jueves, 20 de agosto de 2020
EL MUNDO TE HONRA Y AGRADECE
Sarah Gilbert, la mente que lidera la investigación de la vacuna de Oxford
Es inglesa, tiene 58 años y va a trabajar en bicicleta; sus trillizos, de 21 años, participan en el ensayo clínico
PARÍS.– Sus trillizos de 21 años, también vinculados a la ciencia, confían tanto en ella que decidieron participar en el ensayo clínico de su vacuna contra el Covid-19. Sarah Gilbert, célebre investigadora británica de la Universidad de Oxford –que bien podría estar en vías de vencer la pandemia, transformándose así en la mejor candidata al Nobel de Medicina–, tiene 58 años, va a trabajar en bicicleta y, cuando le queda tiempo, toca el oboe.
Profesora de vacunología en el Jenner Institute de Oxford, Gilbert se preparó toda su vida para un dramático episodio como el que vive el planeta. Hace años que su laboratorio se dedica a desarrollar vacunas contra virus indomables. Entre ellos, el Nipah, la fiebre de Lassa y la del Valle del Rift. Pero, sobre todo, su laboratorio produjo una vacuna contra el síndrome respiratorio de medio oriente (MERS), una enfermedad letal provocada por otro coronavirus, que sirvió de modelo para la vacuna contra el Covid-19 .
Cuando escuchó que una misteriosa infección respiratoria se extendía en China, pensó si no se trataba de la misteriosa “enfermedad X”, causada por un patógeno desconocido capaz de desatar una catastrófica pandemia.
Poco después, apenas sus homólogos chinos publicaron detalles sobre el nuevo coronavirus, Gilbert puso manos a la obra. A fines de julio, Oxford publicó los primeros resultados positivos sobre la primera fase de su vacuna Chadox1, demostrando que la molécula genera anticuerpos y células inmunes capaces de matar el virus SARS-COV-2, responsable del Covid-19.
“Es sorprendente que, apenas 100 días después de haber conocido la secuencia genética del virus, Sarah y su equipo hayan sido capaces de comenzar los ensayos”, reconoció entonces sir John Bell, profesor de Medicina en Oxford. “Es una fabulosa científica. Sabía qué se necesitaba y fue de una eficacia absoluta para conseguirlo”, agregó.
Su proyecto, en colaboración con el laboratorio sueco-británico Astrazeneca, es considerado uno de los más promisorios. Fue también la primera vacuna que alcanzó la última etapa de los ensayos clínicos, la “fase 3”, en la que más de 30.000 voluntarios recibirán una dosis en varios países.
La vacuna de Gilbert está muy bien ubicada para ganar la feroz carrera que libran los laboratorios y las potencias para ser los primeros en poner punto final a la pandemia y quedar en el mármol como los salvadores de la humanidad.
Consciente del desafío, al frente de un equipo de 250 personas, Gilbert no parece preocuparse por la geopolítica. Durante más de dos décadas trabajó en forma anónima, desarrollando vacunas capaces de lograr que las células T –presentes en los glóbulos blancos– respondan a los antígenos de la malaria, la gripe y la tuberculosis, entre otros.
Durante ese tiempo, su segunda inquietud fue conseguir los fondos para financiar sus trabajos. Reacia a hablar con los medios, reconoce, no sin algo de ironía, que gracias a su flamante celebridad, “al menos, ese es un dolor de cabeza menos”.
Gilbert nació en la ciudad de Kettering, en Northamptonshire, 118 kilómetros al noroeste de Londres. Allí pasó su infancia y su juventud hasta que partió a la universidad: “Mi madre era maestra y mi padre, director de una empresa de calzado”, dice, y advierte que toda su familia “pretende conservar su vida en el terreno privado”.
Tras graduarse en biología en la Universidad de East Anglia, Gilbert obtuvo un doctorado en bioquímica en la de Hull. En 1994 se incorporó al Departamento de Medicina Nuffield de la Universidad de Oxford. Casi todos los días se levanta a las 4 “con la cabeza llena de preguntas”, trabaja en su casa algunas horas y parte en bicicleta al instituto, donde permanece hasta la noche. Su equipo, de apenas 25 personas en enero, cuenta hoy con cerca de 250 colaboradores.
En 1998, nacieron sus trillizos en forma prematura. Según relató en un artículo universitario, su compañero sacrificó su propia carrera para ocuparse de los niños. “El costo de la guardería habría consumido la totalidad de mis ingresos de científica posdoctoral”, explicó.
Hoy, sus tres hijos siguen sus pasos. Estudian bioquímica en la universidad y se propusieron de inmediato para participar en los primeros ensayos clínicos de la vacuna. “Están perfectamente. Sabíamos muy bien lo que hacíamos”, dice Gilbert. Cuando se le pregunta qué es necesario esperar de una vacuna desarrollada en tan poco tiempo, responde: “Queremos una vacuna que impida que la gente vaya al hospital y muera. Si podemos lograr apenas eso, estoy segura que todos estaremos muy felices”.
L. C.
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