jueves, 30 de mayo de 2024

CRÍTICA DE TEATRO..."Los bienes visibles"


Una obra apoyada en los ruidos del deterioro
Leni GonzálezEnrique Amido, uno de los múltiples protagonistas Pigu gómez
Los bienes visibles
autoría y direccón: Juan Pablo Gómez. intérpretes: Anabella Bacigalupo, Patricio Aramburu, Carolina Saade, Enrique Amido y Agustina Reinaudo. espacio e iLuminación: Santiago Badillo. Vestuario: Roberta Pesci. música: Guadalupe Otheguy. Lugar: Santos 4040 (Santos Dumont 4040). Funciones: lunes, a las 20. duración: 75 minutos.

“No me sube el agua al tanque”, repite Víctor, padre de dos hijos adultos, Lorena y Sergio, que lo cuidan como pueden con la ayuda de Marina, casi una enfermera. El octogenario Víctor ha comenzado a recorrer la senda del declive, un tema presente en otras obras (por ejemplo, Dora, un ingrediente especial) pero que el autor y director Juan Pablo Gómez aborda en Los bienes visibles de un modo totalmente diferente, no realista, focalizado mucho más en lo sonoro que en lo visual.
Intérpretes y público se entremezclan sin límites. En un costado, una mesa con un sampler, instrumentos, micrófonos, a cargo de la música, cantante y diseñadora de sonido Guadalupe Otheguy. En esos márgenes de la escena también aparecen dos integrantes de lo que podríamos considerar un coro que acompaña la acción con canciones, sonidos incidentales y colchones vocales. Todo el elenco rota y cambia de lugar, se suben a las tarimas donde está sentada una parte de los espectadores mientras que el resto se ubica en sillas alrededor del espacio.
No hay escenografía tal como se entiende convencionalmente sino un espacio escénico ocupado y compartido por los presentes. La visualidad ha sido corrida por los colores, formas y volúmenes de la sonoridad: son los ruidos, los ecos, las canciones, las palabras encadenadas, los brotes de reverberaciones los que dan densidad y grosor al espacio. El coro repite y opina, como una lejana marca trágica que es denotada en algunos trazos. Por ejemplo, cuando el padre, en uno de sus desvaríos, pregunta como rey Lear, quién de sus hijos lo quiere más. Pero es un ramalazo de memoria que aparece sin detenerse. ¿Este bosque de aullidos y acordes interrumpidos, de bosquejos y ruinas de palabras, es lo que percibe un adulto mayor cuando su relación cognitiva con el entorno comienza a descascararse hacia la decrepitud?
Ni Lorena (Anabella Bacigalupo) ni Sergio (Patricio Aramburu) idealizan a Víctor (Enrique Amido). Ambos están atentos a su salud pero de distinta manera: Sergio es más comprensivo hacia ese papá que nunca le enseñó nada ni fue especialmente cálido pero que cumplió sus funciones básicas: “Es más que lo que muchos de mis amigos tenían”, reconoce. En cambio, Lorena no hizo las paces con ese pasado sin postales tiernas y continúa con recriminaciones acerca de lo que no fue pero debía haber sido.
Víctor entra y sale de su nube de fogonazos intermitentes, según responda a algún estímulo o se movilice detrás de recuerdos anclados contra todo riesgo como el nombre de sus amigos, las canciones de su madre, el sexo con la esposa cuando eran jóvenes. Lanza sus verdades que emergen de los baúles del cuerpo, ya sin cerrojos, libradas a una segunda adolescencia brotada otra vez en un cuerpo extraño, incómodo, un cuerpo que se padece.
Si bien no hay linealidad en este relato fragmentado, nada tiene de críptico, es reconstruible y se va armando de a poco sin dificultad. Incluso, para quienes conozcan la producción de Gómez, esta obra se relaciona con otra anterior: Sergio, el hijo de Víctor, es el mismo Sergio de Prueba y error (2016), artista plástico y padre de una preadolescente, personaje en ambos casos actuado por Aramburu. Si en un caso es la niña la que queda atrapada por la lógica de sus progenitores, en Los bienes visibles es Víctor, el padre ahora vulnerable, quien depende de los demás.


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