Más familias compran grupos electrógenos por el temor a cortes de luz en verano
Los generadores de energía se volvieron habituales en casas, sobre todo en barrios cerrados, y la demanda va en aumento; precios y modos de uso
María Nöllmann
“Suena como una Zanella 50. Es molesto, pero es tolerable”, dice Gabriela Vazza mientras se apoya en el marco de la puerta principal de su casa en un barrio privado de Pilar y observa cómo, en el jardín delantero, su gato pasea la cola por el generador de energía. El equipo no es nuevo, tiene más de 10 años. Lo colocó tras los cortes de luz masivos de diciembre de 2013, un verano con olas de calor de más de 40 grados que hicieron colapsar el sistema eléctrico de varias localidades del área metropolitana de Buenos Aires.
Para ese entonces, tener un generador de energía propio era poco común en su country; hoy, en cambio, una simple caminata por el barrio alcanza para confirmar todo lo contrario: solo en la cuadra de Gabriela, hay otros cuatro, y en otras calles es posible contar hasta seis.
Entre los vecinos que no tienen grupo electrógeno hay varios que afirman estar contemplando la opción, mientras que otros, como es el caso de Jorge Díaz, están instalando uno durante la recorrida. Bajo un sol de mediodía inusualmente fuerte para esta época del año, tres operarios de una empresa importadora de generadores trabajan en la conexión del equipo.
“Esperamos un verano intenso y, hasta lo que sé, no hubo inversión en el tendido eléctrico. A la mujer de enfrente le colocan un generador en unos días y hay otros de la cuadra que ya tienen”, dice el vecino, de 80 años, quien no duda en considerarse parte del “nuevo boom de los grupos electrógenos”.
Pero, ¿por qué hora? La tendencia comenzó hace 10 años, creció de manera paulatina y se intensificó por la pandemia. Durante el confinamiento hubo un factor clave que hizo aumentar las ventas: el home office. Con la instauración del trabajo remoto, la dependencia a la red doméstica de wi-fi se volvió fundamental, explican personas dedicadas al rubro.
Un instalador coloca un grupo electrógeno en una casa de un barrio cerrado de Pilar antes de la llegada del verano
Pero este año, particularmente en los últimos meses, la tendencia creció aún más. Los instaladores y los mismos compradores lo relacionan con el temor a los cortes de luz y a la creencia de que en este verano las temperaturas serán extremadamente altas.
A principios de junio, un informe de Cammesa, la compañía con control estatal a cargo de los despachos de energía eléctrica, dio una advertencia severa. Estimó un pico de consumo récord para febrero de 2025 y vaticinó, como consecuencia, cortes de luz masivos. Si bien hubo funcionarios del Gobierno que ratificaron ese panorama, voceros del Ministerio de Energía aclararon que no habrá interrupciones programadas del suministro para domicilios ni para el sector industrial, sino solo “un programa de reducción voluntaria para grandes empresas”.
“Habíamos escuchado que la situación energética iba a empeorar, y la verdad es que no teníamos ganas de vivir en esa incertidumbre. Hace años que teníamos una moneda en una cubetera del freezer para saber si se había descongelado. Lo primero que hicimos el día que compramos el equipo electrógeno fue tirar la moneda”, cuenta, entre risas, Lucía Galván, de Olivos, quien compró el equipo a gas hace dos meses.
Las experiencias de los veranos anteriores impulsaron la demanda. “Las olas de calor más complicadas de los últimos años fueron la de enero de 2022, que superó los 40 grados, y la de marzo de 2023, que se extendió durante nueve días y fue similar a la de 2013. Impactó mucho porque estábamos todos de vuelta de las vacaciones, entonces el consumo fue mucho mayor y hubo varios cortes”, afirma el meteorólogo José Luis Stella.
A esas interrupciones del suministro, que en algunos barrios de la ciudad y en varias localidades del conurbano llegaron a durar más de un día, se sumaron los graves problemas provocados por el temporal de diciembre pasado, incluidos cortes de energía.
Los comerciantes están entre los que más sufren los cortes de luz
Consultas por generadores y datos en grupos de WhatsApp
Vendedores de grupos electrógenos afirman que cada año, con la llegada de la primavera, comienza la temporada alta para ellos. En 2024, sin embargo, las consultas se adelantaron. “La gente empezó a escribirnos y a pedirnos presupuesto antes, creo que en parte por los pronósticos energéticos”, detalla Tulio Franz, quien se dedica a la instalación de generadores.
“La demanda ha crecido no menos de un 30% o 40% en los últimos dos años. Y este año se viene vendiendo bastante. Hoy ya es normal tener uno en tu casa. Ahora muchas personas trabajan online y son muy complicados para ellos los cortes de luz y el hecho de no saber cuándo va a volver”, sigue.
Hay localidades que muestran mayor interés, que coinciden en general con las más afectadas. “Hay mucha demanda en zonas donde hay cortes recurrentes, como Canning o San Vicente, y zona norte y zona oeste en general”, explica el ingeniero Gonzalo Prieto, gerente general de la empresa Ayron Energy.
Hace meses que en los grupos de WhatsApp de propietarios de barrios cerrados de la provincia de Buenos Aires intercambian contactos de instaladores y datos sobre los voltamperios necesarios según el consumo energético de cada vivienda. Tener un equipo electrógeno a gas solía ser un lujo para pocos. Hoy, sigue siendo un lujo, pero más adquirido, especialmente por familias con cierto poder adquisitivo. Los equipos más económicos cuestan aproximadamente 7000 dólares.
“Lo consideramos como una inversión y como un extra que revaloriza la casa -dice Lucía-. Es una tranquilidad. Se corta la luz y no sufrís con el freezer, con el router de internet. El cable de la fibra óptica te sigue llegando. Es más, solo te enterás que se cortó la luz por el ruido del equipo”.
¿Qué tipos de generadores hay?
Existen tanto generadores diesel, los más instalados en los edificios, como también generadores a gas, los más habituales para uso individual en casas.
¿Cuánto cuesta un grupo electrógeno a gas en una casa?
Cuesta entre 7000 y 20.000 dólares, dependiendo del consumo energético de la propiedad y la cantidad de artefactos eléctricos que la familia quiera utilizar durante el corte de luz.
¿Y un equipo diesel para un edificio?
El generador diesel para un edificio promedio, de 40 departamentos, cuesta aproximadamente 25.000 dólares, a los que deben sumarse 20.000 dólares de instalación e insonorización.
¿Dónde se debe colocar el aparato?
En una casa, si el generador funciona a gas, se conecta en la entrada de la propiedad a la red de gas. En un edificio, en caso de haber lugar en la planta baja -por ejemplo en una cochera libre- se coloca allí. De no haber espacio, se suele acudir a la terraza.
¿Quién los debe colocar?
Los aparatos a gas para casas y los de diesel para consorcios son colocados por profesionales matriculados, generalmente de la empresa que vende el producto, que es importado.
¿Cómo se activan ante un corte de luz?
En caso de ser un equipo a gas, se enciende automáticamente, mientras que si funciona a diesel, se activa de manera manual.
Falta de espacio y de acuerdo en lo edificios
El uso de estos equipos es menos frecuente en edificios, aunque hay algunos, por lo general de alta categoría, que cuentan con generadores. Los administradores de consorcios lo atribuyen a los costos elevados, pero también a la dificultad para lograr un acuerdo entre todos los propietarios. La falta de un espacio adecuado para colocar el aparato también se suele presentar como un obstáculo.
“La compra de un grupo electrógeno es un tema clásico que suelen abordar los propietarios nuevos de un edificio en los meses de septiembre u octubre. Pero, generalmente, no avanza”, afirma Adolfo Jager, presidente de la Federación de Cámaras de Administradores de Propiedad Horizontal.
La alta inversión económica es el primer motivo que enumera Jager: “En los edificios, los generadores suelen ser a diesel. Para un edificio promedio, de 40 departamentos, un equipo de estos sale aproximadamente US$25.000, a los que deben sumarse US$20.000 de instalación e insonorización. Son más de 1000 dólares por propietario, si es que todos están de acuerdo”.
El consenso no es sencillo. Algunos no están dispuestos a semejante gasto y, además, puede haber departamentos desocupados o en alquiler, cuyos dueños se oponen a invertir en un generador.
Los equipos para edificios, que tienen una potencia de alrededor de 45 o 50 kilovoltamperios, llegan a ser del tamaño de un auto. La falta de espacio para ubicarlos puede ser un impedimento. En algunos casos, los propietarios compran o alquilan en conjunto una cochera; en otros casos, instalan el aparato en la terraza. Esta última opción, precisa Jager, requiere el alquiler de una grúa. Y el valor escala.
Además, los grupos electrógenos no alcanzan para cubrir el consumo energético de todos los departamentos: generalmente, durante un corte de luz, los equipos alimentan la bomba de agua, el ascensor y la iluminación de los palieres.
Algunas empresas contemplan el espacio para un grupo electrógeno desde la construcción de un edificio
También hay equipos más económicos, pero que no tienen sistema de insonorización. El problema es que estos generadores suelen resultar un dolor de cabeza para los propietarios cuyos departamentos están ubicados cerca del aparato. “Es como tener un tractor prendido en la habitación de al lado. Te lo aguantás unas horas, pero no más”, señala Jager.
Entre los edificios de alta categoría que se construyen actualmente, hay una mayor presencia de grupos electrógenos. Jager describe dos modalidades: los que se conciben desde el inicio con un generador incluido y los que se proyectan con un lugar destinado para la futura colocación, en caso de que el consorcio acuerde la compra. Lo mismo sucede con las casas en construcción.
Precios y modos de uso
Los precios de los generadores son elevados, pero hay variaciones en función de los distintos modos de uso. Los propietarios de casas suelen elegir los equipos que funcionan a gas que, si bien son más caros, a diferencia de los que funcionan a diesel, no requieren de la carga de combustible. Se encienden de manera automática ante una baja de tensión o un corte de luz, y tienen bajo consumo.
“Uno básico de 8 kilovoltamperios monofásico sale US$7000. Si es una vivienda grande, el equipo no va a alcanzar para todo el consumo habitual de la familia, pero sí para los servicios esenciales: agua, iluminación y dos equipos de aire acondicionado, por ejemplo. La familia tiene que decir, en el momento del corte ‘solo usemos lo básico’. Si querés que te abastezca todo el consumo familiar, necesitás otro equipo. El precio y el tipo depende de si la casa tiene bomba de agua, horno eléctrico y de la cantidad de aires acondicionados. Para una vivienda de no menos de 500 metros cuadrados, se necesita un equipo trifásico de 17 KVA, que sale US$20000″, detalla Franz.
Una vez adquirido, el aparato no se puede descuidar. “El grupo electrógeno podría estar funcionando los 365 días del año sin parar, en casos extremos. No hay que recargarlo, pero sí hay que hacerle mantenimiento: cambiar el aceite y el filtro cada no menos de 3000 horas de uso”, agrega el especialista.
Los generadores de energía se volvieron habituales en los jardines de casas de barrios cerrados
Las razones por las que una familia puede decidir esta inversión varían, pero en todos los casos opera el recuerdo de momentos complejos por falta de luz. El temor a perder la comida del freezer o a que se quemen los artefactos eléctricos es un denominador común. La tranquilidad de que un adulto mayor no tenga necesidad de subir y bajar escaleras también aparece entre los motivos.
“Se me ha quemado un lavarropas y una bomba de agua. Hubo momentos gravísimos hace unos años, con cortes que iban y venían. Pero los cortes no son el único problema. Incluso una baja de tensión, algo que es común en la provincia de Buenos Aires, te puede embromar un electrodoméstico”, relata Jorge, mientras observa la instalación de su equipo.
Sandra Díaz instaló su grupo electrógeno esta misma semana. “Lo veníamos pensando, pero este año, con los cortes por el temporal, se nos echó a perder todo lo de la heladera y el freezer, y fue ahí que terminamos de tomar la decisión. Ahora, estamos esperando el verano tranquilos”, cuenta la ama de casa, de 59 años.
Meses atrás, meteorólogos comenzaron a alertar sobre la posible llegada del fenómeno de La Niña para fines de 2024 y principios de 2025. Era un pronóstico preocupante, dado que generaría un verano más seco y más cálido de lo habitual. Pero no dejaba de ser una previsión a largo plazo, mencionada solo como una posibilidad. Actualmente, a pocos meses de fin de año, ya es posible ver el panorama con mayor claridad, afirman desde el Servicio Meteorológico Nacional.
“Está bajando la probabilidad de tener un verano con La Niña, es decir, muy seco. Todo indicaría que va a ser un verano neutral, aunque todavía sigue habiendo incertidumbre”, indica Stella. Sin embargo, no se descartan registros extremos. “Los veranos tienden a ser cada vez más cálidos. Los últimos veranos tuvimos olas de calor prácticamente en todos los meses. Fueron bastante complicados. Y, por lo que se ve hoy, este verano va a ser parecido a los anteriores en temperaturas”, señala.
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Enrique Piñeyro, el hombre que une el cielo, el escenario y la mesa: “Volar y actuar no son un trabajo; ser cocinero, sí”
Cual verdadero hombre renacentista, es además médico y cineasta, en diálogo reflexiona sobre su vida entre el teatro, su restaurante Anchoíta y las misiones humanitarias: “me metí adentro de mis juguetes”, confiesa
Agustina Surballe-Müller
Enrique Piñeyro sigue las tres pasiones que lo marcaron durante su infancia: volar, actuar y cocinar
Enrique Piñeyro es médico, cineasta, piloto, activista y cocinero. Su versatilidad parece no tener límites. En su camarín, se acomoda y se dispone a hablar consciente de que su vida está tejida con los mismos hilos de sus pasiones: “Hoy hago lo mismo que hacía de chico: volar, actuar y cocinar”
En las últimas 24 horas, se bajó de su Boeing 787 tras un vuelo para llevar ayuda humanitaria a Sudán, se subió al escenario para su show Volar es humano, aterrizar es divino, y, ya entrada la noche, volvió a la cocina de su restaurante Anchoíta. Piñeyro convierte sus oficios en herramientas de cambio y denuncia, con un marcado sentido de justicia social. “Siempre hago las cosas con la esperanza de que sirvan para algo”, afirma.
Durante octubre el actor Enrique Piñeyro estuvo por vez decimo primera vez con su show: Volar es humano aterrizar es divino en el teatro Coliseo
Desde hace 11 temporadas, su stand-up sigue en cartel, y este año presentó funciones solo los fines de semana de octubre, la mayoría a beneficio de fundaciones como Favaloro o Pupi Zanetti. “No es tan sencillo conseguir teatro, después hay que llenarlo”, comenta Piñeyro. “La primera vez que Lino [Patalano] me trajo acá, le dije: ‘¡Estás loco! Poné un telón negro en la quinta fila’. Él confiaba en mí más que yo mismo”, recuerda sobre su debut en el teatro Coliseo.
–¿Cómo lográs unir todas esas pasiones en una sola vida?
–Es lo mismo que hice toda mi vida. Siempre digo que hay tres formas de ganar plata sin trabajar: una es ser piloto, la otra es ser actor y la tercera es ser sommelier. Los sommeliers se súper enojan, así que tengo que aclarar que es un chiste.
–¿Cuándo empezaste a cocinar?
–A los seis años me hice mi peor huevo frito. En mi casa había un problema: a mi viejo no le gustaba el ajo, la cebolla ni los condimentos. Ya estaba dos a cero abajo al salir a la cancha. Mi vieja había estado en la guerra, entonces nos retaceaba la comida, con la discusión de si eso era grasa o no era grasa. Además, decía que era una gran cocinera, pero nunca la vi poner agua a hervir en una pava. Era una familia italiana totalmente atípica.
–¿Y a actuar?
–Todos los chicos actúan. Jugaba a todo: a la casita, al estanciero, a las cartas con mi abuela. Le miraba las cartas que se reflejaban en sus anteojos, nunca se enteró… Ahora me aburren las cartas.
–¿Por qué estudiaste medicina?
–En realidad fue bastante honesta mi incursión. Me quedé libre el último día de quinto año después de recibir 59 amonestaciones y, mientras mis compañeros se fueron de viaje de egresados a Europa, yo agarré la mochila y me fui al norte, a Salta y Formosa. Acampé, trabajé en acción social y, al volver, entendí que la salud y la educación eran las áreas a las que quería dedicarme. Pensé en ecología, pero no había acá y probé con biología y al final terminé en medicina.
–¿Y la aviación?
–Hice las dos en paralelo. Empecé a volar cuando estaba en cuarto año de medicina. Y la verdad, los aeropuertos son lugares más amables que los hospitales.
–Ser piloto es un trabajo.
–No. Estás haciendo lo que querías hacer a los tres años; me metí adentro de mis juguetes. Yo solo jugaba con aviones. Vivíamos debajo del localizador de Aeroparque, en Vicente López y lo único que hacía era mirar aviones todo el santo día. A cinco millas ya te podía decir qué avión era. Me encabronaba con los adultos que decían mal el modelo.
–Pero no volás solo por placer. Parece que todo lo hacés con un propósito.
–Sí, miro el cielo y también como. Pero si es cierto, me gusta que las cosas impacten en la realidad, obviamente. Cuando hago una película, me gusta que pase algo. El día siguiente al estreno de Fuerza Aérea Sociedad Anónima, el gobierno anunció que le sacaron el control a la Fuerza Aérea. Estaba hecho para eso. El Rati Horror Show estaba hecho para que Fernando Carrera saliera de la cárcel, y salió. Me gusta que lo que hago, de alguna manera, sirva para algo, claramente.
–¿Ese mismo propósito define a Solidaire, tu ONG?
–En general, me subleva bastante la injusticia. Me molesta mucho. Me parece muy bestial la falta de empatía, la deshumanización del conflicto. Tenemos un tercer cargamento para Gaza que no estamos llegando porque no podemos pasar. Están cerrados los pasos humanitarios.
–¿Es imposible llegar a Gaza?
–Es la primera guerra que cierra los pasos de ayuda humanitaria. La primera guerra que no tiene corresponsales extranjeros. No sabés qué está pasando, nada. El 8 de octubre de 2023, el embajador de Israel me pidió que sacara a 200 chicos que estaban en viaje de estudio. Nos reunimos en Amia, el embajador, el cónsul, un jefe de seguridad de la embajada, los de Amia. Nos citaron en el sexto subsuelo, eran las 7 de la tarde, y a la 1 de la madrugada estábamos despegando. Pasando Gibraltar, me dicen que no está autorizado el aterrizaje. Me lo pidió el embajador, uno supone que está hablando con un Estado.
Enrique Piñeyro estuvo en el festival de San Sebastián el año pasado durante la presentación de la serie Nada en que participó como actor
–¿Y qué pasó?
–Todavía faltaban dos horas para llegar a Tel Aviv, y me dijeron que ni me acercase al espacio aéreo israelí. Después, a la semana o dos, llevamos un cargamento para Gaza. Y la verdad, a mí no me importa lo que digan: yo siempre me instalo del lado de la población civil atacada. Si había que ir a Tel Aviv a sacar a esos chicos, íbamos. Si hay que ir a Gaza a llevar ayuda humanitaria, vamos a ir. Porque la realidad es esa. Hay muchos civiles que están sufriendo un trato inhumano.
–De todo lo que hacés, ¿qué es lo que más disfrutás?
–Volar, obvio. Como diría Milei: “¡Obviooo! “.
–¿Cuánto tiempo pasás volando?
–Más que cuando volaba en una línea aérea. Mucho más. Casi las 800 horas anuales permitidas. No sé cuántas. El avión está registrado en un operador aéreo que controla, lleva todos los tiempos de vuelo, tiempos de descanso, te dice si podés volar o no. Es como si el avión estuviera afectado a una línea aérea. Entonces ellos nos dicen todo: mantenimiento, garantía, registro de tripulación, mantenimiento preventivo, chequeos. Tenemos un avión grande, entonces es compleja la operación.
–La primera vez que transportaste exiliados, ¿fue desde Ucrania?
–No. La primera vez que sacamos gente fue de Níger.
–A veces llevás a la prensa en tus vuelos humanitarios, ¿te parece importante darle visibilidad?
–Depende. Hay cosas que sí, cosas que no. Por ejemplo, en la misión a Sudán me pareció importante hablar del tema porque es una crisis completamente olvidada, fuera de moda. Hay otras crisis más “fashion” y esta es la más destratada de todas. Los millones de personas desplazadas que hay: seis y pico era el número que tenía. ¡Andá a contarlos!
Enrique Piñeyro en su avión Boing 787 durante su última misión con destino a Sudán
–Acá no se habla sobre África. ¿Por qué pensás que es así?
–Somos un poquito insulares. No publicamos nada, de nada. Es un mal argentino, me parece. Hay un desinterés importante por todo lo que sucede en lugares recónditos, como Asia, África, incluso Australia. Es como en Europa y los Estados Unidos.
–Recién mencionaste conflictos que “se ponen de moda”. Por ejemplo, la guerra de Ucrania tuvo toda la atención hasta el 7 de octubre de 2023, después la atención pasó a Gaza…
–Sí. Es un poquito agotador. Sin embargo, los europeos son geniales: si el malo es otro, abren las puertas a dos millones de ucranianos, sin problema. Pero cuando los malos son ellos, miran para otro lado. Tienen 100.000 migrantes africanos al año y mueren siete personas por día en el Mediterráneo. El otro día, el barco de nuestra ONG rescató a 41 personas. El rescate fue pedido por el avión de Frontex (la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas), a través de un Mayday Relay, que es una retransmisión de mensaje de emergencia. Demoraron dos horas para pedirlo, pero lo tuvieron que hacer. El presupuesto que maneja esta agencia de la Unión Europea es de 8.000 millones de euros, más que los planes de vivienda en España. No son los migrantes quienes les sacan trabajo; son ellos quienes les quitan trabajo a los migrantes, por los acuerdos pesqueros de la UE, la depredación de Senegal y Mauritania. Están pescando a 30 millas de la costa. Es espantoso lo que pasa ahí.
–¿Por qué no enfocarte en la pobreza en lugar de la guerra?
–Tenemos proyectos también. Pero son gotas en el océano. La guerra es muy extrema, es un estado de necesidad y vulnerabilidad altísimo. La pobreza es un estado de vulnerabilidad altísimo también, y reaccionás a lo que podés. Tenemos proyectos con el tema de la pobreza, que son de más largo plazo. La guerra tiene una inmediatez a la que podés responder más adecuadamente con un envío, por ejemplo. Obviamente, combatir la pobreza no es algo que una ONG pueda hacer. Hay que tomar conciencia de muchas cosas.
–¿Qué creés que debería cambiar en los gobiernos?
–Tienen que empezar a gobernar con honestidad. No pueden mentir con la inflación, no pueden reducir a la pobreza a la otra mitad de la población que faltaba para sustentar una teoría económica jurásica. No entienden que no les va a alcanzar toda la plata del mundo para defenderse si sumen a la población en la desesperación. Este sistema es muy obsceno. Vos podés acumular la cantidad de dinero que quieras, no hay ningún freno, no hay política fiscal que ponga un tope a la acumulación. ¿Cuánto querés tener? ¿50, 300, 1000 millones de dólares? ¿Y para qué? En los países nórdicos tienen un sistema de producción capitalista y otro fiscal que es totalmente socialista, llega un punto en el que si ganás más, ganás menos. Lo ves porque no hay lujo de ser frenado.
Enrique Piñeyro reflexiona sobre sus elecciones de vida: "Los aeropuertos son lugares más amables que los hospitales"
–¿Tampoco hay corrupción como acá?
–Acá la práctica es que si pasás un semáforo en rojo te piden plata directamente. Me dejaron un poco tocado las declaraciones de Mayra Arena cuando dijo: “La corrupción de la obra pública está bien [roban pero hacen], la que está mal es la de los burócratas”. Que alguien que me parecía medianamente lúcido salga con esas reivindicaciones es desesperanzador. Y sabés que no es así: la corrupción del burócrata viene con la otra, y la otra viene con los muertos de LAPA. Es todo el mismo paquete.
–Renunciaste a LAPA dos meses antes del accidente.
–Sí, dos meses antes. Dejé por escrito que iba a pasar y quiénes eran los responsables. Lo hice dos veces: la primera, cuando paré el avión, y la segunda, cuando me fui. Aun así, reinó la impunidad: solo hubo dos condenas menores y en suspenso. Se armó el juicio más largo de la historia argentina, con 1200 testigos, cuando el Juicio a las Juntas se resolvió con 300. En 1985 fui personalmente a ver los alegatos…
–¿Del Juicio a las Juntas?
–Sí. La noche anterior dormí en la vereda haciendo la cola para tener mi entrada; éramos quince pibes. A la mañana siguiente, la fila ya era más larga. Quería escuchar los alegatos del fiscal y verlos a ellos pararse cuando entraban los jueces.
–¿Sos justiciero?
–No me siento así. Solo siento que me subleva mucho la injusticia.
–¿Qué sentiste al estar ahí?
–Fue muy reparador. Yo siempre pensaba: ¿cuál va a ser el costo que vamos a pagar por haber vivido todo esto? ¿Qué secuela va a dejar? Porque somos todos la segunda línea de una generación desaparecida. Y en los últimos años no entendí esta división, esta violencia, esta cosa tan rara que se instaló. Antes podías tener disensos políticos y no pasaba nada; llegaba el asado y se terminaba. Ahora hay amistades rotas.
Tras seis funciones a beneficio de diferentes fundaciones como Favaloro y Pipi Zanetti, Enrique Piñeyro planea volver con su obra de teatro el año que viene por doceava vez
–¿Te pasó?
–Sí. Yo seguí diciendo siempre lo mismo. La misma gente que me daba una palmadita en el hombro y me decía “¡Qué lindo lo que decís!”, de golpe empezó a decir: “Vos no entendés”. ¿Qué no entiendo? Yo no cambié. Algo cambió.
–¿No pensaste en hacer un documental sobre eso?
–No. Mucha fiaca filmar. Eso es trabajo. Ser director es trabajo. A mí me gustan las cosas que no son trabajo.
–Pero trabajás…
–Volar y actuar no son un trabajo, ser cocinero sí. Siento que es la primera vez en mi vida que estoy trabajando. Mi plan era ponerme a cocinar, que me encanta. Quería experimentar en un lugar muy chiquito, con cuatro mesas, y decir: “Estoy haciendo esto, siéntense, esperen y no fastidien; si sale mal, yo pago la pizza”, pero al final se transformó en otra cosa.
–¿Llegaste a un punto donde decís: “Hago esto porque quiero y puedo”?
–No, no, no. Para mí es al revés: la evolución pasa por primero hacer lo que podés, después lo que debés y, finalmente, lo que querés.
–¿Cómo lográs unir todas esas pasiones en una sola vida?
–Es lo mismo que hice toda mi vida. Siempre digo que hay tres formas de ganar plata sin trabajar: una es ser piloto, la otra es ser actor y la tercera es ser sommelier. Los sommeliers se súper enojan, así que tengo que aclarar que es un chiste.
–¿Cuándo empezaste a cocinar?
–A los seis años me hice mi peor huevo frito. En mi casa había un problema: a mi viejo no le gustaba el ajo, la cebolla ni los condimentos. Ya estaba dos a cero abajo al salir a la cancha. Mi vieja había estado en la guerra, entonces nos retaceaba la comida, con la discusión de si eso era grasa o no era grasa. Además, decía que era una gran cocinera, pero nunca la vi poner agua a hervir en una pava. Era una familia italiana totalmente atípica.
–¿Y a actuar?
–Todos los chicos actúan. Jugaba a todo: a la casita, al estanciero, a las cartas con mi abuela. Le miraba las cartas que se reflejaban en sus anteojos, nunca se enteró… Ahora me aburren las cartas.
–¿Por qué estudiaste medicina?
–En realidad fue bastante honesta mi incursión. Me quedé libre el último día de quinto año después de recibir 59 amonestaciones y, mientras mis compañeros se fueron de viaje de egresados a Europa, yo agarré la mochila y me fui al norte, a Salta y Formosa. Acampé, trabajé en acción social y, al volver, entendí que la salud y la educación eran las áreas a las que quería dedicarme. Pensé en ecología, pero no había acá y probé con biología y al final terminé en medicina.
–¿Y la aviación?
–Hice las dos en paralelo. Empecé a volar cuando estaba en cuarto año de medicina. Y la verdad, los aeropuertos son lugares más amables que los hospitales.
–Ser piloto es un trabajo.
–No. Estás haciendo lo que querías hacer a los tres años; me metí adentro de mis juguetes. Yo solo jugaba con aviones. Vivíamos debajo del localizador de Aeroparque, en Vicente López y lo único que hacía era mirar aviones todo el santo día. A cinco millas ya te podía decir qué avión era. Me encabronaba con los adultos que decían mal el modelo.
–Pero no volás solo por placer. Parece que todo lo hacés con un propósito.
–Sí, miro el cielo y también como. Pero si es cierto, me gusta que las cosas impacten en la realidad, obviamente. Cuando hago una película, me gusta que pase algo. El día siguiente al estreno de Fuerza Aérea Sociedad Anónima, el gobierno anunció que le sacaron el control a la Fuerza Aérea. Estaba hecho para eso. El Rati Horror Show estaba hecho para que Fernando Carrera saliera de la cárcel, y salió. Me gusta que lo que hago, de alguna manera, sirva para algo, claramente.
–¿Ese mismo propósito define a Solidaire, tu ONG?
–En general, me subleva bastante la injusticia. Me molesta mucho. Me parece muy bestial la falta de empatía, la deshumanización del conflicto. Tenemos un tercer cargamento para Gaza que no estamos llegando porque no podemos pasar. Están cerrados los pasos humanitarios.
–¿Es imposible llegar a Gaza?
–Es la primera guerra que cierra los pasos de ayuda humanitaria. La primera guerra que no tiene corresponsales extranjeros. No sabés qué está pasando, nada. El 8 de octubre de 2023, el embajador de Israel me pidió que sacara a 200 chicos que estaban en viaje de estudio. Nos reunimos en Amia, el embajador, el cónsul, un jefe de seguridad de la embajada, los de Amia. Nos citaron en el sexto subsuelo, eran las 7 de la tarde, y a la 1 de la madrugada estábamos despegando. Pasando Gibraltar, me dicen que no está autorizado el aterrizaje. Me lo pidió el embajador, uno supone que está hablando con un Estado.
Enrique Piñeyro estuvo en el festival de San Sebastián el año pasado durante la presentación de la serie Nada en que participó como actor
–¿Y qué pasó?
–Todavía faltaban dos horas para llegar a Tel Aviv, y me dijeron que ni me acercase al espacio aéreo israelí. Después, a la semana o dos, llevamos un cargamento para Gaza. Y la verdad, a mí no me importa lo que digan: yo siempre me instalo del lado de la población civil atacada. Si había que ir a Tel Aviv a sacar a esos chicos, íbamos. Si hay que ir a Gaza a llevar ayuda humanitaria, vamos a ir. Porque la realidad es esa. Hay muchos civiles que están sufriendo un trato inhumano.
–De todo lo que hacés, ¿qué es lo que más disfrutás?
–Volar, obvio. Como diría Milei: “¡Obviooo! “.
–¿Cuánto tiempo pasás volando?
–Más que cuando volaba en una línea aérea. Mucho más. Casi las 800 horas anuales permitidas. No sé cuántas. El avión está registrado en un operador aéreo que controla, lleva todos los tiempos de vuelo, tiempos de descanso, te dice si podés volar o no. Es como si el avión estuviera afectado a una línea aérea. Entonces ellos nos dicen todo: mantenimiento, garantía, registro de tripulación, mantenimiento preventivo, chequeos. Tenemos un avión grande, entonces es compleja la operación.
–La primera vez que transportaste exiliados, ¿fue desde Ucrania?
–No. La primera vez que sacamos gente fue de Níger.
–A veces llevás a la prensa en tus vuelos humanitarios, ¿te parece importante darle visibilidad?
–Depende. Hay cosas que sí, cosas que no. Por ejemplo, en la misión a Sudán me pareció importante hablar del tema porque es una crisis completamente olvidada, fuera de moda. Hay otras crisis más “fashion” y esta es la más destratada de todas. Los millones de personas desplazadas que hay: seis y pico era el número que tenía. ¡Andá a contarlos!
Enrique Piñeyro en su avión Boing 787 durante su última misión con destino a Sudán
–Acá no se habla sobre África. ¿Por qué pensás que es así?
–Somos un poquito insulares. No publicamos nada, de nada. Es un mal argentino, me parece. Hay un desinterés importante por todo lo que sucede en lugares recónditos, como Asia, África, incluso Australia. Es como en Europa y los Estados Unidos.
–Recién mencionaste conflictos que “se ponen de moda”. Por ejemplo, la guerra de Ucrania tuvo toda la atención hasta el 7 de octubre de 2023, después la atención pasó a Gaza…
–Sí. Es un poquito agotador. Sin embargo, los europeos son geniales: si el malo es otro, abren las puertas a dos millones de ucranianos, sin problema. Pero cuando los malos son ellos, miran para otro lado. Tienen 100.000 migrantes africanos al año y mueren siete personas por día en el Mediterráneo. El otro día, el barco de nuestra ONG rescató a 41 personas. El rescate fue pedido por el avión de Frontex (la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas), a través de un Mayday Relay, que es una retransmisión de mensaje de emergencia. Demoraron dos horas para pedirlo, pero lo tuvieron que hacer. El presupuesto que maneja esta agencia de la Unión Europea es de 8.000 millones de euros, más que los planes de vivienda en España. No son los migrantes quienes les sacan trabajo; son ellos quienes les quitan trabajo a los migrantes, por los acuerdos pesqueros de la UE, la depredación de Senegal y Mauritania. Están pescando a 30 millas de la costa. Es espantoso lo que pasa ahí.
–¿Por qué no enfocarte en la pobreza en lugar de la guerra?
–Tenemos proyectos también. Pero son gotas en el océano. La guerra es muy extrema, es un estado de necesidad y vulnerabilidad altísimo. La pobreza es un estado de vulnerabilidad altísimo también, y reaccionás a lo que podés. Tenemos proyectos con el tema de la pobreza, que son de más largo plazo. La guerra tiene una inmediatez a la que podés responder más adecuadamente con un envío, por ejemplo. Obviamente, combatir la pobreza no es algo que una ONG pueda hacer. Hay que tomar conciencia de muchas cosas.
–¿Qué creés que debería cambiar en los gobiernos?
–Tienen que empezar a gobernar con honestidad. No pueden mentir con la inflación, no pueden reducir a la pobreza a la otra mitad de la población que faltaba para sustentar una teoría económica jurásica. No entienden que no les va a alcanzar toda la plata del mundo para defenderse si sumen a la población en la desesperación. Este sistema es muy obsceno. Vos podés acumular la cantidad de dinero que quieras, no hay ningún freno, no hay política fiscal que ponga un tope a la acumulación. ¿Cuánto querés tener? ¿50, 300, 1000 millones de dólares? ¿Y para qué? En los países nórdicos tienen un sistema de producción capitalista y otro fiscal que es totalmente socialista, llega un punto en el que si ganás más, ganás menos. Lo ves porque no hay lujo de ser frenado.
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–¿Tampoco hay corrupción como acá?
–Acá la práctica es que si pasás un semáforo en rojo te piden plata directamente. Me dejaron un poco tocado las declaraciones de Mayra Arena cuando dijo: “La corrupción de la obra pública está bien [roban pero hacen], la que está mal es la de los burócratas”. Que alguien que me parecía medianamente lúcido salga con esas reivindicaciones es desesperanzador. Y sabés que no es así: la corrupción del burócrata viene con la otra, y la otra viene con los muertos de LAPA. Es todo el mismo paquete.
–Renunciaste a LAPA dos meses antes del accidente.
–Sí, dos meses antes. Dejé por escrito que iba a pasar y quiénes eran los responsables. Lo hice dos veces: la primera, cuando paré el avión, y la segunda, cuando me fui. Aun así, reinó la impunidad: solo hubo dos condenas menores y en suspenso. Se armó el juicio más largo de la historia argentina, con 1200 testigos, cuando el Juicio a las Juntas se resolvió con 300. En 1985 fui personalmente a ver los alegatos…
–¿Del Juicio a las Juntas?
–Sí. La noche anterior dormí en la vereda haciendo la cola para tener mi entrada; éramos quince pibes. A la mañana siguiente, la fila ya era más larga. Quería escuchar los alegatos del fiscal y verlos a ellos pararse cuando entraban los jueces.
–¿Sos justiciero?
–No me siento así. Solo siento que me subleva mucho la injusticia.
–¿Qué sentiste al estar ahí?
–Fue muy reparador. Yo siempre pensaba: ¿cuál va a ser el costo que vamos a pagar por haber vivido todo esto? ¿Qué secuela va a dejar? Porque somos todos la segunda línea de una generación desaparecida. Y en los últimos años no entendí esta división, esta violencia, esta cosa tan rara que se instaló. Antes podías tener disensos políticos y no pasaba nada; llegaba el asado y se terminaba. Ahora hay amistades rotas.
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–¿Te pasó?
–Sí. Yo seguí diciendo siempre lo mismo. La misma gente que me daba una palmadita en el hombro y me decía “¡Qué lindo lo que decís!”, de golpe empezó a decir: “Vos no entendés”. ¿Qué no entiendo? Yo no cambié. Algo cambió.
–¿No pensaste en hacer un documental sobre eso?
–No. Mucha fiaca filmar. Eso es trabajo. Ser director es trabajo. A mí me gustan las cosas que no son trabajo.
–Pero trabajás…
–Volar y actuar no son un trabajo, ser cocinero sí. Siento que es la primera vez en mi vida que estoy trabajando. Mi plan era ponerme a cocinar, que me encanta. Quería experimentar en un lugar muy chiquito, con cuatro mesas, y decir: “Estoy haciendo esto, siéntense, esperen y no fastidien; si sale mal, yo pago la pizza”, pero al final se transformó en otra cosa.
–¿Llegaste a un punto donde decís: “Hago esto porque quiero y puedo”?
–No, no, no. Para mí es al revés: la evolución pasa por primero hacer lo que podés, después lo que debés y, finalmente, lo que querés.
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