Alegrías, disparates y pánico
Joaquín Morales Solá
La foto que compartió Milei por el triunfo de Trump
Aturdida por la aplastante victoria de Donald Trump, la cresta mileísta (¿también Javier Milei?) deduce que ese triunfo en el otro extremo de América perpetuará en el poder al actual presidente argentino. Han leído muy poco de historia y carecen de experiencia. En primer lugar, Trump, bueno o malo, será el líder de la primera potencia del mundo y aplicará políticas para su país que beneficiarán o perjudicarán al resto de los países. O podrían beneficiar a algunos y perjudicar a otros. Es probable que en el corto plazo Trump lo ayude a Milei en el Fondo Monetario Internacional, donde Estados Unidos tiene una influencia decisiva. El gobierno argentino espera firmar un acuerdo con el Fondo que incluya el envío de recursos frescos por valor de 20.000 millones de dólares, si fuera posible. Hasta ahora, la Argentina recibió de ese organismo solo asientos contables. Sin embargo, hay cuestiones en las que Trump y Milei no piensan igual, y no son cuestiones menores. Por ejemplo, Trump cree que el principal problema de su país es la apertura de la economía y el libre comercio, esta última una política, vale la pena recordarlo, que Estados Unidos promovió desde que existe como nación. Milei, en cambio, está seguro de que el principal problema de la Argentina es una economía cerrada, con un alto grado de protección a sus industrias y reacia a practicar el libre comercio. Razón no le falta. ¿Podrán ponerse de acuerdo si los lobbies norteamericanos de los productores de limones y de acero, por caso, traban las importaciones argentinas de esos productos? Quién lo sabe. Por eso, las alegrías son prematuras, sobre todo cuando influirán también cuestiones geopolíticas importantes. ¿Qué relación tendrá Trump con Europa, a la que desdeñó en su anterior mandato? Muchos países europeos son miembros del decisivo directorio del Fondo Monetario. ¿Qué política aplicará Trump en la actual guerra entre Israel, los grupos terroristas de Hamas en Gaza y el gobierno teocrático de Irán, que alimenta el terrorismo antiisraelí? Trump no confió nunca en Irán, cuyo gobierno merece la desconfianza internacional. La Argentina lo sabe mejor que nadie. ¿Qué hará el próximo presidente norteamericano con la guerra sin fin descerrajada por el déspota Putin contra Ucrania? El mundo se colocó del lado de la víctima, que es Ucrania, pero Trump tiene su propia relación personal con Putin. ¿Seguirá Trump señalando a China como su principal enemigo por la competencia en el comercio internacional? El mundo cambiará con Trump en la Casa Blanca, pero nadie sabe todavía qué significarán esos cambios para países como la Argentina.
Más que Donald Trump, a la economía de Javier Milei la ayudará la estabilidad institucional del país
La historia sorprende con lo inevitable, pero también con lo inesperado. O como decía Keynes: “Lo inevitable rara vez sucede; es lo inesperado lo que suele ocurrir”. Pruebas: en las elecciones legislativas de 2017, la coalición liderada por el entonces presidente Mauricio Macri les ganó por más de 20 puntos al kirchnerismo y por más 35 puntos a la coalición de Sergio Massa. Eso sucedió en octubre. En diciembre, un proyecto para modificar levemente la fórmula de aumentos a los jubilados provocó un escándalo político acompañado de una descomunal violencia dentro y fuera del Congreso. Los inversores financieros comenzaron a hacer las valijas para abandonar la Argentina. Si al gobierno del entonces Cambiemos le costó tanto hacer esa reforma, ¿cómo podría avanzar con el ajuste de la economía al que se había comprometido? La Reserva Federal de los Estados Unidos (el Banco Central norteamericano) subió las tasas en 2017 y en 2018, cuando ya Trump era presidente. Una mala noticia para la Argentina. Trump había anunciado, además, el “plan de construcción de infraestructura más importante de la historia de los Estados Unidos”. Hiperbólico, como siempre. Fue suficiente. Todos los dólares que andaban en inversiones de riesgo se fueron al más seguro país de Trump, aunque este quería ayudar a Macri en la Argentina. De hecho, lo ayudó en el Fondo Monetario, porque con Macri tiene una amistad personal de más de 20 años. Pero su política económica perjudicó en la práctica a su viejo amigo argentino. El tercer elemento que influyó en la crisis final de Macri fue una de las sequías más importantes desde que existen registros, junto con la que le tocó a Cristina Kirchner en 2008 y 2009 y con la que se abatió sobre Alberto Fernández en 2022. Macri perdió la reelección en 2019, dos años después de aquella victoria en comicios legislativos. Cuando Macri ganó en 2017 el riesgo país era de 450 puntos, que fue el promedio de su gestión. Pero subió en tiempos previos a las elecciones primarias de 2019 a los mismos niveles en que se encuentra ahora: debajo de los 900 puntos.
Más que Trump, a la economía de Milei la ayudará la estabilidad institucional. Es raro hablar de instituciones en un mundo que se enamoró de políticos disruptivos y de líderes mesiánicos. Los que creen en el republicanismo se están convirtiendo en pobres minorías. En Estados Unidos o en la Argentina. No obstante, eso sucede entre la gente común, insatisfecha, espoleada por el pasional vértigo de las redes, en las que predominan más el insulto y el odio que otra cosa. Milei es un producto de las redes. Pero la economía –los inversores, más que nada– sigue mirando a las instituciones más que al humor social, aunque este también importa. Una versión que surge de las entrañas oficialistas señala que Milei decidiría, ante el largo retraso del acuerdo del Senado, nombrar en comisión al juez federal Ariel Lijo como miembro de la Corte Suprema; es decir, asumiría como juez del máximo tribunal del país sin haber cumplido con los requisitos constitucionales. Macri intentó hacer algo parecido en 2017 con las designaciones de Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz; los designó en comisión por un decreto. Fue un mal consejo de su asesor, el abogado Fabián “Pepín” Rodríguez Simón. Sea como fuere, se trató solo de un intento porque Rosatti y Rosenkrantz no asumieron hasta que contaron con el acuerdo de los dos tercios de los votos del Senado. Tanto jueces de la Corte como el entonces líder de la oposición senatorial, Miguel Ángel Pichetto, y dirigentes de la propia coalición Cambiemos le hicieron saber al entonces presidente que estaba buscando un atajo imposible. Pichetto contribuyó para que el Senado les diera los acuerdos correspondientes a Rosatti y Rosenkrantz, pero debe subrayarse que esos dos jueces eran –y son– personas intachables.
Según la jurisprudencia de la Corte Suprema (hubo casos parecidos en los gobiernos de Arturo Frondizi, de Héctor Cámpora y de Raúl Alfonsín), el presidente de la Nación puede nombrar jueces de la Corte Suprema solo en los meses de receso del Congreso; es decir, entre el 1º de diciembre y el 1º de marzo. Además, en los casos mencionados se trataba de presidentes que asumían luego de un gobierno militar y aspiraban a cambiar a toda la Corte de inmediato. Pero esa misma jurisprudencia señala que los jueces deben obtener el acuerdo antes del siguiente 1º de diciembre. Si comenzara el próximo receso y el juez en comisión no hubiera obtenido el acuerdo del Senado, su designación cesaría en el acto. Semejante precariedad hace suponer la inconsistencia de las decisiones de un juez en comisión, sobre todo si su voto desempatara y fuera concluyente en la decisión final del alto tribunal; estas eventuales resoluciones de la Corte recibirán seguramente constantes pedidos de nulidad.
Manuel García-Mancilla, un jurista sin manchas, no aceptará nunca una designación en esas condiciones tan inestables y mucho menos desobedeciendo el mandato constitucional que indica que los jueces de la Corte Suprema deben contar con el acuerdo previo del Senado. Es probable que tampoco Lijo se someta a nuevos y mayores cuestionamientos cuando ya carga con demasiados reparos profesionales y éticos. Pero si aceptara ser nombrado en comisión, ¿qué hará la Corte Suprema? ¿Le tomará juramento? El de Lijo no es el caso de los jueces de Frondizi, Cámpora y Alfonsín. Milei no está urgido para nombrar una Corte nueva, aun cuando llegue el día en que se jubile el juez Juan Carlos Maqueda. El Presidente los propuso a Lijo y a García-Mansilla hace ocho meses, en marzo pasado, y todavía no tienen las firmas necesarias en la Comisión de Acuerdos del Senado, imprescindibles para que las propuestas sean consideradas en el plenario del cuerpo. Los dos tercios del Senado significan una cumbre política demasiado empinada. El último kirchnerismo gobernante, el que simuló presidir Alberto Fernández, no pudo en cuatro años nombrar a un procurador general de la Nación (jefe de todos los fiscales), que debe cumplir con los mismos requisitos que los miembros de la Corte Suprema; no lo pudo el entonces presidente y su vicepresidenta, Cristina Kirchner, tampoco intentó con un candidato propio. Sabía que perdería.
Los mileístas cuentan que el Presidente está contento porque su figura provoca pánico entre los funcionarios del Gobierno. Eso sucedía antes del despido injustificado y cruel de la excanciller Diana Mondino y de la soviética persecución ideológica desatada contra los diplomáticos de carrera. Ahora, cuando maltrató a Mondino, que se fue prometiendo que seguiría defendiendo al gobierno de Milei, es mucho peor. Tal vez por eso la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, difundió un documento cuyo primer punto dice textualmente: “Los periodistas ya no son el cuarto poder. Se acabaron las narrativas de los grandes medios”. Cuando ocurrió la persecución a periodistas en la gloria del kirchnerismo hubo cuatro mujeres en el Congreso que defendieron con coraje y decisión al periodismo independiente: Elisa Carrió, que era diputada nacional; Norma Morandini, entonces senadora nacional; Silvana Giudici, también diputada nacional, y Patricia Bullrich, igualmente diputada en aquella época. ¿Dónde está ahora Patricia Bullrich? ¿Qué se hizo de ella? ¿Quién se llevó a aquella persona valiente que había rectificado sus ideas del pasado y se convirtió en una vestal de la democracia y sus formas? ¿Qué hizo Milei con esa mujer que ya no está?
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Milei y el dilema del opositor deseado
El Presidente se beneficia al polarizar con el kirchnerismo, pero inversores y gobiernos extranjeros miran con inquietud el regreso de la exvice; la percepción de que la inflación y los precios no van de la mano y el impacto interno del poder creciente de Santiago Caputo
Jorge Liotti
Asunción de Javier Milei como presidente de la Nación, quien sonríe junto a Cristina Kirchner; Buenos Aires 10 de diciembre
El almuerzo en la elegante embajada del país europeo estaba cerca de concluir, después de una larga charla en la que se habían destacado los logros económicos del Gobierno y las perspectivas de inversión. Fue el momento en el que el anfitrión expresó su única preocupación: “¿Qué posibilidades tiene Cristina Kirchner de volver al poder?”. Días después, en el piso 19 de una importante multinacional el gerente para la región de la empresa se interesó por el tema en una conversación con delegados locales: “¿Quién viene después de Javier Milei? ¿Tiene posibilidades la expresidenta?”.
En el momento de mejores indicadores para Milei, cuando los mercados le sonríen y la opinión pública mantiene su apoyo, los que miran más allá de la coyuntura parecen haber detectado una sombra inconveniente en el horizonte. No saben todavía si es un frente de tormenta o si se trata de un acto reflejo basado en las experiencias del pasado. Pero todos quieren estar seguros de que el camino del equilibrio fiscal y la apertura económica se va a mantener en el tiempo, y que no ocurrirá lo mismo que con las reformas de Cambiemos. En definitiva, quieren saber si Milei es un paréntesis en la historia moderna del país, o un punto de inflexión.
Mauricio Macri durante la campaña de 2017Cambiemos
El gran temor es que se repita la historia de 2017, cuando Mauricio Macri ganó ampliamente la elección pero la reaparición de Cristina como candidata bonaerense marcó el punto de partida de la recuperación peronista. Una cosa es el resultado numérico de una legislativa y otra es la interpretación simbólica de ese resultado. Y el escenario podría repetirse el año próximo, con un triunfo nacional de los libertarios que coexista con una victoria kirchnerista en la provincia de Buenos Aires (hoy las encuestas hablan de paridad entre el peronismo y una eventual alianza de LLA y Pro). Si esa perspectiva se ve reflejada en los primeros sondeos del año próximo podría cambiar el ánimo de los mercados, generar inestabilidad cambiaria y transformarse en la profecía autocumplida. Esta elucubración es vista en el Gobierno como una ensoñación perversa porque no le asignan ninguna chance de éxito a la expresidenta frente a una sociedad que no quiere volver al pasado de ningún modo.
Hay una tentación de polarizar con el kirchnerismo que es rentable en la coyuntura, pero que resultaría adverso como perspectiva de futuro. Lo que puede ser funcional electoralmente para mantener vigente el pasado que representa Cristina, le puede resultar contraproducente en términos de proyectar gobernabilidad. Es el dilema del opositor deseado. Los grandes jugadores, el FMI, los mercados, los gobiernos extranjeros observan el tablero político completo y ven a Milei parado como protagonista absoluto en el centro, y lejos a Cristina; después, el desierto. Y esa fotografía no les da certezas.
Cristina Fernández de Kirchner
Pero, ¿qué representa realmente hoy Cristina Kirchner? ¿Cuál es su peso político verdadero? ¿Acaso no demostró una gran debilidad cuando tuvo que mover a todo su aparato sólo para quedarse con la presidencia del PJ, algo que en otros momentos hubiera resuelto con un tuit? ¿Puede mantenerse vigente si esta semana la Cámara de Casación le confirma la condena a seis años de prisión en la causa de Vialidad, un festival de negociados y corrupción?
La respuesta no es tan lineal como parecería. Encuestadoras importantes dan cuenta de que su imagen no ha sufrido alteraciones significativas y de que su poder menguante no tiene reversión. Poliarquía, por ejemplo, muestra que en los últimos tres meses Cristina bajó su imagen negativa del 56% al 53% pero también lo hizo la positiva de 32% a 29% (creció la regular). Federico Aurelio, que midió 40% de negativa y 30% de positiva (con proyección de indecisos pasan a 58% y 40% respectivamente), remarca: “Su imagen es un línea recta, no cambia. Pero el tema es que sigue liderando el 35% cercano al peronismo”.
Y en este dato reside la fortaleza interna de la expresidenta: en un escenario de mucha fragmentación por fuera del oficialismo, es la única que convoca a un núcleo sólido. Aurelio aporta dos datos más que son relevantes. El primero: cuando a los adherentes al peronismo se les pregunta si prefieren de líder a Cristina, a Axel Kicillof o a un líder nuevo, el 50% elige a ella, el 30% al gobernador y el 20% apuesta por una figura de renovación. Es decir, el recambio todavía no tiene rostro y eso mantiene la vigencia, aunque desgastada, de la expresidenta. El segundo elemento es que a nivel nacional están parejos los sectores del peronismo kirchnerista y del no kirchnerista, pero mientras que uno tiene un liderazgo claro, el otro es una confederación de caudillos locales que no la digieren pero que no se animan a enfrentarla. Y en este sentido la disputa por la conducción del PJ reposicionó a Cristina como la principal referente del espacio. Así lo refleja un estudio de Mora Jozami, que la ubica al tope de las figuras que representan a la oposición, con el 32%, seguida de “nadie” con el 25% y Kicillof, con el 15%.
Acto de Axel Kicillof por el día de la lealtad, en Berisso
Sin embargo, toda esta reconstrucción política de Cristina arrastra un problema que desde hace más de una década no logra resolver: ella tiene un piso alto de adhesiones, pero un techo bajo, porque por fuera de su espacio es tremendamente resistida. Eso la transforma en la líder de un sólido tercio, esencialmente gracias al peronismo bonaerense (en el interior es mucho más débil), pero sin proyección real para una elección presidencial, que con el mecanismo del ballottage le impide una perspectiva favorable. De esa limitación básica salieron los experimentos de Daniel Scioli y Alberto Fernández. Y en ese espejo se miró Kicillof cuando la semana pasada resolvió bajarse de la confrontación con Cristina, resignar protagonismo en 2025 y esperar a que llegue su momento en 2027.
En una charla reservada reciente, Cristina reconoció estar en camino para ser candidata el año próximo (no para de pisarles el territorio a Kicillof y a los intendentes), pero también dijo que para la presidencial no piensa competir ni bendecir a nadie para no pagar el costo de la decisión. “Ella va a quedarse con las listas y que después corra la interna para presidente. No tiene un candidato propio y Axel no la convence. Por eso está en una trampa”, sintetizó un testigo de la conversación.
Mariano Borinsky, Diego Barroetaveña y Gustavo Hornos
En ese mismo diálogo la expresidenta blanqueó que apelará la condena que espera de la Casación, pero que su inquietud pasa por saber si la cámara le habilita el recurso para apelar ante la Corte Suprema, o si tendrá que ir en queja, lo cual, según su mirada, complicaría el trámite. Su situación judicial conecta directamente con la postulación de Ariel Lijo al máximo tribunal, porque está convencida de que el juez está detrás de los magistrados que la condenarán. Por eso nunca bajó una señal a su bloque de senadores para acompañar su pliego. Ella también lo entendió como un gesto de simpatía que espera que les haya llegado a los actuales cortesanos que no quieren a Lijo.
Cristina parece representar hoy un liderazgo de resistencia, que administra su declinación con astucia, pero que no tiene el instrumental para construir un proyecto de expectativa a futuro. Evita la dispersión, pero obtura el recambio; solidifica su visión ideológica, pero no ofrece una mirada renovadora que tome en cuenta el cambio de época que significó la llegada de los libertarios al poder. Los años dorados ya le quedan lejos y cada vez le cuesta más revivirlos con un discurso que nunca trasciende la muralla que separa a los propios de la mayoría que en algún momento la votó.
La inflación y los precios
La variable independiente del sistema político es Javier Milei; el resto depende de que a él le vaya bien o mal, especialmente Cristina Kirchner. Y la variable independiente para que a Milei le vaya bien, es la recuperación económica; el resto es subsidiario. El Gobierno ha demostrado hasta ahora como los principales logros de su gestión el equilibrio fiscal, el ordenamiento económico y el control de la inflación. De los tres objetivos, sólo el último es directamente percibido por los ciudadanos, ya que los otros escapan de su apreciación directa. Los mercados miran la macro; los votantes sienten la micro.
Pero el mérito de la baja de la inflación tiene dos atenuantes importantes. El primero, que viene de arrastre, es que la gente no percibe una mejora real en sus ingresos en relación con su poder de compra, expresado con la frase “no llego a fin de mes”. Pero a eso se agregó otro fenómeno curioso que se ha empezado a visibilizarse últimamente y que emergió con nitidez en los focus groups que organizó la consultora Shila Vilker con votantes de Milei. “La inflación bajó, pero los precios no”, dijo uno de ellos. “Los precios suben más que la inflación”, refrendó otro, como si estuvieran disociados.
La foto que compartió Milei por el triunfo de Trump
Ninguno cuestionó la medición del Indec que esta semana difundirá los datos de octubre, probablemente a la baja otra vez. Sólo expresaron que para ellos, el número de la inflación representa un dato estadístico abstracto que no se corresponde con lo que perciben en los precios reales cuando van a hacer compras. Los votantes duros del Gobierno expusieron en esa mesa sus penurias para pagar las cuentas y un joven incluso contó que tuvo que volver a vivir con sus padres porque no le alcanzaban sus ingresos para alquilar, pero aun así seguía apoyando a Milei. Como dice el consultor Pablo Knopoff, “la gente le da al Gobierno un tiempo que no tiene para sí mismo. Es notable porque el votante dice: ‘Milei está arreglando los problemas del país, no los míos personales´. Hay una brecha entre los que perciben una cosa y la otra de 20 puntos, que favorece al Presidente. Y en esa diferencia se justifica la espera a que la situación mejore”.
Cuando Mora Jozami preguntó en su encuesta: “¿En su vida diaria siente que la inflación está bajando?”, un 60% respondió negativamente. Es clave este indicador porque allí reside el corazón del apoyo social a Milei. Por eso en la Casa Rosada tienen su propia medición sobre el tema, y están aliviados porque muestra una ligera mejoría: los que dicen que llegan a fin de mes pasaron del 50% al 56%. Saben claramente que una cosa es la estadística y el discurso político, y otra la realidad que percibe el votante.
Las recientes elecciones en Estados Unidos dejaron una lección en ese sentido. El desempleo cayó al 4,1% (al final de la gestión de Donald Trump estaba en 6,7%), el PBI creció 15,5% en cuatro años (5,8% en el anterior mandato republicano) y la inflación retrocedió al 2,4% anual. Sin embargo, la mayoría de los norteamericanos interpretó que el desempeño económico de Joe Biden fue negativo y volvieron a optar por el candidato naranja. Pesó más el recuerdo de los años duros, como el 9,1% de inflación de mediados de 2022. Eso es lo que miran en la Casa Rosada: el contraste con el pasado les sigue dando un diferencial muy favorable. Y así se refleja en la actitud de los votantes de Milei que reunió Vilker en sus focus. Aún los más desencantados con el Gobierno, admiten que ante la falta de alternativas, lo volverían a votar si las elecciones fueran hoy.
Gabinete concentrado
El regreso de Trump al poder embriagó al Gobierno en una euforia que se sumó al optimismo de las últimas semanas. Milei se obsesionó de inmediato con la idea de verse lo más pronto posible con el líder republicano y pidió que le gestionaran un viaje a Mar-a-Lago para esta semana. Algunos lo dan por hecho; los más cautos sólo dicen que “está encaminado”. Quiere mostrarse con su nuevo amigo de aventuras para dejar en claro que son ellos quienes representan genuinamente a las sociedades del siglo XXI. Elon Musk les aporta el sello futurista.
Gerardo Werthein, en Casa Rosada, luego de su jura como Canciller
Milei ya avisó ante los suyos que la relación con Estados Unidos la va a llevar él en persona, lo cual le quita relieve a la designación del futuro embajador en Washington. En la Cancillería aseguran que el nombre no está definido y que se tomarán su tiempo porque entre la transición del poder en la Casa Blanca y los plazos que llevaría aprobar el pliego en el Senado, es probable que hasta el año próximo no desembarque la nueva misión.
El dato curioso a la hora de evaluar el reemplazo del ahora canciller Gerardo Werthein es que apareció el nombre de Guillermo Francos. Si bien no parece tener chances porque Milei no quiere que deje la Jefatura de Gabinete, el funcionario hizo saber puertas adentro que para él sería un destino encantador. Desde que tuvo un fuerte altercado con Santiago Caputo, que después se sumó a una severa descompensación, el funcionario viene dando señales de que no lo incomodaría un retiro con honras.
Karina Milei, Guillermo Francos y Santiago Caputo
En el fondo subyace un dilema que Milei por ahora busca disimular: cómo maquillar la realidad de que el verdadero hombre fuerte de la gestión es Santiago Caputo. Y que esa realidad refleja un gabinete cada vez más concentrado en el triángulo de hierro. Francos ya no quiere lidiar con ese estigma y apuesta a una coexistencia pacífica, pero no está cómodo. Sandra Pettovello resiste gracias a su relación personal con el Presidente, pero vio la mano del asesor detrás de la insólita cafetera que terminó eyectando a dos de sus funcionarias. Mariano Cuneo Libarona finge demencia mientras detrás suyo se cocina la futura Corte Suprema de la mano de Caputo y Sebastián Amerio. El vicecanciller Eduardo Bustamante reza para que la revisión interna del pronunciamiento contra el bloqueo a Cuba no encuentre sus huellas en los argumentos que justificaron el voto en la ONU. Y Florencia Misrahi se ampara en la protección del tío Luis, ante la convicción de que la Casa Rosada buscó moverle el piso en la AFIP.
Florencia Misrahi, 170 aniversario Bolsa de Cereales
En el entorno presidencial admiten que originalmente pensaron en un diseño que disolviera la agencia y que quedaran la Aduana y la DGI como órganos autónomos dependientes del Ministerio de Economía. El ministro Caputo se opuso. A partir de eso llegaron los nombramientos de Andrés Vázquez en la DGI y de Andrés Velis en la Aduana, una movida con el sello del cerebro presidencial y el aroma del viejo espionaje. Hoy rige en el organismo recaudador una convivencia profesional, pero tensa. En la Casa Rosada creen que Misrahi no continuará en su cargo, aunque no piensan removerla. Ella mandó señales de que no evalúa renunciar, mientras el titular de Economía la sigue apoyando.
En el mundo miran todos estos movimientos para determinar la sustentabilidad del proyecto político de Milei, una figura que los cautiva, pero que al mismo tiempo los asusta. Cuando observan su convicción fiscal, se enamoran; cuando lo ven iracundo contra las instituciones y los medios, retroceden. Al ver su centralidad política quedan seducidos, cuando vislumbran su proyecto de nueva hegemonía, dudan. Cuando se acerca a Mauricio Macri, festejan; cuando ven la sombra amenazante de Cristina Kirchner, se inquietan.
El presente también se construye con las perspectivas de futuro. Y el futuro se apoya en las señales del presente. La Argentina de Milei todavía es un blend de expectativas e incertidumbre.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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