Milei, o cuando la autenticidad avanza
— por Carlos M. Reymundo Roberts
El valor determinante de esta época, dice el publicista Carlos Pérez, es la autenticidad. Para que Carlos, crack total, se quede tranquilo: coincido con él. Al ritmo de las redes, el imperativo de la hora es franqueza brutal, no vender lo que uno no es, ser políticamente muy incorrecto. ¿Pinta un insulto? Let it be. Dejalo ser: no frustres su vocación de agravio. Carlos da un paso más (si no lo daba él, lo daba yo): nadie lo entendió mejor que Javi Milei. Enfrentado en la segunda vuelta con Tajaí Massita, excelsa personificación de la farsa, le caminó la cabeza. Javi, hoy quiero rendir homenaje a tu transparencia. Al hablar el miércoles en Córdoba dijiste que Alfonsín no era “el padre de la democracia argentina”, como muchos lo llaman, sino “un golpista”. Permitime que lo diga: sos un auténtico… Un auténtico revisionista.
Claro, porque no se le puede atribuir la paternidad de la democracia a un cómplice de la dictadura, a un tipo que se pasó la vida golpeando la puerta de los cuarteles. ¿Dónde hizo la secundaria? En el Liceo Militar General San Martín, del que egresó con grado de subteniente. Como compañerito tuvo a Galtieri, acaso su ideólogo. “Con la democracia se come, se cura, se educa”. Y con los milicos se rosquea, ¿no? Cómo nos mentiste. Amabas las botas, odiabas las urnas, de lo cual nos avivamos ahora gracias al Presi, que corrigió el relato. Podría haberte elogiado, en una concesión a la casta, y no, fue con la verdad. Motosierra a la historia oficial. Subteniente Raúl Ricardo, acabás de ser cancelado.
Así como Alfonsín nos vendió gato por liebre, lo mismo podríamos decir de Menem, que hizo campaña con poncho, patillas y salariazo; de De la Rúa, un radical que cayó abrazado a Cavallo; de Néstor, exhibido como un austero gobernador del interior profundo; de Macri, “la ingeniería al poder”, y de Alberto, primero “profesor de Derecho e hijo de un juez”, después kickboxer y latin lover. La única que no mintió fue Cristina: prometió una restauración institucional y la dejó prolijamente asentada en ocho cuadernos Gloria.
El Pelu volvió a honrar su fama con el raje de Diana Mondino. Hace unos días, en un documento oficial con su firma exaltó “la enorme labor” de la canciller. Ahora la echó. ¿Cuándo fue auténtico? Las dos veces. El gran trabajo de la adorable Diana, siempre dispuesta a ser sacrificada por los hermanos Milei, era una pantalla: se trataba de una espía encubierta de Cuba. En cualquier momento se muda a La Habana y Cris corre a visitarla. Otro episodio en principio equívoco involucra a nuestro querido Jorge Fernández Díaz. Resulta que Jorgito citó el consejo de Murray Rothbard, autor venerado por el Presi, a los líderes de derecha: tienen que ser “populistas”. El Presi no estaba en un buen día y dijo que Jorgito mentía y era un imbécil. Demian Reidel, jefe de su gabinete de asesores económicos, acaba de postear exactamente el mismo consejo de Rothbard, y Javi le hizo retuit. Es decir, a Reidel lo reposteó y a Jorgito lo reputeó. ¿La explicación? Un detalle menor: nunca leyó los manifiestos políticos de Rothbard.
De todos modos, creo que no debemos coartar su anarcolibertad de criticar a medios y periodistas. A Jorge Fontevecchia lo acusó de ensobrado, Jorge lo denunció en la Justicia, el juez federal Delivery Ramos tardó 5 minutos en rechazar la presentación, y anteayer el camarista Eduardo Farah anuló el sobreseimiento: dijo que un funcionario público no puede andar revoleando gratuitamente imputaciones; casi que le reclamó al Presi que sea más serio. A ver, amigo Farah: no es siendo serio que alguien salta de un panel de televisión a la Casa Rosada; pídale seriedad a un catedrático, a un científico, al eminente vaticanista Grabois. Obvio que Javi no es un dechado de rigor. Obvio que bartolea. ¿Sabe por qué? Se lo digo despacio: porque es au-tén-ti-co. Se lo digo rápido: cuando se zarpa es un peligro.
No deja de ser gracioso que el mandato de mostrar autenticidad salvaje le haya llegado de Santi Caputo, alto impostor. Sospecho que Santi le confió a Claudio Jacquelin la primicia de que el Gobierno va hacia una reforma constitucional para opacar con un buen título el tema de la semana: el paro del miércoles; que fue tema hasta que a Dianita le cambiaron la cerradura del despacho; que dejó de ser tema cuando pusieron de patitas en la calle a una funcionaria de Capital Humano por comprar una cafetera de 2 palos, que pasó a ser un temita cuando se supo que ya entraron 18.000 millones de dólares al blanqueo. Este es el verdadero temazo: la recuperación económica; lo más serio de todo, señor Farah. Después de Colapinto, por supuesto.
Con la contribución de la jueza Chuchi Servini (hablando de seriedad jajaja), Cristina será la nueva jefa del PJ. Era hora de lavarle la cara al viejo partido, que viene de ser presidido por el Beto Fernández. Repasando: el Beto, Cris, Servini. El peronismo siempre termina en los tribunales.
Cristina será la jefa del peronismo; era hora de lavarle la cara al viejo PJ
&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
No me digan que la IA compone música
Héctor M. Guyot
Días pasados, uno de los periodistas de investigación más destacados del país me contaba la forma en que la inteligencia artificial lo está ayudando en su trabajo. Aplicada sobre un vasto universo de datos que había reunido transpirando la camiseta, la IA le permitía, sobre la base de distintos requerimientos, combinaciones de lo más variadas, muchas de las cuales abrían perspectivas reveladoras en términos periodísticos. La confirmación de hipótesis que antes le habrían llevado días de intenso trabajo llegaban ahora en cuestión de segundos. Imaginé la inteligencia artificial como una suerte de prótesis potentísima de nuestra capacidad analítica. La mente es limitada. Puede procesar una determinada cantidad de datos. La IA rompe esos límites y nos permite trazar con esos datos configuraciones antes inimaginables.
Me pareció maravilloso. Pero enseguida un segundo pensamiento me infundió un soplo de pavor. La IA trabaja de acuerdo con una lógica con base en la estadística a partir de la información contenida en la nube. Para ella, todo es dato y es dato lo que devuelve. Así actúan incluso los chatbots, aunque sus respuestas adopten una forma coloquial. La IA puede entonces ofrecer un gran servicio en actividades que requieren del costado analítico de la mente humana. En este aspecto, incluso podrían extender el poder de esa mente hasta límites insospechados. ¿Qué tiene de malo eso? Nada, salvo que nos haga olvidar el otro costado de nuestra mente, que implica una forma de ver y pensar el mundo diferente, acaso opuesta. Creo que hay allí un riesgo: los algoritmos y su lógica se han convertido en un factor omnipresente pero invisible en nuestra vida diaria, y avanzan a paso redoblado sobre ese otro hemisferio de nuestra mente hoy un poco relegado, aquel inclinado a la imaginación, a la narración, a la contemplación, aquel que nos lleva a mirar por encima o por detrás de los datos para encontrar sentido.
La discusión sobre la IA se ha puesto álgida, quizá porque nos devuelve a las preguntas esenciales. ¿Qué somos? En Helgoland, un libro interesantísimo sobre física cuántica, Carlo Rovelli sostiene que el yo, la conciencia, no es una entidad separada de nuestro cuerpo físico. “¿Quién es el ‘yo’ que experimenta la sensación de sentir sino el conjunto integrado de nuestros procesos mentales?”, escribe. Es decir, no hay una mente o una conciencia separados de la función cerebral. Al diablo con la metafísica. Desde esta perspectiva, la distancia entre nuestra mente y la mente digital se acorta. Podríamos pensar en una continuidad entre nuestro sistema cerebral y la red neuronal de los algoritmos. En lo personal, sin embargo, creo que hay algo que está más allá de la función cerebral. No sé lo que es, pero hace que la vida sea un misterio. Siempre creí en el poder de la metáfora, es decir, el recurso de nombrar esto para denotar aquello liberándonos de los límites de la literalidad. Los datos son literales, unívocos, pero no agotan la realidad, que resulta insondable. De allí la metáfora.
Lo otro, lo que no es dato, el misterio que somos, es inaccesible para la mente analítica. Acaso también lo sea para la otra, pero al menos es en ella donde reside la conciencia de un posible más allá, y es ella la que sale en su búsqueda a través de la introspección, la contemplación o el arte. Es ella también la que enhebra los hechos en una secuencia para darles la consistencia de una historia, porque es en la creación narrativa donde construimos sentido. Todo esto es intransferible a la mente colmena del orden digital. De tan íntimo, es inefable. Es patrimonio humano. Pero, en una era de pantallas que fragmenta la realidad y endiosa la eficiencia, este patrimonio es vulnerable al afán colonizador de la lógica analítica, cuya hegemonía rompería un necesario equilibrio.
Además, la interpretación del mundo y de lo que somos es resultado de nuestro diálogo personal con la experiencia. Y la vida digital, al evaporar la consistencia de lo real, nos roba la experiencia de a poco. La lógica analítica discrimina, separa. La actitud contemplativa, en cambio, es un acceso a aquella dimensión profunda del ser en la que nos podemos encontrar. Acaso la conflictividad y la polarización crecientes tengan alguna relación con el traslado de la vida a las pantallas. Recuerdo ahora una historia narrada en un libro de un swami indio sobre uno de los primeros encuentros interreligiosos, hace más de cien años. Los religiosos de distintos credos que hacían vida contemplativa, como los monjes, se entendieron muy bien. Los unía la experiencia mística. A los sacerdotes, miembros de una estructura jerárquica, les costó mucho más. Los separaba el dogma.
Todo tiene dos caras. La tecnología, también. Bienvenida la ayuda que pueda aportar la IA en distintas actividades humanas. Por ejemplo, la investigación periodística. Pero no me digan que puede componer música o escribir un cuento. Y menos todavía permitan que el tsunami de datos ahogue al costado menos “eficiente” del cerebro, aquel que habilita la introspección y la contemplación. Sería renunciar al sentido.
La IA es una suerte de prótesis muy potente de nuestra capacidad analítica. La mente puede procesar una determinada cantidad de datos. La IA rompe esos límites
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.