. Nazareth Castellanos (Madrid, 1977) es licenciada en Física Teórica y doctora en Neurociencia por la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid.
. En la Universidad Complutense de Madrid dirige el proyecto de investigación “Interacción Cerebro-Cuerpo durante la meditación” en el laboratorio Nirakara Lab, reconocido como cátedra extraordinaria de Mindfulness y Ciencias Cognitivas.
. Ha trabajado como investigadora en el Instituto Max Planck de Frankfurt y en el King’s College de Londres.
. Además de muchos artículos científicos, ha escrito los libros El espejo del cerebro (2021) y Neurociencia del cuerpo (2022); y la serie infantil Alicia y el cerebro maravilloso
Nazareth Castellanos: “Si Oriente dice esto y Occidente, lo otro, ¿por qué mejor no hablamos?”
Doctora en Neurociencia, la científica española estudia el cerebro en su interacción con otros órganos del cuerpo, como el corazón y el intestino, y aboga por una biología humanista que supere el enfoque mecanicista
Adriana Amado
Nazareth Castellanos, neurocientífica
En la última década, la neurociencia cobró relevancia y empezaron a conocerse evidencias de que el sistema nervioso excede lo relativo al cerebro y está vinculado a otras fisiologías, como la digestiva y la respiratoria. Nazareth Castellanos, licenciada en Física Teórica y doctora en Neurociencia, se dedica a explicar en términos sencillos hallazgos científicos que cuestionan ciertas bases de la tradición racionalista de Occidente.
Castellanos habla de una mirada “cerebro centrista” que se remite a la tradición racionalista inaugurada por Descartes, que elevó la mente por sobre el cuerpo. Sin embargo, en los últimos tiempos, con la incorporación de laboratorios asiáticos a la investigación, se empezó a ampliar la perspectiva que centraba el proceso cognitivo en el cerebro.
Desde su experiencia con la meditación y las culturas orientales, y luego de formarse en aulas y laboratorios de España, Alemania e Inglaterra, Castellanos integra en su trabajo otras medicinas, como la china, que ancestralmente acogía la idea de “una mente distribuida en el cuerpo”. Hoy lidera una investigación que mide simultáneamente las actividades cerebral, cardíaca, estomacal, intestinal y respiratoria.
Sus hallazgos confirman que “el intestino regula el estado de ánimo, que respirar por la nariz mejora nuestra memoria y que el corazón alberga nuestra identidad”, señala.
En su último libro, Neurociencia del cuerpo. Cómo el organismo esculpe el cerebro (Kairós), propone desarrollar una biología humanista que enriquezca el enfoque mecanicista del cuerpo que ha prevalecido en la medicina de Occidente.
Castellanos dice que “la visión materialista y no simbólica de la medicina ha dinamitado el puente entre el paciente y el médico”. Su inspiración es el Premio Nobel español don Santiago Ramón y Cajal, que en 1905 demostró que el cerebro está formado por neuronas. El genio navarro llamaba a las neuronas “las mariposas del alma” y hoy sabemos que son las que se agitan cuando el cuerpo se emociona. También, que las neuronas se extienden al sistema digestivo y que, al contrario de lo que repetíamos en el colegio, pueden reproducirse y rejuvenecerse desde la conciencia corporal y el ejercicio físico.
La conciencia plena, que aportan prácticas como la meditación, agrega dos sentidos a los cinco conocidos: la propiocepción (el registro de las emociones en el cuerpo) y la interocepción (el proceso por el cual el sistema nervioso tiene un mapa de lo que ocurre en el cuerpo). “La neurociencia interoceptiva y propioceptiva es un soporte más para la implementación de programas de rectificación de la postura y el ejercicio físico como prevención y tratamiento de las alteraciones de la salud mental”, señala en su libro.
"Me gusta unir mundos y siempre he estado muy interesada en otras tradiciones, como la práctica de la meditación, la filosofía, la mitología. Nunca entendí esa exclusividad que a veces se otorga a un campo específico"
Castellanos realiza una activa tarea de divulgación en conferencias y entrevistas con mucho impacto en YouTube. Vive en Palma de Mallorca, desde donde concedió esta entrevista.
–La neurociencia ha cobrado protagonismo. ¿Cómo explica ese interés?
–Así como hemos pasado por épocas en las que la genética o la física tuvieron un auge, es el momento de la neurociencia. Creo que se debe a descubrimientos que aportan conocimiento social que a su vez es muy práctico para las personas. En las neurociencia encontramos una forma de conocernos.
–En sus libros brinda una explicación científica a prácticas ancestrales como la meditación y el yoga. ¿Cómo es compatibilizar esos mundos?
–Me gusta unir mundos y siempre he estado muy interesada en otras tradiciones, como la práctica de la meditación, la filosofía, la mitología. Nunca entendí esa exclusividad que a veces se otorga a un campo específico. Lo que dice uno se complementa con lo que dice el otro. En definitiva, se trata de acercarse al ser humano desde esa perspectiva integral, de beber de todas las fuentes.
–¿En esa línea va un artículo científico suyo que estudio la relación del mindfulness con la atenuación del dolor?
–Se trató de un estudio con un grupo de personas que tenían dolor crónico por discopatía, a los que se les entrenó en la atención plena en la respiración. Medimos diferentes factores no biológicos y de satisfacción vital, o sea, constructos psicológicos. Vimos un cambio significativo que se explica, básicamente, por dos factores. Por una parte, confirmamos que la respiración puede tener un factor analgésico. Los pacientes estudiados mostraron un descenso de la depresión, estrés, dolor percibido y limitaciones en la salud, a la vez que mejoraron el sueño, el bienestar y la vitalidad. Eran mecanismos que se conocían, pero lo que nos sigue sorprendiendo es que se trata de algo tan simple como respirar. Y depende de nosotros mismos el respirar de una forma o de otra.
"Hacen falta políticas que estén a la vanguardia, pendientes de lo que se va descubriendo. Tiene que haber transferencia entre el mundo académico y los gobernantes, inversores, empresarios"
–¿De qué modo se relaciona esto con lo social?
–Somos también nuestra cultura. No hace mucho era normal fumar en el avión y ahora nos parece un disparate. Tenemos que ir aprendiendo. Hacen falta políticas que estén a la vanguardia, pendientes de lo que se va descubriendo. Tiene que haber transferencia entre el mundo académico y los gobernantes, inversores, empresarios. Me resulta increíble que haya tanta evidencia sobre la importancia del intestino en la actividad del cerebro y que no se aplique eso a los comedores de los colegios o de los hospitales.
–¿Cuáles serían las recomendaciones para un gestor de políticas públicas?
–Debemos dar mucha más importancia al estilo de vida. Que no solo se tenga en cuenta la productividad, sino también el bienestar de las personas.
–Todavía se asocia el mindfulness o la respiración consciente a prácticas místicas, ¿cómo acercarlos a lo cotidiano?
–Meditar no es dejar la mente en blanco, ni se trata de algo sagrado ni de la panacea. Es algo básico. Respirar, respiramos todos. La cosa es cómo respiras. Se trata de respirar y contemplarse como si estuviéramos esperando. En un experimento se les pedía a las personas observar la respiración con cierto cariño, simplemente para describir luego cómo respiraba, por ejemplo, si respiraba más por una fosa nasal que por otra. Hemos comprobado que ese sencillo rato de autoobservación ya cambia el cerebro.
–Usted agrega dos sentidos a los clásicos gusto, tacto, vista, olfato y oído, relacionados con toma de conciencia de los procesos vitales. ¿Cómo sería eso?
–Están los cinco sentidos básicos y luego está la interocepción y la propiocepción. La interocepción es el sentido prioritario, al que el cerebro le da más importancia, porque es la información que le llega de lo que pasa en nuestros órganos. Y luego está la propiocepción, que es el sentido en el que el cuerpo da cuenta de sí mismo, de la arquitectura corporal. Toda emoción conlleva sensaciones corporales. Saber que nuestro cerebro está constantemente recibiendo esa información hace que nos tomemos las cosas desde otra perspectiva. Por eso apoyo que cada vez haya más psicología basada en la evidencia biológica. Tener a nuestro cuerpo como aliado ayudaría mucho.
–¿Qué significa aliarse al cuerpo? ¿Cómo empezar a trabajar la conciencia corporal?
–El profesor José Luis Trejo, del Instituto Cajal de Consejo Superior de Investigaciones Científicas, ha demostrado cómo el ejercicio físico está relacionado con la neurogénesis, que es la formación de nuevas neuronas en cerebro adulto. Ha hecho muchos experimentos que demuestran que el ejercicio físico está considerado un gran antidepresivo y nos ayuda a mantener el cerebro no solo más joven, sino rejuvenecido, porque genera nuevas neuronas.
"Hay muchos estudios que sitúan el ejercicio físico por encima de la estimulación cognitiva. De ahí mi gran defensa del mundo de la danza. Danzar, y más a edades maduras, es el mejor ejercicio, porque involucra coordinación motora"
–Recuerdo las clases de biología en la escuela, donde repetíamos que las neuronas no se reproducían. ¿Cómo se produce esa regeneración?
–La generación de nuevas neuronas se produce en el hipocampo, en un proceso que se llama neurogénesis hipocampal. Esta parte del cerebro es la estructura más involucrada en la memoria, en el aprendizaje y, por tanto, es una de las estructuras que más debemos cuidar. Es una de las primeras que se atrofia en la enfermedad de Alzheimer.
–¿El ejercicio físico es mejor que hacer crucigramas o desafíos intelectuales para prevenir el Alzheimer?
–Hay muchos estudios que sitúan el ejercicio físico por encima de la estimulación cognitiva. De ahí mi gran defensa del mundo de la danza. Danzar, y más a edades maduras, es el mejor ejercicio, porque involucra coordinación motora. Se han hecho muchos estudios sobre el tango, por ejemplo. Mirarse a los ojos, realizar movimientos juntos, respirar lento, es una buena forma de sincronizar los corazones. Hacer ejercicio con otras personas genera mucha cohesión. La sincronización de corazones es un mecanismo que facilita la empatía y la comprensión, que nos hacen mucha falta en esta sociedad en la que se ha disparado el narcisismo y la empatía disminuye hasta casi desaparecer.
–Se aprecia una labor de divulgación de estos temas en foros y en canales digitales. ¿Cómo empezó usted?
–Cuando estudiaba le contaba todo a mi abuela y desde entonces me acostumbré a contar el conocimiento sin palabrejas. Además, mi carrera estaba, por una parte, en la medicina y, por otra, en la física: a los físicos tenía que hablarles de medicina y a los médicos, de física. Debe ser que ya tenía cierto talento ahí, pues mi jefe siempre me mandaba de puente. Pero recién cuando empecé a dar clases de neurociencia aprendí neurociencia. El mundo científico se enfoca en el dato y la técnica. Pero, claro, si se lo cuento así a mi hermana le va a parecer que le estoy hablando en chino. Cuando haces el esfuerzo de ver qué dice un artículo para contárselo a alguien que no sea científico, te obliga a explicarlo de otra manera. El mundo científico debería estar casi obligado a compartir lo que investiga.
–¿Y qué le ha dejado a usted ese ejercicio, más allá de la divulgación?
–Pues, para mí eso era aprender. Pasé una grave crisis científica estudiando. Acumulo títulos, pero yo no sé para qué me vale. Estaba en el King’s College, en Londres y cuando salía del laboratorio me iba al Centro Tibetano. Me preguntaba qué sentido tenía lo que estaba haciendo si a mí no me vale, si no sirve para conocer al ser humano. Entonces empecé a repensar la ciencia para que a mí me enseñase cosas y después poder contársela a la gente. Mi abuela ya no estaba, pero se lo iba contando a las amigas. En aquel momento empecé a establecer puentes con el mundo budista. Luego, ya en Madrid, hice el primer simposio de budismo y ciencia, porque si Oriente dice esto y Occidente dice lo otro, ¿por qué mejor no hablamos? Quizá yo me puedo inspirar de ti y tú te puedes inspirar de mí. Claro que me he encontrado gente abierta y cerrada en ambos mundos, no solo en el científico. Martin Heidegger dice que el puente es un lugar. Vivimos siempre en un puente. No eres esto. No eres lo otro.
–La neurociencia es una disciplina de laboratorios y no siempre los investigadores se avienen a divulgar. ¿Cómo se ve la divulgación en tu ámbito?
–A veces se ve muy mal. Hay mucho prejuicio, pues muchas veces se la compara con la autoayuda. Es muy fácil que te pongan etiquetas cuando hablas de estos temas. Pero invitaría a que cada vez haya más científicos que hablen, porque así hablan los que han estudiado y no los que, a lo mejor, solo han leído algo. Muchas veces nos quejamos de que cierta información es falsa o poco rigurosa, pero también pasa que quien lo podría hacer bien, no lo hace. Es fácil criticar cuando un científico dice cosas inspiracionales, pero creo que estamos como sedientos de otra voz, de otra de otra mirada. Con la filóloga Marisol Ramírez hicimos un espectáculo en Palma de Mallorca que se llama “Poesía y cerebro” donde ella recita poemas y yo cuento cosas de la biología. Se hizo en un teatro para cuatrocientas personas y todas las entradas se vendieron en cinco días. [ Ya están previstas dos funciones más para marzo de 2025].
–¿Qué aprendizajes brinda esa tarea divulgativa?
–A veces publico un video y de repente veo que lo escucha mucha gente. Luego recibes mensajes muy personales que te permite comprobar que impactas y eso es bonito. Siempre he creído que la vida debe estar guiada por una auténtica voluntad de servicio. Tienes una responsabilidad, porque estás construyendo el mundo. Entonces quienes tienen un papel más activo en esa construcción deben replantearse hacerlo con su mejor voluntad.
–La formación en física teórica parece un tanto abstracta, ¿cómo llegó desde allí a la biología humanista?
–La física es más humanista que la medicina porque está un paso más allá. Ten en cuenta que vivió la gran revolución de la cuántica, donde todo el paradigma anterior se cae. Los grandes referentes de la cuántica era gente de una cultura impresionante, como Marie Curie o Erwin Schrödinger, que podía recetar de memoria a Homero. A la biología ahora le falta esa revolución más humanista que, yo creo, está empezando a fraguarse.
–Pareciera que la sociedad también está demandando más humanidad en la medicina.
–Exigimos mucho también al médico, pero hay que tener en cuenta la medicina es una profesión en constante contacto con el dolor. No es fácil lidiar con eso. Se pide humildad al médico, pero debería tenerla también el paciente.
–El subtítulo de su libro es Cómo el organismo esculpe el cerebro. ¿Es así de sencillo?
–Decía Ramón y Cajal que todos podemos ser escultores de nuestro propio cerebro si nos lo proponemos. La parte más interesante de la frase es “si nos lo proponemos”. Nos devuelve a la fuerza de la voluntad, a la intención, pero también al esfuerzo. Es saber que somos nuestra propia obra, como decía el poeta.
BEBER DE TODAS LAS FUENTES DEL CONOCIMIENTO
PERFIL: Nazareth Castellanos
. Nazareth Castellanos (Madrid, 1977) es licenciada en Física Teórica y doctora en Neurociencia por la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid.
. En la Universidad Complutense de Madrid dirige el proyecto de investigación “Interacción Cerebro-Cuerpo durante la meditación” en el laboratorio Nirakara Lab, reconocido como cátedra extraordinaria de Mindfulness y Ciencias Cognitivas.
. Ha trabajado como investigadora en el Instituto Max Planck de Frankfurt y en el King’s College de Londres.
. Además de muchos artículos científicos, ha escrito los libros El espejo del cerebro (2021) y Neurociencia del cuerpo (2022); y la serie infantil Alicia y el cerebro maravilloso
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Los días de Navalny encarcelado, en sus propias palabras
Las memorias del opositor ruso, que llegan en diciembre, producen escozor
Por Alexandra AlterAlexéi Navalny, en febrero de 2021, es ingresado en Moscú a una jaula durante un juicio contra él por difamación ap
Alexéi Navalny sabía que probablemente moriría en prisión. En los mensajes que enviaba a sus seguidores a través de las redes sociales, el líder de la oposición rusa solía poner una nota de esperanza sobre el futuro de su país, o una nota cómica, bromeando sobre los absurdos e indignidades de la vida en prisión.
Pero en los diarios que consiguió escribir y sacar a escondidas de la cárcel, era más introspectivo y contundente: “Desde el principio supe que me encarcelarían de por vida, o el resto de mi vida o hasta el final de la vida de este régimen”, escribió Navalny en su diario en marzo de 2022. “Pasaré el resto de mi vida en prisión y moriré aquí”.
Reflexionó sobre lo que eso significaría: perderse cumpleaños, aniversarios, las graduaciones de sus hijos. No conocer a sus nietos. La idea le dio ganas de gritar y romper cosas, escribió. Pero entonces pensó en otros disidentes rusos que habían sufrido destinos similares. “Me resigné y lo acepté”, escribió.
Esos pasajes aparecen casi al final de Patriota (Ariel), las memorias póstumas de Navalny que se publicaron recientemente, ocho meses después de su muerte a los 47 años en una colonia penal del Ártico.
Patriota es a ratos divertida, ardiente, reflexiva y trágica, y está impregnada del humor irónico y el idealismo característicos de Navalny. Incluso desde su celda, se deleita atacando al presidente ruso, Vladimir Putin. También es el relato personal y desgarrador de un marido y padre que se enfrenta a la realidad de que nunca volverá a estar con su familia, de que Putin podría conseguir silenciarlo y de que los sacrificios que hizo para oponerse al autoritarismo y la corrupción tendrán graves consecuencias para las personas que más quiere.
Las memorias, publicadas en Estados Unidos por la editorial Knopf, tiene prevista edición en lengua rusa y llegarán en español a la Argenmemorial”, tina el mes próximo, fueron recopiladas tras su muerte con la ayuda de Yulia Navalnaya, su viuda. Para ella, la publicación de las memorias es una forma de infundir esperanza en el movimiento opositor ruso y de mantener a su esposo presente en el mundo.
“Es muy importante para mí mantener vivo su legado, llevar su voz al mayor número de personas posible”, dijo Navalnaya en una entrevista en video a la salida del libro en inglés, a finales de octubre, desde un lugar de Europa que no pudo revelar por motivos de seguridad.
Navalny había contemplado escribir unas memorias durante varios años, dijo, pero lo que lo hizo empezar fue un envenenamiento casi mortal con el agente nervioso letal Novichok en Siberia en 2020.
“Todo cambió en su mente después de su envenenamiento, porque se dio cuenta de que la vida puede acabar al día siguiente”, dijo su viuda.
Comenzó a escribir el libro mientras se recuperaba en Alemania. El relato comienza con su colapso en un avión tras ser envenenado, un atentado que los servicios de inteligencia occidentales han calificado de intento de asesinato patrocinado por el Estado. La primera frase del libro resulta ahora brutalmente profética: “Morir realmente no dolió”, escribe Navalny.
Más tarde describió su decisión de regresar a Moscú, sabiendo que podía ser detenido y asesinado. “Hay 1001 formas sencillas de que te maten en la cárcel”, escribió.
Cuando Navalny voló de regreso a Moscú desde Berlín en enero de 2021, fue detenido en el aeropuerto, y más tarde se enfrentó a una serie de juicios por cargos de extremismo y otros delitos que, según sus partidarios, fueron fabricados por el Estado. Escribió el resto de sus memorias en prisión.
A lo largo de casi 500 páginas, el libro relata su infancia en el seno de una familia de militares y sus años de estudios de Derecho en la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos de Moscú y de Economía en la Academia de Finanzas de la Federación Rusa. Navalny trabajó como abogado inmobiliario, y luego se pasó a la política cuando creó un blog para pequeños inversores y descubrió pruebas de corrupción en empresas estatales.
Se convirtió en un crítico declarado de Putin, y en 2011 empezó a utilizar las redes sociales para organizar protestas. Fundó la Fundación Anticorrupción, que denunciaba al gobierno. A partir de entonces, las autoridades rusas lo pusieron en el punto de mira, y fue detenido con tanta frecuencia que tenía lista una valija para la cárcel.
Hay momentos en las memorias en los que Navalny, quien públicamente proyectaba valentía, confiesa sentir miedo, si no por sí mismo, por su familia: “La idea de que puedan poner Novichok en la manija de mi puerta y que mi hijo o mi hija puedan tocarlo me llena de temor”, escribió.
Hacia la mitad, la narración cambia bruscamente. Una breve sección en cursiva –escrita por Kira Yarmysh, que fue vocera de Navalny, y aprobada por Navalnaya– describe los acontecimientos que tuvieron lugar tras la detención de Navalny y su eventual traslado a una remota colonia penal del Ártico.
El resto de las memorias se compone principalmente de los despachos de prisión de Navalny, que comienzan en enero de 2021. Escribió sobre las cosas que hacía para mantenerse ocupado: aprender a bailar shuffle, memorizar un soliloquio de Hamlet mientras estaba encorvado sobre una máquina de coser durante los turnos de trabajo; intentar meditar; leer cualquier libro que cayera en sus manos.
A veces, Navalny se desesperaba por el giro que había tomado su historia. “Lamento que mi libro, originalmente una autobiografía con un tono de intrigante thriller sobre el descubrimiento de un intento de asesinato con armas químicas, se haya convertido en un diario de prisión”, escribió. “Es un género tan saturado de clichés que es imposible no escribirlos”.
Se quejaba de lo difícil que era escribir: “Te mantienen constantemente ocupado. No hay tiempo para leer, y mucho menos para escribir”, y explicaba por qué sintió la necesidad de dejar constancia de sus recuerdos y experiencias. “Si finalmente me matan, el libro será mi herenciaescribió el 21 de octubre de 2021.
En un momento dado, bromea diciendo que su muerte podría aumentar las ventas del libro: “El autor del libro ha sido asesinado por un presidente villano; ¿qué más puede pedir el departamento de marketing?”.
En una entrada del diario fechada el 2 de mayo de 2021, Navalny describe cómo, tras poner fin a su huelga de hambre de 24 días e intentar recuperar fuerzas, su compañero de celda le ofreció una manzana. Pero los guardias no se la permitieron.
“Es muy difícil leer estas cosas”, dijo Navalnaya. “No sé cómo expresar el sentimiento: es como si se te estrujara el corazón”.
Pero Navalnaya dijo que a menudo también se sentía reconfortada por sus despachos, porque captaban al hombre que ella amaba: irónico, jovial, desafiante. “Es difícil, pero al mismo tiempo inspirador, porque es muy sincero al compartir sus pensamientos”, dijo.
Aunque Navalny se enfrentaba a condiciones restrictivas en prisión, encontró formas de comunicarse con el mundo exterior. Pudo enviar cientos de cartas manuscritas a amigos y familiares, y hacer llegar despachos a miembros de su equipo, quienes luego los publicaban en las redes sociales.
A veces, pasaban seis meses antes de que Navalny pudiera sacar sus diarios, dijo Navalnaya. Parte del material fue confiscado y nunca devuelto. Y es posible que hubiera más escritos que nunca se recuperaron tras su muerte: ninguno de sus efectos personales fue entregado a su familia, dijo Navalnaya.
La última anotación del diario es del 2 de septiembre de 2022. La experiencia de Navalny durante los meses restantes se recopila a partir de sus despachos en las redes sociales, que siguió escribiendo hasta poco antes de su muerte, en febrero de este año.
Navalnaya dijo que a veces se preguntaba cómo habría sido su vida si no hubieran vuelto a Rusia. “Mentiría si respondiera que nunca he pensado en ello”, dijo. Su muerte ha sido devastadora para ella y sus hijos, Daria y Zakhar. ”Éramos una familia muy completa y feliz, y un día se acabó”, dijo
Alexéi Navalny sabía que probablemente moriría en prisión. En los mensajes que enviaba a sus seguidores a través de las redes sociales, el líder de la oposición rusa solía poner una nota de esperanza sobre el futuro de su país, o una nota cómica, bromeando sobre los absurdos e indignidades de la vida en prisión.
Pero en los diarios que consiguió escribir y sacar a escondidas de la cárcel, era más introspectivo y contundente: “Desde el principio supe que me encarcelarían de por vida, o el resto de mi vida o hasta el final de la vida de este régimen”, escribió Navalny en su diario en marzo de 2022. “Pasaré el resto de mi vida en prisión y moriré aquí”.
Reflexionó sobre lo que eso significaría: perderse cumpleaños, aniversarios, las graduaciones de sus hijos. No conocer a sus nietos. La idea le dio ganas de gritar y romper cosas, escribió. Pero entonces pensó en otros disidentes rusos que habían sufrido destinos similares. “Me resigné y lo acepté”, escribió.
Esos pasajes aparecen casi al final de Patriota (Ariel), las memorias póstumas de Navalny que se publicaron recientemente, ocho meses después de su muerte a los 47 años en una colonia penal del Ártico.
Patriota es a ratos divertida, ardiente, reflexiva y trágica, y está impregnada del humor irónico y el idealismo característicos de Navalny. Incluso desde su celda, se deleita atacando al presidente ruso, Vladimir Putin. También es el relato personal y desgarrador de un marido y padre que se enfrenta a la realidad de que nunca volverá a estar con su familia, de que Putin podría conseguir silenciarlo y de que los sacrificios que hizo para oponerse al autoritarismo y la corrupción tendrán graves consecuencias para las personas que más quiere.
Las memorias, publicadas en Estados Unidos por la editorial Knopf, tiene prevista edición en lengua rusa y llegarán en español a la Argenmemorial”, tina el mes próximo, fueron recopiladas tras su muerte con la ayuda de Yulia Navalnaya, su viuda. Para ella, la publicación de las memorias es una forma de infundir esperanza en el movimiento opositor ruso y de mantener a su esposo presente en el mundo.
“Es muy importante para mí mantener vivo su legado, llevar su voz al mayor número de personas posible”, dijo Navalnaya en una entrevista en video a la salida del libro en inglés, a finales de octubre, desde un lugar de Europa que no pudo revelar por motivos de seguridad.
Navalny había contemplado escribir unas memorias durante varios años, dijo, pero lo que lo hizo empezar fue un envenenamiento casi mortal con el agente nervioso letal Novichok en Siberia en 2020.
“Todo cambió en su mente después de su envenenamiento, porque se dio cuenta de que la vida puede acabar al día siguiente”, dijo su viuda.
Comenzó a escribir el libro mientras se recuperaba en Alemania. El relato comienza con su colapso en un avión tras ser envenenado, un atentado que los servicios de inteligencia occidentales han calificado de intento de asesinato patrocinado por el Estado. La primera frase del libro resulta ahora brutalmente profética: “Morir realmente no dolió”, escribe Navalny.
Más tarde describió su decisión de regresar a Moscú, sabiendo que podía ser detenido y asesinado. “Hay 1001 formas sencillas de que te maten en la cárcel”, escribió.
Cuando Navalny voló de regreso a Moscú desde Berlín en enero de 2021, fue detenido en el aeropuerto, y más tarde se enfrentó a una serie de juicios por cargos de extremismo y otros delitos que, según sus partidarios, fueron fabricados por el Estado. Escribió el resto de sus memorias en prisión.
A lo largo de casi 500 páginas, el libro relata su infancia en el seno de una familia de militares y sus años de estudios de Derecho en la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos de Moscú y de Economía en la Academia de Finanzas de la Federación Rusa. Navalny trabajó como abogado inmobiliario, y luego se pasó a la política cuando creó un blog para pequeños inversores y descubrió pruebas de corrupción en empresas estatales.
Se convirtió en un crítico declarado de Putin, y en 2011 empezó a utilizar las redes sociales para organizar protestas. Fundó la Fundación Anticorrupción, que denunciaba al gobierno. A partir de entonces, las autoridades rusas lo pusieron en el punto de mira, y fue detenido con tanta frecuencia que tenía lista una valija para la cárcel.
Hay momentos en las memorias en los que Navalny, quien públicamente proyectaba valentía, confiesa sentir miedo, si no por sí mismo, por su familia: “La idea de que puedan poner Novichok en la manija de mi puerta y que mi hijo o mi hija puedan tocarlo me llena de temor”, escribió.
Hacia la mitad, la narración cambia bruscamente. Una breve sección en cursiva –escrita por Kira Yarmysh, que fue vocera de Navalny, y aprobada por Navalnaya– describe los acontecimientos que tuvieron lugar tras la detención de Navalny y su eventual traslado a una remota colonia penal del Ártico.
El resto de las memorias se compone principalmente de los despachos de prisión de Navalny, que comienzan en enero de 2021. Escribió sobre las cosas que hacía para mantenerse ocupado: aprender a bailar shuffle, memorizar un soliloquio de Hamlet mientras estaba encorvado sobre una máquina de coser durante los turnos de trabajo; intentar meditar; leer cualquier libro que cayera en sus manos.
A veces, Navalny se desesperaba por el giro que había tomado su historia. “Lamento que mi libro, originalmente una autobiografía con un tono de intrigante thriller sobre el descubrimiento de un intento de asesinato con armas químicas, se haya convertido en un diario de prisión”, escribió. “Es un género tan saturado de clichés que es imposible no escribirlos”.
Se quejaba de lo difícil que era escribir: “Te mantienen constantemente ocupado. No hay tiempo para leer, y mucho menos para escribir”, y explicaba por qué sintió la necesidad de dejar constancia de sus recuerdos y experiencias. “Si finalmente me matan, el libro será mi herenciaescribió el 21 de octubre de 2021.
En un momento dado, bromea diciendo que su muerte podría aumentar las ventas del libro: “El autor del libro ha sido asesinado por un presidente villano; ¿qué más puede pedir el departamento de marketing?”.
En una entrada del diario fechada el 2 de mayo de 2021, Navalny describe cómo, tras poner fin a su huelga de hambre de 24 días e intentar recuperar fuerzas, su compañero de celda le ofreció una manzana. Pero los guardias no se la permitieron.
“Es muy difícil leer estas cosas”, dijo Navalnaya. “No sé cómo expresar el sentimiento: es como si se te estrujara el corazón”.
Pero Navalnaya dijo que a menudo también se sentía reconfortada por sus despachos, porque captaban al hombre que ella amaba: irónico, jovial, desafiante. “Es difícil, pero al mismo tiempo inspirador, porque es muy sincero al compartir sus pensamientos”, dijo.
Aunque Navalny se enfrentaba a condiciones restrictivas en prisión, encontró formas de comunicarse con el mundo exterior. Pudo enviar cientos de cartas manuscritas a amigos y familiares, y hacer llegar despachos a miembros de su equipo, quienes luego los publicaban en las redes sociales.
A veces, pasaban seis meses antes de que Navalny pudiera sacar sus diarios, dijo Navalnaya. Parte del material fue confiscado y nunca devuelto. Y es posible que hubiera más escritos que nunca se recuperaron tras su muerte: ninguno de sus efectos personales fue entregado a su familia, dijo Navalnaya.
La última anotación del diario es del 2 de septiembre de 2022. La experiencia de Navalny durante los meses restantes se recopila a partir de sus despachos en las redes sociales, que siguió escribiendo hasta poco antes de su muerte, en febrero de este año.
Navalnaya dijo que a veces se preguntaba cómo habría sido su vida si no hubieran vuelto a Rusia. “Mentiría si respondiera que nunca he pensado en ello”, dijo. Su muerte ha sido devastadora para ella y sus hijos, Daria y Zakhar. ”Éramos una familia muy completa y feliz, y un día se acabó”, dijo
Alexéi Navalni empezó a escribir Patriota poco después del envenenamiento que casi lo mata en 2020. Este libro es la historia completa de su vida: su juventud, sus inicios en el activismo, su familia y su compromiso con la causa de la democracia frente a los esfuerzos de la superpotencia rusa por silenciarlo. Con prosa ágil y elocuente, que incluye la correspondencia inédita que logró transferir desde su encierro, Navalni relata su carrera política y los intentos de asesinato que él y su círculo padecieron, así como la infatigable campaña que, junto a su equipo, llevaron a cabo contra un régimen cada vez más autoritario. Con la misma sinceridad y coraje que le definieron, Patriota es un conmovedor relato de sus años finales en una de las prisiones más brutales que existen, un recuerdo de por qué los principios de la libertad individual son tan fundamentales y una llamada entusiasta a continuar con la obra por la que dio la vida.
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