Arturo Puig, tras la muerte de Selva Alemán, abre su corazón + Cerca: “La soledad no es para mí”
A un mes del fallecimiento de su esposa, el actor conversa con Pablo Sirvén acerca del modo en que atraviesa su duelo, y asegura que encuentra en el teatro y en el apoyo de sus amigos las razones para seguir adelante
Arturo Puig, tras la muerte de Selva Alemán, abre su corazón
Aun mes de la muerte de su esposa, Selva Alemán, Arturo Puig abre su corazón en una entrevista con Pablo Sirvén, en el ciclo exclusivo Cerca, Protagonistas. “La extraño, es un dolor inconmensurable”, asegura el actor al momento de definir el duelo que enfrenta por la pérdida de su compañera de más de 50 años. “El otro día pensé: soy viudo. Me suena tan rara esa palabra. Me siento raro”, confiesa.
La muerte de la recordada actriz, ocurrida el pasado 3 de septiembre, fue repentina. “Solo tenía una arritmia, muy leve, ni siquiera estaba medicada. Fue muy inesperado”, explica Puig. Será por eso que aún intenta comprender cómo sucedió el desenlace fatal: “Pensaba que era algo que le había caído mal. Transpiraba frío, estaba helada. Llamé al médico, hicieron un chequeo, dio bien, pero al rato otra vez, y ya ahí llamé a la ambulancia”. Y añade: “Después me enteré de que durante los ataques al corazón, tipo infarto, a las mujeres les duele el estómago y a los hombres en el brazo. Por eso ni ella ni yo pensamos que era el corazón.”
“Me cuesta mucho, no puedo creer que Selva, el amor de mi vida, no esté más. Llego a casa y siento que ella va a estar como siempre. Miro un poco de televisión y me doy vuelta para hacer un comentario, y no está. La verdad que es muy duro, porque fueron más de 50 años juntos”, se sincera, visiblemente afectado por la reciente pérdida de su mujer.
Durante los últimos años, el matrimonio de actores compartió no solo su vida privada, sino también el escenario. “Nos llevábamos muy bien y nos divertíamos mucho juntos, más allá de que hayamos peleado y discutido, como todas las parejas. Además, ella era el centro de la familia para mis hijos, mis nietos, y siempre tenía la palabra justa para cada uno de ellos y para mí también”, dice en la entrevista. “Ella me ha ayudado mucho, humana y profesionalmente. Intercambiábamos opiniones. Los dos teníamos nuestro carácter, y a la vez no éramos una pareja simbiótica, cada uno tenía sus cosas. Creo que por eso la pareja duró tanto”.
“Soñé una vez con ella; soñé que me daba un beso”, cuenta con emoción. “La gente me para todo el tiempo por la calle, me abraza, me da un beso, me apoya... Eso me hace muy bien. Vos tenés la familia de sangre, la del corazón, pero el público es la gran familia. Camino por la calle y me abrazan. Selva era muy querida, mucho más de lo que yo suponía. La soledad no es para mí, pero yo voy a encontrar compañía en mis amistades”, señala el actor, conmovido sobre el cariño que recibe del público.
Al ser consultado por su futuro, Puig expresa incertidumbre: “Todavía no sé bien dónde estoy parado. Cada día es distinto. Vivíamos en una casa muy grande y ahora me tengo que ocupar de una serie de cosas que antes hacía Selva. A veces no encuentro papeles. Siento mucha desesperación por momentos para poder cumplir con todo. Por supuesto, me ayudan mis hijos y amigos, pero es muy difícil”.
Amigos y una propuesta laboral
“El apoyo y el cariño de la gente y mis amigos me han sorprendido. Incluso me ofrecen proyectos”, comenta Puig, refiriéndose a la propuesta de su gran amigo Carlos Rottemberg de volver al teatro con Visitando al Sr. Green, puesta en la que compartiría escenario con Facundo Arana. Aunque aun no hay una fecha confirmada de estreno, Puig ya está decidido a aceptar: “Voy a hacer la obra porque me encantó, pero ahora no podría ir a Mar del Plata, tengo la cabeza en otras cosas y es una obra con dos personajes que están todo el tiempo en escena, y hay que estudiarla bien”.
Para el protagonista de Grande Pá! el teatro es un refugio: “Siempre digo que el escenario es sanador. Uno se puede sentir mal, cansado, pero sale a escena y todo pasa.” La propuesta de Rottemberg llega justo en el momento adecuado, dándole un motivo para retomar el trabajo en medio del duelo.
Durante la charla, Puig destaca también el apoyo de Ricardo Darín, con quien compartió sets y escenarios: “Con Ricardo nos une una hermandad. Lo conozco desde muy chico, él tenía 7 años la primera vez que trabajamos juntos. Está trabajando en España, y me llama cada dos o tres días”.
Al finalizar la entrevista, Sirvén le obsequia un regalo especial: un retrato suyo junto a Selva, realizado por el dibujante Juan Colombato. Conmovido, el actor solo alcanza a decir: “Uy, qué lindo”.
Arturo Puig habló sobre sus días sin Selva Alemán, sus ganas de mudarse y su vuelta al teatro
Arturo Puig habló sobre sus días sin Selva Alemán, sus ganas de mudarse y su “cortocircuito” con Gustavo Yankelevich
A un mes de la muerte de su esposa, el actor conversó con LA NACIÓN sobre el duelo que atraviesa, sus planes a futuro para volver a los escenarios y cómo sus amistades lo ayudan en este duro momento
Solo el ladrido de su perro, cuando Arturo Puig estornuda fuerte, interrumpe el hondo silencio que, desde el 3 de septiembre último, invade su triplex, ubicado en el barrio de Belgrano, y del que ahora quiere mudarse. Esa mañana, su pareja desde hacía más de cincuenta años, la gran actriz Selva Alemán, experimentó un malestar aparentemente estomacal que pareció disiparse tras la visita domiciliaria del médico. Tanto es así que al mediodía ya estaba pensando en su vestuario para ir al programa siguiente de Mirtha Legrand al que había sido invitada la pareja de artistas. Pero a primera hora de la tarde la molestia volvió con más persistencia y ya no se fue más.
“Poné la sirena”, escuchó Puig que el camillero le decía por lo bajo al conductor. Pocos minutos después, Selva moriría en la clínica Zabala de un infarto, a los 80 años.
Al cumplirse un mes de su partida, Arturo Puig la evocó por primera vez para +cerca Protagonistas, el ciclo exclusivo para muchos de los cuales hicieron llegar sus saludos y preguntas al querido actor, algunas de las cuales se transcriben en esta entrevista. Puig también habló de su carrera, de sus proyectos y de cómo su vida se transformó repentinamente hace pocas semanas.
En medio de tanto dolor, hay una buena noticia: Arturo volverá pronto a los escenarios. Será junto a Facundo Arana y dirigidos por Santiago Doria, para hacer Visitando al Sr. Green, de Jeff Baron, que Arana ya representó junto a Pepe Soriano.
La entrevista tuvo lugar en el auditorio , en donde vio pasajes de algunos de sus trabajos más conocidos y recibió como regalo, sobre el final del encuentro, un dibujo de Arturo y Selva, realizado por Juan Colombato, que los lectores de este diario conocen muy bien porque ilustra habitualmente algunas páginas de la edición papel. Puig también visitó la Redacción y se sacó varias fotos durante ese recorrido.
Arturo Puig, tras la muerte de Selva Alemán, abrió su corazón+ Cerca: “La soledad no es para mí”
-¿Cómo se va acomodando el dolor en estas primeras semanas sin Selva, si es que el dolor se puede llegar a acomodar?
-Es muy difícil. La verdad me cuesta mucho. No puedo creer que Selva, el amor de mi vida, no esté más y que no la vea. Llego a casa y siento que ella va a estar como siempre o miro un poco de televisión y me doy vuelta para hacer un comentario y no está. Es muy duro porque hace más de 50 años que estábamos juntos en la vida y muchas veces también en el escenario. Teníamos una relación muy buena más allá de que nos hemos peleado como todas las parejas. Pero nos llevábamos muy bien, nos divertíamos mucho juntos, así que la extraño. Es inconmensurable el dolor. Además, ella era el centro de la familia para mis hijos y mis nietos. Para mí y para todos fue una sorpresa.
-¿Tenía algún antecedente cardíaco?
-No, ella tenía una arritmia, pero muy leve. Ni siquiera estaba medicada, así que fue muy inesperado. Pensaba que algo le había caído mal, transpiraba frío, estaba helada. Después me enteré de que los ataques al corazón, como el que tuvo ella, a las mujeres les duele el estómago y a los hombres los brazos. Por eso no relacionamos ni ella ni yo que era algo del corazón.
-¿Cómo asumir esta viudez tan reciente?
-La verdad que todavía no lo sé. No sé bien dónde estoy parado. Cada día es distinto. Vivíamos en una casa muy grande y ahora me tengo que ocupar de una serie de cosas que antes hacía Selva y entonces a veces no encuentro papeles; en fin, mucha desesperación por momentos para poder cumplir con todo. Por supuesto, me ayudan mis hijos y amigos, pero es muy difícil. El otro día pensé “soy viudo”, me suena tan raro esa palabra. La soledad no es para mí, pero yo voy a encontrar compañía en mis amistades.
"Teníamos una relación muy buena más allá de que nos hemos peleado como todas las parejas. Pero nos llevábamos muy bien, nos divertíamos mucho juntos, así que la extraño. Es inconmensurable el dolor", sostuvo Puig
-¿Soñaste con ella?
-Soñé una vez.
-¿Se puede contar qué?
-Sí, soñé que me daba un beso.
-Una suscriptora, cual vocera del público, te pregunta: ¿qué podemos hacer por vos?
-Apoyarme y quererme. Me ha sorprendido mucho el impacto en la gente. Me paran todo el tiempo por la calle, me abrazan, me besan. Me hace muy bien.
-Es que el artista tiene su propia familia de sangre, pero el público funciona como otra gran familia, ¿no?
-Selva era muy querida, mucho más de lo que yo suponía. Muy impactante.
Al repasar algunas participaciones de ella en programas como Atreverse y Malparida, entre otros, y Arturo comenta: “Qué linda era y qué buena actriz, ¿no? Era muy estudiosa e intuitiva, siempre muy compenetrada en lo que hacía. Cuando empezamos a trabajar juntos nos peleábamos horrores. Discutíamos por todo, entonces un día decidimos dejar de hacerlo porque nos íbamos a separar y por mucho tiempo estuvimos sin trabajar juntos. Pero en una oportunidad nos llaman a los dos para hacer la última obra que había escrito Arthur Miller, que era Cristales rotos, con dos personajes maravillosos y ninguno de los dos, se quería perder esa obra. Volvimos a trabajar juntos y, no sé si fue Miller, pero a partir de ese momento nos llevamos maravillosamente bien y ahí hicimos casi todas las obras juntos siempre y cuando fuéramos pareja. Si nos llamaban para una obra para hacer de hermanos, no porque pensábamos que el público no se lo iba a creer.
-¿Cómo no recordar también cuando hicieron Quién le teme a Virginia Woolf?
-Fue una obra que amé. No hace mucho le comentaba a ella que teníamos que volver a hacerla, pero Selva decía que yo no me daba cuenta de que había pasado el tiempo y que el físico no nos iba a dar para hacer esa obra tan fuerte.
-Claro, digamos para quienes no conocen ni vieron esa obra que es la crónica de la destrucción de un matrimonio en tiempo real.
-Era tremendo porque eran peleas de revolcarse por el piso y de pegarse. La obra es un tema de estudio para los psicoanalistas, ¿no?
-¿Y cómo rebotaba todo ese infierno que representaban cada noche en la pareja real de ustedes?
- La verdad que terminaba la obra y estábamos bien. No nos hacía mal ni mucho menos; al contrario. Yo amaba esa obra y si pudiera la volvería a hacer porque ese personaje de George fue uno de los que más disfruté.
-¿Cómo se maneja la competencia en una pareja de actores?
-La verdad que era un gran disfrute trabajar con Selva y ella conmigo.
"Me ha sorprendido mucho el impacto [por la noticia de la muerte de Selva Alemán] en la gente. Me paran todo el tiempo por la calle, me abrazan, me besan. Me hace muy bien", expresó el actor
-¿Y qué pasaba cuando terminaba la función y volvían a casa?
-Comentábamos cómo había salido y las reacciones del público. De pronto: “Uy, me olvidé de tal bocadillo, pero bueno, no pasó nada”. En la última obra que hicimos, Largo viaje de un día hacia la noche, lo que siempre le comentaba era que llegábamos a casa, comíamos, yo sacaba al perro y, de pronto, le decía: “Selva, me cayó un piano encima” de cansancio.
-Claro porque el escenario te da tal adrenalina que ni te das cuenta en el momento, ¿verdad?
-Lo que siempre digo: el escenario es sanador, pero sanador de verdad. Uno a lo mejor se siente mal, está cansado, le duele algo, sale a escena y se le pasa. No solamente eso: nosotros en una época dábamos clases. Y entre los distintos alumnos, había una chica que tenía una timidez impresionante y con nosotros se soltaba por completo. Por eso recomiendo tanto hacer teatro a la gente, a lo mejor no para pretender hacer una carrera como actor, sino justamente porque propone una gimnasia que obliga a ponerte en el lugar de otro, hacer de pronto un asesino, un bueno o un malo. En el escenario todo está permitido.
-Aparte del vínculo amoroso, ¿qué otras cosas te aportó Selva en tu vida profesional?
-Ella me ha ayudado mucho profesionalmente porque era una gran actriz e intercambiábamos opiniones sobre la actuación. Y además no solo en lo profesional sino también humanamente. Por eso creo que la pareja duró tanto, aunque hayamos tenido peleas y hasta una separación, de la que nadie se ha enterado. Y a la vez no éramos una pareja simbiótica. Cada uno tenía sus cosas. Nosotros en casa nunca pasamos la letra porque ella estudiaba de una manera y yo, de otra. Recién en el ensayo nos juntábamos como si fuéramos otra actriz y otro actor.
-Con Largo viaje de un día hacia la noche después de una temporada a sala llena en el San Martín estuvieron hace poco en Mar del Plata, ¿y cómo les fue?
- Nos convocó Marcelo González, el dueño del Tronador. Hicimos tres funciones y nos fue brutal, la verdad que se llenó el teatro. Fue fantástico porque yo creo que la gente tiene avidez también por este tipo de obras clásicas.
-Tuviste tantos éxitos en la tele protagonizando comedias blancas que mucha gente se asombra cuando te ve en teatro haciendo papeles totalmente diferentes y muy jugados. Muchos se preguntarán ¿dónde está “Grande, pa”? porque la televisión estereotipa un poco, ¿no?
-Bueno, claro, lo que pasa es que ¡Grande, pa! fue un suceso. Creo que es el programa más visto de la historia de la televisión en cuanto a comedia, ¿no? Llegamos a tener dos o tres emisiones con 60 puntos de rating. Era un momento de la televisión maravilloso, con otros grandes éxitos en Telefe, como Amigos son los amigos, Atreverse y varios programas más. Lamentablemente esa televisión que entraba a la casa y llegaba a todas las clases sociales, a grandes y a chicos, no existe más.
-Bueno, está el streaming y las plataformas, aunque son formatos más elitistas y menos populares que la TV abierta.
-No es lo mismo. Además, yo creo que los actores no vamos a existir más. El teatro se ha vuelto nuestro refugio y nuestra resistencia también porque, además, hablando un poco de este gobierno, no se ha ocupado ni tampoco le interesa demasiado la cultura, lo cual creo que es un error garrafal, porque la cultura en un país es muy importante. Nos identifica nuestro cine que ha ganado en festivales y que muestra el país y cómo somos. Sin embargo, creo que los políticos están en otra cosa que no tiene nada que ver con la cultura. Es un error espantoso. Es denigrante también para un país que no haya cultura.
-Repasando otros hitos de tu carrera, se te ve muy divertido bailando y haciendo dúo con Ricardo Darín en Sugar, la comedia musical que protagonizaron ambos con Susana Giménez.
-Esa fue para mí una época maravillosa porque yo amo la comedia musical y hacerla fue fantástico. Con Ricardo me une un sentimiento casi de hermandad porque yo lo conozco a él desde muy chiquitito, cuando en la película He nacido en la ribera, donde yo encarnaba a un jugador de fútbol, él hacía de mí cuando era chico; tendría ocho años, más o menos. Y cuando hice Hello, Dolly! con Libertad Lamarque, trabajaba la madre de Ricardo. A veces venía todavía chiquitito al camarín. Después lo perdí de vista y nos reencontramos cuando él ya era adolescente en una novela de Alberto Migré.
-Nacía el “galancito”...
-Claro, hacía de mi sobrino y ahí nos hicimos muy amigos, tan es así que en una temporada que hicimos, yo había alquilado una casa y él vivía con nosotros. ¡Selva le llevaba el desayuno a la cama! Él ahora se ha portado muy bien, está en España en este momento haciendo teatro y me llama cada dos o tres días por teléfono, me cuenta cosas y me dice “ponete bien”. Es una gran persona Ricardo. Lo amo como un hermano mayor a un hermano menor.
Arturo Puig junto a Susana y Darín, cuando los tres protagonizaban Sugar
-Y tu vínculo con Gustavo Yankelevich, ¿cómo ha sido?
-Gustavo es un amigo de hace muchos años. Es un genio de la televisión, siempre un paso adelante. Con él he vivido momentos sumamente divertidos. Él fue el que me hizo cantar en los años 70. Entonces los actores que tenían mucho éxito grababan un disco. Yo era muy amigo de Emilito Disi, salíamos juntos y en el auto ponía un casete de Tom Jones que me encantaba y yo cantaba a la par. Gustavo entonces empezaba como productor de Voltops, donde pasaban todos los últimos hits de la música. El muy sinvergüenza de Emilio le dice que yo, que en ese momento estaba haciendo Carmiña, cantaba como Tom Jones. Tomamos un café y terminé grabando un simple, un disco chiquito con dos temas que vendió una barbaridad, creo que no sé si 10.000 discos. Grabamos un long play también y un día viene y me dice de hacer shows. Yo no quería, pero al final hice como un año de presentaciones y ahí fue donde más nos hemos divertido y reído. Hace menos años tomamos otro café y me da el texto de una obra para que la lea y le dé una devolución. La obra era Le prénon, una comedia maravillosa y entonces le digo: “mirá, la obra es extraordinaria, es bárbara, pero ¿qué personaje querés que haga? Me parece que los actores tendrían que ser un poco más jóvenes que yo”. Y Gustavo me dice: “No, yo quiero que la dirijas, ¿te animás?” Le respondí: “Me vas a cumplir un sueño”. Y ahí empezó esta unión de productor teatral y director. Muchas veces había pensado en dirigir, pero no me animaba porque me daba timidez hablar con otros actores, pero todos los que dirigí fueron maravillosos, realmente me adoraron como director y me quieren mucho. Fueron muy buenas experiencias. Después la dirigí a Susana Giménez en Piel de Judas y ahí fue cuando tuvimos un pequeño cortocircuito. Lo que pasa es que a veces nos peleábamos mucho porque él me decía una cosa y yo decía otra.
Pablo Sirvén junto a Arturo Puig, durante la esperada entrevista al actor
La entrevista a Puig se surte de tres tipos de preguntas: las que hace el autor de esta nota, las que aportan los suscriptores y la que viene, que parece romper la ilación que hasta el momento venía teniendo la conversación, proviene de una cajita de la que escoge al azar una tarjeta que dice lo siguiente:
-¿Cuál es tu borrachera más memorable?
-Tengo una impresionante, aunque a lo mejor no fue para tanto, pero yo era muy chico. Era socio del club Harrods Gath & Chaves, donde pasé mi adolescencia. Tenía una barra de amigos y, por supuesto, íbamos a los bailes de carnaval. Ahí me agarró una borrachera impresionante, pero de aquellas de desmayo. Tendría unos 17 años. Mis amigos me dejaron tirado en el césped de una cancha y llamaron a mis padres, que me vinieron a buscar. Después ya de más grande he tenido otras más controladas.
-Dio vueltas el rumor de que harías temporada teatral durante el verano en Mar del Plata. ¿Qué hay de cierto?
-Yo voy a hacer Visitando al Sr. Green porque la obra me encantó y quiero mucho a Facundo [Arana]. Me parece un divino total, pero yo ahora, en este momento, no podría ir a Mar del Plata por toda una serie de cosas. Lo que me ha pasado por un lado que me tiene un poco la cabeza en otras cosas como para estudiar una hermosa obra de dos personajes que, además, están todo el tiempo en escena. Y, por el otro, que tengo que vender mi casa que es enorme para mí solo para mudarme a algo más acotado. Entonces es todo un lío, no sé qué voy a hacer con tantos libros, muebles y tantas cosas. No es el momento, pero la obra seguro que la vamos a hacer.
-¡Qué bueno!, o sea que podemos afirmar que volvés al escenario. Al comenzar esta conversación dijiste que es un lugar muy sanador, así que para vos también lo será.
-Carlos [Rottemberg] que es otro amigo y se ha portado maravillosamente bien, me insistía mucho en que fuera a Mar del Plata a hacer la obra, que me iba a ayudar mucho con el momento que estoy pasando, pero no me dan los tiempos para hacerla en el verano. Pero la voy a hacer.
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
REENCUENTRO CON MI BUENOS AIRES QUERIDO
UN TESTIMONIO SOBRE LAS VIVENCIAS Y EMOCIONES QUE SIENTE UNA ARGENTINA QUE VIVE EN EL EXTERIOR AL REGRESAR DE VISITA AL PAÍS Ana D’Onofrio — PALMA DE MALLORCALos jacarandás en las avenidas Libertador y 9 de Julio tiñen a la ciudad de lila en octubre
La autora vive en España desde enero de 2020. En esta nota retrata la experiencia de su último viaje a Buenos Aires.
Buenos Aires me recibió con una primavera recién inaugurada; soleada y linda como siempre, aunque bastante más sucia; sin cortes de calle ni piquetes, lo cual es una diferencia notable con respecto a viajes anteriores, y con los precios por las nubes. Casi todo es más caro que acá, una isla donde sus habitantes se quejan frecuentemente de que el costo de vivir supera al de la península.
Primera vez que viajaba sin la urgencia de la vuelta y con mi perro Totó bien cuidado, extendí mi estadía por poco más de un mes y me di un atracón de familia, amigos y colegas. No paré de recibir achuchones, como dicen acá, invitaciones e incomparables demostraciones de cariño y reconocimientos, en muchos casos inesperados y por eso doblemente reconfortantes.
Siempre energiza reencontrarnos con la argentinidad: eso de juntarnos, por ejemplo, y reanudar la conversación que dejamos pendiente tres años atrás como si nos hubiéramos visto anoche. Siempre listos para abrir las puertas, para celebrar y para improvisar un asado. Amables, ocurrentes, solidarios, mis compatriotas no permiten que la tremenda crisis que vive el país y que tan palpable se hace allá donde uno vaya, erosionen ese adn virtuoso por el cual se los reconoce en todo el mundo. Como decía una vieja publicidad, “en Europa no se consigue”. Y es lo que más se extraña, por no decir lo único, aunque primordial. Bendito WhatsApp, bendito Zoom, bendito Skype y etcéteras.
Un día, a punto de abordar el 67, me doy cuenta de que había olvidado la SUBE. Como ocurre en todas partes, pensé, subo y pago. Error. “SUBE o nada”, el conductor. “Y qué hago?”. “Ah, no sé”. “No se preocupe, señora, yo le pago”, dice la chica que estaba detrás de mí. La nobleza criolla siempre, siempre, un paso por delante de la burocracia y celebro que así sea.
Qué poco friendly esa intransigencia para un país que quiere atraer turistas. En Luxemburgo, por ejemplo, donde voy con cierta frecuencia porque mi hijo vive a 30 kilómetros, el transporte urbano es gratis para locales y turistas, mientras en Palma los lugareños no pagamos presentando la Tarjeta Ciudadana. Forasteros y/u olvidadizos pagan un ticket de cinco euros y viajan sin problema.
Casos como el de esa chica generosa son perlitas nativas que iluminan, y hay muchas más, aunque no deja de asombrarme que, con el siglo XXI tan instalado, los automovilistas sigan haciendo caso omiso al paso en el paso de cebra, infracción que alimenta la costumbre nacional de cruzar por el medio de la calle.
Es más seguro, claro, porque el que gira no respeta al peatón que está cruzando o por cruzar. Acá eso no es imposible, el peatón es amo y señor siempre; si uno no lo respeta no solo te miran mal, sino que te paran y te lo dicen en la cara; la velocidad máxima en las calles es de 30 kilómetros por hora y 50 en las avenidas, y la vida transcurre al ritmo del lema “no hay prisa”. Cero estrés.
Lo que traje conmigo: una lucecita de esperanza, tenue aún, pero a la que le pongo una ficha; el abrazo de los amigos y colegas que hoy, de regreso en mi refugio mediterráneo, sabe a poco; las charlas interminables de cuatro o cinco horas; un par de kilos de más de tantas comidas a las que me invitaron y el sabor increíble de los Havanna sugar free que salieron al mercado en esos días y no pude traerme una caja porque estaban agotados en todos los locales (se los digo y acuérdense, son un viaje de ida).
Lo que me dolió: aunque sé que hay índices alentadores, los de la “macro”, que no son menores, la “micro” pega y duele, y el discurso violento –no importa de quien venga– estresa, y es innecesario. Gente dentro de los contenedores revolviendo basura, suciedad en las calles y una Corte de los Milagros que pernocta a la intemperie porteña hablan de décadas de malas políticas, de corrupción enquistada y de elecciones equivocadas.
La mayoría de la gente con la que hablé tiene hijos viviendo afuera o a punto de emigrar. Y esto es más que solo un dato. Es una realidad que nos interpela como país y como sociedad, y sorprende cuan ausente está de los debates que deberían ocupar a las elites gobernantes.
Risas, lágrimas, emoción, nostalgia, frutillas con sabor a frutilla que hacía años no probaba, encuentros con colegas que son como hermanos, siempre alrededor de una mesa. No caminaba Buenos Aires de madrugada creo que, desde los años tiernos, cuando rematar la noche en Edelweiss era un hábito casi cotidiano. Volví a sentir el sabor de la bohemia periodística que mató el celular y enterraron las redes.
Aquella vieja magia intacta, perfumada por el aroma de las florerías callejeras que, en Buenos Aires, solo en Buenos Aires creo, desafían el horario, la crisis y el deambular de los zombies con sus rosas, claveles y hasta peonias salpicados por gotas de agua pasada la medianoche. Nunca había reparado en este detalle tan poético. Como si alguien a esas horas de la madrugada necesitara un ramillete de algo para un te amo tardío o doblegar un perdón reticente.
El lila de las copas enormes de los jacarandás en octubre. El perfume de los jazmines de leche que cuelgan de los balcones en un atardecer templado que invita a pernoctar en las veredas de La Biela. O bajar por Santa Fe a la pesca de algo abierto para ese café que cierra la noche. A casi todas las crisis les ha hecho bajar las persianas temprano. Duro golpe a la nostalgia. ¿Hay algo más porteño que la Buenos Aires insomne?
Gracias a Dios, en la esquina de Riobamba resiste Babieca. Baluarte y refugio de los noctámbulos que no se van a dormir sin el café de las confesiones últimas. La primavera porteña encierra un sortilegio que reenamora. Ese que se echa en falta del otro lado del mar, cuando los versos de Borges nos llenan la cabeza de saudades.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.