Proceso de cambio y conducción
Omar Argüello
En El papel del individuo en la historia, Jorge Plejanov dice: “La modificación más o menos lenta de las condiciones económicas coloca periódicamente a la sociedad ante la necesidad de reformar con mayor o menor rapidez sus instituciones. Esta reforma jamás se produce espontáneamente; exige siempre la intervención de los hombres…”. Y en esas circunstancias aparecen hombres “que, más que nadie, contribuyen a la solución de estos problemas”.
La historia de nuestro país ofrece ejemplos de esos hombres. Solo para ocuparnos de nuestra historia democrática, Hipólito Yrigoyen fue uno de los pioneros en lo institucional; Juan D. Perón incorpora la preocupación por la “justicia social”; Arturo Frondizi pone en primer plano la necesidad del desarrollo económico; Raúl Alfonsín reinstala con fuerza el ideal democrático, y Carlos Menem vuelve a ocuparse del desarrollo económico con su promesa de “revolución productiva”, la que relaciona, entre otras medidas, a una efectiva modernización del Estado.
Nuestra historia ofrece también ejemplos inversos. A consecuencia de la crisis de 2001, y tras un acto eleccionario que no tuvo segunda vuelta, dado el fuerte rechazo a la figura de Menem que lo llevó a su retiro, asume el poder el candidato que había salido segundo, con el 22% de los votos. Y así llegamos a varios gobiernos kirchneristas (con la interrupción entre 2015-19) que, lejos de los ejemplos de Plejanov y de los que “contribuyen a la solución de estos problemas”, los agravaron severamente al intensificar nuestro estancamiento económico, con mayores niveles de desempleo, informalidad, pobreza e inseguridad, al abrigo de un Estado que crecía irresponsablemente a fin de incrementar los negociados y crear nuevos cargos para pagar apoyos políticos, junto con esconder la desocupación a través de planes sociales y aumento del empleo público.
Todo esto ocurría con pleno funcionamiento de los procesos democráticos, lo cual muestra que la sociedad argentina fue siempre muy propensa a dejarse tentar por los “cantos de sirenas” del populismo. Pero el grado de desintegración que alcanza nuestra sociedad durante el último gobierno kirchnerista de Alberto Fernández, sin precedentes en cuanto al uso aberrante del Estado, debió influir en la toma de conciencia de los ciudadanos en cuanto a la necesidad de un cambio profundo. Y así ocurre que en 2023 un 56,5% de los votantes elige a un candidato que, a diferencia de los discursos populistas, ofrecía un programa de “lágrimas, sudor y sangre”.
Milei comienza su gobierno siguiendo las líneas de sus propuestas de campaña y busca “desactivar la bomba” que los gobiernos anteriores le habían dejado. Para eso inicia un proceso de cambios profundos, cuyos propósitos principales son eliminar el déficit fiscal, terminar con una emisión descontrolada y reformar el Estado para hacerlo más ágil y eficiente. Todo lo cual es parte de lo que resulta imprescindible para atraer inversiones que generen una riqueza que, equitativamente distribuida, no solo combata la pobreza, sino que también ofrezca un efectivo proceso de movilidad social ascendente.
Sin embargo, este proceso presenta varios obstáculos. Uno es la escasa presencia oficialista en el Congreso, que se ve agravada por un estilo confrontativo e irrespetuoso del Presidente, que favorece la oposición al Gobierno, la que a veces le pone trabas al votar proyectos que incrementan el gasto sin preocuparse por su financiamiento, y peor aún, sin revisar el mal funcionamiento de lo que están fortaleciendo. Un par de ejemplos: el incremento a los jubilados, muy merecido por cierto, pero que se vota sin revisar el estado del sistema, con millones de jubilados sin aportes y sin modificar la edad de retiro, lo cual de elevarse mejoraría mucho la relación entre activos y retirados; y el aumento para financiar las universidades, que sin duda tienen una prioridad indiscutible, pero que se hace sin revisar las fallas de un sistema universitario encarecido por una fuerte presencia de estudiantes que están lejos de contar con una preparación adecuada para iniciar estudios superiores.
El papel de la oposición es fundamental en toda democracia, pero debe abandonar toda práctica facilista que pretenda resolver los problemas emitiendo más moneda. Cuando el conjunto de las fuerzas políticas asuma que un proceso de cambios debe convertirse en una política de Estado, la ciudadanía tendrá la posibilidad de optar libremente por la propuesta que ofrezca más garantías para conducirlo.
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Periodismo o el miedo a la libertad
Carlos Álvarez Teijeiro
Profesor de Ética de la Comunicación, Universidad Austral
Cuando el poeta John Milton, desobedeciendo con gran riesgo las prohibiciones vigentes, publicó su célebre Aeropagítica el 23 de noviembre de 1644 para oponerse a la censura previa aprobada por el Parlamento inglés al promulgar la Ordenanza para Regular la Impresión, lo hizo argumentando que los libros traían consigo “un libre mercado de ideas”, sí, “libre mercado”, del que dependía el florecimiento de la sociedad civil.
Desde entonces, y desde antes también, el poder –fuese el que fuese– ha temido a los libros, que es lo mismo que decir que ha temido a las ideas, a quienes las sostienen y al vasto mundo de oportunidades que abren para todos.
A lo largo del siglo XX este temor ancestral a los libros ha estado muy presente en cuatro de las grandes distopías políticas que nos legó parte de la mejor literatura de la pasada centuria: Un mundo feliz, de Aldous Huxley (1932); Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949), de George Orwell, y Fahrenheit 451, de Ray Bradbury (1953).
En Un mundo feliz, a los niños que nacen de los Centros de Incubación y Condicionamiento se les inculca el odio instintivo contra “los libros y las flores”.
En Rebelión en la granja, el eslogan inicial de la revuelta animal contra los humanos, el séptimo mandamiento del credo de la Granja Animal, impuesto por el líder Napoleón, “todos los animales son iguales”, terminará siendo transmutado en “todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”, es decir, algunos tienen más derechos (a la libertad de expresión) que los demás.
El protagonista de 1984, Winston Smith, trabaja en el Ministerio de la Verdad de Oceanía, siempre temeroso de la Policía del Pensamiento, reescribiendo la historia según los criterios de la “nuevalengua” –cuyo objetivo es destruir el idioma– y arrojando a los “agujeros de la memoria” toda la información que el Partido se niega a aceptar. Y, muy significativamente, al líder de la oposición secreta al Gran Hermano, Emmanuel Goldstein, se lo acusa de difundir sus ideas a través de “el libro”, lo que constituye un “crimental”, un crimen de pensamiento que merece la máxima pena y que se opone al designio de “presente infinito en el que el Partido siempre tiene razón”.
Por último, en Fahrenheit 451, que es la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde, un mundo de edificios ignífugos asiste impertérrito a que sean los bomberos los que provoquen los fuegos y no quienes los sofocan, especialmente quemando libros. Guy Montag, el bombero protagonista, quien reconoce ante una tierna joven casi desconocida que “¡está prohibido por la ley!” leer los libros que se queman, dará cuenta de cómo en una de las paredes de la central de bomberos se encuentran “las listas mecanografiadas de un millón de libros prohibidos”, pero verá su vida profundamente transformada al conocer a Faber, un profesor de Lengua retirado, quien le enseña que la magia no está en el resplandor feroz del fuego sino “en lo que dicen los libros”.
Después de Huxley, Orwell y Bradbury, aquí no deja de resultar extraordinariamente paradójico y triste que en nombre de las ideas de la libertad se fustigue a la libertad de las ideas que protagoniza el periodismo, entre otros muchos actores cívicos. El miedo a la libertad es uno de los dos libros más conocidos del psicoanalista alemán Erich Fromm. El otro es El arte de amar. Al Gobierno le anda faltando escribir un tercer libro, imprescindible y definitivo: “El arte de amar la libertad sin miedo”. Todavía hay tiempo. Ojalá no falten ni la grandeza, ni la humildad, ni el coraje. Y que las fuerzas del cielo no nos engañen.
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Es urgente reformar la ONU
MADRID.– La reunión anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas celebrada en Nueva York en medio de los conflictos que asuelan el mundo, especialmente en Oriente Próximo y Ucrania, ha supuesto de nuevo la triste constatación de que esa institución es incapaz de poner fin a la violencia. El encuentro del año pasado, marcado por la invasión rusa de Ucrania, ya puso de manifiesto la impotencia de las Naciones Unidas para resolver los nuevos retos internacionales. La destrucción de Gaza, que ha costado la vida a más de 40.000 personas tras los atentados perpetrados por Hamas contra civiles israelíes en octubre de 2023, no ha hecho más que ahondar en la ineficacia del Consejo de Seguridad.
La idea de Occidente como garante de un orden mundial basado en reglas intentó trasladarse al resto del planeta con la invasión de Ucrania, pero dicha imagen se hizo añicos tras constatar el doble rasero de las potencias occidentales. Aunque la Asamblea General ha aumentado el número de resoluciones que requieren de la mayoría de sus miembros para ser adoptadas y sus dirigentes luchan por jugar un papel en la resolución de conflictos, es obvio que no tienen ningún efecto real.
Por eso la reforma del Consejo de Seguridad es más apremiante que nunca. La arquitectura internacional creada tras la Segunda Guerra Mundial está agotada y ya no es representativa de la actual relación de equilibrios y fuerzas globales. Hace mucho que los países de Latinoamérica, Asia y África se quejan de que el núcleo permanente del Consejo –compuesto por cinco miembros permanentes con derecho de veto: EE.UU., el Reino Unido, Francia, Rusia y China– pasa por alto el papel actual de potencias como la India, Brasil o Japón, y nada menos que todo el continente africano. El contexto de inestabilidad y la falta de voluntad política de los países privilegiados por el statu quo hacen difícil la renovación, pero las guerras en marcha y los nuevos desafíos globales –que ni siquiera estaban en el radar hace 80 años, como señaló António Guterres– la han vuelto más necesaria que nunca.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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