalle padre, Luis Alberto Lacalle, y con (Julio María) Sanguinetti, porque me habían ofrecido trabajo y quise saber cuál era el límite. Me respondieron “Tu responsabilidad, la verdad y que no llames a una subversión armada; después podés decir lo que quieras”. Y empecé a trabajar.
–¿Cómo ves la Argentina viviendo en Uruguay?
–Desde hace mucho tiempo la veo en decadencia. Es decadencia psicológica y cultural, esencialmente; y es decadencia educativa y me dan ganas de llorar cuando veo que hay chicos que terminan la escuela primaria y no saben qué leyeron. Veo a los políticos que se pelean por migajas, como vedettes circunstanciales; vedettes con uniformes de diputados o senadores y unasobsecuencias feroces. Y veo que todo es fundacional. En Uruguay cambian los gobiernos y los partidos pero el país continúa. En cambio, en la Argentina hacen todo de nuevo y tiran abajo lo que se había hecho, incluso lo que estaba bien. Vuelvo de visita porque allí están mis hijos y mis nietos. Tengo quince nietos y siete hijos; cuatro míos de sangre, dos del corazón y la hija de Denise. Extraño a mi país. A mis hijos, a mis nietos, ya tengo un bisnieto.
Junto a Denise Pessana, en una postal de su vida en Uruguay
–Tu historia de amor con Denise empezó con una pelea, ¿cómo fue?
–Todo empezó con una pelea, es verdad (risas). Hace más de 25 años que estamos juntos, pero si hay que fijar una fecha, cumplimos las bodas de plata. Y seguimos contra viento y marea porque nos criticaron mucho por la edad…
–El amor fue más fuerte, entonces…
–Fue más fuerte. Esas cosas se tienen muy en cuenta, pero no otros ejemplos diversos. (Luciano) Pavarotti, con quien comí en la casa de Amalia Fortabat junto a (Vittorio) Gassman, le llevaba más de 40 años a la mujer. Y hay muchos otros también que ocultan el tema. Hacíamos juntos el noticiero de la noche de América y un día ella fue a ver a Carlos Montero y a Eduardo Eurnekián y les dijo que no quería trabajar más conmigo, por mi nivel de exigencia y porque siempre le llamaba la atención por una u otra cosa. Les pidió por favor ir a trabajar con (Juan Carlos) Pérez Loizeau y se lo concedieron. Ahí me di cuenta que la extrañaba, entonces la contacté y le dije “¿Podemos empezar de nuevo?”. Y empezamos nomás y luego una cosa fue llevando a la otra.
–¿Cómo te hiciste periodista?
–Soy sobrino nieto de Salvador de Madariaga y una vez, a mis 17 años, me preguntó qué iba a hacer. Le dije que iba a ser abogado y me dijo “No, hombre, tú serás periodista. Porque te gustan las cosas rápidas y profundas y mañana, a otras”. Y me dijo que le recordaba lo que Miguel de Unamuno decía sobre el amor: que el amante es un cazador eterno, hace lo posible por tener la presa y cuando la tiene, va a buscar otra (risas). “Y tú eres así, eso te pasa con las noticias”. Una imposición que cumplí (risas). En ese momento no se estudiaba periodismo… Me hice en la calle, tuve golpes de suerte muy grandes y a los 22 fui el secretario más joven que tuvo Clarín. Y a los 24 me echó (risas).
–¿Por qué?
–Porque no quise revelar una fuente. Me comprometí a no dar el nombre de alguien que me dio una información excelente que después fue el comunicado número 1 de Campo de Mayo [en el golpe de 1962 se comunicó a la población que el país estaba bajo control operacional de la Junta de Comandantes de las Fuerzas Armadas]. (Roberto) Noble estaba en Alemania, me dijo que era una locura y que tenía que poner con nombre y apellido quién me había dado la información, aunque fue exacta. Y dije que no, que había dado mi palabra y me fui.
–Volviendo a tu vocación… Serás periodista se llamó tu libro ¿Fue en homenaje al vaticinio de tu tío?
–Fue un regalo que me hicieron mis hijos. Viajaba mucho y cuando volvía a Buenos Aires les contaba qué había hecho, con quién había estado, y los chicos no me daban bola. Le pedían permiso a la mamá para ir a tal o cual lugar. “¿Y yo?”, preguntaba. Y me respondían “Si nunca estás”. Eso me ponía mal. Quería que mis hijos, algún día, supieran dónde estuve y con quién, y empecé a escribir y a guardar. Un día mis hijos me dijeron que me iban a regalar un libro con todo lo que yo había escrito, y que solo hiciera el prólogo. Me acordé de la anécdota con mi tío y fue el título.
Llamas de Madariaga, en su último paso por Rivadavia
–¿A quién te hubiera gustado entrevistar?
–Mi frustración más grande fue no poder entrevistar a Nelson Mandela, a quien siempre admiré. Me pareció un tipo maravilloso. Dos veces me citó, pero en el canal había otras urgencias y me mandaban allí. Y nunca pude. Una gran frustración.
–¿Qué entrevista fue la que más disfrutaste?
–Como personaje, me pasé un día con la Madre Teresa. Me acuerdo de una cosa muy dramática; le pregunté qué era el hambre y me respondió con un ejemplo. Me contó que en Bombay vio a un chico tenía hambre, le dio un pan, comió la mitad y se guardó el resto. Ella le dijo que podía comerlo todo y le contestó, “¿Qué hago con el hambre de mañana?” Terrible. Como opuesto, pero también muy carismático, estaba Fidel Castro. Lo entrevisté varias veces. Tuve un incidente cuando le hice una pregunta mientras entraba a la Casa de la Moneda. Él decía que quería pan y libertad para su país porque el pan sin la libertad no existe y la libertad sin pan, tampoco. Y yo le pregunté si en Cuba le estaba dando a su gente libertad y pan a la vez. ¡Cómo se enojó! Me agarró de la solapa y me dijo “Eres el empleado del comemierda de Goar Mestre”. “No, soy la contra de él”, le respondí. Y ahí le cambio el humor. Y cuando iba a los actos preguntaba, “¿Y el argentinito, dónde está?” Era un carismático. Como también era un carismático Perón y muchas veces estuve con él. Daba unas respuestas…. Una vez fui a verlo a Puerta de Hierro, en España, y veía entrar y salir gente mientras esperaba. Le pregunté quiénes iban a verlo y me respondió “Radicales, socialistas, peronistas, comunistas, sindicalistas, patronales… ¿Sabe quién no viene a verme? Argentinos”. Fue fuerte. Otra nota que recuerdo mucho fue la del violinista Isaac Stern, porque me propuso hacer algo distinto: “Hágame preguntas conceptuales y le respondo con el violín”, dijo. Le pregunté sobre la guerra y tocó algo dramático, le pregunté por el amor y tocó algo romántico y así. Fue hermoso.
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