domingo, 10 de noviembre de 2024

DE NO CREER Y AL MARGEN


Trump-Milei: el cielo por delante
— por Carlos M. Reymundo Roberts

Pobrecita Kamala, la barrieron. K mala –una redundancia– no me parecía gran candidata, pero, claro, al lado del otro personaje… No la tenía fácil: la fórmula Trump-Milei se mostró desde el principio muy competitiva, no solo entre los coiffeurs. Un triángulo de acero, en realidad, porque debemos incluir el aporte sustancial de Elon Musk, amigo de ambos, dueño de Tesla, de SpaceX y, ahora, un poquito dueño del mundo. Se habla de las millonarias donaciones de Musk a la campaña; se equivocan, fue una inversión: el miércoles, por el triunfo, su fortuna se había incrementado en 20.000 millones de dólares. Hoy es de 285.000 millones: el hombre más rico del planeta. La de Trump, 5600 millones. ¿Milei? No tiene gran cosa, pero se puso las pilas: el año pasado, en plena campaña, aumentó su patrimonio 500% (de 21 millones de pesos a 125,6 millones). Elon, Donald, barbas en remojo. Ruge el León.
Quiero decir: a ese club celestial de hipermagnates e hiperpoderosos acaba de subirse la Argentina gracias al olfato infalible de Javi. Aunque Cris, con una riqueza más cercana a la de Musk, ha elogiado la genética peroncha de Trump, la selfie se la hubiese pedido a Kamala. Alberto le hubiese pedido el teléfono. A Massita lo imagino en una foto en medio de los dos, hecha por IA. Javi apostó donde tenía que apostar. Seguramente le molesta que Trump sea nacionalista y proteccionista, pero básicamente lo ve como el principal accionista del Fondo Monetario. En TikTok le grabó una felicitación de lo más prolija y formal, que de pronto al final cambia de registro. Pega el grito: “¡Viva la libertad, carajo!”. ¡Qué lindo sos, Pelu! Un artista cómo domina el lenguaje de las redes. El mensaje está en español y lleva un texto con la traducción al inglés, salvo ese grito. Me enternece que con un intérprete tan desinhibido se hayan inhibido con “carajo”.
La semana próxima Javi le podrá repetir personalmente, en Florida, su generoso ofrecimiento: que “cuente con la Argentina para que Estados Unidos vuelva a ser grande”. Qué alivio para Donald. Seguramente le va a preguntar: “¿Me decís en serio que puedo contar con ustedes?”. Y Javi no va a saber si el gringo le está tomando el pelo. ¡Con el pelo no, Donald! De qué te las das, si no le ganaste a nadie. Acaso Trump se interese realmente en esa ayuda, que podría abarcar diversas áreas e incluir a algunos de nuestros mejores hombres: Hugo Moyano en transportes, Kichi en estatizaciones, Pablo Biró en mercado aerocomercial, Lijo para administración de justicia, Cherñajovsky y Nicky Caputo para frenar importaciones chinas, Scioli para lo que necesiten.
Son muchos los temas en que a los dos próceres de la nueva derecha no les costará ponerse de acuerdo: populismo, redes, marketing, purgas, portación de armas, corrupción (coinciden en ser indulgentes), democracia (coinciden en que no es un dogma de fe), desfachatez, locuras, relatividad de la palabra. Según The Washington Post, en su primer mandato Trump tiró 30.573 mentiras o falsedades. Olvidate, Javi: imposible seguirle el ritmo. En otros campos, compiten. Por ejemplo, Melania vs. Yuyito, o cuál de los dos le debe más a la televisión, o quién odia más a los medios. Sobre esto me gustaría decir algo. Trump se propone terminar con el periodismo y los periodistas (eso, al menos, dice nuestra experta Gail Scriven en sus notas), cuando, la verdad, debería estar de punta con los encuestadores, todos los cuales nos estuvieron limando con las elecciones “más reñidas de la historia”. Duro con ellos, Donald. Ensobrados. Ratas. Basuras. A nuestro Presi le pasa algo parecido: ataca en forma obsesiva a los medios que van del centro a la derecha, y solo muy cada tanto se ocupa de los de izquierda. Milei, me la dejaste picando: ¡zurdo!
Casi que me arrepiento de lo que acabo de decir, porque nunca es conveniente enfrentarse con tipos tocados por la varita mágica de la fortuna; digo, de la suerte. Al Pelu la vida le sonríe: en el campo llovió en el momento justo y en el lugar indicado; la Fed bajó las tasas, lo cual podría impulsar la llegada de inversiones; la reducción de los sobrecargos (tasas) del FMI a los países endeudados nos hizo ahorrar 3200 millones de dólares, y ahora ganó Trump. Comparemos con el desdichado kickboxer Fernández, que tuvo pandemia, sequía, guerra y Cristina, entre otras mujeres que le complicaron la vida. A Javi, la victoria arrolladora de Trump le abre perspectivas insospechadas. Cuando llegue a visitarlo a su casa de Palm Beach podrá descubrir un gran interés por América Latina: “¿Hay otra América más allá de esta América, Javier? ¿Es verdad que se comen a las mascotas? Habrás leído que me propongo llegar a un acuerdo con el gobierno de Maduro. ¿Me das una mano?”. También lo sondeará sobre China: “Voy a una guerra comercial total. ¿Cuento con vos para enfrentar a esos comunistas degenerados?”.
Javi, en una respuesta tranqui y extensa, a todo decile que sí. En español.
Trump detesta a los periodistas, cuando debería estar de punta con los encuestadores

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Aprendices de brujo jugando con fuego
por Héctor M. Guyot

Podemos analizar la vuelta de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos como una anomalía dentro de la historia democrática estadounidense o, abriendo el foco, como un fenómeno vinculado a profundos cambios culturales que van más allá de la política, aunque impactan con fuerza en ella. Dejo el primer enfoque a politólogos y analistas más avezados, y me arriesgo al segundo a partir de dos ideas básicas: el reemplazo de la razón por la emoción de cuño religioso y el eclipse de la ley, ensombrecida por la palabra santa de un líder que encarna la Verdad.
La vida digital fragmentó una realidad cuyos contornos, globalización mediante, ya eran difusos. En un scrolling sin fin por las pantallas, pasamos de estímulo a estímulo, de dato a dato, con una dificultad cada vez mayor de enhebrar los hechos según una relación de causa-efecto. Vamos perdiendo la capacidad de generar sentido y eso nos deja a la intemperie, en estado de vulnerabilidad, porque la creación de sentido es una necesidad de nuestra naturaleza. En un mundo sin historias, los demagogos aprovechan el vacío y vienen a imponer la suya. La tienen fácil.
La democracia republicana es producto de la razón ilustrada. De distintos modos, el siglo XX fue esmerilando el prestigio de la razón, que pecó de soberbia e incurrió en graves desvaríos. Al mismo tiempo, las grandes asignaturas pendientes de la democracia (pobreza, desigualdad), así como la caída de la confianza en el progreso, trabajaron también en favor de ese descrédito. Quedó abonado entonces el terreno para el regreso a la política del discurso “religioso”, que ocupó el vacío dejado por la crisis de sentido y la retirada de la razón. Los humillados por la impericia y la corrupción de las elites dirigentes serían por fin redimidos y hasta vengados. Se capitalizaron el resentimiento y la ira. Contra esas elites y contra el sistema.
Trump encarará su gobierno menos como la tarea de administrar un Estado que como una cruzada de carácter purificador, algo semejante a lo que sucede aquí con la presidencia de Javier Milei. Como en toda guerra santa, se trata del bien en su lucha contra las fuerzas del mal. Es el líder iluminado quien discrimina entre los fieles (gente de bien) y los herejes (comunistas, zurdos), a los que hay que doblegar para alcanzar la Tierra Prometida o construir el Reino.
Tras veinte años de kirchnerismo, sabemos en qué termina este tipo de aventuras milenaristas: el reemplazo de los consensos por el caos de la lucha permanente; el fin del diálogo político y la imposición del discurso único; la división de la sociedad en dos bloques enfrentados; el ataque a las instituciones republicanas, en especial la Justicia y la prensa, en pos de una hegemonía que consagre el reinado del autócrata. Así, la vida en sociedad queda supeditada menos al imperio de la ley que a la voluntad del líder, figura venerada y temida por igual, guardián del dogma y dueño de la palabra santa.
Marcados por la megalomanía y le fe ciega en su autoproclamada infalibilidad, estas personas de impulsos espasmódicos son gobernantes inestables, extremistas, dominados por sus caprichos. Propios y ajenos temen sus reacciones impredecibles. “En su entorno le tienen pánico”, dijo de Milei un legislador oficialista, según contó Martín Rodríguez Yebra. Lo mismo ocurría con Cristina Kirchner presidenta, a quien había que escuchar con la boca bien cerrada, como aleccionó Carlos Zannini. Y no por nada Bob Woodward, uno de los periodistas que destapó el caso Watergate, tituló Miedo su libro sobre la primera estadía de Trump al frente de la Casa Blanca. La necesidad de control, que acaso esconda una velada inseguridad, hace ver traiciones donde no las hay. Con despidos intempestivos, estos líderes desbaratan conspiraciones que solo existen en su cabeza. Todos a su alrededor penden de un hilo, lo que refuerza la sumisión y la obsecuencia de los funcionarios. En un círculo vicioso, esa humillante prueba de fidelidad incondicional le confirma al gobernante populista su supuesta superioridad. Necesita ese alimento.
Tienen su razón quienes dicen que solo con una cuota importante de locura se puede derrotar al sistema corporativo, tan corrompido como arraigado, que llevó a la Argentina a la ruina. Pero también es verdad que a veces las sociedades liberan fuerzas que no se sabe hasta dónde pueden llegar. Hoy los argentinos somos aprendices de brujo jugando con fuego. El anticuerpo que ataca el virus de pronto puede volverse en contra de uno y empezar a atacar lo que era indispensable preservar para mantener al paciente con vida. Ante cada señal de que esto sucede, es necesario reaccionar. Y aquí esas señales, al margen de los avances y los logros económicos, se repiten con insistencia. Y muchos se hacen los tontos. Esperemos en todo caso que la fuerza desatada para acabar con el imperio del curro y el privilegio no sea de tal magnitud que, además de ese statu quo insostenible, se lleve puesto el sistema republicano también y nos devuelva a la pesadilla de la que tanto nos costó salir.
Quizá se necesite una dosis de locura para derrotar a un sistema corrupto tan arraigado. Pero a veces las sociedades liberan fuerzas que no se sabe hasta dónde pueden llegar

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