Trabajó con Taylor Swift, Scorsese y Oliver Stone y ahora debutó como director con un clásico literario
El mexicano Rodrigo Prieto, cuatro veces nominado al Oscar, estrenó en Netflix “Pedro Páramo”. “Si las palabras de Juan Rulfo funcionan ¿por qué cambiarlas?”, reflexiona
Fabiana Scherer
Rodrigo Prieto en el set de "Pedro Páramo", una nueva adaptación del clásico de Juan RulfoJuan Rosas/Netflix
“Yo te recomiendo que no te apartes demasiado del material de origen, porque sino te van a hacer pedazos”, le dijo Martin Scorsese al mexicano Rodrigo Prieto en un alto del rodaje de Los asesinos de la luna, la última película del director de Buenos muchachos, la quinta con Rodrigo como director de fotografía. La alianza Scorsese-Prieto se inició allá por 2012 con El lobo de Wall Street, continuó con Silencio (2016), el corto The Audition (2015) y El irlandés (2019).
“Estábamos en Oklahoma –donde transcurre la acción de Los asesinos de la Luna, la Oklahoma de 1920, cuando la tribu osage se convierte en una de las poblaciones más ricas de los Estados Unidos gracias al descubrimiento de petróleo en sus tierras– cuando recibí el llamado con la propuesta de llevar al cine a Pedro Páramo. Le conté a Marty, le dije lo que significaba dirigir la obra de Juan Rulfo, un clásico de la literatura mexicana, hispana. Él no conocía la novela, pero no dudó, me miró y me dio ese consejo: ‘no te apartes porque te van a hacer pedazos’. Yo tenía la idea en la cabeza de no apartarme de la historia, pero no dejó de sorprenderme que él me lo dijera. ‘Te van a hacer pedazos’”, repite.
La anécdota le dibuja una gran sonrisa a Prieto en la charla que compartimos vía Zoom. Se lo ve relajado, dispuesto a compartir lo que significó hacer Pedro Páramo, la película que marca su debut como director [la película tuvo su presentación mundial el 7 de septiembre en el Festival de Cine de Toronto y ya está disponible en Netflix].
El mexicano Rodrigo Prieto junto a Martin Scorsese y Leonardo DiCaprio en un alto de "Los asesinos de la luna"
–Imagino que con Scorsese volvieron a hablar después de aquella jornada en Oklahoma.
–Recién lo hicimos cuando ya estaba trabajando en la edición de la película. Le mostré un corte. No el corte final, pero uno bastante cercano. Le gustó mucho, por cierto. Debo presumir eso.
–Por supuesto, cómo no hacerlo
–Sí, debo hacerlo [sonríe]. Entendió muy bien la búsqueda. Es un hombre que entiende el cine, no lo digo yo –aclara–Marty lo ve en su totalidad. Le interesaron los personajes, me preguntó por varios actores y actrices. El vestuario le llamó mucho la atención. Después de ver el corte, me dio solamente dos consejos.
–¿Cuáles fueron?
–Hizo referencia sobre la duración de dos planos, porque él lo piensa todo como si estuviera en una mesa de edición. Ahora, por cierto, en unas semanas, Pedro Páramo se va a exhibir en Nueva York y él la va a presentar. Esto me tiene muy entusiasmado.
Como director de fotografía Rodrigo logró dar la visión diversa de cada realizador con el que trabajó y alcanzó el reconocimiento internacional, entre ellas, cuatro nominaciones a los Oscar: Secreto en la montaña (2005), de Ang Lee; Silencio (2016), El irlandés (2019) y Los asesinos de la luna, estas tres últimas dirigidas por Scorsese.
Nominado al Oscar en cuatro ocasiones por su trabajo como director de fotografía, Prieto presentó su ópera prima
Para Prieto no se trata de dejar un sello personal inconfundible en cada película, sino llegar a lo que hay en la mente de cada uno de los directores con los que trabaja codo a codo. “Tratar de entender cuál es su mundo, cuál es su intención y entonces yo tratar de convertirme en un vehículo”, suele decir el cineasta nacido el 23 de noviembre de 1965, en la Ciudad de México. “Eso, lejos de lastimar mi ego, creo que es lo contrario, como que me permite extender mi persona y meterme en una forma de ver las cosas que quizá no es la mía –reconoció en su paso por el Festival Internacional de Cine de Morelia, en México– Pero entonces descubro algo que expande mi creatividad”.
Y así lo hizo con su compatriota Alejandro González Iñárritu en Amores perros, 2000; 21 gramos, 2003; Babel, 2006 y Biutiful, 2010; con Pedro Almodóvar en Los abrazos rotos, 2009, con Ang Lee en la ya mencionada Secreto en la montaña y Lujuria y traición, 2007; con Oliver Stone en los documentales Comandante, 2003; Persona Non Grata, 2003, la épica Alexander, 2004; con Curtis Hanson en 8 mile (2003); con Ben Affleck en Argo, 2012, con Julie Taymor en Frida , 2002); con Spike Lee en La hora 25 (2002) y la lista sigue.
A la hora de rastrear en el árbol genealógico algún antecedente que pudiera “explicar” su inclinación por el cine, Rodrigo piensa en su tío Carlos Prieto “era documentalista y escritor –destaca–, principalmente escritor de teatro”. En el mismo árbol aparece su madre, nacida en Estados Unidos, pintora amateur y su padre, mexicano, ingeniero aeronáutico y dueño de la cámara Super 8 con la que Rodrigo y su hermano Antonio hicieron varios cortos inspirados en clásicos como Jasón y los argonautas y Furia de titanes.
Amante de los festejos del Día de los muertos y Halloween, con su hermano armaban maquetas, miniaturas, al estilo Ray Harryhausen. que luego filmaban y creaban “historias de sustos”. Rodrigo tenía 11 años, no más que eso, cuando entre esos relatos de sustos y la ciencia ficción tomó la cámara, lanzó al aire un frisbee y lo capturó mientras flotaba. Tenía la evidencia de que los ovnis existían y corrió a decirle a su madre que tenía pruebas. “Es un frisbee”, le respondió y Rodrigo supo, desde ese día, que para narrar historias y hacerlas más realistas, se necesitaba de mucha más magia.
Cuando surgió la oportunidad de seguir haciendo sus películas y supo que existía una carrera para dedicarse al cine no lo dudó. En tiempo de un “nuevo” renacimiento del cine de su país, entró a estudiar en el Centro de Capacitación Cinematográfica de la Ciudad de México (CCC) y así empezó el recorrido por el mundo de la publicidad [trabajó al lado de la fotógrafa Nadine Markova], del documemtal, hasta que en 1991, recibió una invitación por parte de Alfonso Cuarón y Emmanuel Lubezki para colaborar en Solo con tu pareja, la opera prima de Cuarón, el director que tiempo más tarde ganaría el Oscar por Gravedad (2013) y Roma (2018).
El estreno de Amores perros puso el foco de atención en Prieto. La película de Alejandro González Iñárritu marcó un hito para la cinematografía mexicana, que incluyó una nominación al Oscar a la Mejor Película Extranjera, rompiendo 25 años de ausencia del cine de aquel país en la categoría.
Conocido por su actuación en "El abogado del Lincoln", Manuel García-Rulfo, pariente lejano del escritor interpreta a Pedro Páramo
Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría: pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo, así da inicio la única novela que escribió Juan Rulfo [se publicó en 1955] y que Rodrigo Prieto trasladó a la pantalla.
Como Juan Preciado, uno de los hijos de Páramo, Prieto también emprendió un viaje personal, en el que se reencontró con su propia historia, su ADN. Parte del rodaje del film se realizó en San Luis Potosí. “Mi abuelo era de esa ciudad, se fue muy joven. Se fue con Emiliano Zapata”.
–¿Se sumó a la revolución?
–Robó la pistola de su padre y se unió a la revolución. Hay muchas cosas en esta película, en esta adaptación, incluyendo las locaciones, que me une a Preciado buscando sus raíces. Yo no estoy buscando a ese padre que Preciado nunca conoció, yo aquí me reencuentro con mi abuelo, con mis raíces. con aquellas historias que me contaron, que mi propia imaginación hizo de la revolución. También aparecieron esas imágenes de la vida doméstica, de esa México del pasado, de mi abuela. En cada uno de los personajes hay algo de México. Todos los que trabajamos en la película miramos nuestro pasado…
En la historia mexicana, Jorge Prieto Laurens, el abuelo de Rodrigo es un personaje polémico y revisitado. Fue fundador, junto con otros nombres, del Partido Cooperatista Nacional y tuvo una activa participación en la lucha contra el comunismo.
Antes de sumergirse en las páginas de la novela de Rulfo, Prieto trabajó en un proyecto que exploraba la Revolución Mexicana a partir de su historia familiar: el caso de su prima Dení Prieto Stock, hija de su tío Carlos, que se unió a las Fuerzas de Liberación Nacional y fue asesinada a los 18 años en Nepantla; y el de su abuelo, el político mexicano. Por ahora, ese proyecto con el que llegó a soñar con Gael García Bernal como uno de los protagonistas, quedó guardado en un cajón.
“Me interesaba mucho hacer una reflexión sobre nuestras raíces y nuestros antepasados y con Rulfo y su Pedro Páramo fue posible retroceder en el tiempo –comenta Rodrigo Prieto–. Cada quien tiene sus muertos, y sus infiernos”.
–Comala es el infierno en la tierra
– “Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija” –recita un fragmento del texto–. Cada uno, de los que estuvimos involucrados en la película, buscó en su propio corazón, preguntándose qué sentirían los hombres y mujeres de esa época, atravesando las violencias, los abusos, la locura, como le tocó vivir a Susana San Juan [la mujer que Pedro Páramo siempre amó y nunca tuvo]. Me interesaba mucho hacer una reflexión sobre esas vidas, tan cercanas y a la vez tan lejanas. Todos ecos que nos abruman.
El eco de Comala lo llevó al escritor colombiano Álvaro Mutis a decirle a su amigo Gabriel García Márquez: “lea esta vaina”.
“Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí La metamorfosis, de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá había sufrido una conmoción semejante”, confesó Gabo el impacto de la novela de Rulfo.
Imposible no pensar en Macondo cuando hablamos de Cien años de soledad, lo mismo ocurre con Comala en Pedro Páramo. El pueblo, es un personaje más y para recrearlo en el film se realizó un trabajo conceptual muy ambicioso de la mano de dos artistas plásticos mexicanos de reconocimiento internacional, el ganador del Oscar Eugenio Caballero (Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, Roma, El laberinto del fauno) y Carlos Y. Jaques (Temporada de huracanes, Los adioses). Prieto, por su parte encontró en las imágenes que el propio Rulfo tomó con su cámara de México, una forma de aproximarse a esa Comala.
Tras la muerte del escritor, su hijo Juan Carlos se encargó de ordenar un gran archivo de más de 4000 negativos que estaban guardados en cajas de zapatos en un cuarto de su azotea. “No conocía mucho el trabajo fotográfico de Rulfo –confiesa Prieto– fue a través de este viaje que empecé a descubrirlo. Amigos míos me mandaron imágenes. Conseguí libros. Realmente fue un descubrimiento”.
–¿Qué te llamó la atención del Juan Rulfo fotógrafo?
–Su mirada hacia los paisajes, las personas, la arquitectura y el humor. Hay imágenes que te dan risa. Un edificio que parece una cara, mil cosas así. Su literatura también tiene estas cosas, puede ser terrible pero siempre hay un toque de humor, entonces traté de conservar eso. Literalmente hay dos o tres imágenes que son casi copias de sus fotografías, así como también mantuvimos los textos, lo dicho y lo no dicho de los personajes. Son detallitos que me gustan, creo que puede ser delicioso para los fans de Rulfo descubrir esas cosas que están ocultas.
Ventana del pueblo: Rulfo recorrió el ancho mapa de su país por paisajes desolados, devela su pasión por la fotografíaJuan Rulfo, propiedad de Clara Aparicio de Rulfo. Se reproducen con su autorización
En la película hay miles de detalles que tienen significado y que uno irá descubriendo, los dejo ahí en el fondo. A Juan Preciado, por ejemplo, lo vemos muchas veces en los mismos lugares donde antes estuvo Pedro Páramo. La llegada al pueblo de Preciado es exactamente en el mismo lugar, en otra época en la que Pedro mira a Susana San Juan alejarse. Y es allí donde Preciado hace un gesto, se quita el sombrero y se limpia la frente, como lo hizo Pedro. Cosas así, paralelos sanguíneos, entre ese padre e hijo que no se conocieron, pero que son la misma sangre, como esos planos de orejas de Abundio, el arriero y Preciado, los hermanos, en fin, esas conexiones visuales de la sangre que quedan representadas visualmente.
No es la primera vez que Pedro Páramo se adapta al cine. Existen tres versiones previas (la de Carlos Velo, 1967; José Bolaños, 1977, y Salvador Sánchez, 1981) aquellos intentos reforzaron la idea de que la novela era imposible de adaptar. Werner Herzog llegó a decir que no era necesario hacer una nueva adaptación. Que Herzog conociera la novela y haya visto las películas no es para sorprenderse. El primer lugar donde la novela fue reconocida como “una gran obra” fue en Alemania, gracias a que la historia fue traducida por una amiga del escritor. El éxito en Alemania le abrió las puertas a Rulfo en Europa, previo a la llegada del Boom Latinoamericano.
En pleno rodaje de Barbie, Prieto trabajó en el guion de su primera película como directo
“Esta es una oportunidad para mi generación de contar la historia: hoy hay avances tecnológicos que nos permiten narrarla de una manera más eficaz. Mateo Gil [escritor y director español] tenía un guion de Pedro Páramo, él quería hacer la película y me la ofreció en una oportunidad como fotógrafo. Finalmente no se logró avanzar y ahí quedó entonces ese guion como base, que usamos para hacer ahora la adaptación, ya con una visión más mía”.
En la locura rosa de Barbie, Rodrigo y Mateo repasaban el guion todos los fines de semana “del empaque –haciendo referencia a la muñeca– a Comala”, así era mi viaje mental. Ya sin bromear aclara: “Con Mateo no pretendimos sustituir a la novela, al contrario, esperamos que ayude a que tenga una mayor exposición, para que más gente conozca y lea la obra de Juan Rulfo”.
–Se “atrevieron” a adaptar la obra sin cambiar las palabras de Rulfo.
–Como Juan Preciado muere de miedo, yo también podría haberme quedado solo con el miedo y no haber hecho nada, pero mirá. Me atreví y lo celebro. Con Mateo no nos salimos de la novela ni un milímetro. No hubo necesidad de inventar nada ni de llenar ningún hueco. No hay nada en la película que no esté contado o sugerido en el texto original de Rulfo. Y eso fue muy intencional. Habrá quienes critiquen el simple hecho de cómo nos atrevimos a hacer una adaptación de una novela tan icónica, ¿por qué ser tan similares? Y yo digo ¿por qué no?, o sea, tú tomas una obra musical, por ejemplo, y te pones a dirigir con la orquesta una sinfonía de Beethoven ¿vas a cambiar las notas? No. Entonces si las palabras de Rulfo funcionan ¿por qué cambiarlas?
Luego de ver uno de los cortes de la película, Martin Scorsese le dio algunos consejos
–Ya lo dijo Scorsese…
–Exacto (risas).
–Volviendo a Scorsese. En todos estos años de trabajo compartido ¿qué fue lo que aplicaste de él como director en tu película?
–El equilibrio entre lo que el director quiere de un personaje y lo que los actores traen a la mesa. Scorsese, por ejemplo, es un director que da mucha libertad a sus actores. Esa lección la apliqué en Pedro Páramo, estar siempre abierto a las propuestas de los actores. [dato de color: el personaje de Pedro lo interpreta Manuel García-Rulfo pariente lejano del escritor, conocido por su actuación en El abogado del Lincoln].
–Suele decirse que los libros de lectura obligatoria en las escuelas se olvidan o no llegan a quererse. Claramente no fue tu caso.
–No. Para nada. Es cierto, muchas veces ocurre que cuando uno lee obligado… se aleja de la obra, del autor. A mí no me pasó, al contrario me gustó. Fue alrededor de los 16 años que leí la novela por primera vez. En mis veintes volví a leerla y luego, por supuesto la retomé para la película. Todas las veces que la leí fue diferente, porque son varias novelas a su vez. Cada vez es diferente.
–El propio Rulfo decía: “Mi novela es complicada”.
–Claro, Rulfo decía que por lo menos había que leerla tres veces para entenderla. A mí ya desde la primera vez me llamó mucho la atención el mundo de Juan Preciado, ese hombre llegando a una Comala abandonada, ese misterio, esos susurros, esas cosas que empiezan a suceder. Ya no sé cuántas veces repasé cada historia, los personajes, he estado atento en cada detalle. Me pasa con la película, ahí está, pero cada vez que la veo, sigue cambiando. Me gusta la idea de que a partir de la película podamos hablar de Rulfo y de Pedro Páramo. De esas lecturas. Al comienzo ese misterio me cautivó, luego, ya a los 20 me llamó la atención el tema de la revolución y exploré más en los otros personajes, en los femeninos.
Fue el 11 de septiembre de este año que la industria musical celebró los MTV Video Music Awards 2024 en el UBS Arena de Nueva York. Como era de esperar, Taylor Swift arrasó en las diferentes categorías y se llevó siete premios, uno de ellos fue el galardón al “Video del Año” por el tema “Fortnight”, que contó con el trabajo de Prieto. “Dirigir este video, escribirlo y llevarlo a cabo fue una de las experiencias más increíbles y eso fue por toda la gente que lo hizo posible –dijo en el escenario Taylor–. Eso incluye a Ethan Hawke y Josh Charles, estuvieron increíbles. Incluye a mi increíble cineasta Rodrigo Prieto”.
Taylor encontró en el director mexicano la imagen , la esencia que buscaba para vivenciar cada palabra de su canción. No es la primera que trabajan juntos, ya hicieron otros videos [’The Man’, ‘Cardigan’ y ‘Willow’]. “El primero fue ‘The Man’ –comenta Prieto– donde ella hace de hombre. Siempre intenté en mi carrera extenderme creativamente a diferentes espacios”. No le sorprendió el primer llamado de Taylor porque el video tiene algo que ver con El lobo de Wall Street, la película que hizo con Scorsese. El respeto es mutuo. El mexicano reconoce el talento de Taylor no solo como cantante y música sino también como directora.
En esto de expandirse, Prieto encaró el desafío de iluminar la ópera “Das Rheingold”, de Wagner, que fue dirigida por Gustavo Dudamel en el Disney Concert Hall de Los Ángeles cuyo set fue diseñado por el mismísimo Frank Gehry [el legendario arquitecto ganador del Premio Pritzker].
–¿Y ahora qué sigue?
–No lo sé. El otro día Marty me preguntó si ahora solo iba a hacer mis películas [risas]. Le dije que no, que voy a seguir como director de fotografía [en Pedro Páramo trabajó al lado de Nico Aguilar].En realidad, nunca he sido alguien que planea, aunque resulte raro decirlo en el mundo del cine. Claramente me dan ganas de hacerlo otra vez, digo, dirigir, pero voy a seguir trabajando con otros directores. Solo espero que me sigan llamando. Tengo algunos proyectos e ideas. Me emociona que plataformas como Netflix apoyen proyectos como el mío y que mire a la literatura latinoamericana como Cien años de soledad, El eternauta, hay varias historias...
–Alfonso Cuarón estrenó este año una miniserie, Desprecio, con Cate Blanchett. ¿Te gustaría explorar este campo, el de las series?
–Como director me interesaría. [Con Scorsese trabajó en el piloto de la serie de HBO, Vinyl]
Tres adjetivos le pidió Martín Caparrós a Juan Rulfo, el hombre que odiaba los adjetivos para que se describiera: “Un pobre miserable diablo”, respondió el mexicano en Buenos Aires.
–¿Cuál es la mayor tragedia de Pedro Páramo que quisiste destacar?
–La falta de perdón.
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Hacia el cosmos desde un pueblo recóndito de Kazajistán
el fotógrafo Andrew Mcconnell documentó las idas y venidas de los astronautas desde un cosmódromo ruso
— texto de Guadalupe Treibel —fotos Gentileza Andrew McConnell y editorial Gost
Diez años atrás, el fotógrafo irlandés Andrew McConnell vio una escena que despertó en él un repentino interés por los despegues y aterrizajes espaciales: en la tevé, un cohete descendía sobre suelo helado y el equipo terrestre luchaba contra condiciones invernales sumamente hostiles para abrir la cápsula, de la que pronto emergerían tres tambaleantes astronautas.
“Me resultó de lo más fascinante: naves que caen abruptamente en medio de la nada, casi a escondidas, recordándonos de lo que son capaces de lograr las personas cuando colaboran entre sí”, rememora en charla con quien, por aquellas la nacion fechas, necesitaba un atisbo de esperanza. McConnell regresaba de cubrir la guerra de los 50 días en Gaza, un sangriento espiral de ataques y represalias entre Israel y Hamas que lo dejó descorazonado, “habiendo sido yo testigo de la peor cara de la humanidad”.
Entonces, aquel día de 2014, se juró que observaría el fenómeno espacial de cerca, promesa que concretó en unos meses, cuando estuvo frente a Baikonur, el cosmódromo más antiguo de la historia, símbolo –hoy un tanto desvencijado– de los días prósperos de la Unión Soviética.
Ubicado en Kazajistán, en la estepa de Asia Central, el recóndito Baikonur fue la primera puerta del mundo que se abrió al cosmos. Desde allí salió el primer satélite artificial, Sputnik 1, en los 50. Al poco tiempo, la base serviría de trampolín para que, a bordo del Vostok 1, el astronauta Yuri Gagarin se transformara en el primer hombre en volar al espacio. Así, en esta región escasamente poblada, de temperaturas extremas, suficientemente cerca del ecuador para aprovechar la velocidad de la rotación de la Tierra –más rápida en esta línea de referencia–, los hitos se sucedieron uno tras otro, con Baikonur como coprotagonista, tan prevalente que, en la actualidad, sigue en danza.
Es más: “Cada tres meses, un cohete espacial que transporta a tres astronautas a la Estación Espacial Internacional despega desde este cosmódromo. Muy cerca de allí, casi al mismo tiempo, otros tres cosmonautas caen en la estepa profunda de Kazajistán, de regreso a la Tierra”, dice en Some Worlds Have Two Suns (editorial Gost), su flamante fotolibro que culmina una década de trabajo por estos parajes. “Las imágenes de mi obra registran las ideas y venidas a la Estación Internacional en las naves rusas Soyuz, pero además documentan la vida de los kazajos nativos, cuyas existencias terminaron enlazadas accidentalmente con este portal al espacio”.
Aun cuando originalmente tenía previsto fotografiar el arribo de viajeros espaciales en la que resultó la primera de muchas visitas, algo hizo que mudara de planes. En sus palabras, “el encuentro casual con un par de lugareños de KenjebaiSamai, una aldea próxima a la base, en la provincia de Karaganda, que se habían acercado a ver qué estaba ocurriendo en lo que, en esencia, es el patio trasero de su pueblo. Fue por esta comunidad, aislada, detenida en el tiempo, que seguí regresando”.
En algunas de las imágenes de Some Worlds…, hay vallas y corrales hechos con fragmentos de cohetes caídos del cielo; se puede ver a niños improvisando juegos con esta chatarra galáctica; conos de cápsulas reutilizadas como depósitos de carbón para el invierno. “Ese contraste entre el futuro –representado por la exploración espacial– y el pasado –encarnado en esta gente– me resultó casi tan atractivo como el hecho de que pudiésemos mandar personas al cielo”, destaca el fotógrafo que estuvo allí al menos una docena de veces. Es decir, en el pueblo, “muy pequeñito, a unos 30 kilómetros de Baikonur, cuyos contados habitantes básicamente viven de la cría de caballos”.
Cuenta que, en sus reiterados recorridos por la aldea y zonas vecinas, se hospedó en la misma casa de familia, “porque no encontrás un hotel ni por asomo. Realmente están apartados de todo, soportando heladas durísimas y veranos de calor agobiante. Ni siquiera hay carreteras: se llega por caminos de tierra aunque, con la invernada, se complica por la copiosa nieve. En los hogares, persisten ciertos símbolos soviéticos, aunque nadie habla ruso, solo pura lengua kazaja”.
Tampoco tienen internet ni líneas de teléfono: “Justamente por esta falta de conexión, no andan revisando el calendario de Roscosmos, la agencia espacial rusa. No se enteran de que un cohete está subiendo hasta que les pasa por encima de sus cabezas.
Tampoco saben cuándo ocurrirán los descensos: lo descubren porque las partes de las Soyuz caen muy cerca de la aldea. Y ellos las recolectan para reciclarlas: es lo único que obtienen del cosmódromo, y es lo único que les interesa.Para ellos, no hace sentido realizar trayectos de varios kilómetros a caballo para asistir a estos eventos. A su modo, son personas muy prácticas, aunque sí se permiten ciertas fantasías: hay quienes creen que los vuelos espaciales cambian el estado del clima”.
“Es una aldea de orígenes nómadas: se asentaron recién hace unos cientos de años. Quizá por eso sea una cultura tan hospitalaria con el viajero; en mi caso, me dieron la bienvenida con los brazos abiertos, haciéndome partícipe de encuentros en torno a la dombra, especie de ukelele con que acompañan la narración oral de cuentos”.
El irlandés errante
No parece casual que McConnell haga hincapié en la historia de esta comunidad trashumante: él mismo se ha recibido de trotamundos. Vive a caballo entre Londres y Beirut, aunque al momento de esta entrevista se encontrase de paseo por la balcánica Sofía, en Bulgaria, tomándose un descanso después de completar una travesía naviera por el Ártico, acompañando una misión pacífica de Greenpeace.
Nacido en Irlanda del Norte, empezó su carrera en un diario local cubriendo el tramo final de The Troubles, como se le llama a la guerra civil que, durante décadas, enfrentó a protestantes pro-monarquía con católicos anti-corona británica. Desde entonces, ha pasado tiempo en sitios como Ghana, donde documentó uno de los mayores vertederos de basura electrónica del mundo; ha navegado el Mediterráneo en barcos que rescatan a personas desesperadas que se exponen al peligro de cruzar el mar desde las costas del Líbano, en embarcaciones precarias, buscando asilo en Europa.
También le ha seguido el rastro a exiliados sirios para, cámara en mano, registrar la crisis de los refugiados. Estuvo en la República Democrática del Congo sacando fotos que hacen patente la deplorable situación que atraviesa el país, donde la falta de agua y alimento convive con enfermedades letales y constantes enfrentamientos armados.
Son algunos de los tantos proyectos que va cumpliendo este fotógrafo multipremiado que, entre 2014 y 2018, rodó su primera película: Gaza, documental codirigido junto a su compatriota Garry Keane. Producción que fue elegida para representar a Irlanda como Mejor Película Extranjera en los Oscar de 2020
Plegarias cósmicas
Vi tormentas de arena, que arrasaban con el pueblo de la estepa / Vi cohetes que, como visiones, flotaban sobre mí / Vi el aire, lleno de vientos venenosos / Vi el tiempo, que regresa con una retribución celestial, enumera la poesía Prayer (2006), de Kulash Akhmetova, autora kazaja contemporánea, cuyos versos abren Some Worlds Have Two Suns. “Quería sumar una voz local y, cuando leí estas líneas, pensé: las imágenes que conjura parecen escritas a la justa medida del proyecto. Además, ella refiere a un tema tan vigente como la fragilidad de la naturaleza, que de algún modo quería que estuviese presente”.
En sus fotos, Andrew captura el atractivo en decadencia de Baikonur, astronautas testeando sus trajes, cápsulas recién llegadas de la Estación Espacial Internacional, pero también se detiene en la hierba reverdecida, en los arbustos aguantando heladas, en aves, perros y caballos que resisten… “El título del libro es un guiño a los prodigios del universo porque, en efecto, existen planetas con dos soles. Pero hoy día, cuando creemos haberlo visto todo a causa de las redes sociales, y nuestra curiosidad parece drenada, es fácil olvidar que estamos rodeados de maravillas”, sostiene.
Cuando la URSS ordenó la construcción de Baikonur, Kazajistán estaba bajo la égida de Rusia; faltaban décadas para que se independizase, algo que sucedió en 1991. “Supongo que en los años 50 nadie tuvo en cuenta que existía la posibilidad de que se emancipase”, desliza McConnell. Y señala que esa contingencia obliga a Roscosmos a llevar adelante sus operaciones espaciales en suelo extranjero, pagando un alquiler significativo, por cierto. Pese a estar “reservada” hasta 2050, la base podría ser jubilada en cualquier momento, ni bien el cosmódromo de Vostotchny –cuya construcción fue controvertida, plagada de escándalos de corruptela–, esté en pleno funcionamiento. Ya se encuentra parcialmente operativo, lanzando satélites al espacio, y tiene un bonus impagable: está localizada en Siberia. Es decir, en tierra rusa.
“El futuro es incierto, pero algo es seguro: Rusia se está quedando atrás en la carrera espacial, no invierte de la manera en que lo hacen los estadounidenses. SpaceX, por ejemplo, de Elon Musk, innova constantemente para crear naves más grandes y potentes, mientras la tecnología que utilizan los rusos prácticamente es igual desde los 60, 70”, señala. El caso de Baikonur le parece bien ilustrativo: “A pesar de ser uno de los lugares más singulares del mundo, símbolo del primer capítulo de la era espacial, la falta de inversiones ha hecho que se esté viniendo a pique. Lo cual no quita que todavía funcione: manda astronautas a la Estación Espacial Internacional regularmente, sin mayores problemas”. Y no solo a cosmonautas rusos, aclara: “Tripulantes de distintas agencias, incluida la NASA, compran asientos en las naves Soyuz, lo que ha hecho que este sector sea uno de los últimos donde Rusia y Occidente colaboran, como si el espacio exterior estuviera por encima de cualquier diferencia política. Así ha sido la tradición durante mucho tiempo, pero esta costumbre también corre riesgo. Sería una pena que se perdiera este ámbito de camaradería y cooperación, una de las pocas razones por las que podemos alimentar esperanzas de que el entendimiento, aún entre países enemistados, sea posible”.
Devenido experto en la materia, McConnell explica en Some Worlds… que, en funcionamiento desde fines de los 60, la nave espacial Soyuz todavía es considerada el vehículo espacial más seguro y rentable. Su cápsula, que no es reutilizable, mide solo 2,2 metros de largo y 2,1 metros de ancho, y puede transportar hasta tres personas. Tarda seis horas en llegar a la estación, y el módulo de descenso apenas necesita tres horas y media para regresar a la Tierra. “Después de la retirada del transbordador espacial de la NASA, en 2011, y hasta hace unos pocos años, los lanzamientos de cohetes Soyuz en Kazajstán fueron el único portal en funcionamiento hacia la Estación”, recuerda Andrew y, con acento intencionado, agrega: “La palabra ‘soyuz’ significa ‘unión’ en ruso”
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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