Sebastián Wainraich
“Siempre hablo de lo mismo, lo que cambia es el contexto”
Texto de Damián Damore // Fotos: Manuel Cascallar
La idea de escribir Patria y familia (Planeta) rondaba en la cabeza de Sebastián Wainraich desde hace un par de años, pero empezó a tomar forma en el primer semestre de 2024, justo cuando le tocó celebrar medio siglo de vida. ¿Qué es un político, cómo piensa y por qué actúa como actúa?
Estas indagaciones sobre la figura del político fusionan imagen y pensamiento y dieron por resultado a la creación de Luis Alberto Camino, el protagonista de la historia, un personaje que se revela cercano y distante al mismo tiempo. Para Wallace Stevens –según uno de los aforismos de su libro Adagia– “todas nuestras ideas provienen del mundo natural”. En ese sentido, vale la pena detenerse a observar que en Patria y familia lo novedoso no reside tanto en la comparación de base (político = trucho), sino en la manera en que se expresa esa relación. Wainraich tiene publicados dos libros de relatos: Ser feliz me da vergüenza y otros cuentos (2008) y Estoy cansado de mí y otros cuentos (2016). En su primera novela, el personaje central tiene el objetivo de alcanzar la presidencia de la Nación, mientras atraviesa, casi en paralelo, el propio proceso de transformación del autor. Es vertiginosa; si jugamos con la consagración popular del joven argentino que acaba de tomar por asalto a la Fórmula 1 podríamos decir que es “colapintesca”. La narración, contada en primera persona, se despliega como un bloque de texto continuo. Por momentos, resulta cegadora. El ritmo acelera de tal forma que parece que el propio Luis Alberto Camino está atrapado en un torbellino de pensamientos a medida que se acerca el día de las elecciones presidenciales. La novela tiene algo de la atmósfera de la película After hours (Después de hora, 1985), de Martin Scorsese; aquí también un día que comienza de manera normal se convierte, poco a poco, en una sucesión de situaciones cada vez más inverosímiles y caóticas. Lo que consigue Wainraich es combinar la forma de novela con la idea dadaísta de que el pensamiento se hace en la boca. “El estilo es muy directo, casi como un vómito verbal. Sé que puede confundir un poco, pero es el estilo de la novela que a mí me encanta. Estuve muy atento a eso. El punto de vista es el de un tipo que te está contando su historia, pero con una estructura un poco caótica, saltando entre el presente y el pasado. Creo que esto le da el toque característico, esa sensación de estar metido en la cabeza de este personaje neurótico que va recordando cosas mientras las vive. Al principio puede ser un poco confuso pero, a medida que avanza, te vas acostumbrando porque al final el personaje también se ablanda, como si no le pasara nada”, señala el autor con una mueca de picardía, propia de quien se reconoce como el creador de una travesura que espera con ansias que el mundo descubra. Camino y corro Wainraich se alejó por el momento del mundo creado en sus cuentos, su capital biográfico: el protagonista es joven, futbolero, judío, loser, pasado de análisis. Encontró una nueva forma de contar historias, arroja nuevas miradas sobre los sentimientos y las cosas. Ilumina lo conocido desde un lugar distinto, una interlínea, una sensibilidad renovada. “A diferencia de los libros de cuentos, la novela que acabo de terminar es distinta. Empecé a escribirla, pero no sé exactamente cómo sucedió. Cuando lo hice fue con mucha disciplina, casi como un fanático. Me gusta escribir, ya sea para shows de teatro, series o incluso este tipo de proyectos, que para mí es otro tipo de escenario”.“A mí me gusta esa mezcla de tragedia y comedia”
–¿Era un deseo reprimido escribir una novela? –No lo tenía planeado, la verdad. Un día me llegó la idea, como si fuera una especie de revelación. Fue como un flash de las primeras páginas, sobre un candidato a presidente que pasa la noche previa a un gran evento. A partir de ahí empecé a trabajar más en el personaje y luego en la historia. No intento bajar una línea o mandar un mensaje, pero al final me doy cuenta de qué es lo que la historia dice. Así es como trabajo: pienso en la historia y luego reflexiono sobre qué me está diciendo. –¿Cómo definís a Luis Alberto Camino? –A primera vista, Camino es un tipo terrible. Un hijo de puta, ¿no? Pero, a medida que avanzás, te das cuenta de que está perdido. Es alguien que sufrió mucha soledad en su infancia, que también estuvo perdido en su juventud, y que encontró en la política un lugar donde, de algún modo, se siente cómodo. Es fascinante cómo esa falta de cariño, ese cinismo, se transforman en una zona de confort para él. Esta es una de las ideas que me gusta explorar en la novela”. No hay nada como el regreso a la rutina, parece señalar en todo momento Patria y familia. Camino, adicto al porno y al sexo (como advierten las placas cinematográficas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia), ha recorrido toda la cadena política: el centro de estudiantes, la intendencia y la gobernación. Ahora es el momento de saltar a la presidencia. Su vida gira alrededor de la política, presentada como una isla en la que hay que ser un ave rapaz para sobrevivir. Sin embargo, la presidenta Lucía Corro, némesis de Camino, será un escollo muy difícil de superar. La novela narra a grandes rasgos situaciones arquetípicas (la ambición del poder, las negociaciones sórdidas, las traiciones, la infidelidad explícita) con humor irónico y absurdo, es lo que posibilita llevar la acción a terrenos extraños, más o menos inverosímiles. A continuación, una muestra de la narrativa de Wainraich, que en ocasiones alcanza la intensidad de una montaña rusa del thriller doméstico: Nos sentamos en sillones enfrentados. Cada uno con su copa de vino en la mano. La luz tenue. Lucía se puso a hablar de música. También de literatura. Me di cuenta de que yo sólo hablaba de política y de negocios, que no me interesaban los demás temas. Delante de la presidenta tenía que disimular. Era la única persona con más poder político que yo. Decidí escucharla y repetir las cosas que decía todo el mundo. Que los Beatles, los Rolling Stones, Charly Garcia, Spinetta, Piazzolla, folklore. Algo de jazz. De cada cosa tenía dos o tres comentarios para hacer. Después se puso a hablar de cine. Qué fastidio todo esto, pensé. Mi chofer esperaba afuera. Ojalá viniera a buscarme para decirme que había una urgencia. –¿Ves esta novela como el lado invisible de la política? –Veo que, si bien es otro contexto respecto a lo que suelo escribir, siempre se habla de lo mismo; porque es el tipo con su familia, el tipo que está perdido totalmente en la vida, porque la primera mirada es que es un hijo de puta, que es un tipo malo –probablemente lo sea–. Me gusta profundizar, ver qué hay ahí. Entonces ves un tipo que estuvo solo en su infancia, perdido en la juventud y que encontró algo en la política, en un lugar donde nadie se quiere mucho. Esto lo estoy pensando ahora: él se siente cómodo en esa cosa de que nadie se quiere. Me copa que no hay una bajada de línea. En definitiva, me parece que es como... puedo decir que son todos unos hijos de puta, pero lo que rescata la novela es que, en realidad, el mundo es así. O sea, ese mundo es así. –¿Camino es un Derek Zoolander de la política? –Zoolander es más cómico. Acá también hay situaciones más cómicas, aunque para los protagonistas no lo sean tanto. Esa es la clave de la comedia. En cualquier comedia los protagonistas la están pasando mal, están sufriendo. No lo había pensado. Yo no encuentro tanta comedia, pero tal vez tiene. –Veo tu marca, pero al mismo tiempo hay una distancia, hay una escapada. –Porque mis personajes suelen ser judíos que van a terapia, que les gusta el fútbol. Acá es otra cosa. –¿Hay alguna influencia de otras obras en tu novela? –No voy a hablar de influencias, sí de algunas referencias. Yo soy muy fanático de Mad Men, es una de mis series favoritas; y hay un capítulo donde Peggy le pregunta a otro personaje, “¿acá son todos cínicos?”. A veces, creo que mi protagonista encuentra su zona de confort en esa indiferencia generalizada. Es como si en la política, donde nadie se quiere demasiado, él por fin encajara. Me interesa profundizar en esa idea de soledad y cinismo. A mí me gusta esa mezcla de tragedia y comedia. Es algo que veo mucho en la vida real también: las situaciones que, aunque dramáticas, tienen algo de absurdas. ¿Qué te pareció a vos? –Me divirtió mucho. –Un amigo me comentó lo mismo. Pero para mí no tiene nada de gracioso. Es curioso, porque la historia tiene momentos de comedia, aunque los personajes no se dan cuenta de lo cómico que es lo que viven. Bueno, ¡así es la comedia! –¿Sentís que es diferente a lo que hiciste antes? –Sí, definitivamente. Si bien hay algo de mi estilo habitual, especialmente en la forma de tratar los temas como la familia, el poder, el sexo, la muerte... esta vez el enfoque es diferente. La novela no tiene la misma estructura de comedia que suelen tener mis otros trabajos, como los de la serie Casi feliz, que tiene un tono más dramático. Intenté varias veces escribir novelas y siempre me quedé a mitad de camino por distintas razones: porque la idea no estaba bien, porque no encontraba los personajes, por vagancia, ¡porque tengo otras cosas para hacer en mi vida! (Risas). Esta vez me sentí seguro y decidido. Tenía el final, pero fue cambiando. En cada momento que me siento a escribir me gusta tener un final por más que después lo cambie. Ahora que lo pienso bien, hay que bajarle el precio a los finales de todas las ficciones. –¿Por qué una novela y no una película o una serie como venías haciendo? –Porque me pareció que era el formato adecuado para esta historia. Además, la escritura de una novela es una experiencia más solitaria, algo que disfruté mucho. Al principio pensé en hacer una película o una serie, pero me di cuenta de que este tipo de historia se siente mejor escrita en forma de novela. Aunque sí, visualmente tiene muchas imágenes de película, la forma en que la escribí me gusta mucho: algo crudo, directo. –Es una novela que puede ser adaptada a la pantalla. –Es posible. De hecho, ya he hablado con algunos productores. Creo que podría funcionar bien como serie, más que como película. Hernán Guerschuny (productor, guionista, director de cine, amigo) analiza la adaptación, cree que tiene mucho potencial para una serie. Pero la adaptación es algo que lleva tiempo. Tendría que tomarse una distancia del material original, porque la novela está escrita con un estilo muy específico. Los diálogos y las situaciones que funcionan en un libro no siempre funcionan igual en pantalla. Pero sí, creo que podría tener una segunda vida en otro formato. –¿Hay presentación del libro? –Sí, lo voy a presentar el viernes 15 de noviembre en el Teatro Maipo, a las nueve de la noche. Haré un monólogo, me entrevistará un invitado sorpresa, hablaré un poco sobre la novela, algunas de mis experiencias; luego firmaré libros. En el programa de radio sortearé las entradas gratis, pero los cupos son limitados. Al final habrá otra sorpresa más. Estoy muy motivado con la idea de hacer un monólogo en Buenos Aires porque hace como un año que no hago nada acá.“Un día me llegó la idea, como si fuera una especie de revelación”
Llueve, y las fotos que Wainraich quería hacer en la plaza de la esquina terminan tomándose en su oficina. El agua lo impresiona, como si nos estuviera acorralando un fuego insaciable. “Se vino con todo”, me dice al recibirme. “¿Viste lo de Barcelona?”, me sacude con las últimas novedades. Me despide con “suerte con esto”, mientras señala el cielo después de abrirme la puerta. Al abrir el ejemplar que me firmó, encuentro que hay más agua: “por esta charla lluviosa”, fue su dedicatoria. Si le hubiera preguntado al respecto, es muy probable que respondiera algo relacionado con las ideas de destrucción y purificación, un amago de profundidad rematado con una humorada. Su conexión coyuntural con el agua está vinculada con las inundaciones ocurridas en España. Acaba de regresar de una gira por ese país, donde presentó sus monólogos en Barcelona, Valencia, Mallorca, Málaga y Madrid. Las insoslayables imágenes de la devastación lo sensibilizaron mucho, lo marcaron. Tal vez las noticias que llegan desde allá –el presidente español, el nuestro, los escándalos de corrupción, ¡el Dana!– hoy resuenen con más fuerza que nunca, como un eco que cruza el Atlántico. Camino dice en la novela: “Pensé, pensé”. Ejercicio paralelo, Wainraich cuenta: “Comprendí que la serie de shows en España había abierto una nueva puerta para conectar con los españoles. Hice un monólogo que es un compilado de similitudes y diferencias entre argentinos y españoles, además de abordar temas propios de la clase media argentina. Los temas siempre son los mismos en mis monólogos, en las series y ahora en el libro: los vínculos, el amor, la muerte, el poder, el sexo… lo que cambia es el contexto y la forma de abordarlos”. –¿Adaptás los chistes de la misma manera que lo hacía Les Luthiers cuando realizaban shows en el extranjero? –No. Ahora sucede que la mayoría del público es argentino. Los que no son argentinos se acercan porque me conocen a través de las redes, por la serie Casi feliz, incluso por el programa de radio. Yo no adapto nada, pero me gusta explicar como si no fueran argentinos, aunque repito, la mayoría lo son. Eso le causa gracia a los argentinos que vienen a ver y a los no argentinos. Me gusta eso. –¿Cómo ves el futuro de los nuevos medios como el streaming? –Creo que el streaming y las plataformas digitales han llegado para quedarse. Me sorprende cómo los chicos de las nuevas generaciones, que crecen con esos medios, se sienten más libres al expresar sus opiniones. Después de nuestra generación no apareció en radio una nueva que nos sucediera. Se ve que este no era el medio para esperarlos, sino el streaming. Los noto más libres que nosotros. –¿En qué sentido? –Estoy pensando (risas). En algo del discurso, de la diversión, lo lúdico. Hay buenas figuras, así como nosotros rescatamos cosas de Juan Alberto Badía o Fernando Bravo, ellos también tomarán cosas de nosotros. En cuanto a los medios tradicionales, siento que la radio y la televisión han perdido algo de esa libertad, pero los streaming parecen ser más abiertos. Como sucedió con otros medios que fueron novedad, algunos se quedarán en el camino y otros se mantendrán. –En Urbana Play (104.3) hicieron streaming antes de que se llamara así. –Lo interesante de Urbana es que las cámaras son como intrusas que espían. Fui uno de los promotores para que eso sucediera. –Hubiera jurado que te oponías al uso de las cámaras. –No, nada que ver. Me gusta que estén. La estructura de Vuelta y media (el ciclo que conduce con Julieta Pink y Pablo Fábregas) es la típica de un programa de radio: un magazine como los de antes en el que solo cambian algunas formas. La gran mayoría nos escucha, no nos ve. Nos queremos mucho con Julieta y con Pablo. Y ese amor nos da libertad para decirnos barbaridades. –Ustedes también son libres como los streamers. –Sí, la libertad la conseguimos con los años. Hacemos el programa que queremos. El año que viene continuamos juntos en Urbana Play. –¿Por qué se interrumpió La noche perfecta, el late show que conducías en Eltrece? –Porque el contrato era de tres meses y por mi gira por España. Terminó, lo reemplazó el programa que conduce Alejandro Fantino (Por amor o por dinero), y en breve vuelve: regresaremos el 18 de noviembre. –¿Tres meses más? –¡Quién lo sabe! Wainrach tenía 16 años cuando su voz y la radio se cruzaron por primera vez. En 1990, mientras el Mundial de Italia dejaba su huella, comenzó a colaborar en FM Sol, una de esas emisoras barriales que surgían en la década de los noventa. Se adentró en el mundo de las FM con un programa dedicado a Atlanta, su club, montado sobre la típica efervescencia que se genera en la adolescencia. Desde allí, trazó su camino hacia a otras radios, en las que ponía música y se atrevía a bajar líneas con la pasión de quien acaba de encontrar su lugar en el mundo. Lo que en un principio era una simple afición, terminó convirtiéndose en el terreno perfecto para forjar un estilo. Además, programar al rock argentino que tanto le gustaba era un placer extra: “FM Sol pasaba solo rock nacional, a mí me gustaban –y me gustan– Charly García, el Flaco Spinetta. El programa era de media hora y se emitía dos veces por semana. Yo simplemente ayudaba, era un asistente. En ese momento cursaba cuarto año y, como cualquier pibe de esa edad, quería comérmelo todo. Creía que podía decir cosas importantes”. –¿Cuándo pasaste a las grandes ligas? –Cuando trabajé como productor y coautor de Fernando Peña. Lo ayudaba a escribir sus obras; eran de su autoría, pero aportaba mis ideas, mis contribuciones. Empecé en el 2000 y fueron tres años intensos, en los que trabajé para sus proyectos y para los de Radio Metro. En 2003 dejé de colaborar con él y, al año siguiente decidí comenzar mi carrera en solitario con Indomables, que luego pasó a llamarse Duro de domar. Dentro del programa, creé Kitsch, un sketch que se mantuvo en el aire durante cinco o seis años. Me divertía mucho hacerlo. Además, en Indomables también me desempeñé como notero, una tarea que hoy me resultaría imposible hacer. –¿Por qué razón? –Porque entonces no era padre, pero ahora sí. El notero está de guardia las veinticuatro horas. La única certeza en mi rutina era que hacía radio por la mañana; el resto del día no sabía cómo seguiría. Era puro vértigo. Un productor me llamaba y me decía: “Te paso a buscar; mañana no, hoy sí, venite ya”. Familia El cumpleaños 17 de su hija Kiara, celebrado en agosto, fue un momento de felicidad profunda en la intimidad de Wainraich. A lo largo de los años, el humorista ha compartido con su público algunas de las facetas más personales de su rol como padre, mostrándose cercano, dejando ver un lado tierno y vulnerable. Todo lo contrario al universo de su nueva criatura, Luis Alberto Camino. El festejo por el aniversario de Kiara dejó una nueva lección: somos la suma de unos cuantos momentos fundacionales. Ahora llega el pasaje febril entre la adolescencia y la adultez: una especie de sortilegio de vivencias caóticas que, a medida que nos conectan con el mundo exterior, también transforman nuestras experiencias internas. “Soy una persona que suele hacer las cosas rápido, pero con el paso del tiempo, valga la redundancia, me estoy tomando tiempo: tiempo para descansar, tiempo para caminar, tiempo para conversar con un amigo. A medida que pasan los años me encuentro más calmo. Lo que quiero sacarme de encima, sí lo hago rápido, como las cuestiones burocráticas, es decir, las cuestiones que no me alimentan nada”. –¿En qué mejoraste y en qué empeoraste como padre? –Mejoré en que le presto más atención a los demás, sentirme útil es una responsabilidad linda, que disfruto. ¿En qué empeoré? Creo que empeoro cuando siento miedo, inseguridades. Cuando crecés te volvés más conservador. Es una sorpresa encontrarse con esa persona de grande, porque recordás al otro vos que creyó que nunca ibas a volverte alguien conservador. –¿Cómo te sorprenden tus hijos? –De un montón de maneras, porque como están creciendo, por suerte, la sorpresa aparece bajo distintas formas: como reflexión, con una pregunta que te interpela, en un comportamiento, hasta en un silencio. Hay sorpresas todo el tiempo. –¿Adónde vas cuando te querés escapar de todo? –Me voy a la escritura, es buen lugar para irse. Me voy hasta ahí, vivo en ese mundo, armo mi historia que puede ser mi novela, mi monólogo, mi serie, mi guión. Me mudo a ese lugar. Ahí también soy feliz.
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En Londres se exponen 300 imágenes que el músico reunió para mostrar la vulnerabilidad de la condición humana
Flavia Tomaello
"Elton John: egg on his face", de David LaChapelle
“En El amante del volcán (1992), Susan Sontag escribió “la necesidad del coleccionista tiende precisamente al exceso, al empacho, a la profusión. Es demasiado… Alguien que vacila, que pregunta ¿necesito esto?, ¿es realmente necesario?, no es un coleccionista. Una colección es siempre más de lo que sería necesario”.
Esa fruición voraz que, según dice Miguel Delibes en su obra Los coleccionistas, no busca la aprobación de los demás, sino la satisfacción de la propia posesión, abrazó a Elton John (77 años) cuando la vida se le presentó con unos lentes nuevos.
A principios de los 90, el hoy Sir Elton acababa de emerger de uno de sus tiempos más oscuros. Sobrio y convencido de un cambio de vida, comenzó a dejarse embriagar por otras “sustancias” más disruptivas, pero saludables.
La fotografía ingresó a su vida como una calesita colorida que presentaba sus montajes con climas dicotómicos: en ocasiones a ritmo de candombe o bachata, a veces en un blues nublado por el humo de la madrugada profunda y otras como un grito ancestral desde lo más animal de la raza humana.
Dakota hair, por Ryan McGinley
Dentro de la cabeza de un coleccionista, es el título de un libro de la neurocientífica, neuróloga y psiquiatra Shirley M. Mueller. Allí indica que entre el 33 y el 40 por ciento de las personas colecciona algo. Según su investigación, áreas específicas del cerebro de los coleccionistas se iluminan cuando vislumbran objetos inusuales. Se estimulan áreas que se conectan con el centro de placer.
Bajo ese prisma parece haberse sumergido Elton John en esta otra pasión, que guardó en secreto por un tiempo, hasta que encontró en la exhibición de sus piezas otra arista para mostrar su mundo interior. Cuando se mudó a Atlanta comenzados los 90, imbuido de un reverdecer de sí mismo, con el espíritu renovado luego de un tratamiento que lo dejó limpio y convencido, conoció a Jane Jackson, fundadora de la galería que aún hoy lleva su nombre.
Black americans, por Bruce Davidson
Ella la había abierto en 1990 con el objetivo de especializarse en fotografía y de guiar a coleccionistas emergentes y no tanto en la búsqueda de enriquecer o formar su patrimonio. Las cosas anduvieron tan bien entre ambos que para marzo de 2003 Jane vendió su galería y se convirtió en directora de la que se convertiría en la abrumadora colección de arte del cantante. Un patrimonio fotográfico de los más destacados del mundo.
Dejó ese puesto después de una década de trabajo. Para ello recomendó a Newell Harbin, entonces de 35 años, con experiencia en el MoMA, el Art Institute of Chicago y la casa de subastas Phillips de Pury. “Comencé a colaborar con la colección en 2010, cuando aún Jane era parte del equipo –relata en exclusiva–. Encontré en él un apetito voraz por la fotografía. Jane fue ayudándolo a encontrar los movimientos clave en este arte, conduciendo la pasión exquisita”.
Cuando Harbin quedó a cargo, siguió una tarea conjunta que incluye hoy a la pareja de Elton John, David Furnish (61 años), y que ha dado vida a una de las mayores colecciones privadas de fotografía del mundo con un patrimonio que supera las 7000 piezas.
Crying Men (Laurence Fishburne). Por Sam Taylor-Johnson
Con un garbo un tanto inglés, aunque nacida en los Estados Unidos y radicada aún en Atlanta, su espigada figura fue una de las responsables de la puesta en acción de la compilación magistral de imágenes que cuenta con piezas de los reconocidos artistas Nan Goldin, David LaChapelle, Robert Mapplethorpe, Zanele Muholi, Helmut Newton, Cindy Sherman, Andy Warhol y Ai Weiwei.
Una de las anécdotas que recuerda en sus más de 14 años compartidos es la precisión con la que puede su jefe recordar cada uno de los detalles de sus fotografías, del mismo modo que si se tratara de uno de sus hijos. “Al poco tiempo de comenzar a trabajar con él –explica Harbin–, me equivoqué en una datación. El no solo lo notó, sino que me dio detalles de las condiciones en las que había adquirido esa imagen”.
Durante un largo tiempo, todo se había mantenido en secreto. En 1993, por ejemplo, el compositor compró una obra de Man Ray de 1932, Glass Tears, por 193.895 dólares, el valor más alto por una única fotografía en una subasta.
Lágrimas de vidrio, por Man Ray
“Empezamos a trabajar en la idea de que tenerlas no era el único valor –continúa–, teníamos que empezar a mostrarlas”. Esa tarea implicó un trabajo interno de curaduría y de coordinación con diferentes centros de arte del mundo. La primera experiencia tuvo lugar en el High Museum of Art de Atlanta, en el 2000. La siguiente selección fue expuesta en la muestra The Radical Eye, en Tate Modern de Londres durante el invierno del norte, entre 2016 y 2017.
Su trabajo con Elton John se extiende ahora a una nueva exhibición de 300 fotografías en el museo Victoria & Alberto, en Londres (hasta el 5 de enero de 2025), y significa una especie de segundo capítulo de lo ya visto en Tate en el pasado. La nueva puesta se llama Fragile beauty.
Para la ocasión, el trío integrado por el músico, su pareja y la propia Harbin se unieron a Duncan Forbes, director del departamento de fotografía del museo, anterior director del Fotomuseum Winterthur (Suiza) y conservador principal de fotografía en las Galerías Nacionales de Escocia (Edimburgo).
Entre todos optaron por incluir 300 piezas que parten de 1950. Por la presentación de la exhibición, Forbes indicó que “se trata de la mayor exposición temporal de fotografías que haya organizado el V&A”. Mucho decir si se considera que el museo es el protector de la colección de fotografía del Reino Unido.
Zachary, por Adam Fuss
La belleza de un instante
El vínculo de Sir Elton con el V&A no es reciente. La fotografía ya los había vinculado en el pasado, cuando él aportó fondos para una retrospectiva de Horst P. Horst, el célebre fotógrafo alemán –reconocido por sus tomas de moda– que se realizó en 2014. También es uno de los benefactores de la ampliación del Centro de Fotografía del V&A con una donación que desde el museo califican de “significativa”.
“Este enorme despliegue de piezas propone una fuerza increíble sobre la fotografía contemporánea por su potente carácter, su diversidad, la multitud de matices y muy particularmente por el origen curioso de algunas impresiones, además de cierta singularidad”, califica Harbin.
Sus adjetivos sobre la exhibición se suceden en la charla. Revela un entusiasmo contagioso, y en cada párrafo incluye una curiosidad aliada a algunas de las piezas exhibidas, desde una pequeña imagen del tamaño de una postal de Diane Arbus con una nota de su puño y letra en el reverso, a una pieza que Furnish regaló a su pareja cuando cumplió 70 años.
Malcolm X, por Eve Arnold
“La selección intenta construir el relato de la historia de la fotografía moderna y contemporánea con piezas que van de William Eggleston a Diane Arbus; de Sally Mann a Carrie Mae Weems –sigue enumerando Harbin–. Hemos sumado algunas de las adquisiciones más recientes de la colección, como las obras de Tyler Mitchell, Trevor Paglen y An-My Lê. Pero, en contraste, incorporamos algunas de las más antiguas, como las tomas de moda de Horst P. Horst, Irving Penn y Herb Ritts”.
Elton John y David Furnish relataron en el comunicado de prensa vinculado con el lanzamiento de la muestra que, desde que prestaron por primera vez una selección de fotografías de Horst al Victoria & Alberto, en 2014, “la relación con el museo ha crecido significativamente. Fragile beauty lleva nuestra colaboración a nuevas alturas realmente emocionantes, mostrando algunos de los fotógrafos más queridos e imágenes icónicas de nuestra colección. Trabajar nuevamente juntos ha sido una experiencia memorable y esperamos compartir esta exposición con el público”.
Elton John y David Furnish en el Festival de Cannes, en 2019
Como coleccionista, la pareja ha construido con el tiempo una apreciación estratégica para sus operaciones, pero “no están detrás de una pieza de arte –afirma Harbin–. No hay acumulación de riqueza, esa es una consecuencia, les interesa una cierta belleza conmovedora. Una imagen que les cuenta algo de modo íntimo y personal. Por eso luego recuerdan los detalles de cada incorporación, como si se tratara de un acta de nacimiento”.
La directora de la colección asegura que tiene muchos desafíos que la invitan a salir a buscar fotografías a partir de descripciones orales que le provee Sir Elton. “Me convierto en una especie de detective. Esa construcción de sentido lo hace todo mucho más divertido”, aporta.
Forbes expresó en la inauguración: “Estamos encantados de trabajar juntos para presentar los aspectos más destacados de su colección: desde lo lúdico y sorprendente hasta lo contemplativo y reflexivo. Ya sea a través de la elegancia de la fotografía de moda, la creatividad de músicos e intérpretes, la exploración del deseo o el paso de la historia capturado por el fotoperiodismo, la fotografía revela algo importante sobre el mundo. Fragile beauty será un viaje verdaderamente épico a través de la historia reciente de la fotografía y una celebración de la pasión de Sir Elton John y David Furnish por este medio”.
Jimmy Paulette and Taboo! in the bathroom, por Nan Goldinnan Goldin
Frágil, pero perenne
Este recorrido reúne 30 años de coleccionismo, que se inició con grabados modernistas. “Esta elección era una cuestión práctica –descubre Harbin–, porque por entonces Elton vivía en un departamento de dos ambientes y no había demasiado sitio en las paredes. Pero con el tiempo llegó a poseer hasta cinco en el mismo edificio, los que unió entre sí. En ese tiempo pudo empezar a incorporar piezas de mayor tamaño”.
El fondo de la colección no es un archivo estático, sino que periódicamente las casas donde habita la pareja renuevan el arte que exhiben, haciendo de las imágenes parte de su cotidianeidad.
La exhibición del V&A comenzó a gestarse en la cocina de John y Furnish de un modo muy personal y desde la pasión pura, sin intervención directa de asesores de arte. Se compone de ocho áreas que muestran el gusto y la visión única de la pareja. Las unidades de concepto se integran por la moda, el reportaje, las celebridades, el cuerpo masculino y la fotografía estadounidense. Los retratos de estrellas suman composiciones célebres de artistas como Aretha Franklin, Elizabeth Taylor, Los Beatles y Chet Baker.
Las imágenes con registro periodístico también se suman al recorrido, con tomas que dan cuenta de instantes históricos reveladores de persecución, resistencia o activismo. Así aparecen retratados del movimiento por los derechos civiles de los 60, expresiones por el HIV de los 80 y un reflejo de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York.
La exhibición Fragile beauty, en Victoria & Albert Museum
Tres imágenes de Marilyn Monroe tomadas entre 1957 y 1962 son unas de las frutillas del postre. Entre ellas se encuentra la reconocible imagen de la actriz en sus primeras épocas, realizada por Richard Avedon en Nueva York, en 1957. La segunda es un retrato de Eve Arnold durante un repaso de sus líneas, en el set de The Misfits en 1960, y finalmente The last sitting, de Bert Stern, tomada en 1962, ofrece un instante pensativo de la actriz apenas dos meses antes de morir. Estas tres piezas se exhiben al público por primera vez.
Para los especialistas, la serie de Acción de Gracias, de Nan Goldin, es de lo más relevante de la muestra. Se trata de un grupo de 149 fotografías que muestra un registro del consumo de heroína. Se eligió para estas piezas un montaje de piso a techo que conmueve en su recorrido, otorgando al visitante cierta idea inmersiva.
Clemens, Jens and Nicolas Laughing at Le Pulp, Paris, por Nan Goldin
“Esta adquisición es bastante personal para Elton –afirma Harbin–. Cuando se topó con ella se sintió identificado. Recuerdo que dijo ‘esta era mi vida. Un ciclo en búsqueda de la sobriedad’”.
Tres fotografías de David LaChapelle, incluido el retrato humorístico de Elton John con dos huevos sobre los ojos (con el título Elton John: Egg on his face, 1999); once imágenes del fotógrafo Robert Mapplethorpe, que van desde su naturaleza muerta –incluida Poppy (1988)– hasta el icónico autorretrato con cuernos tomado en 1985; Crying men (2004), de Sam Taylor-Johnson, que presenta algunos de los mayores talentos masculinos de Hollywood, incluidos Laurence Fishburne, Robin Williams y Daniel Craig en estados vulnerables de llanto y contemplación.
Además, retratos fotográficos de los hijos de John y Furnish, tomados por Adam Fuss; la imagen viral del fotógrafo de Associated Press, Julio Cortez, tomada en las protestas en Minneapolis tras el asesinato de George Floyd, en mayo de 2020, que muestra a un manifestante solitario portando una bandera estadounidense al revés junto a un edificio en llamas.
Candy Darling on her Deathbed, por Peter Hujar
También el retrato inquebrantable de Peter Hujar, Candy darling in her deathbed (1974), que representa a la actriz transgénero estadounidense Candy (una superestrella de Andy Warhol y musa de The Velvet Underground) en su cama de hospital; Fire Island Pines, 1975-1983, de Tom Bianchi, una serie de fotografías que celebra la alegría gay en épocas en la que la homosexualidad todavía era ilegal en todos los Estados Unidos y capturan los días felices del complejo con fotografías de torsos bronceados junto a la piscina.
Pero la búsqueda continua. “Una de las prácticas habituales hoy es la de revisar los periódicos –sigue Harbin–. De vez en cuando Elton encuentra alguna idea irónica plasmada en una imagen y rápidamente pasa a formar parte de la colección. Nada aquí es aburrido. Es sorprendente lo que podés llegar a ver en su sala”.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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