Accesibilidad y dignidad, el nuevo nombre del juego
Guillermo Oliveto
Subestimar el impacto de una recesión que terminó siendo más profunda y extensa de lo que imaginaron incluso los más pesimistas es peligroso. La historia nos demuestra que estos procesos de contracción aguda, acelerada y abrupta en la economía real, la que se siente y se vive en la calle y en los hogares, nunca son gratis. Transitando entre la paradójica “recesión con ilusión” que los acompañó todo el año y la “fragilidad con ansiedad” que surgió en junio –los estudios cualitativos que estamos realizando en este momento demuestran que se está intensificando–, son cada vez más los ciudadanos que, mientras caminan por el extenso y áspero desierto, se hacen una pregunta fundamental: ¿dónde está el oasis?
Los datos hablan por sí mismos. En la comparación interanual, que es como siempre se midió la dinámica del consumo, y no de modo intermensual –debate que perderá peso el año próximo, cuando la comparación con el actual muestre números que se prevén favorables–, la variación acumulada hasta agosto muestra que los bienes básicos (alimentos, bebidas, cosméticos) tuvieron una contracción en sus ventas del 12%, de acuerdo con las mediciones de Scentia. Su información preliminar tampoco es auspiciosa para los resultados de septiembre.
En 2002, la caída de este tipo de bienes en todo el año fue del 14%. Eso quiere decir que, en un contexto completamente diferente, es muy probable que al concluir 2024 hayamos atravesado una contracción similar a aquella. Al menos en lo que es el corazón del consumo masivo.
Estamos hablando de aquellos bienes que la teoría económica señala como los más “inelásticos”, los que menos se mueven para arriba o para abajo porque “comer hay que comer”. Pues bien, en ese mundo, hablando ahora de lo que ocurre en los grandes supermercados y autoservicios (el 50% de todo lo que se vende), Scentia nos muestra caídas acumuladas interanuales del 14% para productos cosméticos, golosinas y bebidas sin alcohol. Lo más castigado fueron las bebidas con alcohol: -18%. El patrón de conducta está claro: los consumidores se están focalizando en lo estrictamente esencial mientras acotan, postergan o directamente abandonan el hedonismo, el placer, el premio, el darse un gusto.
Si bien algunos sectores de bienes durables comienzan a mostrar que “hicieron piso” en julio, a partir del retorno del crédito, que crece a doble dígito desde hace cuatro meses, como lo muestran los datos de Adeba, las buenas variaciones intermensuales moderan y atenúan la caída interanual acumulada, pero no la logran revertir.
Si analizamos los últimos datos publicados, algunos de julio y otros de agosto, en el acumulado interanual, las ventas de shopping centers caen 13%; las de indumentaria, 16%; las de autos, 16%; los despachos de cemento, 28%, y las de insumos para la construcción, 29%.
Es cierto que hay tres sectores donde está cambiando el estado de ánimo: autos, motos y electrodomésticos. La suba de los salarios reales entre los trabajadores del sector privado formal, la baja del impuesto PAIS en septiembre y el dólar estable –incrementa el poder adquisitivo en esa moneda– se suman al crédito para dinamizar las compras entre aquellos ciudadanos “que tienen resto”.
Para completar las evidencias, tanto la consultora Equlibra como Ferreres, en sus indicadores tempranos, registraron una caída de la economía en agosto contra julio de este año. En el mercado, más allá de los tres sectores de bienes durables ya citados, no se habla de un gran mes de septiembre. A lo sumo, similar al anterior.
En la actual sociedad patchwork conviven los depósitos por más de 1000 millones de dólares diarios para ingresar al blanqueo con el 52,9% de pobreza. Tanto lo uno como lo otro es verdad. El reduccionismo nunca es buen consejero para decodificar los meandros de la complejidad.
Una de las grandes definiciones de Edgar Morin, ese gran filósofo y sociólogo francés contemporáneo que continúa publicando ensayos sutiles y precisos a sus lúcidos 102 años, es que la vida es prosa y poesía. Entiende por prosa todo aquello que implique la necesaria generación de recursos: el trabajo, el esfuerzo, el sacrificio, la tarea, el compromiso. Y por poesía, los frutos que se pueden disfrutar a partir de lo generado: la diversión, la fiesta, la alegría, la celebración. Con la sabiduría que le da su vida centenaria, en sus últimas obras aconseja a las personas tener la dosis de prosa que sea necesaria y toda la de poesía que sea posible. Lo uno sin lo otro, para él, no es vida. Y a más poesía, más vitalidad.
Morin es considerado, de manera unánime, el padre de la teoría del pensamiento complejo. Nos enseñó que siempre tenemos que mirar el todo y las partes, así como las interacciones de múltiples efectos e impactos que se dan entre sí. También nos indicó que las miradas unidimensionales se quedan cortas cuando se trata de decodificar esa complejidad por excelencia que es el ser humano.
Amparándonos en sus enseñanzas, podemos afirmar que, al menos hasta aquí, lo que indican nuestros relevamientos del humor social es que este año quedará signado por la pura prosa. Salvo excepciones, la poesía brilla por su ausencia. Quedarán el recuerdo, la vivencia y la sensibilidad de un tiempo abnegado marcado a fuego por la restricción y un carácter sacrificial.
Como vemos, “la salida” está resultando más trabajosa de lo que se supuso en el verano. En la economía cotidiana queda confirmada “la pipa de Nike” que ya se veía desde febrero. Siendo así, ahora la clave para las empresas y las marcas pasa por decodificar qué tipo de consumidor nos dejó un proceso moldeado por la disrupción, la velocidad y el shock.
Algoritmos humanos
Si bien no hay una única definición formal, a la hora de explicar qué es un algoritmo se puede encontrar cierto consenso alrededor de una idea conceptualmente muy simple: problema-proceso-solución.
Los algoritmos son, ante todo, un conjunto de reglas o instrucciones claramente definidas, sin lugar para la ambigüedad, que se expresan en un determinado orden secuencial –si sucede esto, aquello; si sucede lo otro, entonces tal cosa– y que son finitas.
La RAE los define de este modo: “Conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema”.
Como es sabido, se usan en múltiples disciplinas, sobre todo en las vinculadas a las matemáticas, la lógica y las ciencias de la computación.
La tecnología ha inundado el lenguaje con este término, dado que es su manera de hablar, pensar y actuar. Con el auge de la big data y la inteligencia artificial, los algoritmos brotan por doquier en la cotidianidad contemporánea. Nos tropezamos con ellos todo el tiempo, seamos conscientes o no.
El punto es que los seres humanos de esta era han aprendido bastante sobre la lógica que se esconde detrás del permanente bombardeo de mensajes que reciben. Quizás en un pasado no tan lejano se aferrasen más a la casualidad y creyeran en la inocencia de esas consignas repentinas que parecían estar hechas a su medida. Hoy ya saben que casi nada es casual y que, efectivamente, hay un diseño pensado para ellos, o al menos, para las tipologías que los definen y agrupan de algún modo. Comprendieron que existen fórmulas muy sofisticadas desplegándose por el abrumador torrente de información que van siguiendo sus huellas para seducirlos, persuadirlos, orientarlos, convencerlos o manipularlos.
Y por eso, en la actual humanidad ampliada, donde lo físico y lo digital se fusionan en un único ecosistema híbrido, donde el silicio potencia y amplía las posibilidades de las personas de carne y hueso, al punto de tender hacia una cultura cíborg, ellos también van desarrollando sus propias fórmulas.
Se trata de una ingeniería no escrita que está hecha de procesos pensados, ordenados y organizados. Lo que equivaldría a decir que son una especie de “algoritmos humanos”. Esa es la herramienta y el método con que se paran diariamente a dar la batalla por la atención y la decisión. En el punto de encuentro de esas dos dimensiones fluye, o no, el deseo.
Lo que está en disputa es la libertad para pensar y actuar. Esa libertad que, se comprende, nunca fue, es ni será total ni absoluta. Dado que somos seres gregarios y simbólicos, en quienes las influencias de lo colectivo influyen en las percepciones y las preferencias individuales, suponer un libre albedrío monolítico es una fantasía.
Pero entre sentir que se tiene la habilidad y la sagacidad para poder elegir cuándo decir que sí y cuándo que no, y, en el otro extremo, percibir que se es meramente un actor de un guion que escribió otro, hay un trecho enorme.
consumidor que emerge después del shock está escribiendo su propio código para seguir manteniendo sus decisiones bajo control. Se programa a sí mismo para ecualizar con un grado de precisión inédito las naturales tensiones que se manifiestan entre razón y emoción. Especialmente cuando ya se dio cuenta de que del día 20 en adelante “sobra mes”. La consigna que organizó todo el diseño del software que hoy guía sus conductas fue tan simple como contundente: “Hay que aprender a comprar de nuevo”.
El consumidor actual se para frente al sistema habiendo generado un algoritmo tan inédito como el tiempo que estamos viviendo.
Asertividad, el nuevo mantra
Para procesar, tolerar y digerir las pérdidas que ya asumió como algo inevitable cuando, desde 2023, veía que el ajuste resultaría tan necesario como ineludible, hoy tiene un nuevo mantra: “asertividad”.
Se trata de comprar con eficiencia calibrando razón y emoción, para que el descenso económico real no se vea potenciado, a su vez, por el registro de una caída simbólica todavía peor. Por definición, tener una conducta asertiva se vincula con la moderación, con la ecuanimidad y el autocontrol.
Quien es asertivo mejora sus habilidades relacionales, comprende al otro, defiende su posición sin herir a los demás, argumenta de manera abierta y sabe a qué decir que no, dónde poner el límite.
Las personas están teniendo un diálogo asertivo con las marcas. Eso les permite atemperar la ansiedad, la frustración y el resentimiento.
En el fondo, lo que está en juego en este gran reset que el 56% de los ciudadanos decidieron realizar el 19 de noviembre de 2023 es cómo procesar sus consecuencias sin alterar más de los límites tolerables, algo tan esencial a los seres humanos como la dignidad.
Tocamos aquí una de las palabras mayores. Esas que definen conceptos existenciales, propios de la naturaleza de la especie. De las que cruzan culturas, religiones, ideologías y clases sociales. La dignidad es propia del hombre, viene con él, nace con él sin importar su condición. Se la vincula con otros términos de gran sutileza e implicancia, como la honradez, la respetabilidad, la nobleza y la honestidad, la integridad y la decencia. Justamente por ello, cuando falta la dignidad, emerge la vergüenza, se afecta la autoestima, se lastima el orgullo y se mancillan la honra y el honor.
Ese es el tipo de fibras sensibles que se están tocando en este momento.
Es por eso que el nuevo nombre del juego, que parecería haber llegado para quedarse por un buen tiempo, podríamos definirlo con apenas una frase, pequeña en su extensión, poderosa en la multiplicidad de sentidos que aglutina y expresa: accesibilidad para la dignidad.
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La destrucción de México
Enrique Krauze
En junio de 2006, un mes antes de las elecciones presidenciales, escribí un ensayo sobre López Obrador titulado “El mesías tropical”. Era, ante todo, un retrato psicológico de un hombre con vocación social, pero lastrado, al mismo tiempo, por una ambición de poder oscura, irracional, vengativa. Registré su carácter intemperante, su obsesión consigo mismo, su completo desinterés del mundo exterior, su ignorancia económica, su desprecio del derecho, su dogmatismo ideológico y su autoritarismo político: nada tenía que ver López Obrador con la tradición liberal, constitucional, democrática de México, ni siquiera con la socialista. Claramente, era un personaje tiránico. Al final, señalaba la peligrosa convergencia de dos delirios suyos: equipararse con Jesucristo y ostentar la desbordada naturaleza “tropical” del poder en Tabasco, su estado natal en el sudeste de México. Su triunfo me parecía inminente, y por eso advertí: “México perderá años irrecuperables”.
AMLO perdió las elecciones de 2006 y 2012, pero finalmente triunfó en 2018. Ha gobernado seis años. Esta es una brevísima relación (incompleta, por supuesto) de su furor destructivo.
Canceló el Seguro Popular, lo que dejó sin cobertura de servicios públicos de salud a 30 millones de mexicanos. Recortó recursos al Instituto Mexicano del Seguro Social, así como a 18 institutos nacionales de salud y hospitales de alta especialidad, lo que derivó en escasez de medicamentos y material hospitalario. Su política de austeridad dejó sin cirugías a 500.000 personas y sin surtir 15 millones de recetas médicas (5 veces más que el gobierno anterior). La población sin asistencia médica pasó de 20,1 millones en 2018 a 50,4 millones en 2022. Se suspendió el 97% de las atenciones a enfermos de cáncer. En los 6 años de su gobierno, más de 6 millones de niños quedaron sin inmunizar debido al desabastecimiento de vacunas. Su manejo de la pandemia de Covid resultó en 800.000 muertes en exceso, de las que 300.000 son atribuibles a sus decisiones. Presidió el sexenio más violento de la historia de México, con casi 200.000 homicidios. El período registró la mayor tasa de feminicidios, desaparición de personas, extorsión, narcomenudeo, trata de personas, desplazamiento forzado, robo a transporte de carga, robo de hidrocarburos, violaciones y violencia familiar. Permitió que el crimen organizado se convirtiera, de hecho, en un Estado paralelo en zonas amplias del territorio. Dilapidó más de 80 fondos y fideicomisos públicos, entre ellos los destinados a la recuperación por desastres como huracanes, terremotos y enfermedades catastróficas. Esos recursos no le bastaron: aumentó la deuda pública en 6,6 billones de pesos (el dólar se cotiza a 20 pesos), por lo que resulta el sexenio más endeudado en lo que va del siglo. Recibió un déficit del 2% y lo llevó al 5,96% del PBI. El crecimiento promedio en estos 6 años fue del 1% del PBI, el más bajo en los últimos 5 gobiernos. Sus obras de infraestructura se construyeron con un sobrecosto superior a los 485.000 millones de pesos y las más importantes son inviables: un aeropuerto fantasma, una refinería que quizá algún día producirá gasolina (más cara que la importada) y un tren que devastó las selvas del sudeste mexicano. Las tres fueron construidas por el Ejército, al que AMLO ha concedido un enorme presupuesto y un poder sin límite, encomendándole tareas ajenas como la supervisión de aduanas, además de convertirlo en la única policía nacional. Fue también el peor sexenio en materia de corrupción, impunidad, transparencia, desmantelamiento institucional y destrucción de todos los organismos autónomos para la rendición de cuentas. Su demolición más reciente ha sido la división de poderes y el orden republicano vigente por 200 años. López Obrador ha destruido el Poder Judicial: se despedirán miles de jueces y se elegirán nuevos por votación popular. Pero quizá su legado más grave es haber sembrado, día tras día, el odio y la polarización en la sociedad mexicana.
A esta tragedia se le ha llamado la cuarta transformación. Haberla entrevisto no me da la mínima satisfacción. Con toda mi alma hubiera deseado equivocarme.
¿Cómo se explica la popularidad de AMLO? Por un lado está la captura prácticamente total de la información, el monopolio de la verdad, el silencio y (en el mejor de los casos) la autocensura de los medios de comunicación masiva. Por otro, la distribución de dinero a través de una red de “servidores de la nación” que operan como los comités revolucionarios cubanos. Esos son los elementos centrales de la servidumbre voluntaria que aqueja a la mitad de los mexicanos. Pero la propaganda oficial ha ocultado la naturaleza y dimensión de la destrucción; y el reparto de dinero no es una solución sostenible ni sólida al problema de la pobreza, menos aún si se acompaña de obediencia política. Tarde o temprano los ahora creyentes despertarán a la realidad, y el despertar será doloroso. Acaso entonces entenderán lo que los pueblos de Cuba y Venezuela comprenden ahora: los liderazgos mesiánicos traen consigo la esperanza del reino de Dios en la Tierra, pero el resultado final es siempre el mismo: el hambre, la desolación, la postración, el exilio.
Claudia Sheinbaum será la primera mujer que llega a la presidencia de México. Es un hito, pero por desgracia no ha dado el mínimo indicio de no estar o ser, ella misma, presa de aquella servidumbre voluntaria que hará perder a México no solo años irrecuperables, sino el lugar honroso, civilizado y recto que hasta hace poco ocupaba en el concierto de las naciones democráticas
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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