El Mago de Oz: el largo camino de un fracaso al éxito y el detrás de una historia adelantada a su tiempo
Esta semana se estrena Wiked, una superproducción que esperan termine una maldición que data de muchos años atrás
Leonardo D'Esposito
Judy Garland, en El mago de Oz, una película de culto que cuando se estrenó fue un fracaso de taquilla
Hay un mito en la literatutra estadounidense: la Gran Novela Americana, ese libro que definiría toda una cultura. Hay varios candidatos a ese título, desde Moby Dick y La letra escarlata hasta El guardian en el centeno o (alguien lo llegó a decir) La hoguera de las vanidades. Pero es probable que la Gran Novela Americana sea algo que devino película o, para ser más claro, encontró su forma definitiva en el cine. El nombre es El maravilloso mago de Oz o solo El mago de Oz, de L. Frank Baum, libro que, si no la “novela”, es el gran cuento de hadas americano. Porque tiene todo lo que un cuento de hadas tiene que tener: personajes fantásticos, hechizos, pruebas, lucha entre el Bien y el Mal, final feliz. Esta semana tenemos en el cine la (primera parte de la) versión fílmica de la versión musical de Broadway de una especie de precuela de El mago..., Wicked. Si se cansó con la oración anterior, busca precisión y explicar aquello que dijo Deadpool en su última película: “El multiverso lo inventó El mago de Oz y ya está, amigos”. Como Drácula o Sherlock Holmes, la historia de Dorothy, el León Cobarde, el Hombre de Hojalata, el Espantapájaros, los Munchkins, la Bruja Mala del Oeste, la Bruja Buena Glinda y el largo etcétera llegó muchas veces al audiovisual aunque la versión más célebre y canónica fue un gigantesco fracaso de taquilla, buen argumento de paso para quienes relacionan calidad cinematográfica con recaudación.
La biografía de Frank L. Baum es muy interesante y llena de anécdotas (crio pollos, fue periodista, corrió la coneja muchas veces hasta que la pegó escribiendo para chicos, tuvo enormes fracasos y murió relativamente joven) pero, aunque hizo -debió hacer- muchas novelas del universo Oz para seguir comiendo, pocas fueron adaptadas a otros medios salvo la primera, que se hizo famosa por una versión adulta para teatro, llena de alusiones políticas, y un par de versiones en el cine mudo. Hasta que llegó 1939, año histórico por miles de razones, entre ellas dos películas que están íntimamente relacionadas, y una de ellas es El mago de Oz (Max). De hecho, es probable que el núcleo duro del Hollywood sonoro se concentre alrededor de la célebre producción protagonizada por una adolescente Judy Garland. Pero la historia es más larga.
Primero: el productor David O. Selznick, que había sido uno de los grandes creadores de películas en la RKO, funda su propia casa independiente, Selznick International Pictures, en 1936. Hizo éxitos propios y leyó cuando aún no se había editado las galeras de una novela sobre la Guerra de Secesión que había escrito -y no escribiría otro libro- la periodista Margaret Mitchell. Intuyó que iba a ser un gran best seller y compró por la enorme cifra de 50.000 dólares de entonces (varios millones de hoy) los derechos para el cine de ese libro. No se equivocó: Lo que el viento se llevó (Max) se convirtió en un mega éxito y todos querían ver la película. Pasemos por alto la historia de esa película: el punto clave es que no se comenzó a rodar hasta 1938 entre otras cosas porque Selznick quería sí o sí como protagonista a Clark Gable. Y Gable era de la Metro-Goldwin-Mayer. Entonces los actores eran como los jugadores de fútbol: pertenecían a cada estudio por salarios semanales. El trato final fue que MGM cedía a Gable por la mitad de las ganancias de Lo que el viento... más la distribución en el extranjero.
Segundo: entonces, la película más taquillera de la historia era un cuento de hadas filmado como si se tratara de un film con actores, pero realizado en dibujos animados con un realismo novedoso. Esa película era Blancanieves (Disney+), que todavía hoy, actualizadas las cifras por inflación, es la décima más vendedora en los EE.UU. (unos 1197 millones de dólares) y anda por mitad de tabla en la taquilla global. MGM, por entonces el estudio que mejor utilizaba el color y ya en camino a las grandes fantasías musicales, pensó “¡Ey! Si la gente acepta la fantasía desaforada con dibujos animados, la aceptará mucho más si es con actores”, y encaró la mega producción de El mago de Oz, ya una gran franquicia (más de diez novelas y largo etcétera de productos derivados) instaladísima en el imaginario americano. No tanto afuera, pero el mercado que contaba (y el que cuenta) es el propio. La producción fue enorme y la dirigió el artesano Victor Fleming, al que las cosas solían salirle bien (aunque las secuencias en Kansas, en blanco y negro, las hizo el maestro King Vidor, un verdadero autor). Y Judy Garland era una estrella juvenil, y el elenco era popular, y el diseño, tremendo, y además la película tenía una canción que se volvería himno del acervo pop estadounidense, “Over the Rainbow”. ¿Qué podía salir mal?
Bueno, casi todo. La película costó el equivalente a 60 millones de dólares de hoy (2,8 millones de 1938) y recaudó, en todo el mundo, la mitad. Las pérdidas fueron tan grandes que la producción solo entró en números negros diez años más tarde, cuando ya había un culto alrededor. Su fama posterior la hizo la TV a partir de los años cincuenta. Pero además puso en problemas financieros a la MGM, y muy graves. Problemas que se subsanaron rápidamente por la parte que tenía en Lo que el viento de llevó, todavía imbatible película más taquillera de todos los tiempos. Hay algo más: Lo que el viento... comenzó con George Cukor de director. Pero a Clark Gable no le caía bien por dos razones: era un director “de mujeres” y le prestaba -dicen- más atención a las actrices, y era gay, algo que Gable -según cuenta Kenneth Anger en Hollywood Babilonia- despreciaba. Así que lo hizo reemplazar por Fleming, una vez que este terminó El mago de Oz. Dicho de otro modo: no habría habido El mago... sin Blancanieves, y no habría sido lo que es Lo que el viento se llevó, sin El mago...
Igual la película tuvo seis nominaciones al Oscar y ganó dos, especialmente el de “Over the rainbow”, e impulsó a la MGM a hacer musicales (menos “fantásticos”, claro), lo que llevó a un capítulo glorioso y exitoso del Hollywood clásico, gracias a Busby Berkeley, Vincente Minnelli, Stanley Donen, la propia Garland, Fred Astaire, Gene Kelly y un equipo comandado por el productor Arthur Freed, cuyo primer trabajo fue -sin créditos- El mago de Oz, de paso una pesadilla de producción. Ahora bien, ¿por qué fracasó? Las razones son muchas, pero quizás la principal es que el aspecto del film, por muy fantástico que sea, se acerca a lo terrorífico (esos simios voladores, por ejemplo) que, en el caso del dibujo animado, se ve morigerado por un aspecto más caricaturesco. Aquí, no: el realismo vuelve un poco temibles a todos los personajes, incluso a los más amables. Era algo demasiado nuevo, en última instancia. Asustaba a los niños y desconcertaba a los adultos; y por eso encontró su público en una era menos inocente, más cerca de los años sesenta. Que hoy sea un hito histórico del cine es una prueba de que se adelantó a su tiempo.
Igual es un mito: la frase “We are not in Kansas anymore” (“Ya no estamos en Kansas”) ha sido utilizada en todas las formas y tonos posibles (es lo primero que dice el villano Quarich en Avatar, por ejemplo), y los zapatos rojos de Dorothy son la Mona Lisa del atrezzo cinematográfico universal (¿quién olvida el final de Corazón Salvaje, de David Lynch, donde aparecen junto con las propias brujas?). Las referencias son enormes, pero una de las mayores influencias de la película no está en el cine, sino en las calles hoy. El mago... con su ser falsamente poderoso metido literalmente en un armario, sus colores y su mensaje de ser uno mismo, fue tomada por la comunidad gay como un símbolo, una clave de reconocimiento. Decir que uno era “amigo de Dorothy” era una contraseña entre pares: era admitir ser parte de la comunidad. “Over the rainbow” era, de hecho, un himno no oficial del colectivo, una canción que hablaba de la esperanza de que hubiera un mundo tolerante y tolerable al final del arco iris. Ah, claro: el arco iris.
El 27 de junio de 1969 se realizó el funeral de Judy Garland, muerta por sobredosis en un hotel de Londres. Al día siguiente, algunos miembros de la comunidad gay de Nueva York se encontraban tras dar su despedida a la actriz en un bar, el Stonewall, cuando seis policías entraron y golpearon salvajemente a los presentes. Lo que desencadenó una serie de protestas que duraron varios días, y que fue el origen del Día del Orgullo. En esos días, la canción más escuchada en esas calles fue “Over the Rainbow”. Lo que más tarde inspiraría a Gilbert Baker a crear la bandera del arco iris que hoy identifica a las comunidades LGBTQ+. Es interesante ver que el crecimiento de la popularidad de esa película es paralela a la visibilización de los homosexuales en una sociedad que los reprimía por defecto.
Por cierto, no es la única versión. Hay de todo tipo y en todas partes, pero lo interesante es que es todo un poco, sí, “multiversal”: versiones paralelas al canon (que sería la película clásica y no la novela) como The Wiz (Max). Que fue un musical de Broadway con una Dorothy adulta y cast afroamericano, una versión que tomaba la historia y hablaba de racismo y discriminación. Como se sabe hubo una traslación a la pantalla grande en 1978, dirigida por un absoluto no experto en musicales, Sidney Lumet. Como corresponde a la tradición, fue un enorme fracaso con éxito musical: allí se hicieron amigos la consagrada Diana Ross y el muy joven Michael Jackson; pero fue más importante que Jackson se acercara al realizador musical de la película y le preguntase si sabía quién podía producirle un álbum solista que tenía pensado. El tipo le dijo “pero yo te lo produzco, Michael”, se llamaba Quincy Jones, el disco fue Off the wall y ya sabemos qué sucedió entonces.
Hay más versiones: una secuela de la original realizada por Disney, Regreso a Oz (Disney+), en la que Dorothy vuelve a Ciudad Esmeralda. Es de 1985: la Disney había comprado los derechos de todas las novelas que quedaban de Baum (excepto la original) e intentó varias veces hacer un film al respecto. Al final, el editor Walter Murch (de extraordinarios trabajos en La conversación, Apocalypse Now y El Padrino II y III) logró convencerlos y rodó esta fantasía bastante oscura, que fue un fracaso de taquilla (vaya novedad) y se volvió de culto (ídem). Protagonizada por la aún niña Fairuza Balk, tiene ciertos momentos de animación en stop-motion que causan pesadillas; es del período en el que la Disney intentó hacer films más arriesgados (El abismo negro, Tron, la genial y olvidada El verdugo de dragones) para acercarse a las fantasías que entonces dominaban el cine masivo, esas producciones como Gremlins o Volver al futuro que llevaban el sello Spielberg en el orillo. Hoy es una anécdota, pero no deja de ser una película interesante. Y mucho más tarde, la misma firma hizo Oz, el poderoso (Disney+), una precuela dirigida por Sam Raimi, que venía de reinventar el género superhéroes con sus trilogía de El Hombre Araña protagonizadas por Tobey Maguire. El director es un amante del terror: la secuencia final de lucha entre las dos brujas (Michelle Williams y Rachel Weisz) recupera aquellas oscuridades de la primera película y las combina con el estilo de “lucha de superpoderes”. Nadie recuerda mucho este film, que -adivinen- no tuvo demasiado éxito, pero sí tiene un culto detrás.
Y ahora Wicked, que parece resumir todos estos antecedentes: precuela, película alegórica sobre las diferencias y la discriminación, musical desaforado, y referencias múltiples. Sin embargo, parece que esta vez va a tener éxito comercial. Quizás porque sí sintoniza con su público, o porque en realidad lo que importa es el muy exitoso musical que está detrás (un éxito enorme desde 2004 en Broadway aunque la crítica le fue bastante esquiva). Veremos: es solo la primera parte y la segunda irá el próximo año; todos apuestan por una respuesta favorable y masiva y ya hay quien llama la película “obra maestra”. Una categoría a la que quizás pertenezca la original de 1939, y que se encuentra al final del arco iris.
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