sábado, 16 de noviembre de 2024

Travesía en kayak.... 5 días por el río Santa Cruz

DATOS ÚTILES
La próxima salida de Comarka Expediciones será del 12 al 19 de abril. Desde u$s 1.600 por persona para grupos de más de ocho personas. Incluye 5 noches en campamento y una en apart.

Travesía en kayak
5 días por el río Santa Cruz
Travesía de 350 km a lo largo de este cauce glaciario, el cuarto más caudaloso del país, y la amenaza latente que implica la construcción de dos represas hidroeléctricas cuyas obras quedaron detenidas a fines del año pasado.

Texto de Soledad Gil • Fotos y videos de Florian von der Fecht
Guapos eran los de antes. Darwin y Fitz Roy, en 1834, por ejemplo, al remontar los 385 kilómetros del Santa Cruz a contracorriente en tres botes balleneros con 23 hombres. Se quedaron sin víveres y tuvieron que pegar la vuelta sin haber visto la cordillera. O el Perito Moreno, en 1877. Lo hizo también desde la desembocadura hacia la naciente. En esa oportunidad, fueron siete en una chalupa y a la sirga, es decir, ayudados por caballos desde la costa. Ellos sí llegaron hasta el lago, al que, en esa ocasión, don Francisco Pascasio bautizó “Argentino”. Bastante más acá, en 2014, estuvo casi igual de valiente nuestro guía, Germán “Loli” Roberts. Se le ocurrió que tenía que hacer algo para defender al Santa Cruz de las represas que estaban por empezar a construirse. Decidió remontarlo en kayak solo –con la corriente a favor, claro– en 24 horas, sin parar, un día de junio, con temperaturas de -20 °C. Salió del puerto del lago Argentino, muy lejos de la naciente, y agarró viento en contra, de manera que perdió unas seis horas antes de empezar. Así, la noche lo encontró en pleno río y, cuando estaba por congelarse, tuvo el tino de parar, descansar y seguir al día siguiente. Finalmente, logró su meta en 42 horas y filmó un documental que se llama Pacto de río, con el que se lució en el festival de cine de montaña de Banff, y que puede verse en YouTube.Germán “Loli” Roberts, líder de la expedición.
Loli no es el diminutivo natural de Germán. Viene de “Lloyd”, que es el nombre galés de su abuelo, el que su padre habría querido ponerle, pero no lo dejaron. No tiene el aspecto rubio tradicional de sus ancestros paternos –su madre es peruana–, pero Chubut es parte esencial de su ser, más que de sus raíces. Porque Loli es más anfibio que terrestre. En realidad, sólo le faltan las branquias y las escamas para ser pez y se mueve como uno de ellos en el agua. Los cinco hijos de su primer matrimonio son todos kayakistas de elite. Con Florencia Cura, su pareja actual y socia en Comarka Expediciones, tuvieron hace seis años a India, la mimada de la familia que desde que nació viaja en el “tambucho” (el compartimento que tienen los kayaks para llevar pertrechos). Juntos, y después de muchos años de organizar salidas de rafting en el río Corcovado, y algunas travesías en el Futaleufú, con la pandemia se mudaron a El Chaltén, donde pueden aprovechar la temporada más larga del Río de las Vueltas.
A remarEmpezamos bien patagónicos, con un asado de cordero en la estancia Bon Accord, de Gerardo Povazsan. Las travesías que salen de El Calafate suelen elegir el puente de Charles Fuhr como punto de partida. Nosotros no, vamos al mero principio, en una propiedad pionera del lago Argentino, fundada por la familia Dickie en 1903. La idea original es dormir cerca del fogón, pero sobre la marcha recalculamos y preferimos desplegar las bolsas de dormir en uno de los ranchos para evitar armar las carpas y salir más rápido a la mañana siguiente. Aún quedan cinco noches por delante: cuatro en carpa, y la última en apart o cabañas. La expedición del Santa Cruz se hace en abril porque es cuando empieza a amainar el viento. Yo me sumo con dudas y preguntándome –por miedo al frío– por qué no habrán propuesto enero para esta empresa. Apenas nos agarra la primera ráfaga confirmo lo acertada que fue la decisión. Definitivamente, remar con viento no es plan.
Los álamos, amarillos en otoño, suelen ser indicio de la presencia de un casco de estancia.
El grupo se compone de dos kayaks dobles y cuatro simples, más un cataraft –un tipo de balsa inflable– conducido por Toto Roberts, uno de los hijos de Loli. Allí viajan las carpas, los víveres y el fotógrafo Florian von der Fecht, equipado con lentes, drones y hasta un pequeño grupo electrógeno. El itinerario indica que hay que remar unos 60 kilómetros por día, unas cuatro horas por la mañana, antes de almorzar, y otras tres por la tarde. No hace falta tener experiencia, sí actitud y un estado físico aceptable. Por supuesto que haber andado en kayak ayuda a no sentirse como perro en bote ante el panorama de pasar varios días en el cuarto río más caudaloso del país, después del Paraná, el Uruguay y el Negro. El Santa Cruz tiene una media de 700 a 800 m3/s con máximas en la primavera y el verano de algo más de 2.000 m3/s y mínimas en invierno de 200-300 m3/s. Su cuenca es enorme. Llega a los 55.000 km2 e incluye a los lagos Burmeister, Quiroga, del Desierto, Viedma y Argentino, comunicados a través del río La Leona. La velocidad del agua alcanza los 5 o 6 nudos por hora, y la profundidad varía entre los 6 y los 15 metros. Las estadísticas pueden no ser muy reveladoras, pero lo que sí impresiona y se ve a simple vista es el ancho, que ronda los 150 metros de una orilla a la otra, y llega, en el estuario –cuando se une con el Río Chico–, a medir 4.500 metros. El valle por el que discurre es también bastante extenso –entre 3 y 15 kilómetros–, con barrancas a las que se llama “bardas” de hasta 200 metros de altura. A ellas se asoman, cada tanto, los guanacos curiosos. Los adivinamos como puntos pequeños que se destacan, por color y por movimiento, en la monotonía solitaria de la estepa.
El río Santa Cruz de punta a punta

Bajo la lupaEl río tampoco presenta pendientes pronunciadas ni rápidos, y hasta que no se llega a isla Pavón y a la pequeña localidad de Luis Piedra Buena, no hay pueblo alguno. Apenas unas pocas estancias abandonadas, varias de ellas famosas por haber sido adquiridas por Lázaro Báez, acusado de contar con información privilegiada. Ríos de tinta se han escrito sobre el oscuro asunto: consciente de que la obra de las represas dejaría bajo el agua varios campos y esas tierras deberían ser expropiadas, adquirió con testaferros más de 13 establecimientos. El litigio va más allá porque, al mismo tiempo, su constructora tenía la licitación para enripiar el trazado de la ruta 9, que corre, en varios tramos, próxima al río. “A Báez le pagaron para que mejorara una ruta que pasaba por sus estancias, donde se le expropiaría tierra, y que también sería el camino a las futuras represas hidroeléctricas. Cobró por la obra, la demoró durante años con la excusa de que las represas afectarían el trazado de la ruta, y nunca lo terminó”, escribió Mariela Arias, corresponsal de La Nación en Santa Cruz, en agosto de 2022.
En su cauce superior, el Santa Cruz presenta varios meandros.
Los cascos suelen estar a la vera del río, precedidos por un montecito de álamos, que en abril estallan de amarillo. Da mucha pena verlos saqueados, pero igual nos sirven de reparo. Después de haber remado los 70 kilómetros del primer día, llegamos a La Porteña justo cuando está cayendo el sol. Armamos las carpas –“aramos”, dijo el mosquito, porque yo soy bastante inexperta en esas lides–, mientras Toto y Brian –el guía a cargo de la cocina que viene con Florencia y la pequeña India por la ruta 9– preparan la cena. India lo busca a Loli y le pide que la lleve a dar una vuelta en kayak. Se nota que la benjamina de la familia es su debilidad. “Me encanta cuando me pide que le cuente el cuentito del río Santa Cruz, y le gusta cuando llegamos a la parte de los señores malos”. Esos son, claro, los que construyen las represas, obras ahora detenidas que veremos el tercer y cuarto día. Será el momento tenso de la travesía. Un poco porque sentimos que son como un tajo que lastima al río, y que, si se completan alguna vez, además de todos los riesgos ambientales y controversia política y económica, el viaje tal como lo estamos haciendo dejará de ser posible; y otro poco, porque como ya tienen terraplenes construidos para ayudar a darle forma a los muros de contención, lo cierto es que el cauce está más angostado y se forman unos leves rápidos.

Las estancias a la vera del río están abandonadas y fueron saqueadas. Se esperaba que, con la construcción de las represas, quedarían bajo el agua.
La travesíaEl segundo día es uno de los más cortos y fáciles. Un tramo del río se encajona un poco entre las bardas, y yo aprovecho para pedirle a Loli que me pase la cámara de fotos que él guarda, por seguridad, en su tambucho. A la hora de llegar al casco abandonado de Cóndor Cliff, donde dormiremos, Ana y Martín –dos jóvenes kayakistas que tienen cabañas en El Chaltén y nos acompañan para conocer el río, y de paso dar una mano con los participantes más inexpertos– nos muestran la maniobra que indica Loli que hagamos para “estacionar” el kayak: el ángulo ferry (que consiste en avanzar a 45° con respecto a la corriente para ganarle y llegar a la costa). Carla, mi compañera de navegación y de carpa, y yo, aprendemos a hacerlo sobre la marcha y aceptamos la mano de cualquiera que se ofrezca a sacarnos de adentro del kayak una vez que llegamos. Nos tiemblan un poco las piernas. Nos damos cuenta del esfuerzo físico que hicimos recién cuando nos detenemos. Por suerte. Elijo un cuarto con ventanas rotas y algo del machimbre levantado. Antes que yo, un guanaco hizo lo mismo, y quedó muerto ahí mismo. No tiene olor. Es puro hueso, cuero y algo de lana. Estoy cansada y no me da impresión. Quiero ponerme la ropa seca pronto, así que decido no mirarlo. Lo que más me cuesta es sacarme la bota de neoprene que se adhiere como si fuera una cáscara. Al no haber sillas, tengo que hacer un poco de equilibrio y la maniobra para quitármela del pie me resulta medio titánica. Uuuf, exhalo después de cada una. Después una pierna y luego la otra. Listo. Campera. Sopita caliente. Copa de vino tinto. Y a colaborar con la preparación del pollo al disco. Esa noche Florian estrena el grupo electrógeno para alimentar sus baterías y se arma una estación de carga de celulares espontánea de inmediato. Este es el tuyo, ya está, alcanzame el otro. Toto y Brian, mientras tanto, están en el sector cocina batiendo –con linterna y a mano– la crema para el postre. India se divierte haciendo el ruido imaginario de la batidora eléctrica.
Se rema un promedio de 60 km por día. La travesía prevé cinco noches en carpa.
”La Néstor Kirchner”Al día siguiente, James –que es profesor de inglés y tiene un humor muy british– se despierta y empieza a circular diciendo “wakie, wakie” entre las carpas. Desayunamos, nos vestimos, y ya estamos listos para remar. Hoy pasaremos por la represa Néstor Kirchner y hay cierta inquietud en el grupo. No sabemos con qué vamos a encontrarnos, pero damos por descontado que no va a gustarnos. Yo, cual Bruce Lee y su célebre frase, “be water, my friend”, ya me siento una con el agua y la sola idea de que un paredón interrumpa este poderoso cauce, me estremece. Enseguida aparecen los indicios de intervención humana que, hasta entonces, brillaban por su ausencia. Postes, tendido de torres, galpones, obradores, alambrados, el terraplén, y los muros que avanzan, por ambos lados, sobre el río herido. No tenemos mucho tiempo para lamentarnos porque debemos concentrarnos en sortear los leves rápidos que provoca el angostamiento. Loli nos da unas indicaciones precisas, remamos, remamos y ya estamos del otro lado. El sereno de la obra nos acompaña con su camioneta desde la orilla hasta que lo perdemos de vista sin saludarlo. No queremos hacer migas.
La obra del muro de contención de la represa Néstor Kirchner quedó detenida por completo en 2023.
Como ya nos relajamos, sale una ronda de mate y café haciendo balsa. Se dice así cuando nos reunimos en un punto del río y, tomando el remo del compañero de al lado, formamos un bloque compacto que nos permite descansar y quedarnos un poco a la deriva. Alicia, la mujer de James, improvisa una meditación guiada. El sol nos entibia la cara y nos reconforta. Nos soltamos de a poco. A pesar de que el cauce es ancho, se van armando conversaciones de un kayak a otro. Nos avisamos de los boilers, una especie de grandes burbujas o afloraciones que brotan de pronto del fondo del río. Se me antojan un poco mágicos, como si el agua hirviera, pero, oh detalle, está a 5°. Paramos a almorzar en un lugar especial, donde hay una elevación con forma de caracol o de amonites. Ya nos vamos conociendo más. Carla se pregunta cómo es posible que haya tanto rollo de alambre suelto, con lo que vale, y se lamenta sobre el estado de abandono de los campos; Florian busca en el paisaje el lugar que Darwin describe en su diario; James insiste en que unos de los mejores quesos del mundo se consiguen en Neal’s Yard Dairy, en Londres –aunque varios lo porfían recordándole la fama de los quesos franceses–, y Laura “Lo” Gall, de Lihue Expediciones, se promete que a la vuelta investigará más sobre cuánto sentido tiene seguir con el proyecto de las represas cuando están tan en boga otras energías, como la solar y la eólica, más nuevas y sustentables.Fogón en La Barrancosa, estancia próxima a la obra de la represa 
Por la tarde se levanta bastante viento y la cosa se pone espesa. Por más que remamos, no avanzamos, de manera que Loli empieza a “remolcarlos” a James y a Alicia, mientras Martín nos engancha a Carla y a mí. No está comprometida la seguridad. Si alguien se diera vuelta o se cansara de más, siempre está el cataraft disponible, pero tenemos el orgullo un poco magullado. Dormimos en La Barrancosa. Esta noche, Brian, Flor e India no pueden llegar con la camioneta hasta donde estamos, así que lo ayudamos a Toto a preparar un rico y muy reparador guiso de lentejas. Desde la carpa, el viento en los álamos se siente como lluvia, pero nos termina acunando y nos dormimos plácidamente.
La otra represaHoy será nuestro encuentro con la represa Jorge Cepernic, que es más chica que la Kirchner, pero sus obras están avanzadas en más del 40%. Esta vez, Loli prefiere que la pasemos en balsa, agarrados por los remos, así que nos sujetamos con firmeza. Será nuestra última noche en carpa. A esta altura, ya empezamos a apurar el tranco como los caballos cuando se saben cerca de su potrero. Estamos un poco cansados y gritamos “¡álamos!” como si fuera un sapucai. Tomamos la costumbre al principio del viaje. La presencia de esos árboles se convirtió en una especie de contraseña que indica el final de la jornada, un alto el remo. Ahora nos la pasamos divisando álamos todo el tiempo. Y nos reímos.
Los círculos de pasturas en estancia San Ramón, una de las pocas productivas a lo largo del cauce del Santa Cruz.
Almorzamos unas pizzas caseras en una estancia preciosa, cerca de los restos de una vieja carreta, justo enfrente de San Ramón, la propiedad de Pérez Companc, que es la única activa en la zona. Elaboran fardos para pasturas en siete grandes círculos que riegan con agua del río. Las figuras se ven redondas y perfectas con Google Earth y nos las muestra Florian con su dron. Verde sobre gris, parecen pistas de aterrizaje de extraterrestres. La tercera o cuarta vez que decimos “¡álamos!” esa tarde es la vencida. Nos detenemos en la estancia Los Plateados, adonde sí llega el vehículo de apoyo. Brian nos malcría con unos deliciosos ravioles con hongos y crema, y para el desayuno nos sorprende con huevos revueltos. El almuerzo es un poco más simple, una picada sencilla, porque queremos llegar a Piedra Buena para pegarnos una ducha caliente y dormir en una cama. El característico puente colorado que atraviesa el río es parte de la RN 3 y fue inaugurado por el presidente Illia en 1966. Pasamos por debajo felices e impresionados por la presencia de las primeras casas a orillas del río, después de tantos días sin ver a nadie.El puente colorado que cruza el río a la altura de Piedra Buena indica que está cerca la desembocadura. Fue construido en 1966.
Nos persigue una tormenta, pero nos instalamos en el apart de Piedra Buena justo antes de que se largue la lluvia fuerte. Tenemos suerte. Celebramos con empanadas y asado. Al día siguiente, si el tiempo y la marea acompañan, podremos hacer el último tramo de 35 kilómetros hasta Puerto Santa Cruz.
A buen puertoTécnicamente es la jornada más difícil. Se dan varias corrientes encontradas, el ingreso del mar en el estuario hace que uno deje de ver la otra orilla, y sienta que le cuesta avanzar. Alguien pide de hacer una “escala técnica”. Paramos apenas unos minutos, y nos damos cuenta de que el agua está bajando cada vez más rápido. Hay que apurarse. Carla y yo, ya compinches, nos damos aliento mutuamente en el trecho final. Cuesta, pero lo logramos. Una vez que damos nuestra última palada, detenemos el kayak en la playa del Club Náutico de Puerto Santa Cruz, y pisamos tierra firme, saltamos de alegría. Florian hace la última foto, y nos abrazamos entre todos con la satisfacción de la misión cumplida. Paolo, el encargado, nos invita a entrar a quitarnos los trajes mojados y tomar algo caliente. Nos pasa la contraseña del wifi: “riosantacruzlibredepuntaapunta”. Es larga, pero ojalá funcione siempre.
Misión cumplida. El equipo sonríe y celebra el haber llegado a Puerto Santa Cruz.


DATOS ÚTILES
La próxima salida de Comarka Expediciones será del 12 al 19 de abril. Desde u$s 1.600 por persona para grupos de más de ocho personas. Incluye 5 noches en campamento y una en apart.

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