viernes, 31 de mayo de 2024

CULPAS KKK Y EL ESCENARIO


El Gobierno culpó a Alberto Fernández y negoció con Lula
Rodríguez Chirillo dijo que había deudas impagas de la gestión previa; duras críticas de Cristina Kirchner
Jaime Rosemberg
El gobierno de Javier Milei movió entre anteanoche y ayer por la mañana todos los contactos que tuvo a mano para evitar que se extendiera el corte en el suministro de gas natural licuado (GNL), una crisis que, según el portavoz Manuel Adorni, se normalizaría desde anoche.
Las autoridades de Enarsa, la Secretaría de Energía, que encabeza Eduardo Rodríguez Chirillo, y hasta la canciller Diana Mondino intervinieron con llamados telefónicos para intentar frenar lo que aparecía como un problema mayúsculo: la negativa inicial de Petrobras a aceptar la carta de garantía del Banco Nación, que dejaba a las estaciones de servicio y grandes industrias bonaerenses y de otros centros urbanos sin provisión de gas. De hecho, un comité de emergencia formado por representantes del Gobierno y de las empresas del sector gasífero se había reunido anteanoche para asegurar que el consumo residencial no quedase afectado.
El alivio llegó ayer por la mañana, cuando la empresa petrolera brasileña aceptó la nueva carta de garantía y el barco regasificador de su propiedad comenzó a descargar el gas que se distribuirá por los canales habituales. “Llegó al país el buque de la empresa brasileña Petrobras. Se encuentra descargando el material para reabastecer el suministro de energía. Se estima que el servicio funcionará normalmente desde esta noche”, indicó el portavoz Adorni, con tono aliviado, en el inicio de su conferencia de prensa diaria, en la Casa Rosada. Atrás habían quedado llamados de directivos de Enarsa, que responden al secretario de Energía, y que habían tenido como intermediaria a la embajada de Brasil en Buenos Aires, que encabeza Julio Bitelli. La respuesta, en ese caso, fue rápida y contundente: se trataba de un “tema técnico” con “requisitos legales que Petrobras debe cumplir”, con la certeza de que “la carta llegó sobre la hora y no cumplía con los requisitos legales”.
Como para desmentir que los públicos cortocircuitos políticos entre Milei y su par brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, incluyeran la provisión de gas, la canciller Mondino también logró comunicarse con su par Mauro Vieira, quien a su vez conversó con el ministro de Energía de ese país, Alexandre Silveira, a fin de “acelerar” en lo posible el proceso. “No hubo política en el medio, y sí mucha predisposición de ambas partes. La carta volvió a enviarse de modo correcto, y esta vez no hubo problemas”, afirmaron fuentes de la diplomacia de Brasil.
Desde el Gobierno evitaron hablar de “demoras” en la estructura estatal, y culparon al clima invernal por la situación vivida. “Estamos en el invierno más crudo en los últimos 44 años y la demanda de consumo se incrementó cerca de un 55%. La demanda pasó de 44 millones de metros cúbicos a cerca de 70. Eso hace que efectivamente tengas problemas en esta distribución. No hubiera ocurrido si el viernes la carta de crédito hubiese proseguido como corresponde”, agregó Adorni, a modo de explicación.
“Entendemos que estamos haciendo todos los esfuerzos para que no haya crisis y así lo deseamos, y así va a suceder. Es un invierno (sic) atípico con récord de frío en estas épocas que no sucedía desde 1980”, dijo Adorni. Y aseguró que “detrás de este barco hay otra decena [de barcos] que van a colaborar con que no haya faltante de gas de ahora en adelante”. La mirada optimista de Adorni choca con voceros del sector, que por lo bajo hablan de “improvisación” por parte del Gobierno.
Rodríguez Chirillo, en tanto, responsabilizó a la gestión de Alberto Fernández por el faltante. “En el gobierno anterior se negoció una reducción del gas importado justo para el invierno de este año. A fin de resolver esta situación nosotros acordamos con la brasileña Petrobras una asistencia para agosto y septiembre, y así cubrir esa reducción de volúmenes de gas”, sostuvo el secretario de Energía en su cuenta de la red social X. Y agregó: “Es un despropósito afirmar que no contar con la capacidad plena del GPNK sea responsabilidad de este gobierno y aún más sostener que por no pagar US$40 millones ahora se gastarán US$500 millones”.
Críticas del kirchnerismo
“Háganse cargo. Voy a ocuparme de demostrar sus mentiras”, dijo Alberto Fernández en X, y criticó la paralización de la obra pública en el actual gobierno. “Se trata de funcionarios que, por defender un dogma, manipulan cifras y siempre mienten o cargan en otros sus culpas”, dijo. “Con superávit dibujado (en mi barrio le dicen trucho) y sin gas en el caño”, había dicho Cristina Kirchner también por X. “Durante el gobierno del Frente de Todos, en autocrítica online, mencioné como un problema el de los funcionarios que no funcionaban. Con el actual gobierno, al problema de funcionarios que tampoco funcionan (porque no saben o no entienden) se le ha sumado uno infinitamente más grave: el de las ideas que no funcionan, combo letal en materia de gestión estatal”, agregó.
“La idea de ¡superávit fiscal o muerte!, como todo dogma (excepto los de la fe), está destinada al fracaso”, cerró la exvicepresidenta sobre el gobierno de Milei.

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Sin gas en invierno y sin luz en verano, la cruda cara del populismo
Diego Cabot
Desde hace muchos años, los barcos de gas natural licuado (GNL) que vienen a descargar a los puertos de Escobar y antes, de Bahía Blanca, cumplen un metódico procedimiento. Se aproximan a las aguas jurisdiccionales argentinas pero, elementos de navegación en mano, no ingresan y se mantienen al límite. Allí permanecen quietos hasta que el dinero de la compra se acredite en la cuenta de las enormes compañías que venden el combustible. Una vez que los dólares ya sonaron en la caja, vuelven a navegar y recién entran a la jurisdicción criolla. ¿El motivo? La desconfianza y la falta de crédito que cosechó el país desde que se convirtió en importador de gas, allá por el invierno de 2008. Contado efectivo.
La anécdota sirve para ilustrar que la historia del corte del suministro es apenas una muestra de un sistema que está al límite y que cualquier situación adversa, por mínima que sea, puede ser irremediable para los servicios públicos, no sólo para el gas.
Esta vez se trató del frío anticipado, 10 grados menos que la misma semana del año pasado, y de un barco que tardó en amarrar. Sí, unas pocas horas de un barco que no tuvo el pago en tiempo y forma, causó el corte en las estaciones de servicio de GNC y en una porción importante de la industria.
Ahora bien, ¿es posible entender cuándo se empezó a gestar esta emergencia que impide producir, calefaccionar, entregar una ducha caliente y cargar combustible al mismo tiempo cuando la temperatura baja? La respuesta es sí. Fue cuando allá por 2003 y 2004 se empezó a militar el llamado populismo energético. Entonces, el primer kirchnerismo entendió que bajar los servicios al punto de regalarlos era un enorme negocio electoral. Los precios se congelaron, las bajas facturas se pagaba sin ningún dolor, la demanda aumentó exponencialmente y la inversión se frenó a poco más de cero.
Desde hace tiempo llegaron tiempos críticos no solo para el sistema energético. Si hace frío, se corta el gas; si hace calor, la electricidad. Si llueve, hay inundaciones; si el Estado no pone la plata, no hay colectivos y si hay una pequeña falla humana, chocan los trenes producto de la desinversión en sistemas de emergencias para menguar el riesgo.
Un poco de historia
No ha sido fácil explicar una crisis invisible y, de hecho, la política jamás logró poner el tema en consideración. Pero la secuencia podría resumirse así. La Argentina dejó de pertenecer al selecto grupo de países con soberanía energética en 2009, de la mano de las presidencias del matrimonio Kirchner y de sus gestores Julio De Vido, Roberto Baratta y Guillermo Moreno. Ese estatus lo había conseguido en 1989. Desde 1907, cuando se descubrió el petróleo, a 1989, la Argentina no tuvo autoabastecimiento de crudo, salvo un período corto en la presidencia de Arturo Frondizi. En 1989 recién se logró ese hito, que se mantuvo por 20 años.
Entre las décadas del 70 y el 80 se dio lo que podría llamarse la revolución del gas a partir del descubrimiento de Loma La Lata. Se construyó infraestructura de transporte y se sumaron millones de hogares a la red.
De acuerdo a los datos del libro Dos siglos de Economía Argentina, cuyo director es Orlando J. Ferreres, la Argentina tenía conectados 2 millones de usuarios entre 1975 y 1976, cuando se descubrió el yacimiento que llegó a triplicar las reservas de gas existentes. Ese número pasó a 4 millones en 1989 y a 5,9 millones en 2000.
Según relevamientos oficiales, compilados en Datos Argentina, en los últimos 21 años se llegó a 8,5 millones de usuarios frente a las estimaciones de que existen 13,7 millones de hogares.
Desde 2009, el país empezó a depender de combustibles importados. Al inicio, en la ventana del invierno, cuando las temperaturas disparan la demanda de gas domiciliario. Las tarifas congeladas y la falta de inversión al no haber un sendero de precios generaron un efecto pinza. Por un lado, se disparó la demanda (cualquier producto barato se consume más); por el otro, declinó la producción, o por lo menos, no siguió en los niveles necesarios.
Mientras tanto, la inversión privada cayó fuertemente ante la falta de precios del producto a vender. En paralelo crecía otro fenómeno: varios funcionarios del kirchnerismo empezaron a ver en la importación de combustibles o en la obra pública grandes negocios. Los ojos se llenaron de pesos mientras el parque se deterioraba.
Sin planificación, la emergencia se apagaba con dólares, al punto que en 2021 se llegó a tener una cuenta de subsidios a la energía de alrededor de US$10.000 millones.
Un ejemplo sirve para entender más claramente la situación. En 2003, cuando asumió Néstor Kirchner, cortó los contratos de provisión de gas que estaban firmados con Chile. Fueron épocas de reuniones continuas entre la ministra de Minería y Energía de Chile, Karen Poniachik, y De Vido. Finalmente, nunca hubo acuerdo.
Entonces, en 2004, Chile decidió cortar los lazos energéticos con la Argentina. Llamó a licitación y construyó una planta de licuefacción para convertir el gas licuado en gaseoso. En 2009 se enchufó el primer barco a la planta que tiene un muelle de 1900 metros de largo, una altura promedio de 12,5 y un calado de 24 metros. Además, se construyeron tanques para almacenaje cuestión de comprar a largo plazo y poder mejorar los precios.
Los barcos en Bahía Blanca
Unos meses antes de que se terminara la planta chilena sobre el Pacífico, en Bahía Blanca anclaba el buque regasificador Exemplar. Llegó para atender la demanda de gas en un invierno frío. Desde aquel 30 de mayo de 2008 pasaron 3800 días con el barco en la amarra hasta que, en octubre de 2018, finalmente partió. Durante ese tiempo, el Estado pagó por su alquiler y operación, US$1262 millones. A menos de dos años de su partida, y sin obras que mejoraran la situación, terminó regresando.
En esa década, a su lado, amarraban otras embarcaciones, los tanques. Traían centenares de metros cúbicos de GNL en sus bodegas. Apareados en el agua, se iniciaba el pasaje de una embarcación a otra. Mientras el combustible entraba a la red, miles de millones de dólares se iban al exterior. Se pensó para unos meses y, de hecho, el primer año recibió seis cargas; cinco años después, en 2013, esa cuenta cerraba en 42. Fue una conjunción perfecta entre negocios millonarios y necesidad.
Así, las obras jamás llegaron. En la presidencia de Mauricio Macri se entregó precios a los productores de gas y aumentó la producción en Vaca Muerta. Pero claro, había que transportarla. Aquella administración terminó su último año en medio de un ajuste, un nuevo congelamiento de tarifas (a partir de marzo de 2019) y un freno de las obras necesarias.
Alberto Fernández tardó dos años en empezar el Gasoducto Néstor Kirchner (GNK). Decidió hacerlo con fondos públicos, pese a ser la única obra que podría haberse solventado con dinero privado. Prefirió esa opción. Empezó tarde y terminó la primera etapa el año pasado. Pero las restricciones de dólares en 2023, y el foco en la campaña electoral, postergaron las plantas de compresión, con las que se podría duplicar la capacidad actual de transporte.
El gobierno de Javier Milei llegó a paralizar la obra pública y luego, después de equilibrar las cuentas, priorizar unas pocas. El frío le impuso las condiciones en materia de gas y tuvo que salir a comprar tranquilidad y combustible de urgencia, pese al bolsillo de cocodrilo del ministro de Economía, Luis Caputo. Un pago se retrasó unas horas. Y, claro, faltó gas
En 2009, de la mano de los Kirchner, se perdió el estatus de soberanía energética
La amarra de los barcos de gas fue necesidad y un negocio millonario

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