Cómo negocian los intransigentes ideológicos
Entre la inflexibilidad de sus posturas y un pragmatismo de ocasión
Por Gabriela Origlia
Estos líderes entran en la transacción sin que la mugre los toque Sus votantes les reconocen un plus moral, y no negocian a escondidas Hoy la sociedad privilegia la autenticidad y lo explícito
“Política transaccional” y “liderazgo transaccional” son dos conceptos cuyo uso comenzó a expandirse en los análisis después del triunfo de Donald Trump en Estados Unidos. También en la Argentina se los aplica para describir el estilo de Javier Milei. Básicamente, se trata de ofrecer incentivos o esgrimir penalizaciones para alcanzar los objetivos.
La política, desde siempre, es negociar. En los últimos tiempos pareciera que todo es negociable. A veces, hasta los valores. O controlan la inmigración o les subo los aranceles, advierte Trump a México. Milei acusa a Raúl Alfonsín de haber sido partidario de un golpe de Estado y, cuando se reúnen con él, los gobernadores de la UCR lo dejan pasar y priorizan hablar del futuro. El propio Presidente, en un alarde de pragmatismo, se reúne con el mandatario chino, Xi Jinping, para promover una “cooperación constructiva” mientras olvida las críticas que disparó en la campaña y pone en suspenso su insulto preferido: “zurdo, comunista”.
Varios analistas entienden que lo que genera “sorpresa” es que políticos que se presentan como ideólogos implacables son, a la vez, pragmáticos. “Los actores siempre hacen intercambio interno, hay quid pro quo”, dice el sociólogo Marcos Novaro. En 2019, Trump fue acusado de haber tenido esa conducta –que implica dar algo a cambio de algo– cuando le pidió al ucraniano Volodimir Zelensky una ayuda para investigar al hijo de Joe Biden.
¿Son años en que impera el pragmatismo sin límite? ¿El electorado es más laxo en relación a la defensa de determinados valores? ¿La política los fue vaciando de sentido? ¿Se acepta sin mayores prejuicios el “todo vale” en la lucha por el poder?
Jordi Sevilla, economista, exministro de Obras Públicas en España y exdiputado del PSOE, autor de varios libros, se resiste a hablar de política transaccional en los casos de Trump y Milei, porque a los líderes populistas “no los inspira la transacción sino la imposición por la fuerza de sus creencias, hasta donde se pueda”.
En diálogo con este diario, precisa: “Una transacción requiere reconocer una legitimidad al adversario con quien se negocia, algo que solo a regañadientes, y de manera provisional, acepta el populista, que aspira a gobernar sin necesidad de nadie más, imponiendo sus ideas. Para el populista, negociar y pactar es un signo de debilidad que solo se acepta si es inevitable, como mal menor, si no tiene fuerza suficiente para imponerse. No entiende la democracia como el sistema que mejor permite convivir y trabajar juntos a personas que no pensamos igual; es un corsé del que intenta librarse todo el tiempo”.
En esa línea estima que Trump negociará con China o Europa cuando no le quede más remedio y en aquellas cosas en las que no puede imponerse. “Y, siempre, lo presentará ante los suyos como una gran victoria frente al enemigo, sea eso verdad o no –señala–. En otros asuntos impondrá su posición sin permitir ningún tipo de negociación, porque, repito, negociar es mostrar debilidad. La política transaccional queda lejos de este nuevo populismo. De cualquier populismo, de hecho”.
Comparte esa visión Loris Zanatta, académico italiano que es un estudioso de la Argentina. Señala que en la actualidad es “difícil” distinguir posicionamientos a partir de los valores. “Los dirigentes adoptan un sistema de valores a su manera, típicamente maniquea. ‘Lo nuestro y lo de ellos’, separan el mundo entre bien y mal. El punto clave –dice– es entender cuáles son sus valores. Lo que vemos es que aluden a un sistema bastante tradicional. Si no nos concentramos en lo económico, se mueven entre ‘dios, patria y familia’, apelan a vínculos indentitarios tradicionales, a generar una especie de unidad cultural”.
Zanatta, historiador, detalla que fenómeno no es nuevo: “Pasó varias veces y de forma bastante parecida; crecen las identidades religiosas y patrióticas. Sin calificar a estos líderes de totalitarios, esta época se parece a la entreguerra del siglo pasado”. Sobre Milei, apunta que el uso que hace del término “liberal” es muy sesgado: “Es económico, una forma de liberalismo predemocrático, dogmático”.
Las negociaciones, en ese contexto, son “una forma de chantaje moral –añade–. Son parte de una política que no acepta las formas de las políticas, se transforma en un negocio abierto en el marco de las estrategias exacerbadas de los fenómenos populistas”.
En esta dinámica, acota Sevilla, las democracias están seriamente amenazadas. “No hay principios; si yo puedo imponer sin negociar, no lo hago desde un planteamiento de valores, de ideas, sino solo desde un puro interés pragmático”, dice.
Un límite muy fino
Novaro señala que políticos como Milei, que se muestran inflexibles, tienen más ventajas para negociar. “Entran en la transacción sin que la mugre los toque, porque su votante le reconoce un plus moral. Cuando hacen el retail lo hacen abiertamente, ‘obligados, necesitados’. Hay un difícil equilibrio entre pragmatismo y oportunismo. El primero tiene una dirección, sigue un rumbo; es lo que hacen los presidentes astutos y razonables. En cambio, lo que hace por ejemplo un Sergio Massa se parece más al oportunismo, va con el viento, sin mostrar un norte. Lo mismo Daniel Scioli. Por eso no es un líder nacional”.
Con el foco en los gobernadores, Novaro precisa que el riojano Ricardo Quintela “no es muy diferente” que el catamarqueño Raúl Jalil, “quien sin embargo hoy tiene otro margen de tolerancia; ese grado de desdoblamiento puede funcionar”. Entre los de Juntos por el Cambio (JxC) destaca que “todavía está por verse hasta dónde llega la transacción pragmática con el mileismo; les puede ir bien con el retail, pero hay que ver si pueden mantener esa estrategia ante la pregunta de en qué se diferencian”.
“Hoy se privilegia la autenticidad y la explicitud sobre otros valores –dice el politólogo Pablo Touzon, codirector de la consultora Escenarios–. El no ocultar lo que de cualquiera manera se va a saber”. A su criterio, Trump inauguró esa línea a nivel global en su primer mandato, eso de “estar orgulloso de mostrar cómo es”. Sobre Milei, apunta que “negocia” abiertamente en un tema clave como el de los integrantes de la Corte Suprema de Justicia. Y recuerda que, en la campaña electoral, las fuerzas libertarias “casi explicitaban que quien ponía dinero era candidato”.
Nuevo escenario
Los liderazgos como los de Trump y Milei resetean el campo político y obligan a los jugadores a adaptarse a esos nuevos escenarios, afirma la politóloga María Esperanza Casullo. “Se suman, se oponen o tratan de ir encontrando algún tipo de estabilidad y negocian ciertos temas. Ante movimientos tan antagonistas y fuertes desde lo ideológico, no es fácil quedar en el medio”, señala. En PRO, por ejemplo, “hay transaccionalismo en algunos temas y coincidencia ideológica en otros”.
“Milei está en minoría en el Congreso y, de a poco, va empujando hacia su lado a varios. Los obliga a negociar y eso fortalece su autoridad –dice Casullo–. Hoy tiene una posición dominante en la relación. Venimos de años en que la sociedad percibía un descontrol y ahora ve que a alguien que toma decisiones, que conduce, que lleva a los gobernadores y los hace sentar a una mesa”. La sostenibilidad de esta situación, según la lectura de Casullo, se vincula a que el libertario “mantenga el control del dólar y de la inflación, cosas que, en el imaginario popular, son vistas como valores clave, incluso por sobre los intangibles”.
Para el politólogo Andrés Malamud, durante un siglo las democracia se caracterizaron por la “ventaja del oficialismo”, con lo que el partido gobernante duplicaba las chances de ganar de la oposición. Tras la pandemia, eso cambió: “La insatisfacción prevalece, y aunque hoy parezca que beneficia a la derecha, hace cuatro años fue al revés y Trump perdió la reelección”.
Malamud subraya el rol de los varones jóvenes en la revalorización de lo tradicional. “Reaccionan contra lo que llaman ‘wokismo’, un movimiento cultural que reivindica a múltiples minorías y los pone a ellos en el lugar incómodo del patriarcado o, peor aún, del ‘macho violador’. Los adultos de ambos sexos y las mujeres jóvenes votan de forma más tradicional, mixta y moderada”, afirma.
Esta “revancha” de los varones jóvenes se potencia por la brecha digital. “Buena parte de sus influencers son más agresivos y reaccionarios que los de las mujeres”, señala. También suma que los jóvenes forman pareja y tienen hijos más tarde, con la consecuente declinación demográfica en los países avanzados. “La emergencia de líderes como Trump, Milei y Bolsonaro deriva de esta transformación social –añade Malamud–. Los varones jóvenes votan por valores como el antiwokismo, orden tradicional, jerarquía social, modernización digital”.
Zannata refuerza la idea. Señala que estos líderes “apelan a su núcleo duro y, cuando llegan al gobierno, están obligados a ser más pragmáticos, más negociadores, tienen que conquistar a una parte del centro más moderado”. Recuerda que en su primera presidencia Trump no fue tan consecuente con sus premisas más radicales; y señala que Milei está aprendiendo a negociar. Advierte, sin embargo, que el “núcleo identitario es hegemónico en términos gramsciano. En sociedades cada vez más fragmentadas, atomizadas, lo que une es ir contra un enemigo”.
Esta fragmentación genera una dinámica muy negativa, dice Sevilla. “En medio de los cambios permanentes y vertiginosos del mundo, el ascensor social se estropeó en Occidente y regresamos a una situación en la que la posición social de un joven depende, cada vez más, de la familia en la que nace y no de su esfuerzo por aprovechar unas oportunidades que, a muchos, se les han cerrado”. Esta realidad, precisamente, “generó un caldo de cultivo que alimentó el enfado de buena parte de ciudadanos que se sintieron engañados y olvidados por la democracia y el sistema”.
Enojo popular
En ese contexto, según Sevilla, la “habilidad de los populistas entró en juego a partir de agudizar la confusión y el miedo; señalar un supuesto culpable y canalizar el enojo popular hacia opciones antisistema presentadas como la solución”.
Para el analista, a partir de ahí “la confrontación política en democracia dejó de estar representada por la derecha del sistema versus la izquierda, para pasar a una dicotomía sistema-antisistema, donde no hay reglas, ni principios, ni verdad, ni mentira: todo vale para conseguir el objetivo de derrocar al sistema que supuestamente nos ha fallado”.
Casullo comparte que es la acumulación de insatisfacción social lo que permite que hoy sean explícitas conductas que antes se condenaban. Pero advierte que no se les admite las mismas actitudes a todos. Recuerda, por caso, la “condena” al gobernador cordobés, Martín Llaryora, cuando tras las últimas elecciones habló en forma despectiva de los “pituquitos de la Recoleta”.
“Por su discurso extremista, a Milei se le admiten negociaciones –dice Touzon–. No lo chicanean. Es como la estrategia de [Richard] Nixon en la presidencia de Estados Unidos. Afirmó que él podía ir a China, cuando a otro lo hubiesen criticado; su salvoconducto era que siempre fue anticomunista. Algo de eso hay en Milei. Despliega un método opuesto a un centrista: intransigencia estratégica, pero pragmatismo táctico”
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Una vara más laxa para evaluar la conducta de los candidatos de la Casa Blanca
Muchos de los elegidos de Trump han tenido faltas éticas que, en otros tiempos, hubieran activado el veto del Senado
Carl Hulse WASHINGTON
Un aspirante a la Corte Suprema se retiró tras revelarse que había fumado marihuana en su juventud. Dos candidatos a fiscal general fueron eliminados cuando salió a la luz que habían empleado a inmigrantes indocumentadas como niñeras. Un tercer candidato al gabinete –nada menos que un exlíder del Senado– fue rechazado por no pagar impuestos sobre un automóvil. Incluso unos tuits malintencionados bastaron para hundir a un candidato.
Eso era antes. Hoy los problemas legales y éticos que rodean a algunas de las personas seleccionadas por el presidente electo Donald Trump para ocupar altos cargos en el gobierno estadounidense son mucho más profundos que el tipo de revelaciones que antes acabaron con muchas candidaturas en el Senado.
Lo que antes se consideraba descalificante para un candidato presidencial parece francamente benigno en comparación con las acusaciones de conducta sexual inapropiada y consumo de drogas ilícitas que pesan sobre el candidato original de Trump a fiscal general, Matt Gaetz, que anteayer declinó su polémica candidatura. O con la acusación de agresión sexual contra el elegido para dirigir el Pentágono, Pete Hegseth, y una antigua adicción a la heroína reconocida por el futuro secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr.
No hace tanto tiempo que los candidatos a puestos de alto nivel, e incluso algunos de los menos conocidos, tenían que ser irreprochables, hasta el punto de que una cuestión fiscal relativamente menor podía hacerlos fracasar. Pero es evidente que los tiempos están cambiando en lo que respecta a los nombramientos en los albores del segundo gobierno de Trump.
“Los estándares aparentemente están evolucionando”, dijo el senador John Cornyn, republicano por Texas y miembro principal del Comité Judicial.
Los demócratas del Senado están atónitos ante las historias que rodean a muchos de los seleccionados de Trump y sostienen que nunca habrían superado la etapa inicial de investigación de antecedentes de gobiernos pasados, ya sean republicanos o demócratas, y mucho menos se habrían presentado para la confirmación del Senado. “Son cosas que no habrían podido pasar el veto”, dijo el senador demócrata por Colorado Michael Bennet. “Ahora la gente lo lleva como una insignia de honor”.
Los historiales de algunos de los posibles elegidos también han hecho saltar las alarmas entre los republicanos, que han expresado su resistencia a las elecciones de Trump y a la perspectiva de que dé un rodeo al proceso de confirmación del Senado con nombramientos mientras la cámara está en receso. “Soy quien cree que la integridad y el carácter importan”, dijo en una entrevista la senadora Lisa Murkowski, republicana por Alaska.
Otros entre sus compañeros republicanos no se inquietan por los historiales de los posibles nominados y dicen que el Senado debería considerarlos y aprobarlos rápidamente o quitarse de en medio, argumentando que Trump tiene derecho a sus preferencias personales.
La confirmación del Senado a los secretarios [que en Estados Unidos equivalen a los ministros del gabinete] ha sido históricamente un proceso tan arduo que algunos posibles candidatos han renunciado a entrar en el gobierno antes que enfrentarse a las audiencias y exponer sus vidas y sus finanzas a un intenso escrutinio. En años anteriores, la revelación de irregularidades, por pequeñas que fueran, solía bastar para poner fin al proceso de nombramiento y provocar su retirada, lo que evitaba a la Casa Blanca y a la persona el bochorno antes de que el nombramiento se sometiera a votación.
Es raro que un candidato al gabinete sea derrotado. La última vez fue en 1989, cuando el exsenador John Tower, republicano por Texas, fue rechazado como secretario de Defensa por el Senado, controlado por los demócratas, debido al abuso de alcohol y otros problemas.
Pero Trump, quien se ha enfrentado a sus propias acusaciones de abuso sexual y subversión electoral, no parece avergonzarse lo más mínimo de los antecedentes de sus elegidos. Por el contrario, les ha dado su apoyo incondicional como el tipo de personas que promulgarán el cambio que él exige.
En otro incidente de gran repercusión, el juez Douglas Ginsburg se vio obligado a retirar su candidatura como candidato del presidente Ronald Reagan para una vacante en la Corte Suprema en 1987 después de que se revelara que había fumado marihuana como estudiante universitario en la década de 1960 y ocasionalmente de nuevo en la década de 1970, mientras formaba parte del profesorado de la Facultad de Derecho de Harvard.
Robert F. Kennedy Jr., elegido para el cargo de secretario de Salud, ha reconocido una adicción de un año a la heroína. Fue condenado por posesión de heroína tras su detención después de un vuelo a Dakota del Sur en 1983 y dice que ha estado en recuperación desde entonces.
Tanto demócratas como republicanos también han expresado su preocupación por los informes de que Hegseth, un veterano del Ejército y personalidad de Fox News a quien Trump ha elegido para secretario de Defensa, llegó a un acuerdo para evitar una demanda de una mujer que lo acusó de agresión sexual en una conferencia conservadora de 2017 en California.
Los demócratas dicen que las preguntas sobre las elecciones de Trump van más allá de las infracciones menores en los registros de los nominados anteriores que no pasaron el examen.
“Estas no son impurezas”, dijo el senador Chris Coons, demócrata por Delaware. “Son manchas profundas”
Hasta no hace mucho los candidatos a puestos de alto nivel tenían que ser irreprochables Los demócratas están atónitos ante las historias que rodean a muchos de los seleccionados
Un aspirante a la Corte Suprema se retiró tras revelarse que había fumado marihuana en su juventud. Dos candidatos a fiscal general fueron eliminados cuando salió a la luz que habían empleado a inmigrantes indocumentadas como niñeras. Un tercer candidato al gabinete –nada menos que un exlíder del Senado– fue rechazado por no pagar impuestos sobre un automóvil. Incluso unos tuits malintencionados bastaron para hundir a un candidato.
Eso era antes. Hoy los problemas legales y éticos que rodean a algunas de las personas seleccionadas por el presidente electo Donald Trump para ocupar altos cargos en el gobierno estadounidense son mucho más profundos que el tipo de revelaciones que antes acabaron con muchas candidaturas en el Senado.
Lo que antes se consideraba descalificante para un candidato presidencial parece francamente benigno en comparación con las acusaciones de conducta sexual inapropiada y consumo de drogas ilícitas que pesan sobre el candidato original de Trump a fiscal general, Matt Gaetz, que anteayer declinó su polémica candidatura. O con la acusación de agresión sexual contra el elegido para dirigir el Pentágono, Pete Hegseth, y una antigua adicción a la heroína reconocida por el futuro secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr.
No hace tanto tiempo que los candidatos a puestos de alto nivel, e incluso algunos de los menos conocidos, tenían que ser irreprochables, hasta el punto de que una cuestión fiscal relativamente menor podía hacerlos fracasar. Pero es evidente que los tiempos están cambiando en lo que respecta a los nombramientos en los albores del segundo gobierno de Trump.
“Los estándares aparentemente están evolucionando”, dijo el senador John Cornyn, republicano por Texas y miembro principal del Comité Judicial.
Los demócratas del Senado están atónitos ante las historias que rodean a muchos de los seleccionados de Trump y sostienen que nunca habrían superado la etapa inicial de investigación de antecedentes de gobiernos pasados, ya sean republicanos o demócratas, y mucho menos se habrían presentado para la confirmación del Senado. “Son cosas que no habrían podido pasar el veto”, dijo el senador demócrata por Colorado Michael Bennet. “Ahora la gente lo lleva como una insignia de honor”.
Los historiales de algunos de los posibles elegidos también han hecho saltar las alarmas entre los republicanos, que han expresado su resistencia a las elecciones de Trump y a la perspectiva de que dé un rodeo al proceso de confirmación del Senado con nombramientos mientras la cámara está en receso. “Soy quien cree que la integridad y el carácter importan”, dijo en una entrevista la senadora Lisa Murkowski, republicana por Alaska.
Otros entre sus compañeros republicanos no se inquietan por los historiales de los posibles nominados y dicen que el Senado debería considerarlos y aprobarlos rápidamente o quitarse de en medio, argumentando que Trump tiene derecho a sus preferencias personales.
La confirmación del Senado a los secretarios [que en Estados Unidos equivalen a los ministros del gabinete] ha sido históricamente un proceso tan arduo que algunos posibles candidatos han renunciado a entrar en el gobierno antes que enfrentarse a las audiencias y exponer sus vidas y sus finanzas a un intenso escrutinio. En años anteriores, la revelación de irregularidades, por pequeñas que fueran, solía bastar para poner fin al proceso de nombramiento y provocar su retirada, lo que evitaba a la Casa Blanca y a la persona el bochorno antes de que el nombramiento se sometiera a votación.
Es raro que un candidato al gabinete sea derrotado. La última vez fue en 1989, cuando el exsenador John Tower, republicano por Texas, fue rechazado como secretario de Defensa por el Senado, controlado por los demócratas, debido al abuso de alcohol y otros problemas.
Pero Trump, quien se ha enfrentado a sus propias acusaciones de abuso sexual y subversión electoral, no parece avergonzarse lo más mínimo de los antecedentes de sus elegidos. Por el contrario, les ha dado su apoyo incondicional como el tipo de personas que promulgarán el cambio que él exige.
En otro incidente de gran repercusión, el juez Douglas Ginsburg se vio obligado a retirar su candidatura como candidato del presidente Ronald Reagan para una vacante en la Corte Suprema en 1987 después de que se revelara que había fumado marihuana como estudiante universitario en la década de 1960 y ocasionalmente de nuevo en la década de 1970, mientras formaba parte del profesorado de la Facultad de Derecho de Harvard.
Robert F. Kennedy Jr., elegido para el cargo de secretario de Salud, ha reconocido una adicción de un año a la heroína. Fue condenado por posesión de heroína tras su detención después de un vuelo a Dakota del Sur en 1983 y dice que ha estado en recuperación desde entonces.
Tanto demócratas como republicanos también han expresado su preocupación por los informes de que Hegseth, un veterano del Ejército y personalidad de Fox News a quien Trump ha elegido para secretario de Defensa, llegó a un acuerdo para evitar una demanda de una mujer que lo acusó de agresión sexual en una conferencia conservadora de 2017 en California.
Los demócratas dicen que las preguntas sobre las elecciones de Trump van más allá de las infracciones menores en los registros de los nominados anteriores que no pasaron el examen.
“Estas no son impurezas”, dijo el senador Chris Coons, demócrata por Delaware. “Son manchas profundas”
Hasta no hace mucho los candidatos a puestos de alto nivel tenían que ser irreprochables Los demócratas están atónitos ante las historias que rodean a muchos de los seleccionados
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